ÁNGEL PETISME HOY EN VERUELA
[Esta tarde, a las 20.00, en el monasterio de Veruela, dentro del Festival Internacional de Poesía Moncayo, Ángel Petisme ofrecerá un concierto con su último álbum, ’El ministerio de la felicidad’. Recupero aquí una entrevista global sobre su carrera que se publicó, íntegra en ’Rolde’ y fragmentada en ’Heraldo’. Sirve para conocer mejor también al poeta. Y aquí dice que hay canciones que le gustan mucho como ’Una vela en la oscuridad’, dedicada a Félix Romeo.]
“Me gusta probarlo todo, conocer para amar, perder para cantar”
“Sólo hay felicidad en la sencillez y la alegría”
“El humor nos salva de la oscuridad”
SUMARIO:
“La música me ha permitido viajar y pisar Asia, África, América, conocer gente increíble, llenarme de la vida de otros en situaciones límite”
Antón CASTRO
Ángel Petisme (Calatayud, Zaragoza, 1961) es un artista especial: intérprete, compositor, poeta. Y un aragonés del mundo y un cosmopolita de Aragón, con parada y fonda en la región imaginaria de Bílbilis. Ha publicado más de una docena de álbumes, algunos tan destacados como ‘Turistas en el paraíso’, ‘Cierzo’ o ‘Buñuel del desierto’; y casi una veintena de libro, sustancialmente de poesía. La poesía y la música forman parte de un todo: de una forma de ver el mundo y de una forma de vivir, impregnado de cultura, de amor, de erotismo, de viaje, de compromiso y de solidaridad. Petisme acaba de publicar Canciones. Del corazón a los labios (Ediciones Hiperión, 2012), un volumen donde recoge los textos que se han convertido, a lo largo de un cuarto de siglo, en melodía, en grito, en afirmación obstinada de su rebeldía y de su vitalidad.
-¿Cómo nace un cantante como tú? ¿Qué anécdotas te marcaron, qué músicas, qué intérpretes?
Poca música sonaba en mi casa cuando era niño. Debíamos tener un pequeño transistor Vanguard pegado a la oreja de mi padre para escuchar el fútbol los domingos por la tarde. Y recuerdo las cosas de la radio: La yenka, Borracho de Los Brincos, el Dúo Dinámico, Me lo dijo Pérez de Los Tres Sudamericanos y muuuuchas jotas. En fin, lo previsible. Con la televisión, las sintonías de Bonanza, El Fugitivo, El Santo, Los Chiripitifláuticos. Después pasé al canto gregoriano, al Kumbayá y Como brotes de olivo, cuando me mandaron a un internado de los escolapios, primero a Peralta de la Sal en Huesca, y luego en el colegio Cristo Rey en Zaragoza. Recuerdo los largos dormitorios sin paredes del internado con trece o catorce años; por la noche nos ponían antes de acostarnos a Víctor Jara, Simon y Garfunkel, Labordeta y música clásica. También me recuerdo aprendiendo a tocar la guitarra con dos compañeros, Miguel Fustero y José Luis Briz (a éste último lo he recuperado por Facebook) y haciendo mis primeras canciones con 15 años: a los Monegros, la anarquía, incluso cantaba en un aragonés libresco y ortopédico. Mis padres me compraron una guitarra española en Musical Serrano que costó 15.000 pesetas con una beca que me dieron por aprobar el curso con buenas notas. Aún la conservo, bueno, se la regalé a los hijos de mi hermana y está en Mallorca.
Casi todo empieza por una guitarra...
También me veo subiendo por unos andamios y regresando de noche al internado. Yo me había echado una novia en el 77 mientras estaba en el seminario. La había conocido montando la función de teatro de fin de curso: Cargamento de sueños de Alfonso Sastre. Alguna hermana de un compañero de clase la trajo a un ensayo. Así que me escapaba al terminar las clases, íbamos a discotecas, mi canción asociada a ese primer amor era I Can Boogie de las Baccara. Esa novia luego fue vedette del Oasis. Y luego al abandonar el seminario los Sex Pistols, los Clash, Ramones y toda la avalancha de grupos británicos: Joy Division, The Cure, Aztec Camera, Echo and the Bunnymen, Spandau Ballet. Del gregoriano pasé al punk. Y de Labordeta a la nueva ola. Toda esa empanada y coctelera surrealista forman parte de mí, jajaja.
-¿Cómo fueron los inicios propiamente, con la vocación ya decantada? Al principio parecía que ibas a ser un rockero con alma de showman...
