Blogia
Antón Castro

BUSUTIL: MACONDO ESTÁ GABO

BUSUTIL: MACONDO ESTÁ GABO

[Guillermo Busutil, periodista y escritor, publica en su sección dominical de Málaga, este artículo sobre la huella y el magisterio de Gabriel García Márquez. Se puede leer aquí:

http://www.laopiniondemalaga.es/opinion/2014/04/20/macondo-gabo/670583.html]

 

MACONDO ESTÁ GABO

Por Guillermo BUSUTIL*  ‘La Opinión de Málaga’

 

En la estación de Aracataca esperan Aureliano Buendía, José Arcadio, Úrsula, la cándida Eréndira, Santiago Nasar, Amaranta, las putas tristes, el viejo coronel y su gallo, y cien soledades más. Todos con una tristeza azul en la mirada, bajo una lluvia de flores amarillas. Igual que la de aquel otro domingo de 87 años atrás en el que eclosionó su llanto el Nobel de la imaginación en medio de la selva del lenguaje. Su muerte ha sido una crónica anunciada pero de su nacimiento no informó el telegrafista Florentino Ariza, ensimismado tal vez frente al último invento de Melquíades o perdido en algún recuerdo frente a la nieve. El caso es que con lluvia llegó y con lluvia vuelve el cronista de Indias que a la vera de Tranquilina Iguarán aprendió que se puede dialogar con los muertos, que el coronel esposo de su abuela era siempre el héroe de los mil días de una guerra colombiana y que la infancia es ese lugar donde la vida sucede entre los cuentos en los que todo empieza. Y también que cada uno elabora a su medida la realidad con la que explicarse a si mismo quién es y qué destino hay detrás de cada rumbo, de cada lluvia. Como la que cae siempre dentro de la mayoría de sus historias. Más tarde, como le ocurrió a muchos adolescentes del siglo en el que los libros eran una lectura del mundo, llegaría Kafka y la metamorfosis del oficio de contar. Primero como cronista de lo cotidiano y luego corresponsal en Europa del diario El Espectador –qué mejor ubicación y tarea laboral para un reportero de los latidos del corazón de lo real– y después, o quizás a la vez, como el adulto hijo voraz de La isla del Tesoro, de El conde de Montecristo, de Julio Verne, de Hemingway, de Virginia Woolf, de John Dos Passos y especialmente de Faulkner.

Al igual que la mayoría de los escritores que empiezan o mantienen el esfuerzo y la dignidad de una trayectoria, García Márquez anduvo mano a mano con una Olivetti de combate en la que ser a destajo periodista, escritor y contable de sueños tránsfugas y posibilidades extras contra una vida apretada con la que hacía magia Mercedes. La mujer pie a tierra que sostiene el universo virtual de la mayoría de los artistas y a cuyo símbolo rindió homenaje Vargas Llosa cuando en su Nobel dedicó a su esposa Patricia la frase «Mario sólo sirves para escribir». No lo tuvo fácil el colombiano de Aracataca mientras en compañía de sus maestros y del recuerdo de la Sherezada, que pobló la cocina de su infancia de fantasmas y supersticiones, volcaba al papel La hojarasca. Manantial del que brotaría doce años después Cien años de soledad. El éxito merecido después de su célebre rechazo editorial y una posterior tirada de escasos ejemplares y que el tiempo y los lectores han convertido en la casa narrativa en la que habitará inmortal Gabriel García Márquez. Una voz que mece la poesía de los silencios –que aprendió a leer como Borges–, la brisa de la memoria –a la que le ha cosido con maestría preces y ornamentos– y las tormentas de la imaginación que supo relampaguear en la realidad para iluminar sus inesperados misterios. La novela con la que la literatura hizo boom.

Años después de buscar en cada libro un camino diferente, el patriarca del realismo mágico se convirtió, a sus 55 años, en el Nobel más joven y en un dandi de liquilini blanco en el mimo suizo salón de baile donde había reivindicado la invocación del espíritu de la poesía en cada línea que se escribiese. Una de las piedras preciosas del estilo con el que García Márquez nos ha hipnotizado de amor más allá del tiempo, con la atmósfera de la soledad, el poder evocativo de los detalles, la abigarrada memoria que siempre es más hermosa en su otoño, y la fuerza pictórica de una prosa que vuela como si en cada palabra tejiese mariposas amarillas, igual que las rosas fetiche que Mercedes solía acompañarle a un lado del escritorio. El mismo al que hacía tiempo no se sentaba para regalarnos la segunda parte de Vivir para contarla o terminar la última novela de una lluvia con insomnio. Nada más triste para un escritor que perder la memoria y quedarse con las palabras en blanco, sin música interior para contarlas. 47 cuentos, 11 novelas, 13 libros de crónicas y 5 tomos de su obra periodística son los mapas de Gabo.

Esos son los mundos sobre los que estos días han glosado todos los escritores que un día entraron en el club de Macondo y construyeron un árbol de familia para no perderse ningún fantasma. Los mismos que también se instalaron en el Hotel de Jacob o que, al igual que yo, recuerdan los días felices e indocumentados en los que quisimos tanto a Gabo. Tampoco han faltado las despedidas de sus lectores. Los primeros, los de siempre, los de entonces y los que recién han despertado a la narrativa y a la literatura de ese viejo oficio de mil demonios que es el periodismo –sobre el que afirmó que había perdido la calidad de la noticia por culpa de la competencia, la rapidez y la magnificación de la primicia– . Y no hay que olvidar en la despedida al GMG comprometido con América Latina y, al igual que Julio Cortázar, con la misma Cuba del último romanticismo. Eternos ambos junto con Vargas Llosa, Borges, Carlos Fuentes, Juan Rulfo y Juan Carlos Onetti, en mi fotografía en blanco y negro de la literatura hispanoamericana. Los siete magníficos del sueño imposible de habitar una noche rodeado de sus voces, con unas cuantas rondas de historias y la música de un piano entre las sombras del amor y la tristeza. El oficio que el escritor le negó al otro García Márquez llevaba dentro.

Macondo está Gabo y la literatura es Mamá Grande.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

www.guillermobusutil.com

 

*La foto de Gabriel García Márquez corresponde a Richard Avedon y la he tomado de aquí:

http://www.newyorker.com/online/blogs/books/2014/04/richard-avedons-portrait-of-gabriel-garcia-marquez.html

0 comentarios