GIL NOVALES Y HUESCA
[Ramón Gil Novales acaba de ser nombrado Hijo Predilecto de Huesca. Leyó esta declaración de amor a la ciudad de su memoria, que me envía muy afectuosamente Amparo Martí.]
Yo nací en Huesca en una calle a medio hacer. Cabestany era un apéndice lateral del rey de los paseos de entonces: el Paseo de la Estación que descendía espacioso, poco frecuentado, salvo por parejas de enamorados que se encaminaban hacia la soledad del Banco Azul, apenas turbado por el pitido de alguna locomotora en maniobras o por la corneta del cuartel al atardecer, esplendoroso en su mediodía, con sus bancos de piedra y su cortina vegetal. Yo lo retengo como la cima de libertad en mi infancia.
De ahí partía la calle Cabestany, modesta desde su inicio: un almacén de maderas frontero a un viejo caserón de dudosa armonía. Después corría un tramo con trazo propio hasta que el racimo de casas lo detenía una inmensa huerta que lo dejaba con olor a fruta en la desierta plaza de Santa Clara. Desierta a excepción de finales de noviembre cuando envuelta en gasas de neblina se aposentaba la feria de ganado y todo era chalaneo, apretón de manos y trasiego de billetera a fajos. Terminaba la jornada en el decaído Teatro Odeón, a rebosar de ganaderos que seguían con asombrada atención alguna inevitable obra de don Jacinto Benavente.
Terca, tozudamente, toda mi obra está poblada de ecos oscenses y ya desde muy temprano, en ficción madrugadora, aparece un personaje que en un atardecer de mayo se adentró para siempre en la antigua y diminuta ciudad, agazapada en un llano, al pie de la sierra, con sus calles polvorientas y su población de hortelanos, comerciantes y empleados, con su universidad de fundación y nombre romanos, con su ensimismamiento, lejanía y solera.
De esos ecos hay uno que me dejó largo pesar: la Guerra Civil. De repente, la muerte en su faceta más desgarrada, la población azuzada por el pánico, su voluntad en andrajos. Y a la salida de la infancia, el Bachillerato en el Instituto “Ramón y Cajal”. He recorrido los anchos pasillos de la Normal, ahora acallado el alboroto de los desafíos con pelota de trapo, pero con la misma claridad de esa luz de puñado tan oscense. Y por supuesto, rostros, voces y gestos renacidos en recoleta procesión. Guardo como mayúscula novedad de aquella etapa el magisterio de unos pocos profesores que nos reveló, en prudente entendimiento, un mundo en libertad, cívico y fraterno, que aventuró un porvenir risueño en esos inciertos días.
Mientras tanto, frente a la monotonía provinciana, el ritual del paseo con los amigos, los tanteos sentimentales, el cine como válvula de escape, las primeras lecturas, las clases particulares en verano, en concreto la de latín, que sitúo como pretexto de este párrafo:
“Por ese lado la ciudad se deja caer en un desgobierno de callecitas, costanillas y plazuelas, amparadas en la noche por algunas bombillas que semejan ahorcados. En planos sucesivos trepan a pequeños brincos hasta la gran plaza, donde una catedral gótica, de campanario desmochado, abre el ojo de su gran reloj”.
Dejé Huesca sin saber que la historia de un hombre es un largo rodeo alrededor de su casa, como está escrito. He vuelto, siempre he vuelto en busca de manantial inspirador, de asidero contra la ventisca de los años. Huesca se me hizo mayor a zancadas, por decenios, hasta que de pronto se mostró entera; había roto el asedio hortelano –aún perdura el olor a albahaca- y con el aporte demográfico de la comarca se había consolidado como ciudad abierta, suficiente en todo lo nuevo. Quedan retazos de campo en el parque municipal y siseo de pinos en la ermita de San Jorge para alborozo y sosiego.
Ahora la veo risueña, cordial, parlanchina en sus aceras, con ese humor que roza el absurdo y un punto entre curiosa y coqueta. El viento de la sierra con sus sabores, la luz azulada del cosido de los montes, el esplendoroso incendio de sus atardeceres, la hoya de fronteras sin líneas, cópula de cielo y tierra ocre, son incitaciones para la sensibilidad de quien ha crecido al costado de tanta excelencia.
Por último quiero agradecer hondamente a esta corporación, a quienes me eligieron y a quienes me votaron, la nominación de Hijo Predilecto de Huesca, honor que me emparenta todavía más con mis viejas raíces. Agradezco así mismo este acto que depara un íntimo tú a tú con la memoria de mi ciudad.
Ramón Gil Novales, 22 de Enero de 2013
Esta foto tan sugerente es del maestro de fotos y retratos Pedro Etura.
0 comentarios