Conocimos en 1983 a un manager catalán que andaba por Zaragoza; entonces mi amigo Paco Díez y yo (que tenía el bar Barrioverde en la Magdalena y con el que compartía buhardilla en la calle Espoz y Mina) andábamos ya con la idea de hacer un grupo experimental un poco en la onda de The Residents, Durruti Column y aquellas bandas que salían en La Edad de oro de Paloma Chamorro… Debutamos en mayo de 1983 en la plaza de toros de la Misericordia en un festival con grupos de la movida madrileña (Alaska y Dinarama, Aviador DRO, Polanski y el ardor, Parálisis Permanente, Derribos Arias) y dos grupos más de Zaragoza (Doctor Simon y los enfermos mentales del que saldrían Especialistas y Misión Hispana, Parkinson DC y nosotros, que nos llamábamos Qué es el optimismo?) y el bautismo de salivazos y botellas que nos tiraron fue espectacular. Luego se sumó Juan Casanovas con el bajo eléctrico, tocamos en algunos bares como La Vía Láctea, y creo que el BV 80, y nos fuimos a Madrid los tres. En 1984 y 1985 tocamos en el Rockola un par de veces; al grupo se sumó mucha gente, los optimistas éramos una tribu afterpunk y muy freak. Incluso montamos un grupo paralelo llamado Ciao, Michele con Elena, nieta de Ramiro de Maeztu (su hermana Miriam, actriz, era mi novia entonces). Tocamos en muchas salas y bares de Madrid con diferentes formaciones hasta que en el 86 Aute y Luis Mendo me convencen para que me haga solista, ya que todas las letras y músicas las escribía yo.
-¿Qué lugar ha ocupado la poesía en tu vida? ¿Qué ha sido, qué es la poesía para ti?
Fundamental, desde muy niño, empecé a escribir a los once años, devoraba toda la poesía que caía en mis manos, Machado, Tagore, Juan Ramón… La poesía completa de Miguel Labordeta, en la colección Fuendetodos, creo que la robé de la biblioteca que había en la Plaza de los Sitios, la quería sólo para mí. Luego alguien me la robó, claro. La poesía es mi cordón umbilical con el mundo, las raíces que me mantienen firme y alimentan, mi toma de tierra eléctrica con la realidad, también mi religión, mi forma de estar, de comprender el mundo y trascenderlo.
-En 1990, apareció ‘La habitación salvaje’. ¿Cómo se gestó aquel disco, qué tipo de álbum querías hacer?
Yo andaba allá por el 87 tocando por bares de Madrid temas míos con Petisme y Los Sin Techo, con Javier Vargas a la guitarra, y el sonido era muy guitarrero y cañero y yo parecía una mezcla entre Iggy Pop y Bowie, con el pelo teñido de zanahoria o rubio. Después Aute, uno de mis padrinos musicales, me pagó una maqueta de 3 temas muy comerciales para mostrarla en multinacionales. Estuve a punto de ser fichado por una de ellas pero afortunadamente a última hora se echaron atrás. Y digo afortunadamente porque aquello hubiese sido mi ruina ya que el perfil de artista que buscaban era un poco Miguel Bosé (¡ojo, respeto a todos los compañeros de profesión!). Entonces me dio por ir al zoo de Madrid, escribía pequeños poemas delante de las jaulas y poco a poco fueron creciendo y les fui poniendo música a Ardiendo en la oscuridad, Eros y Thanatos, El sueño del cazador, etc. Me compré un grabador de cuatro pistas, un ordenador Atari y un teclado y estuve casi un par de años aprendiendo a manejarme con ellos y experimentando con sonidos. Yo debía escuchar mucho a Tom Waits y Franco Battiato por esa época. También conocí a músicos de folk porque el sello que quería grabarme trabajaba con ellos. Quería hacer algo radicalmente diferente mezclando electrónica y caja de ritmos con instrumentos acústicos y antiguos como rabel, zanfona, violín, contrabajo, armónica…
-En ese álbum estaban muchos de tus temas: el amor y el deseo, el neorromanticismo y el regreso a la naturaleza, la canción himno, el diálogo sin tapujos con la cultura...
Sí, era mi primer disco en solitario y solté todo el arsenal hedonista de filias y pasiones. No guardé nada para después, jajaja. La cita que abría el disco era lapidaria, del poeta beatnik Jack Spiecer: “No veo razón para vivir si no puedo construir un paraíso en mi propia habitación.”
-Había una canción, ‘Insectos prisioneros en ámbar’, que era como una autobiografía de lecturas, de mitos y a la vez un bestiario que da una idea de gran libertad creativa y de ausencia de complejos. ¿Has intentado ser libre por encima de todo?
