CONCHA GARCÍA CAMPOY: ADIÓS A UNA VOZ CÁLIDA E INOLVIDABLE
No son buenos tiempos para el periodismo. Y por si fuera poco, algunos de los mejores, en medio del desconcierto general, se están yendo: el domingo desaparecía una maestra de la crónica como Pilar Narvión (Alcañiz, 1922-Madrid, 2013) y este miércoles ha muerto otra mujer irrepetible, elegante y respetuosa, que iluminaba cuanto tocaba: la radio, la televisión o la prensa escrita.
A Concha García Campoy (Tarrasa, 1958-Valencia, 2013) le gustaba la gente, anhelaba comunicar y sabía escuchar. Admiraba la inteligencia y la integridad, por eso algunos de sus personajes preferidos, entre otros, fueron Julio Alejandro, Rafael Azcona, Jorge Semprún, José Antonio Labordeta o José Luis Sampedro. Nació en Tarrasa, en el seno de una familia andaluza, y se crió en Ibiza. Sus padres tenían una tienda y ella contó alguna vez, a uno de sus mejores confidentes como Luis Alegre, que su familia sobrevivió de milagro a las inundaciones del Vallés a principios de los 60 y que “engañaba en el peso a las clientas más ricas” del local familiar. También por entonces descubrió la penas de amor: cantaba y cantaba para intentar seducir a un vecino del que se había prendado.
El periodismo se convirtió en una de sus pasiones y ya en 1979 se enfrentó a un micrófono en 'Antena Pública'. En 1983 ingresaría en TVE y poco después, en 1985, presentaría el telediario en compañía de otro clásico como el aragonés Manuel Campo Vidal. Por entonces, otra de las parejas de moda era Carlos Herrera y Ángeles Caso. Conocida y respetada, ingresaría en la SER para dirigir y presentar 'A vivir que son dos días', que se convirtió en un programa fundamental donde cabía todo: el humor, la información, la entrevista rigurosa, los libros, la música, el copioso anecdotario de la vida tal como viene. A Concha la definía la curiosidad y el antidivismo. 'A vivir que son dos días' fue un magazine modélico que incrementó su popularidad: respaldada por un estupendo equipo con Lorenzo Díaz y Javier Rioyo, entre otros, demostró su calidad humana, su curiosidad, su respeto y su dulzura. Ganó los premios más importantes: el Ondas, el Micrófono de Oro, el Antena de Oro. Ha sido siempre una mujer afable, culta y honda, capaz de reír como pocos, vitalista y atrevida. Más tarde, presentó 'Mira 2' en TVE, con grandes personajes.
Compaginó diversos medios: en la radio, dirigió y presentó 'Días de radio' en Antena 3, 'Noches de radio' y 'Las cosas que nunca dije' en Onda Cero; en televisión codirigió con Luis Alegre, en Telecinco, 'La gran ilusión', un programa de cine. El título hacía honor no solo al cine sino a su propio carácter y a su actitud vital: Concha fue una mujer de entusiasmos y de inquietudes constantes. Por aquellos días, inició su relación con el productor Andrés Vicente Gómez; Concha, que se definió como una “monógama sucesiva”, había estado casada con Jaime Roig y con Lorenzo Díaz. Y entre otras muchas ocupaciones acabó al frente de un magazine televisivo, distinto, sin apenas turbiedad, en 'Las mañanas de cuatro'. Hizo especiales y firmó entrevistas y reportajes en 'El País Semanal' y en la revista de 'El Mundo'. Allí, entre otros temas, firmó una sección de perfiles, en colaboración con Ouka Leele (que hacía retratos pintados), donde incluyó a mucha gente: desde Imelda Navajo, le impresionó su fortaleza, hasta Fernando y David Trueba, Ariadna Gil o Félix Romeo, a quien Ouka Leele retrató como un goliardo o como un personaje noctámbulo y soñador de Rembrandt. Los recopiló en el libro 'La doble mirada' (Espasa, 1996).
Concha García Campoy fue una mujer optimista, luminosa y perfeccionista. Hizo varios programas en Zaragoza (una ciudad donde tenía muchos amigos), y una de las últimas veces que anduvo por aquí fue en el estreno de 'Iberia' de Carlos Saura, en 2005. Acompañaba a Andrés Vicente Gómez, productor de la película; también vino a ver a sus amigos y entró en el cine Don Quijote, hermosa y discreta, para zambullirse en el sueño de la música. Otra de las pasiones de su vida, como lo fueron la literatura, el cine, la tertulia, la amistad y el periodismo. Lo dijo bien claro: cuando le sobrevino la enfermedad se sintió tan querida que pensó que “tanto cariño me va a curar”. Y en cierto modo la va a salvar: su voz cálida, sus ademanes, su humanidad, su belleza serena, a lo Ingrid Bergman, se quedan para siempre en nuestra memoria.
*Este artículo apareció el miércoles-jueves en heraldo.es
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