PEPE RIBAS: 'ENCUENTRO EN BERLÍN'
«Fueron muchos los alemanes que estaban contra Hitler»
Pepe Ribas (Barcelona, 1951). Escritor y periodista. Publica la novela ’Encuentro en Berlín’, que es un viaje a la ciudad moderna del siglo XXI y a las paradojas de la historia: el nazismo, la matanza de cosacos y la industria del gas
Pepe Ribas (Barcelona, 1951) fue, antes que nada, novelista. Novelista a los 19 años. Luego se hizo conocido como director de la revista ’Ajoblanco’, que fundó en 1974, y con un libro como ’Los 70 a destajo’ (2007), donde exhibía su memoria con un apasionado y crítico periodismo cultural. Después de ese libro, se marchó a Latinoamérica: estuvo en Chile y en Buenos Aires. «El libro me dejó una sensación de vacío. Me quedé un poco mal y, como no soy nostálgico, decidí moverme. El año 1978 fue clave en nuestra vida: un momento en que se pudo cambiar todo, o casi todo, pero la izquierda no se atrevió», dice. El martes presentaba en Cálamo (20.00), en Zaragoza, en diálogo con Concha Montserrat, su nueva novela, ’Encuentro en Berlín’ (Destino)
¿Cómo dio el paso: de ’Los 70 a destajo’ a ’Encuentro en Berlín’?
En el verano siguiente me fui, con las gentes del festival musical Sónar, a Berlín y allí me encontré con Gorka De Duo, uno de los grandes fotógrafos de la ’Movida’, el fotógrafo que eligió Andy Warhol para que le hiciese un retrato. Un día nos metimos por un pasadizo que da al patio interior del Rosenthaler y allí descubrimos el pequeño museo de Otto Weidt, que había dirigido una pequeña fábrica de escobas de ciegos y sordomudos. Me enteré de que han sido muchos los alemanes que estaban contra Hitler... Fueron miles y miles y valientes.
¿A dónde le llevó ese descubrimiento?
Durante mi estancia en Latinoamérica, iba y venía a Barcelona y Berlín, también descubrí a las abuelas, sobre todo judías, que se habían quedado en Europa, como la del protagonista Ernesto Usabiaga, Inge. Por otra parte, cayó en mis manos el libro ’Solo en Berlín,’ de Hans Fallada, y empezó a interesarme mucho ese mundo tan silenciado de los resistentes al nazismo. Me di cuenta de que en España sabemos muy poco de las culturas eslava y centroeuropea, y empecé a descubrir claves que me parecían apasionantes.
Y se fue a Polonia.
Polonia, primero, y luego Ucrania. No llegué a cruzar la frontera, porque me perdí en los Cárpatos... En esos viajes, en camioneta muchas veces, con dos traductores casi siempre (sabían polaco o ruso y alemán), me fueron contando historia de deportados, de guerras civiles, de hambrunas terribles. La historia fue cruel con los pobres polacos: fueron vapuleados por los ingleses, franceses y alemanes. Los ingleses, que tienen mejor fama, practicaron en muchos lugares el juego sucio, y también aquí. En otro orden de cosas, Ucrania perdió 22 millones de personas por todo ello: por el conflicto de 1918 a 1921, por la masacre de Stalin, por la hambruna de 1932 y por la II Guerra Mundial. A la vez seguía leyendo mucho: a W. G. Sebald.
¿Qué otros libros le marcaron?
’El último territorio’ de Yuri Andrujovich, que habla de los años de la revolución en Kiev. Y finalmente, en esa búsqueda, di con otra historia fundamental; la de los cosacos, que fueron maltratados y vapuleados. Con ellos también se produjo una auténtica matanza. A mí siempre me han fascinado los cosacos: cuando venían los circos rusos a Barcelona iba a verlos y me encantaban sus bailes. Con todo ello y con esa inmersión en una cultura riquísima descubrí la riqueza del Imperio Austrohúngaro, del cual había hablado mucho con Eugenio Trías.
¿Que tenía de especial?
Que era un imperio cultural como el romano, no era un salvaje imperio colonial como a los que estábamos acostumbrados. Francisco I favoreció una educación bilingüe y apoyó distintos modelos de convivencia. A ese contexto pertenecen figuras como los escritores Stefan Zweig o Sándor Marai... Ahora hay una reivindicación de sus ideas.
Nos hemos ido acercando un poco al contexto en que sucede la novela. ¿Qué quería hacer?
De entrada, escribir una novela contemporánea. Con las contradicciones actuales y con los personajes de hoy. Y ahí están Ernesto, el joven activista chileno, y su amigo Maksin, un cosaco de Ucrania que está vinculado con las oligarquías y con los servicios secretos. Y todas esas historias del pasado y de lugares estratéticos como Lviv o Galitzia, que es una de las patrias europeas de la literatura. ¿Sabe una cosa?
Díganos...
En España hablamos mucho de los mares. Pero en estas zonas se habla mucho de los ríos: ríos navegables que son auténticos circuitos de comercio y de cultura. Pienso en el Don, en el Danubio, en el Dniéper, tan importantes en la novela. Los ríos me llevaron a los conductos o tuberías del gas, que es algo fundamental en la novela. Son como los nuevos caminos de Europa. Detrás están grupos peligrosos, auténticas mafias. Todo se mezcla en una novela donde los personajes están en peligro, se juegan la vida y a la vez indagan en la memoria de sus familias y en el horror. El caso del cosaco Maksin es muy claro.
Alguien dice que ni la política ni el periodismo pueden cambiar nada. ¿Piensa usted lo mismo?
Este país se está desmoronando; no está peor que en 1978, pero está muy mal. La izquierda sigue pagando su traición, que se vendiese entonces, y tampoco tiene alternativa. No hay regeneración democrática, que es imprescindible, ni existe un tejido productivo. El propio nacionalismo catalán es una reacción a la impotencia y al fracaso del sistema. En este momento, España no ofrece ninguna viabilidad ni ilusión.
*La foto de Pepe Ribas es de Joan Alsina. Está tomada de la página de Cálamo.
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diego -