Blogia
Antón Castro

ELOY SÁNCHEZ ROSILLO / Y 2

[Eloy con su libro 'Oír la luz'. Tomo la foto de aquí: https://antoncastro.blogia.com/upload/externo-ded0ca3171c711ee32e9c8a009701824.jpg]

Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, España, 1948)  es objeto de una antología poética en Cátedra, 'Hilo de oro', al cuidado de José Luis Morante. Hace unos días publicaba aquí una selección de poemas más antiguos; Eloy tiene la amabilidad de enviarme algunos más recientes, de libros del siglo XXI, por decirlo así. Libros que buscan la claridad, la luz, libros que entonan una y otra vez el 'carpe diem'. Aquí están algunos de sus mejores poemas, como 'Oír la luz'.

 

 

LUZ QUE NUNCA SE EXTINGUE

 

Te equivocas, sin duda. Alguna vez alcanzan

tus manos el milagro;

en medio de los días que idénticos transcurren,

tu indigencia, de pronto, toca un fulgor que vale

más que el oro más puro:

con plenitud respira tu pecho el raro don

de la felicidad. Y bien quisieras

que nunca se apagara la intensidad que vives.

Después, cuando parece que todo se ha cumplido,

te entregas, cabizbajo, a la añoranza

del breve resplandor maravilloso

que hizo hermosa tu vida y sortilegio el mundo.

 

    Tu error está en creer que la luz se termina.

Al cabo de los años he llegado a saber

que en la naturaleza del milagro

se funden lo fugaz y lo perenne.

Tras su apariencia efímera,

el relámpago sigue viviendo en quien lo vio.

Porque su luz transforma y ya no eres

el hombre aquel que fuiste antes de que en tus ojos,

de que en el fondo oscuro de tu ser fulgurase.

 

    No, la luz no se acaba, si de verdad fue tuya.

Jamás se extingue. Está ocurriendo siempre.

Mira dentro de ti,

con esperanza, sin melancolía.

No conoce la muerte la luz del corazón.

Contigo vivirá mientras tú seas:

no en el recuerdo, sino en tu presente,

en el día continuo del sueño de tu vida.

 

ACERCA DEL JILGUERO

 

Para empezar el día, anoto aquí

que de todos los pájaros que yo he visto y oído

el más mío de todos es sin duda el jilguero.

Cuando digo su nombre mi infancia entera vuelve,

y desando el camino y de nuevo retorno

a aquella casa blanca cuyos muros se alzaban

en medio de los campos, en el centro

del corazón del mundo y del verano.

Y me veo a mí mismo en la mañana de oro

—igual que en el comienzo prometedor de un mito—

por vez primera oyendo un canto que venía

de dónde, de qué ser maravilloso y puro.

Escucha, escucha, niño, y acércate despacio

al lugar del que brota sin cesar

esa música hermosa. No hagas ningún ruido.

Y poco a poco llegas con tus pequeños pasos

hasta el pie de un almendro. Pero miras

hacia arriba y no ves más que hojas verdes

y cielo azul. Insiste. No te muevas, y observa

con atención. Insiste. Sí, ya veo, parece

que algo se está moviendo en esa rama.

Por fin, por fin lo ves: es un jilguero.

Lo ves hoy y lo has visto para siempre.

Quién podría olvidarlo. Lo viste, sí. Y yo ahora

lo sigo viendo aún con nitidez

y apunto emocionado en mi cuaderno

ese cuerpo menudo que al cantar se estremece,

e intento dibujar también la gracia

de su rojo antifaz y la delicadeza

de su ropaje pardo que se adorna

con pinceladas blancas, amarillas y negras.

Canta, canta el jilguero en la mañana

remota del origen. Y después alza el vuelo

y se va por el aire. Mas desde entonces vibra

en tu oído, en mi oído y en la verdad más honda

su canto de aquel día, su milagroso canto.

 

LUNA

 

Luna llena que vas serenamente

haciendo tu camino por el cielo de agosto,

cuánto consuelo al corazón me traes,

qué alivio siento al contemplarte hoy

sobre este mar tan mío.

Me he sentado a mirarte; te estoy viendo

ascender en la noche

y trazar tus efímeros enigmas refulgentes

en las aguas que llegan a la arena

con un leve murmullo.

