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Antón Castro

GUILLERMO BUSUTIL: LEER, LOS LIBROS

GUILLERMO BUSUTIL: LEER, LOS LIBROS

  El escritor y periodista y buen amigo Guillermo Busutil publica hoy en 'La Opinión de Málaga' un excelente artículo sobre la literatura, la lectura y los libros. Aquí lo traigo.

 

UN HOMBRE, UN LIBRO

 

 

Guillermo Busutil

Leer en presente es un indicativo de cultura. Yo leo, tú lees, él lee, nosotros leemos, vosotros leéis, ellos leen. En los autobuses, los metros, los trenes, los aviones, los barcos, las bibliotecas, los parques, las salas de espera, las cafeterías, en las casas de este día que celebraremos libro adentro. Y también libro afuera, porque cada calle es una página de la ciudad por la que transitamos como personajes, como la huella impresa de una forma de sentir y de pensar. Lo mismo que las que nos dejaron las lecturas con las que aprendimos a emanciparnos de la realidad, a tener más amplitud de miras y a soñarnos héroes a la vuelta de la esquina, donde siempre empieza la imaginación. Todos somos el producto de nuestros juguetes, nuestros viajes y nuestras lecturas. Incluso, cada amor que igualmente me hizo, además de su marea en la memoria de mi piel, tiene también sus libros, su poema en mi escritura. Sé de gente que todo lo ha vivido en ellos, que su error fue abrir uno un día o que su retrato es una biblioteca. Y proceso afecto admirativo a Caballero Bonald, Cervantes de Argónida, por su manera de marinar el lenguaje, por enseñarnos sobre el imposible oficio de leer y recordarnos que siempre habrá un libro esperando.

El próximo martes es el día perfecto para buscarlo. Puede ser un título de moda o premiado; alguno de Defoe, Salgari, Kipling o Verne para recuperar la infancia y defender la memoria de lo leído; el Ensayo sobre la ceguera de Saramago, En la Orilla de Chirbes o el de Bonilla acerca de Maiakovski, el mejor subversivo colocando bombas para hacer estallar el poema. Libros adecuados, peligrosos o inoportunos, según quién los lea, en este tiempo de crisis en el que alguien del PP puede llamar a la puerta para comprobar nuestro ayuno, la ducha fría, el cinturón apretado y nuestra austeridad también en la lectura- el ideal orden doméstico del gobierno-. También hay cuentos, poemarios, diarios, ensayos o Las aventuras de un libro vagabundo de Paul Desalmand. La narración autobiográfica y picaresca de un libro que nació el 7 de junio de 1983 con 224 páginas, 230 gramos de peso, unas medidas de 16,5x 12,5 cm, tipografía Garamond y cuerpo 12. Toda una declaración de buena salud y de libro de clase media, cuya voz nos desvela sus peripecias, otras historias, como la de un taxista que convierte su coche en una biblioteca ambulante o la de una chica que lo utiliza para cubrirse el sexo cuando hace nudismo en la playa, y que los libros hablan de noche sobre su miedo a la guillotina. El futuro condenado de una gran parte de los títulos que el martes estarán en las calles de Barcelona, llena de rosas y de escritores, en las de Madrid con interminables lecturas de noche, en las de otras capitales con un 10% de descuento, deseando ser escogidos. Pero como en el cuento de los Grimm, a las doce y una campanada o un par de copas más tarde, el libro se volverá Cenicienta y sin príncipe que lo salve poniendo en la puerta el cartel: No molesten, estoy leyendo.

La burbuja editorial estalló hace tiempo pero empezamos a darnos cuenta el pasado año, cuando la venta cayó un 40%. Y éste, sigue pendiente abajo, llevándose por delante librerías, algunos sellos independientes, otros pequeños, títulos que no pasaron la ITV y los anticipos de más de cuatro cifras para los autores. También amenaza a los escritores más literarios, cuyos lectores fieles los mantienen vivos en el mercado. Ya se sabe, en este país, la literatura vende poco. Aunque el cine diga lo contrario, nadie busca a Nemo. Menos aún la maravillosa biblioteca del Nautilius. A las editoriales le interesan más los mega sellers y, mientras los encuentran, las intrigas, dramas, batallas épicas, amores, enigmas esotéricos, fábulas sexuales y aventuras con fondo histórico que se vendan bien en las grandes superficies. Poco espacio queda para la literatura como un golpe al estómago, armada con un lenguaje de atmósfera y orfebre, que explore otra manera de contarnos historias. Conseguir que un libro, como dijo Kafka, sea como el hacha que rompe el mar de hielo de nuestro corazón. Hace lustros que la sociedad demostró que, en España, la lectura no goza de un apoyo mayoritario. Baja es la cifra de personas que la entienden como una forma de progreso, un espacio íntimo, el tiempo en el que uno está menos solo. Si se mantiene el hábito en el alambre es porque existen mujeres, clubs femeninos donde se lee mensualmente y bibliotecas rurales en las que se han esforzado en hacer de la lectura una forma de superación, de libertad y de placer. Pero en la enseñanza es, desde hace décadas, la asignatura pendiente de alumnos y profesores poco dados a valorar que con los libros se aprende a leer el mundo, la vida, el misterio de las personas. Sin olvidar a muchos jóvenes autores convencidos del éxito del escritor buen salvaje, ignorantes de que escribir es una lectura eterna. A estos síntomas graves, hay que añadir el poder de sugestión de la televisión y de la red. Artífices de la inmediatez, del impacto, de la brevedad, de la estética de la aparición que paradójicamente también es la estética de la desaparición, y de la primacía de la imagen como una representación del mundo que no conlleva la necesidad de razonar un argumento. La nueva cultura líquida de la imagen, representación poderosa del mundo cada vez más victoriosa sobre la comunicación a través de la palabra.

La salud del libro tiene un pronóstico reservado. Un mal desenlace conlleva la desaparición del discurso, de la crítica, de la opinión fundada en el pensamiento, en el lenguaje y en la escritura. La creencia en el libro como tierra firme en épocas de naufragio e incertidumbres. En la lectura como una forma de felicidad y un acto de resistencia en los tiempos del miedo a pensar, del farenheit 451 que siempre acecha un viento favorable. No podemos dejar que nos desahucien de leer. Hay que contraatacar. Este 23 de abril, con 103 años de antigüedad, hagamos que en la paz -al igual que en la guerra- se repita la consigna: un hombre, un libro; un clavel en el fusil.

Leámonos!!

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