He hecho lo que he podido. No sé, soy capricornio, me he esforzado por ser chico bueno y someterme al rebaño pero enseguida me salía el instinto de cabra salvaje: saltar la valla del corral y echarme al monte, jajaja. He sido muy enfant terrible y rebelde toda mi vida. Respecto a la libertad, la he necesitado siempre como un valor primordial, sin ella otros valores no existen. Nunca he permitido que interfiriesen o presionasen en mi trabajo. Y eso puede que me haya creado enemigos. Sólo por respirar y salir a la calle ya te los granjeas pero a la gente le molesta mucho que vayas a tu aire. Seguro que he metido la pata muchas veces y habré ofendido involuntariamente. Pido disculpas si me leen ahora. No soy cerril ni rencoroso.
-‘Turistas en el paraíso’ fue una apuesta por el pop más lírico y refinado.
Yo diría más rockero que pop, eran letras muy trabajadas, con imágenes casi como fotogramas o juegos surrealistas, donde dominaba la pasión pero ya aparece la mirada al dolor del mundo en temas como Belchite, Sueña conmigo o la infancia, la inocencia perdida y el paisaje aragonés en Los trenes de septiembre o Trae contigo la lluvia. Conseguimos con la producción un halo de frescura y mucha fuerza. Ahí fue importante la amistad con Pedro Navarrete, de Teruel, (luego Santiago Auserón le llamó para Radio Futura porque yo les había presentado en el 83). Ahí volví a la formación de cuarteto de rock, estuvimos ensayando y arreglando en el local las canciones antes de grabarlas.
-‘El Singapur’ era, en la línea de Battiato, un viaje físico y un viaje simbólico.
Puede que sí, algunas canciones las escribí en Chile en 1993. Recuerdo un concierto improvisado que dimos Mauricio Aznar y yo para turistas japoneses, tumbados con una botella de cachaça en el suelo del aeropuerto de Sao Paulo, porque se había estropeado el avión que nos traía de vuelta de Santiago a Roma. Está escrito durante la crisis de 1993-1994 y me impresionó mucho el hambre de belleza, canciones e imaginación que tenían en Chile (donde aún tutelaba Pinochet y el ejército), en general en toda Latinoamérica, respecto al cansancio de la vieja Europa. En ese disco comencé a componer con acordes de séptima mayor muy propios de la música brasileira y salió Te amo, esclavo. Hay canciones dulces y evocadoras como Los ríos de Venus o Amor y cartografía que escribimos Gabriel Sopeña y yo, pero también temas apocalípticos, duros y reivindicativos como Bailando en campos minados, Ciudades y mujeres, Llegan los bárbaros o Quién de mí. Había muy buenas canciones pero la producción fue accidentada y no me dejaron elegir al productor.
-Con el paso del tiempo, tengo la sensación de que tu mejor disco, un hito, es ‘Cierzo’. ¿Cómo lo defines: es tu mirada hacia Aragón, una narración que aspira a la totalidad en forma de canciones, la afirmación de una identidad, acaso un destello de la nostalgia?
Yo abandoné Fonomusic y el mundo de las discográficas tras El Singapur, cuando me propusieron presentarme al festival de Benidorm y se había medio pactado que lo ganaría. Fue cuando les dije que el día que quisiese suicidarme lo haría en privado y me di cuenta que no pintaba nada en la pura industria musical, que mi rollo no era ése. Estuve casi decidido a tirar la toalla y entonces salió Cierzo que es mi entrada en la madurez, en la órbita de Saturno. Lo compongo con 35 años, ahí está la pérdida de la juventud y por tanto de la inmortalidad, la presencia real de la muerte en Golpes de mar, Julieta, No somos nada, el amor ya no desbocado en Necesito de tu magia. Y supongo que también de esa crisis personal, de sentirme perdido, yo me inventé mi Macondo, ese viejo solar en Saturno que era pero no era Aragón. Recuerdo que me saltaban las lágrimas mientras componía y cantaba las estrofas de “Somos los hijos del cierzo, pinturas negras del cierzo…”
-¿Cómo has mantenido el tono narrativo y el tono lírico y evocador? Pienso en canciones como ‘El Oasis’ o ‘Donde muere la carretera’.
No estoy dotado para la ficción, me cuesta mucho. Tengo una voz más lírica, pero creo que soy buen memorialista, por eso en las canciones con cierto tono autobiográfico no me cuesta narrar.
