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Antón Castro

CARLOS CASTÁN: UNA CONVERSACIÓN. "SOMOS CARNE QUE RECUERDA"

CARLOS CASTÁN: UNA CONVERSACIÓN. "SOMOS CARNE QUE RECUERDA"

[Carlos Castán –nacido en Barcelona en 1960, pero afincado primero en Huesca durante años y ahora en Zaragoza- acaba de publicar su primera novela: ‘La mala luz’. La primera si no consideramos el bello texto ‘Polvo en el neón’ como una novela corta. Cuenta la historia de un hombre, separado y con hijos, que hace recuento de su pasado y que repasa su amistad con Jacobo, que un día aparecerá asesinado en su casa. Entonces entra en contacto con su amiga Nadia... El libro posee la calidad de página de Castán, su introspección habitual, el lirisco, un universo de referencias culturales sumamente ricas que explican cómo se construyen las emociones de la vida.]

 

-¿Por qué te ha costado tanto escribir una novela? ¿Te obsesionaba, te lo tomaste con tranquilidad, llegó cuando tenía que llegar?

Nunca me ha obsesionado en términos de “tener que” escribir una novela. Novelas hay miles. Yo perseguía un texto que fuera de verdad mío y se correspondiese con lo que yo necesitaba decir, para lo cual he tenido que descubrirlo primero. Ha sido un proceso lento, de irse posando despacio un montón de cosas, de manera que sinceramente creo que ha llegado cuando debía llegar, tanto desde un punto de vista bibliográfico, tras unos cuantos libros de relatos explorando temas y mundos que bajo una forma distinta vuelven a aparecer en la novela, como vital.

 

-¿Qué le debe este libro a Marcel Proust? Hablas de muchos autores, de Sándor Marai, de Marguerite Duras, pero quizá el hilo de la evocación sea proustiano...

 

Puede que no solamente el hilo de la evocación sino la intención que hay en él de autoindagación, de recuento; la vocación de desnudar las cosas y arrancar las máscaras y todo lo que tiene que ver con ese gradual aprendizaje de la decepción que es inevitablemente la vida.

 

-Sé que es una pregunta muy genérica, pero tras leer la novela querría preguntarte, para ti, ¿de qué estamos hechos?

Estamos hechos de recuerdos y, por tanto, de pasado. Somos eso. Si tú y yo intercambiásemos nuestros recuerdos, yo sería tú y tú serías yo. El alma sólo puede ser la memoria, lo que nos ha ido ocurriendo a lo largo del tiempo y también las lecturas, la música, las películas, todas esas compañías íntimas que nos han enseñado a mirar de un modo las cosas y a leer el mundo. Somos carne que recuerda. Sin ese recuerdo no podríamos amar, ni temer, ni hacer proyectos futuros.

 

-Hablemos del narrador. Es alguien separado, “tirando a francés y melancólico”, que recibe a sus hijos, que se siente solo y que alude una y otra vez a la muerte y a “aquel mundo mío atormentado”... ¿Cómo lo defines, por qué un personaje que se siente morir en vida...?

El narrador es un personaje en un momento difícil de la vida que acaba de experimentar en carne propia la fragilidad de cuanto creía más sólido. Tiene la sensación de haberse quedado sin nada y, por momentos, de que todo cuanto fue y tuvo era nada en realidad. El punto de partida es esa pura sensación de orfandad que a medida que transcurre la historia va transformándose, sobre todo a la luz de la muerte ajena, en necesidad de recuento, en pregunta por la identidad y el sentido.

 

-¿Cuál es la importancia de la filosofía y del río de la poesía en tu narrativa?

Yo creo que en toda literatura hay, o debe haber, un intento de arrojar algo de luz sobre la condición humana. Para mí, tanto literatura como filosofía pertenecen a la vida y no son más que dos maneras distintas de intentar responder a unas mismas preguntas, de pensar un mismo mundo. Y de la poesía que a mí me interesa podría decirse tres cuartos de lo mismo. A veces se olvida, pero en literatura, más allá de lo que se cuente, debe existir un cierto compromiso con la belleza.

 

-¿Por qué está tan presente la poesía de Paul Celan?

Hay un verso de Celan que funciona un poco como lema del libro, estábamos muertos y podíamos respirar. Creo que, en parte, es un libro sobre la pervivencia de lo que se ha ido, la forma que tienen las cosas de no marcharse del todo: el rastro, las huellas, los vestigios que quedan de lo que ya no está. Lo que queda del niño que fuimos cuando ya somos adultos, lo que permanece del personaje enfermo de Alzheimer cuando ya su identidad parece haberse diluido; un amor que termina pero deja el corazón sucio de sus restos, alguien que se muere y sigue ahí…

 

-¿Qué lugar ocupa la melancolía y esa presencia, casi obsesiva, de “las bellas mujeres contadas, bellas como ellas solas”?

Hay un tipo de melancolía que tiene que ver con que el pasado vuelve y de repente se le ve hermoso, mucho más seguramente de lo que en realidad lo fue. Esa clase de melancolía, de invasión del presente por el recuerdo, está muy presente en la primera parte de la novela en forma de una mirada que todo lo tiñe. La frase que citas hace referencia a cierta supremacía, en lo que a belleza y peso se refiere, de lo narrado sobre lo vivido y de lo imaginado sobre lo que finalmente se alcanza. El relato de cualquier cosa, una hazaña, un viaje, un ser humano (sea hombre o mujer), una vida, suele estar exento de zonas grises y horas muertas.

 

Explícame ese pensamiento del narrador, o quizá de Carlos Castán, acerca de “toda vida humana encierra en sí misma la historia de su siglo”... ¿Explicaría eso el poso cultural, el laberinto de referencias de la novela?

