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Antón Castro

JULIO JOSÉ ORDOVÁS, EN ANTÍGONA

JULIO JOSÉ ORDOVÁS, EN ANTÍGONA

[Esta tarde, rivalizando con Guillermo Busutil, que presenta 'Noticias del frente' (Tropo) en Los Portadores de Sueños, Julio José Ordovás presentará en Antígona su nuevo libro: 'El Anticuerpo'. Tendremos el corazón dividido. A Julio lo presentará Julia Millán, librera, editora y escritora.]

EL OLOR EXISTENCIAL DE LA ADOLESCENCIA

Julio José Ordovás publica su primera novela, 'El Anticuerpo' en Anagrama

 

Julio José Ordovás (Zaragoza, 1976) estrena novela casi a la vez que paternidad. Ha sido padre, de su unión con la narradora y poeta Brenda Ascoz, del niño Gabriel. Hasta ahora, el poeta, narrador y crítico literario en diversas publicaciones, había practicado una literatura fronteriza: diarios, libros de poemas muy abiertos, libros de viajes o incluso una mirada sobre el mundo pictórico de Pepe Cerdá, que resolvió con mucha brillantez. Ahora da un importante salto y ofrece una ambiciosa y breve novela: ‘El Anticuerpo’, que podría definirse como una narración sobre la adolescencia, una novela de formación bastante infrecuente: a muchos lectores, de entrada, su protagonista les podría recordar a Holden Caulfield, el niño-mayor de ‘El guardián entre el centeno’. Comparte con él una suerte de indolencia e insolencia, el nihilismo, cierta inclinación a la perversidad, la desubicación existencial y, a la vez, la curiosidad. Quizá el personaje de Julio José Ordovás, aunque dispare sobre las gallinas o los gatos, o clave un tenedor en las manos de una niña, tenga más interés por la vida. El joven, del que en un instante determinado se dice que se llama Jesús, parece seguir la resignación y la lucidez de su tía: “La vida, aunque sea un asco, hay que vivirla”. Y este joven, hipersensible en el fondo y observador, la vive.  

El título de ‘El Anticuerpo’ alude a Yosu, un hombre curtido en mil experiencias, que ha saboreado la tentación de las drogas. Se encuentran y entre ellos surge una extraña complicidad: no es que Yosu sea su maestro o su modelo, pero hay algo que los une en varios capítulos. Quizá los dos sean como cuerpos extraños en la sociedad. Dos marginados. Sobre todo Yosu. La novela aborda la particular mirada del joven, la relación tan especial con su tía y con su padre (que también parece un ‘outsider’, incluso en su propia casa) o con su madre, que trabaja en la conservera y tiene algo de criatura invisible o difunta. “Mi tía hablaba de mi madre como si llevara siglos enterrada. Lo raro era que yo también hablaba de mi madre como si estuviera muerta”.

En un libro donde se percibe una clara obsesión por los olores, dice el joven: “Yo no sé cómo huelen las madres, dijo. ¿Huelen a tierra mojada? ¿A flores secas? ¿A pan? ¿A mandarina? ¿A detergente? Mi madre trabajaba en una conservera y, por mucho que se lavara las manos y que frotara la ropa, estoy seguro de que no conseguía quitarse de encima el olor a pescado crudo”. Su tía es distinta. Dice: “Mi tía olía gris, pero su olor era cálido. Como una cabaña perdida en la nieve”. La obsesión por los aromas lo puebla todo; la tía, que no le regala nada pero que le da billetes para adquirir lo que considere necesario, le decía ante un billete nuevo: “Huélelo”. Más adelante, el chico esboza esta confesión, que le atañe: “Las chicas no querían saber nada de nosotros. Llevábamos millones de granos y olíamos francamente mal, pero no éramos unos leprosos”. En otro lugar, dirá: “A mí me gusta el olor de las cloacas”.

Pasan muchas cosas. Ordovás modula a su protagonista con precisión, con acumulación de detalles y de percepciones. Lo dota de un punto de excentricidad y de rebeldía constante. Y de humor negro. Es raro: está por encima de la realidad o por debajo. Está contra ella. Teme las lechuzas, le gusta ir a ver películas del Oeste del cine del barrio, se siente atraído por la hija de la tendera, que no es hermosa pero sí lasciva, sucumbe al extraño encanto de dos gemelas, que eran unas suicidas al volante del coche de pompas fúnebres de su padre y que practican ritos más o menos macabros. Siente una relación de amor y odio hacia el Langosta, que un día paseará en una despampanante Harley Davidson, frecuenta el Parque del Ancla o “parque de las primeras veces”: allí recibió el primer puñetazo, marcó el primer gol o fumó el primer porro. Hay otros personajes como el sacerdote José Luis, que tiene una pasión secreta: dibuja Cristos; Ordovás los enumera en tres páginas que remarcan otro de los atributos de la novela: el humor.

Es una novela sobre las revelaciones. El viejo Belchite y las prácticas de espiritismo. El estreno sexual con una prostituta. El cambio de las revistas pornográficas por ‘La Biblia’. El bar Groenlandia. O la energía de la música. Uno de los temas a los que se alude es el ‘Stairway to Heaven’ de Led Zeppelin. Se dice: “Ninguno entendíamos una palabra de inglés, pero aquellas canciones sucesivas nos abrieron la cabeza a martillazos”.

Hay muchas más cosas. Una temperatura ambiental nada complaciente. Dura e híspida. Una ubicación inconcreta: a veces parece un pueblo, cruzado por el río Aguas Vivas; a menudo un barrio de ciudad. Y a la vez, dentro de una escritura lírica espléndida que a veces se solaza en el efectismo, Julio José Ordovás ha creado un ámbito entre panteísta e irónico: “Había un árbol totalmente calvo, muy solo, muy viejo y muy infeliz, que agradecía mis caricias con un ligerísimo temblor. Pobre muñón. Tenía madera de ataúd”. O “Las palomas también temían mis regates y mis incursiones letales por la banda”. Julio José Ordovás ha escrito un libro distinto, turbador, nada complaciente y acaso infernal, descarnado casi siempre, sincero, brillante y pleno de destellos.  Este fragmento define el ‘dramatis personae’ del conjunto: “Ahora me doy cuenta de que mi tía tenía la talla de un personaje bíblico, no como mi padre y como yo, que éramos personajes de dibujos animados”.

 

El Anticuerpo. Julio José Ordovás. Anagrama. Barcelona, 2014. 136 páginas. Este texto aparecía el jueves en el suplemento 'Artes & Letras' de Heraldo de Aragón.

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