CARLOS CASTÁN: UN DIÁLOGO
Esta tarde, a las 20.00, en compañía de Ismael Grasa, Carlos Grasa presentará su libro ‘Polvo en el neón’, un proyecto literario que se ve enriquecido con las fotos narrativas y sugerentes del artista norteamericano Dominique Leyva, afincado en Huesca desde hace algún tiempo. El libro ha sido publicado por Tropo editores y ya ha sido publicado en varias ciudades. Un resumen de esta entrevista aparece hoy en ‘Heraldo de Aragón’.
“Quizás la única huida posible esté en la literatura”
¿Adónde lleva la Ruta 66?
Geográficamente hablando va desde el lago Michigan hasta Santa Mónica en la costa Oeste de los Estados Unidos, es decir, va al océano pasando por kilómetros de desierto y un montón de ciudades a lo largo de varios estados. Desde un punto de vista más metafórico se supone que también puede acercar al viajero hacia algún lugar extremo de sí mismo hasta el que nunca antes había llegado. La perdición y la gloria han pasado mil veces por allí.
Querría saber: ¿has hecho esa ruta? ¿Cómo la definirías: es un territorio literario o un territorio musical?
En realidad nunca he hecho esa ruta. Mi fascinación por ella proviene tanto de la literatura (Steinbeck, Kerouac, Sam Sephard) como del cine (‘Paris Texas’, ‘Corazón salvaje’ y tantas otras), sin olvidar la música que contribuyó a hacer de ella un territorio legendario. He viajado mucho en ese modo, aunque por otras rutas del mundo, solo en el coche, con el mapa de carreteras en el asiento del copiloto, un cuaderno, unos cuantos CD’s y sin tener un rumbo demasiado claro, eligiendo sobre la marcha un lugar donde pasar la noche.
¿Cómo surge este libro: nace primero el relato, nacen primero las fotos, se gesta todo a la vez?
Nacen primero las fotos. Yo conozco a Dominique Leyve desde que hace unos cuantos años aterrizó en Huesca procedente de su Albuquerque natal. El fotografía escenarios que le son absolutamente familiares y cotidianos pero lo yo que veo en esas imágenes tiene que ver con la fascinación de lo lejano. Vi esas fotos por primera vez en un ordenador, como si fuera una presentación, una tras otra y comprendí que esa secuencia era algo así como el storyboard del relato que más tarde terminaría por escribir. Creo que es un tipo de fotografía muy narrativa, es casi imposible mirar una de ellas (y no digamos ya la serie completa) sin pensar algo en términos de historia.
¿Qué querías hacer: la crónica de un viaje, de motel en motel, como Sam Sheppard, o contar una historia de amor?
Ambas cosas. Aparece el amor entendido como un viaje con sus etapas, sus minutos intensos, sus pinchazos y sus contratiempos. Y también quiere ser una reflexión acerca de la idea de irse, del intento tantas veces repetido de querer salvarse poniendo distancia cuando a menudo las sombras que nos acucian forman en realidad parte del equipaje; de la imposibilidad de huir del todo de nada ni de nadie.
Hablemos de la historia: es como un relato de dobles parejas, una doble aventura. Quinn y Jessica; Sally y John Perkins..., y a la vez es una peregrinación. ¿Es la Ruta 66 el escenario ideal de una aventura de amor?
Cualquier escenario sirve para una aventura de amor, pero me gustan las connotaciones que tiene la carretera, los lugares de paso, todos esos espacios que no están en un lugar ni están en otro sino en el camino, como un paréntesis abierto en medio del mundo. La ruta permite además jugar con conceptos como velocidad, distancia, lejanía y extravío; muestra muy plásticamente esa salir en busca de algo dejando atrás cosas y mundos enteros.
Dices: “Irse era para Quinn el pánico y a la vez el nombre de la felicidad”. Me parece que esta frase resume el espíritu del libro ¿no?
Sí, ahí subyace un poco esa contradicción entre el deseo de ser otro, de ensanchar al menos la propia vida y perseguir la intensidad, por una parte, y por otra la querencia a nuestro rincón de siempre, a nuestro propio descontento que, por conocido, no deja de ser una especie de hogar con sus comodidades y su calidez. Y aparece el miedo a la intemperie que pueda estar aguardándonos tras esos límites, las cautelas, el temor a arrepentirse después.
¿Qué sucede en las áreas de servicio?
