EL CORAZÓN OCULTO DE SOL ACÍN
El corazón oculto de Sol Acín
Hay poetas de un único libro que parece que hayan escrito la vida entera. Día tras día. De noche, entre clase y clase, tras un viaje o en mitad de las pesadillas. Y una de esas voces, particular y casi espectral, por decirlo a la manera de Ángel Guinda, fue Sol Acín Monrás (Huesca, 1925- 1998). Fuerte a su modo, vulnerable y malherida por el destino, contraria a la trivialidad y temerosa de que alguien pudiera escarbar en los rincones oscuros de su corazón, firmó ‘En ese cielo oscuro’ (Ámbito, 1979), que reeditó luego, en 2006, la Fundación Ramón y Katia Acín (FRKA), que ahora dinamiza Emilio Casanova. Hija de Ramón Acín y de Conchita Monrás, dos años menor que su hermana Katia -que sería profesora de historia y, ya jubilada, grabadora y escultora-, Sol tuvo una infancia feliz: percibió que en su casa se vivía un clima especial de libertad y de pasión por la cultura. La madre era suave y cariñosa, y tocaba el piano por las noches; en la explanada del Hortal, en su casa de la Ena, ella y su hermana tenían la sensación de vivir en el edén. El padre, en apariencia algo más distante y lleno de tareas, les contaba y les hacía cuentos, e incluso les mandaba preciosas cartas desde la cárcel con palomas.
La niñez de Sol fue sinónimo de felicidad. Hasta que sobrevinieron “la furia y la barbarie”. Sol parecía algo visionaria. En una tarde infinita de 1988, me dijo: “Creo que yo captaba inconscientemente una dimensión más o menos trágica que estaba fuera de mi casa”. Una noche, al marcharse unos amigos que habían estado charlando con sus padres, ella sin que mediara nada se echó a llorar como una Magdalena. La madre le preguntó por qué lloraba. “Porque te matarán”, le contestó.
Sol Acín también recordó cómo se llevaron a sus padres: Ramón sería fusilado ese mismo día del 6 de agosto de 1936; a su madre la matarían el 23. “Era por la tarde, yo estaba sentada en una reja del piso con la ventana abierta, porque hacía calor, mirando hacia la calle de las Cortes y entonces vi una serie de falangistas que se iban colocando a poca distancia en la calle. Y delante de mí había un soldado que manipulaba el cerrojo del fusil. Un instante después oímos voces en la escalera, y escucho ‘Ramón, Ramón’ por parte de mi madre. (...) Fue la última vez que los vi”. Sol y Katia se fueron con sus tíos Santos Acín y Rosa Solana a Jaca hasta el final de la Guerra Civil. Luego regresaron a Huesca, se matricularon en el Instituto Ramón y Cajal y les inventaron una nueva vida.
Sol Acín estudiaría en Barcelona y en Madrid, donde se licenció en Lenguas Románicas en 1952. Vivía en la Residencia de Señoritas de la calle Fortuny, que había fundado María de Maeztu y que era equivalente a la Residencia de Estudiantes. Allí coincidió con Emilia Moliner, sobrina de María Moliner, que le descubrió la poesía de Walt Whitman. Entre finales de los 40 y 1955 estableció una relación de amistad con la joven historiadora del arte María Kusche, de origen alemán pero nacida en Málaga, con quien mantendrá una copiosa correspondencia de cartas y poemas, que acaba de estudiar el escritor y profesor Ismael Grasa y que publicará en el volumen ‘Hora temprana’ (Larumbe), al que ha incorporado también las cartas de Sol Acín a Miguel Labordeta, que la llamó a ella y a Carmen Sender “sacerdotisas de la poesía”.
La historia de esta correspondencia –María logró dar con la Fundación Acín casi medio siglo después- ha permitido enriquecer la obra de Sol Acín con poemas de juventud. Después de estudiar en Madrid, Sol Acín se marchó a París y posteriormente quiso estudiar artes gráficas en Múnich. Conoció al músico y profesional de televisión Klaus Lindemann. Se casaron en Colonia, tuvieron dos hijos, Sergio y Ana, y se separaron a mediados de los 60. Sol Acín regresó a España: trabajó como profesora de francés dos años en San Sebastián, otros dos en Huesca y finalmente se instaló en Zaragoza e impartió clases en la Universidad Laboral hasta que se jubiló. En medio está la edición de ‘En ese cielo oscuro’ (Ámbito, 1979), el libro que ilumina las sombras de toda una vida, poesía cristalina y a la vez simbólica, confesional y bella, sobre la intimidad y el dolor. Dice: “Metida en mi pequeña cavidad // de sombra inquieta y ascendencia leve // busco el secreto caminar oculto”.
LAS ANÉCDOTAS
La lectora. Sol Acín era una gran lectora: le gustaban Walt Whitman, Hölderlin, Juan Ramón Jiménez, Rilke y Octavio Paz. Le apasionaba la música. El dolor iba por dentro: “De mi prisión quisiera // sacarme, destruir la permanencia // sin nombre que bascula. // Perdí la llave, se olvidó la muerte // de colocar en mí su cerradura”.
El padre. Meses atrás, en el Museo de Huesca, se exhibió la muestra ‘Ramón Acín, geometría del hombre sin aristas’. Su comisario Víctor Pardo la explicaba así: “La exposición pretende, desde un planteamiento pedagógico y divulgativo, dar a conocer las facetas más relevantes de la vida de Ramón Acín, que son, en definitiva, las de la propia historia de España durante tres décadas de acontecimientos culturales, sociales y políticos de extraordinaria importancia e influencia capital en el devenir del siglo XX”.
La Fundación. La Fundación Ramón y Katia Acín (http://www.fundacionacin.org) sigue actualizando su página web, a través de Emilio Casanova que incorpora materiales y textos, y además trabaja con Carlos Mas en la preparación de todos los textos que publicó Ramón Acín en prensa. En la muestra, entre otras proyecciones, se ofrecerá algunos vídeos de Casanova como ‘Las corridas de toros en 1970’ y ‘Guerra a la guerra’.
[Recupero aquí este texto que publiqué el pasado verano. Mañana en Huesca se presenta el libro de Ismael Grasa, que es realmente espléndido. Por el prólogo de María Tusche, por la meticulosa introducción de Ismael y por el contenido: los poemas de Sol, sus cartas, su profunda humanidad.]
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