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Antón Castro

ELOY TIZÓN, UN DIÁLOGO

ELOY TIZÓN, UN DIÁLOGO

 

Eloy Tizón (Madrid, 1964) es un estupendo cuentista, un narrador personal. Autor de libros como ‘Velocidad de los jardines’, uno de esos libros de relatos inolvidables, publica ahora ‘Técnicas de iluminación’, en el sello Páginas de Espuma. Lo presenta esta tarde, a las 20.00, en Cálamo, en compañía de su editor Juan Casamayor y de la escritora y profesora Patricia Esteban Erlés. Hoy publico un amplio resumen de esta entrevista en ‘Heraldo’.

Eloy Tizón es un escritor parsimonioso, no sé si reflexivo. ¿Cómo nacen tus libros? ¿Cómo nace un libro como Técnicas de iluminación?

Nace con mucha paciencia y mucho tesón, eso seguro. El libro es fruto de un trabajo bastante prolongado en el tiempo, durante el cual he ido probando, añadiendo, descartando, hasta llegar al resultado que considero mejor.

 –¿Por qué has elegido ese texto como título? Es un homenaje a ‘El Mago de Oz’, es un cuento sobre los sueños y la vida al otro lado del espejo, un cuento de alguien que espera...

El título del libro, en mi opinión, refleja los dos registros que manejamos cuando escribimos: el lado técnico, artesanal, de la escritura, junto a otro registro de deslumbramiento, instintivo, solar, como queramos llamarlo. Ambos son imprescindibles, pero necesitamos aprender a equilibrarlos, que en lugar de anularse entre sí se potencien.

 

–A veces tus personajes parecen solitarios, excluidos, gente desubicada. Andan y andan... ¿Somos así, son así tus criaturas? 

Por lo general, los personajes inquietos, los que buscan, los que no se conforman y están solos, perdidos y sin brújula, son más atractivos desde el punto de vista literario. No son personajes de una pieza, sino que ofrecen numerosos ángulos: tienen luces y sombras, momentos de éxtasis y flaquezas, complejidades y contradicciones. Todos tenemos mucho de eso, me parece. Yo, al menos, me reconozco bastante en ellos.

 –Este es un libro sobre la luz. Y sin embargo, alguien confiesa: “Todos somos viudos de nuestra propia sombra”. ¿Qué quieres decir?

Es evidente que un libro titulado Técnicas de iluminación, tiene que mirar también a la sombra. Trata de nuestra parte luminosa y de nuestra parte oscura. De los contrastes tan brutales que ofrece la vida. La felicidad y la tristeza. Esos chispazos de humor absurdo que a veces brotan solos en medio de la tragedia, aunque no queramos, y esos otros zarpazos de pena que pueden sobrevenirnos de golpe, sin saber por qué, en medio de una fiesta, rodeados de alegría. Un personaje del libro se lo pregunta: ¿quiénes somos?

—Hay un cuento entre estremecedor y anodino en apariencia que hace pensar en Buzzatti, en Jacobs y ‘La pata de mono’, en Stevenson. Hablo de ‘Ciudad dormitorio’. ¿Cómo nace ese cuento y qué querías abordar ahí?  

Ese relato nace de un sueño. O mejor dicho: se aclara con un sueño. Aunque pueda sonar paradójico, sucedió así. Llevaba tiempo escribiendo algo sobre los suburbios de las grandes ciudades y los trenes de cercanías. Eran páginas de tanteo, sin tener demasiado claro qué quería contar, como suele sucederme con frecuencia. Entonces una noche soñé que yo estaba en el trabajo y mi jefe me convocaba a su despacho. Allí me hacía entrega con mucho secretismo de un paquete con algo dentro, que se movía. Me ordenaba que no lo abriera y que lo hiciera desaparecer cuanto antes, sin explicarme el motivo.

Una vez despierto, uní ambas líneas narrativas, combinando el «naturalismo» de las afueras (que yo conocía bien, por haberlo vivido de primera mano) con esa sensación de amenaza difusa del sueño, del que procuré conservar su atmósfera.

