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Antón Castro

CARLOS ALCORTA: DOS POEMAS

CARLOS ALCORTA: DOS POEMAS

[Carlos Alcorta es un poeta de Torrelavega, Cantabria, que posee una sólida trayectoria a sus espaldas. Es un poeta apasionado y lúcido. Un poeta de la memoria y de la invención. Un poeta de lo inmediato, de la sugerencia y del tiempo sedimentado, fértil en vivencias. Acaba de publicar un nuevo poemario, ’Vistas y panoramas’, en el sello Eclipsados que dirige Ignacio Escuín Borao. Con su gentileza habitual me envía dos poemas.

 

VISTAS Y PANORAMAS. Editorial Eclipsados, Zaragoza, 2013

 

Carlos Alcorta (Daniel Pedriza) define así su libro para este blog:


"Es un libro de poemas en prosa, un género híbrido que nace de la mezcla de los métodos narrativos insertados en la meditación del poema. Es, según decía mi admirado Ocatvio Paz, el género moderno por excelencia, y se distingue de la prosa poética tanto por la tensión del lenguaje como por la duración argumental. El libro está dividido en dos partes. En la primera, la titulada ’Vistas’, los poemas tienen un carácter más lírico, con un lenguaje más concentrado, más tenso, en los que importa más que lo expresado, la reverberación del significado en la mente del lector. Las ’Vistas’ son fogonazos, intuiciones inaprensibles, por eso en su escritura el lenguaje actúa sólo como mera aproximación a la realidad poematizada, como sí en el fondo, yo tuviera la sensación de que las palabras, en lugar de ampliar la experiencia en la página, la mutilaran.
’Panoramas’, la segunda parte, se aviene mucho mejor a lo que Steiner llama "El sistema nervioso métrico que hay en la prosa". Conviven en esta sección microrrelatos, entradas de un diario en permanente construcción, fragmentos memoralísticos, transformaciones poéticas de hechos cotidianos que pretenden no quedarse sólo en una simple enumeración, sino que indagan en lo más profundo de esa cotidianidad, buscando ese propio decir que convierta lo dicho, no en un lugar común, sino en una epifanía.
Creo que los géneros disfrutan de unas fronteras muy permeables, lo que permite al escritor vulnerarlas sin demasiada resistencia. Lo que realmente debe preocupar al poeta es escribir manteniendo la fidelidad a uno mismo, sin atender al repertorio de género en el que será incluido lo que escribe. Cada asunto, es algo ya manido pero no por ello menos cierto, busca su propia retórica, por lo tanto, creo que sobran las explicaciones de carácter teórico para justificar el por qué de estos poemas en prosa.
El primer poema pertenece a la sección ’Vistas’ y el segundo a ’Panoramas’."

 

 

 

 

 

[Imán]

 

El centro de la expectativa es un cuerpo en llamas, abrasándose entre mis manos. Lumbre temblorosa, en suspenso, que viene a mí desde su elevación, reflejada en la piel oscura como si fuera un cielo de tormenta, levantando arbitrarias fumarolas evanescentes sobre un horizonte mancillado por el pensamiento. Alzo la vista hacia el mar que me contempla, ondulado y perezoso, solidificando el instante en mis ojos desacostumbrados a tanta plenitud.

A esta hora el sol es un centro que se absorbe ensimismado hasta el origen, se succiona. Desde su altura infinita, desde su puro calor hiriente licúa la inicial consistencia de la carne, y la falta de luz que reina entre sus replegadas formas confunde espacio y volumen con las sombras que provoca su incendio. Cruje la blanca sal espolvoreada en torso y muslos cuando cambia de postura de descanso sobre la toalla, como cuando pasas las páginas de un periódico atrasado; revolotea igual que un insecto entre su curvilínea figura el aire satinado, como el que flota en un espejo antiguo.

La vida parece una burbuja ingrávida, un tiempo sin historia en el que un único deseo trata de encauzarla: sentir más allá de la razón, sentir sin comprender, sin buscar la verdad, sólo gracias al instinto.

Brotan, entre nubes, dentados perfiles luminosos que anuncian un cambio de estación, el ingreso en la realidad, en otro comienzo, pero de qué.

 

 

[Precisión de la adelfa]

Cómo situarse

para contemplar lo sublime.

WALLACE STEVENS

 

 

Se han abierto los pétalos primeros de la adelfa. Inesperadamente, esta mañana. Son de un rojo tímido, desvaído aún por la pereza del sol de resurrección que les alimenta. Será, en unas horas, su color afirmado imán de miel para mariposas y libélulas. Con cuidado me acerco a comprobar esa verdad desnuda que lleva en su seno todo nacimiento. Nace para ser vista. Con asombro y satisfacción compruebo que sus hojas disipan cualquier antigua duda. Yo la había mirado hasta ahora con ansia y recelo, como quien coge de la acera un puñado de nieve y espera que arda en sus manos. Ha florecido la adelfa en una coyuntura adversa ―días de lluvia insistente, días fríos y con una luz impedida, morigerada― y se ha convertido en símbolo de la constancia, del asombro de lo cotidiano. Parecen los cipreses que verdean a su alrededor columnas de un altar que enaltece esa perfección. No son otra cosa que abnegados súbditos esas malas hierbas que menudean en su cercanía. Relumbra ahora el jardín en la cárdena piedad de un mundo en llamas y yo entono un canto de agradecimiento, porque se impone al cielo ennegrecido y al agua encharcada de la maceta, a la inmóvil representación de un florero, el poder de la vida, de la belleza, aunque circule por su savia el veneno de lo perecedero, la morbidez de la extinción, como en mi propia sangre concluyente y yo sea incapaz, mediante estas palabras, de trasladar a mi mujer y a mi hijo, a los lectores, no mi propia gratitud, sino la que ellos deberían sentir, si el poema conserva su poder de seducción, frente al cotidiano florecer de la adelfa.

 

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