Es una idea (o, mejor dicho, una intuición borrosa y peregrina) del protagonista según la cual la historia individual de un ser humano podría leerse, si se acertase a establecer las correspondencias adecuadas, como una especie de réplica en miniatura de la historia colectiva. Así, podríamos indagar en la propia biografía y en lo hondo de la conciencia dónde estuvo, por ejemplo, nuestra guerra civil, nuestro Auschwitz, nuestro desembarco de Normandía… en la creencia de que la naturaleza humana vendría a ser la autora última de ambas historias.

 

¿En qué consiste el fracaso? ¿Cómo se revela? [Lo digo porque en varias ocasiones el protagonista habla de ello]

El fracaso se corresponde siempre con una idea previa, un objetivo o un estado que se esperaba conseguir y no se alcanza: es siempre una cuestión de expectativas. No creo en un fracaso en sí, en términos absolutos. Pero sí en la sensación de fracaso al comparar lo logrado con aquello que se soñó primero, cómo iban  a ser las cosas de acuerdo con nuestro deseo y cómo han resultado luego. Pero mirar hacia atrás y en torno y ver algo así como un enorme y sostenido engaño, con toda su carga dramática, es también una suerte de aprendizaje que puede acabar por brindarnos una vida auténtica.

 

¿Quién es Jacobo?

Jacobo es un personaje que tiene miedo. Todos los miedos: unos indefinidos, más o menos enfermizos, y otros más razonables cuyo fundamento sólo él conoce. Únicamente en apariencia se sobrevive a sí mismo apartado del mundo, varado en uno de sus márgenes. Se diría que a salvo de ese enjambre de neurosis ajenas que es el mundo. Se diría.

 

¿En qué medida no es como un ‘álter ego’ del protagonista?

Son viejos amigos. Han compartido lecturas y miles de horas de conversación y confidencias. Además, sus vidas han discurrido de forma más o menos paralela y su momento vital, por tanto, sobre el papel no difiere mucho. Aun así, no los veo como alter ego el uno del otro sino vencidos por un mismo cansancio, como dejados caer a un tiempo. Yo creo que es el dolor lo que más fuerte puede apretar un lazo entre dos seres humanos.

 

La presentación de la novela habla de ella como una narración romántica y a la vez de atmósfera negra. ¿No tarda demasiado en aparecer el componente de novela negra? ¿Querías, de veras, meterte en ese mundo del crimen?

He querido utilizar ciertos elementos de la novela negra que creo servían bien a los propósitos de esta historia (los investigadores entrando a la casa de un muerto, revolviendo papeles, buscando indicios) pero no escribir propiamente una novela de género por lo que me he propuesto esquivar su estructura así como otros rasgos más o menos convencionales. Quería que la historia empezase siendo una cosa y terminase siendo otra. Hay en el libro una cierta visión de la vida como proyecto que a medida que se despliega se va consumiendo, algo que crece y se pudre a la vez, de modo que he querido que el texto reflejase una correspondencia formal con este asunto temático.

 

Este es un libro que aborda un tema clave: la soledad de los padres separados. La relación entre los hijos y los padres separados. ¿Cuál es tu punto de vista?

En muchos casos, en la práctica, supone tener que vivir sin lo que era tu vida. Los hijos, al alejarse, arrancan el sentido de demasiadas cosas. Es el negativo de la orfandad.

 

No debemos desvelar demasiado, pero ¿quién es Nadia?

Es una mujer concreta e individual, condicionada, como el resto de personajes, tanto por las circunstancias como por sus propias tripas. Y es la fascinación a los ojos de los personajes, la que esconde el secreto que a un tiempo salva y condena. La pasión juega un papel fundamental en esta historia y también el amor en sus diversas manifestaciones: en relación con el miedo, sobrecogido y enfermizo, pero también el amor como espejismo, como arrebato imparable, como trampa, como fuerza salvaje que no puede evitar abrirse paso.

 

  

También es una novela psicológica, de recuento y de desnudez, de autoanálisis. ¿Querías que el narrador explorase todos los rincones de su memoria para seguir adelante, para vencer esa extraña sensación que tiene mucho que ver con la culpa?

Sin lugar a dudas, es una historia que tiene mucho de recuento, de mirada retrospectiva y a veces amarga sobre lo que uno es o cree haber sido. La muerte –su cercanía, su inminencia- es un buen disparadero para este tipo de reflexiones: a qué distancia estoy de quien quise ser, en qué momento se torció el camino, qué dirían de mí los investigadores y qué diría de mí quien pudiese asomarse de verdad al corazón. Y cuestiones como por qué episodios azarosos y banales se quedan para siempre en lo que sería la película de una vida al tiempo que una masa enorme de millones de acontecimientos, seres y horas se ve absorbida por el olvido.

 

Dice Lorenzo Silva que “Carlos Castán es el mejor escritor español”. Una frase así, ¿enorgullece, responsabiliza, produce escalofrío?

Supongo que es una cuestión de gustos personales y afinidades, nada más. A veces entre autor y lector se da una conexión muy especial que es casi mágica: como lector te sucede que a veces abres un libro y comprendes que habla justamente de lo que tú quieres o precisas oír. Tratar sobre la calidad es otra cosa, ardua, dificilísima y a menudo inútil. Lo que sí puedo decir es que a mí, en torno al tema, y aunque no soy muy dado a listas ni a comparaciones, se me ocurren un buen puñado de nombres por delante del mío sin salir siquiera de esta ciudad.

 

*Esta foto de Carlos Castán es de Lydia Soláns.

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