Me alegra que te guste. A mí lo que más me interesa es que sea un relato que comienza en un registro «realista» y poco a poco se desliza hacia un territorio fantasmagórico, mucho más inquietante. Aspiro a escribir historias que empiezan siendo una cosa y terminan siendo otra.

 

–En este cuento, hablas de Luna Park, y hace pensar en Buenos Aires. En otros hablas de Nueva York, de Berlín, de otras ciudades y de ámbitos inhóspitos. ¿En qué medida son importantes o determinantes para ti los lugares?

Lo que me interesa no es tanto dónde transcurren los relatos (en qué «localizaciones» concretas), sino qué les sucede a los personajes. Es cierto que a veces aparecen lugares reales, como Boston o Estocolmo, pero lo hacen de manera bastante estilizada, casi oblicua, huyendo de toda monumentalidad de guía turística. Otras veces mezclo adrede varios emplazamientos: una ciudad grande que no se nombra (podría ser Madrid), pero con el mar cerca. Eso le da una imprecisión sugerente. Por lo general, me basta con transmitir una atmósfera determinada; todas las grandes ciudades se parecen algo entre sí, de modo que basta con saber que la acción transcurre en una ciudad grande o mediana o pequeña. El cine y la televisión han universalizado tanto todo, que con una pincelada leve ya es más que suficiente.

 

–Me ha impresionado mucho ‘Los horarios cambiados’. ¿Con quién vivimos: con la maleta, con la manías de los otros, con la tensión soterrada?

Muchas gracias. Yo creo que convivimos con todo eso. Con el equipaje propio y el ajeno. Con las ganas de amar y el miedo a amar. Con nuestras dudas y las de la pareja. En un hemisferio que a veces coincide con el del otro y a veces no. En resumen: con los horarios cambiados.

–En ese relato hablas mucho de la escritura y del acto de escribir. Coméntame esta frase: “Uno inventa pasiones en una página porque las ha vivido antes o porque quiere vivirlas o para no tener que vivirlas”. ¿Es casi tu poética o una poética general?

Para mí, esos son los tres motores principales que nos llevan a escribir: dejar constancia de algo que nos ha sucedido, o que nos gustaría que nos sucediese, o que no deseamos que nos suceda por nada del mundo, porque nos produce pánico y escribirlo es una forma de exorcizarlo, de mantenerlo lejos. Esto puede aplicarse a mí, pero creo que también a los demás.

–¿Cómo entiendes el cuento?

No tengo una teoría única, o una retícula fija que aplico por sistema. Más bien todo lo contrario. Todo varía de un texto a otro y voy improvisando. Escribir es una forma de explorar, de irse de casa, de salir de nuestra zona de confort y arriesgarnos a probar cosas nuevas. Da algo de miedo, pero a la vez ese vértigo es lo que nos hace sentir vivos.

 –¿Quiénes son tus referencias, a quién te gusta releer?

Me gustan los autores capaces de alcanzar cierta profundidad emocional. Los que no se amilanan ni se quedan en la superficie de las cosas, en un realismo epidérmico, sino que tienen la valentía de bucear más allá de las apariencias visibles, para tocar un nervio más íntimo. Releo con asombro y placer a Djuna Barnes, a John Cheever, a Clarice Lispector y a muchos otros que trabajan en esas coordenadas. Y también sigo a autores jóvenes como Paul Viejo, Sara Mesa o Patricia Esteban Erlés, entre otros.

–¿Son buenos momentos para el cuento?

Desde el punto de vista de la creatividad, sí, son buenos tiempos. Acaban de salir dos antologías, en Salto de Página y Lengua de Trapo, que recopilan el trabajo de autores menores de treinta años, lo cual demuestra que la vitalidad del relato breve se mantiene e incrementa con las nuevas generaciones. Es algo que debe alegrarnos a todos. Todavía queda mucho por hacer. Hay cuento para rato.

*La primera foto es de Daniel Mordzinski; la segunda es de Páginas de Espuma.

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