No hay nada semejante

a tu luz compasiva, esa luz que restaña

tan delicadamente las heridas

inevitables y hondas del vivir.

Con emoción te observo, y voy pensando

que acaso sólo tú logras unir a veces

los distintos momentos de mi vida

con un hilo de plata:

en ti se reconcilian y confluyen

los seres diferentes que en mí se sucedieron,

y el hombre que ahora soy, si tú lo quieres,

encuentra en el amor de tu semblante mágico

al niño que yo era y al muchacho que fui.

Déjame que te cante,

concédeme, señora, que mi voz te celebre

con palabras muy puras,

y no permitas nunca que mis versos traicionen

la verdad que tú eres.

Que tu fulgor me alumbre, que tu piedad me ampare.

Y que cuando se acerque la hora final, mis ojos

te busquen y te encuentren, o te recuerden, mientras

va acabándose el tiempo y todo se termina.

 

(De La certeza, 2005)

MIRAR

 

Mirar es poseer:

todo es tuyo si miras,

aunque el ciego te vea

con las manos vacías.

 

OÍR LA LUZ

 

Debo decir que cuando yo era niño

y en el campo veía la densa muchedumbre

de estrellas en los cielos del verano,

además de mirar tanto fulgor,

podía oír la luz: se escuchaba allí arriba

como un rumor de enjambre laborioso.

 

EL MIRLO

 

Al mirlo hay que observarlo y entenderlo,

porque, si no, puede llamar a engaño

ese pronto severo que presenta

su enlutado plumaje. A poco que lo mires,

verás que nada tiene que ver con un misántropo

ni nada parecido. Es muy alegre

debajo de un atuendo que sin ningún alivio

persevera en el negro. Pasa el día

realizando trabajos de zapa en el jardín

con su afilado pico de color calabaza,

y no hay gusano por el que no muestre

interés minucioso. Al levantarme,

suelo salir a la terraza a ver

la mañana que hace. Yo madrugo,

pero él se me adelanta. Cuando miro,

se encuentra siempre allí con su pareja,

saltando tan ufano por el césped,

muy repeinado y con la cola alzada.

Traza pequeños y redondos vuelos

y a intervalos ensaya sus metálicos cantos.

En algunos momentos desafina,

mas insiste y corrige sus errores.

Tantas veces lo veo que, sin duda,

también a mí me ha visto y me conoce,

y, al descubrirme aquí, parado y pensativo

—no sé si, en ocasiones, incluso hablando solo—,

seguro que a sí mismo se habrá dicho:

«Qué tipo tan extraño. ¿Qué hará ahí

un día y otro día casi a la misma hora?

Desde luego, es bien serio, por más que a ratos silbe.

Parece inofensivo, con la pinta

de soñador que tiene. Y qué curiosa

su obstinada manía de mirarme».

 

LA CANCIÓN DE LA VIDA

 

Que no ceda tu espíritu

ante el adverso día, hasta que al fin

no tenga más remedio la miseria

que soltar a su presa y retirarse,

ladrando aún desde lejos.

Tan sólo entonces te será posible,

libre de daño o culpa,

de cobardía o de complicidad,

regresar a tu casa, abrir la puerta

con confianza, sin temblor, alegre,

y oír en las estancias apacibles

la canción de la vida.

 

MARAVILLAS

 

Cuánta alegría siempre

en ciertos hechos que a destiempo ocurren,

porque sí, cuando nadie los espera o los sueña:

este día de mayo en mitad de febrero,

y, abriéndose camino en su luz prodigiosa,

la muchacha que pasa y me mira y sonríe,

dulce complicidad de un solo instante,

regalo que no dura, afirmación

rotunda y delicada de la vida.

 

(De Oír la luz, 2008)

*Las fotos son de un hombre vitalista y entrañable como Robert Doisneau. Las tomo de internet.

-La primera: https://antoncastro.blogia.com/upload/externo-37b1e33df913e6720f682a07e303f597.jpeg

_La segunda: https://antoncastro.blogia.com/upload/externo-413541351062d0b46f2750ce37cf5f1f.jpg

-La tercera:https://antoncastro.blogia.com/upload/externo-88959bc18e6247625c441a1af70a5931.jpeg

-La cuarta: https://antoncastro.blogia.com/upload/externo-a91fbae4c836e79add835e7bd3062c4f.jpg

0 comentarios