En realidad casi nada: gente que reposta, que estira las piernas, que se refresca un poco. Pero a mí me gusta verlas como templos del azar, puntos en medio de la nada donde las historias de los hombres se cruzan unas con otras pudiendo llegar a enmarañarse. Sobre esa gran superficie de asfalto con manchas de aceite hay un bullir de gente de paso. A escala, es lo mismo que sucede sobre nuestro planeta.
¿Cuál sería el encanto de los moteles, tan literarios?
Creo que, aparte de las innegables referencias cinematográficas que a todos nos sugieren, puede tener que ver con eso que comentaba antes de que se constituyen en nuestro imaginario a modo de lugares al margen del mundo, a resguardo de las miradas y hasta del peso de la ley, lo que hace que los relacionamos con amores clandestinos, escondrijos de criminales y todo lo demás.
Otra frase perturbadora, que tiene mucho que ver con nuestra vida también y con nuestra incertidumbre: “Los padres viajan toda la noche hacia el lugar de la tragedia”. ¿Por qué?
Es cierto, van siempre ahí, arrastrando todo su cansancio, con fuerzas o sin ellas, arruinados, cojos, pero van. Si están a tiempo tapan la hemorragia con sus propias manos; si llegan demasiado tarde mueren también ahí de alguna manera, en las cunetas, en las salas de espera de los hospitales. Siempre me ha interesado el tema de la angustia asociada a la paternidad, esa especie de condena. Y también la cuestión de cómo repercuten nuestras decisiones en esos espectadores de nuestra vida que son los padres. Espectadores por lo general con localidades bastante malas, que lo ven todo desde lejos y esquinado, que no saben de la misa la media pero a los que les va la vida en lo que sucede en escena.
Otra frase: “El amor tiene naturaleza de pregunta (...) Dudar es ya amar”.
Pascal cuenta que Dios le dijo algo así como “si estás buscándome es porque ya me has encontrado”. Cuando alguien se sorprende cuestionándose a sí mismo acerca de si se ha enamorado, generalmente es ya demasiado tarde. Ya se ha visualizado, todo lo borrosamente que se quiera, un futuro. Ya el mundo a su alrededor es otro.
¿En qué medida todo el viaje es también una toma de conciencia, la constatación de un error? Insisto: ¿Para qué sirven los viajes?
Como la literatura y el arte en general, los viajes nos ponen en contacto con otras realidades, abren ventanas por todas partes, nos conducen a gentes y parajes que no habríamos podido ni imaginar. Necesitamos viajar de la misma manera que necesitamos leer, para obtener el ensanchamiento de un mundo que a menudo se nos antoja escaso, limitado y repetido. Viajamos y al regresar encontramos nuestro espacio habitual más habitable de lo que era, pero el bagaje interior lo traemos de vuelta a casa prácticamente intacto: ahí siguen los miedos, las preocupaciones, roto lo que estaba roto. Existe una tendencia a pensar que la vida (la intensidad, la magia) está en otra parte, y creo que es un error común, aunque puede que inevitable, entender eso en términos espaciales. Quizás la única huida posible esté en la literatura.
¿Por qué siempre hay un tono de desgarro, de dolor, de inefable melancolía en tus libros?
Me ha interesado siempre el tema del descontento en general, de la insatisfacción humana, la dificultad de ser felices en un sentido muy amplio que iría desde las pequeñas frustraciones más o menos domésticas y cotidianas hasta las raíces últimas de la angustia y la locura. He procurado mediante la escritura ahondar en eso y en la distancia insalvable entre la realidad y el deseo, intentar darle forma a lo que sentimos que nos falta.
¿Qué músicas se oyen en la Ruta 66?
Hay una canción de la ruta por excelencia que compuso Bobby Troup en 1946 titulada Gets Your Kicks On (Route 66) y que después ha conocido versiones de todo el mudo: Nat King Cole, Chuck Berry, The Rolling Sotenes, Depeche Mode, Manhattan Transfer, John Mayer, The Cheeta Girls, Pappo, Bob Dylan… Yo echaría también en la guantera mis discos de Johnny Cash, Nebraska de Bruce Springsteen y algo de Willy Neville.
Has entregado una novela a Destino, ¿qué nos puedes decir de ella?
Se publicará seguramente en septiembre de este año y es, en muy resumidas cuentas, una historia de amor y violencia, de tono intimista y con ciertos ecos existenciales, que quiere tratar también sobre la cuestión del sentido de las cosas, el peso de lo ya vivido, el deseo, la culpa, el cansancio. Ante todo es la peripecia y la circunstancia de unos pocos personajes medio perdidos, en plena búsqueda de su ración de dicha, en nuestra ciudad, en nuestro tiempo.
2 comentarios
carmen -
Saludicos
Oscar -