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Antón Castro

BERNARDO ATXAGA EN NEVADA

BERNARDO ATXAGA EN NEVADA

EL NARRADOR QUE SE ATREVIÓ CON TODO

Hace 25 años, Bernardo Atxaga (Asteasu, Guipúzcoa, 1951) irrumpió con un libro inolvidable: ‘Obabakoak’ (1988), que ha reeditado hace unos meses Alfaguara en una edición primorosa. Era un canto a la imaginación, a la literatura en sí misma y al misterio. Había historias subyugantes, que bien podría haber fotografiado Manuel Vilariño, el artista de animales inquietantes de color telúrico.

Desde entonces, Bernardo Atxaga ha escrito en varias direcciones: con lentitud y sutilidad. A favor de la belleza, de la narración pura, de los personajes que tienen un pie aquí, en los bosques y los caseríos, y el otro en el trasmundo. Bernardo , con alma de viajero despistado, toma notas en cuadernos con una pulcra caligrafía: los llena de datos, de citas, de microcuentos, de detalles sobre escritores y personajes.

En 2007 recibió una invitación para trasladarse a Reno, en Nevada , durante un curso completo. Y de eso habla el libro: de un escritor que viaja a ese lugar más bien inhóspito y duro con su mujer, Ángela, y con sus dos hijas, Izaskun y Sara. Él va a trabajar en la Universidad y todos van a vivir en una mansión de miniatura.

‘Días de Nevada ’ es una novela, sin duda: una novela abierta, infinita. Es la novela de los extranjeros que intentan adaptarse y establecer vínculos sólidos, y a los que les aparece la literatura constantemente; un personaje Mary Lore, podría haber figurado en ‘Lolita’ de Nabokov. E incluso aparece un político prometedor como Obama. Es una novela de campus, claramente. Es una novela que está llena de viajes, de desplazamientos a diversos lugares y es también una novela de la inquietud: constantemente aparecen noticias acerca de violaciones, en el entorno universitario o en la ciudad, de amenazas, de asesinos, de procesos. Los periódicos no paran de hablar de ello y de citar a algunos encausados que son ejecutados por haber asesinado a alguien o que andan por ahí, sombríos y constantes, como sórdidos fantasmas al acecho.

‘Días de Nevada ’ también es una novela del oeste y a la vez un diario: el autor anota cuánto le sucede, sus citas, sus encuentros (a veces con algunos incómodos animalillos), sus idas y venidas a restaurantes, sus cenas con profesores, sus sueños, sus visitas a tiendas de discos y a librerías. Por cierto, en una de ellas, descubrirá un libro muy interesante: ‘Dempsey in Nevada ’ de Guy Clifton, donde aparecen muchas fotos del púgil vasco Paulino Uzcudun. Ese hallazgo será determinante en la novela: llevará al autor a reconstruir la vida del campeón de los pesos pesados, no solo la suya y sus famosos combates (entre ellos el que mantuvo con Max Baer, que acababa de matar a un hombre, o con «la pantera negra» Hary Wills), sino la de su padre. La historia de Uzcudun es conmovedora y paradójica: pasa de ser el héroe de niños y adultos a convertirse en una especie de apestado que se confunde con el Sacamantecas.

Este procedimiento proustiano de Atxaga es frecuente en el libro. El protagonista vive en Reno, se desplaza a San Francisco, y va sabiendo cosas de la región: por ejemplo que allí se rodó ‘The misfits’ de John Huston, la última película de Marilyn, de la que se recuerdan sus amoríos con Kennedy pero también su condición de poeta y memorialista. Y se habla del desierto, de la locura que provoca en sus habitantes o en la gente que lo visita, como le sucedió al padre Dominique, que fue pastor de joven. Recuerda: «En verano, el sol te quemaba los pulmones, y todos los días recibíamos algún susto a cuenta de las serpientess de cascabel y de los escorpiones. En invierno, las grandes nevadas nos dejaban calados, y pasábamos el día y la noche mojados y muertos de frío. Los dos primeros meses temías enloquecer. Luego, de repente, la cabeza le daba la vuelta y te acostumbrabas. Te resultaba indiferente no ver a nadie nunca más». Antes, se había definido así el lugar: «Este es un estado que creció gracias a cuatro cosas -dijo-. El divorcio, el juego, la prostitución y la minería de oro y plata».

Episodios así, de esta rotundidad y alucinación, hay muchos. Bernardo Atxaga, como ya hiciera en ‘Obabakoak’, incorpora relatos, apuntes, noticias que encuentra, ráfagas, historias de canciones, mensajes, ensayos... Es muy importante la libertad con que está concebida esta novela abierta e híbrida, llena de hallazgos, de estados de ánimo y de recuerdos. Decíamos que Atxaga y su escritor están aquí y allí, en Reno y en Euskadi; el escritor conversa con sus hermanos, con su madre (esa mujer de aldea que leía las revistas del ‘Reader’s Digest’), recuerda a su padre, recuerda la conmovedora historia de José Francisco, un niño perturbador que solo sabía decir ‘Atar’, o la más tierna de Aguiriano... O la del caballo negro Cornelie. Así, alternando la vida cotidiana con el plano mental, lo que sucede con lo que evoca, mezclando los géneros, Atxaga redondea una espléndida novela llena de extravíos, de cajas chinas, de sueños y de deslumbrantes imágenes y personajes.

Días de Nevada. Bernardo Atxaga. Traducción del original vasco de Asun Garikano y Bernardo Atxaga. Editorial Alfaguara. Madrid, 2014. 405 páginas.

*Este texto lo publiqué en ’Artes & Letras’ de Heraldo de Aragón. La foto la he tomado de la página web de Bernardo: es de Gorka Salmerón.

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