-¿Que pretendías hacer con ‘El Tranvía Verde’: un himno, un canto coral, una vindicación de la historia de Aragón?
Lo medio compuse en Portugal, en el verano del 95, sentado en la terracita de mi hostal que daba a los tejados y las calles de Oporto, viendo los tranvías que bajaban o subían hacia el Duero. Eso me transportó a la línea 29, el tranvía que cogía en las Balsas del Ebro Viejo para subir a los escolapios del Cascajo. Jamás pretendo nada cuando hago una canción y menos escribir himnos. Salió así. Hay como una invitación a la autoestima, a subirnos todos a ese carro volador, a querernos y cuidarnos mucho, a descubrir lo grandes que hemos sido y podemos ser.
¿Cuál ha sido la importancia del humor en tus canciones?
El humor nos salva de la oscuridad, de la extrema lucidez. Los sabios tienen que aprender a reírse de sí mismos y no tomarse demasiado en serio, si no, sufres y te devoras demasiado. Sólo hay felicidad en la sencillez y la alegría. El humor y la risa nos hacen inteligentes, son un espejo para que la muerte se mire en él y salga huyendo. Cuando veo que me pongo estupendo y plasta en una canción siempre me gusta meter algún detalle, alguna chispa irónica o somarda, algún juego de palabras que te ayude a relativizar y sonreír.
Hay también una exaltación de la vitalidad, de la alegría, del sexo salvaje... ¿De qué se alimenta un artista como tú?
No tengo kriptonita. La fuerza y la rasmia para levantarme cuando caigo y la pasión para gozar de cada instante me la regalaron mis padres en sus genes. Me gusta probarlo todo, conocer para amar, perder para cantar. Soy un politoxicómano de todo, de libros, películas, mujeres, tragos, de la vida. Mi viagra natural es el jengibre, un buen antibiótico para las cuerdas vocales y lo chupo despacito antes de salir a cantar; es un afrodisíaco además. Y nada mejor para tocar la vida, el cielo y beber zumo de flores
salvajes que tener un hermano pequeño juguetón, un Don Braulio, y una mujer hermosa con la sonrisa de Jean Seberg y un culo tatuado con un edelweiss que sepa llenarte de alegría.
Rindes homenaje a Luis Buñuel y al río Ebro. ¿Por qué?
Buñuel es la imaginación, la libertad creativa absoluta, la independencia, el valor de los sueños, el juego, el Rh aragonés por excelencia: individualista, universal, terco, ilustrado. Me apasiona su cine y fui muy feliz preparando y haciendo ese disco. Río ebrio lo grabé en 2008 en el laboratorio de sonido del Centro Cívico Delicias, fue el último disco que se grabó allí, yo regresaba al atardecer a casa de mis padres dando un largo paseo y cruzaba por el puente de la Almozara. De niño jugábamos en las huertas de Ranillas, robábamos fruta y nos bañábamos en el río donde empezaba la Química. También me encantó buscar mi primera escuela en la calle San Pablo, la casa de la calle San Blas donde dormíamos mis padres, mi hermana y yo en la misma cama y mi madre sonámbula escribía quinielas en las paredes de cal. Por eso escribí canciones como El pozo de San Lázaro o Tierra roja.
En los últimos tiempos, en los últimos álbumes, tu música y tus canciones han evolucionado hacia el compromiso, a la defensa de los desheredados...
Creo que es una imagen distorsionada de mí. Si te fijas, Metaphora tiene 15 temas y sólo había una canción contra el trasvase Rasmia y una versión cañera que grabé con Labordeta del Canto a la libertad. En Amor entre las cuerdas sólo hay eso, amor. Río ebrio tiene 13 temas y sólo Rachel Corrie habla del conflicto palestino israelí. Y el último de 2010, Under woood songs, son 15 canciones inéditas que había compuesto entre 1987-1989, no hay ni una sola que se pueda calificar de comprometida, en el sentido del que hablamos. Probablemente mi activismo pacifista desde 2002 con los viajes a Iraq, Palestina, los campamentos saharauis, han podido crear ese espejismo y yo como artista no me he preocupado por separarlos o no he sabido aclarar mi postura.
De todas formas, y para zanjar este tema, hay personas que se creen muy modernas y les produce urticaria la palabra compromiso. Tener un hijo, educarlo, elegir una carrera, enamorarte, salir a la calle a buscar trabajo: todo es compromiso menos la muerte. Ser real es estar prometido a algo. De la piedad, de la compasión, del interés por el dolor de alguien que no es pariente nuestro, nacen el compromiso y la solidaridad. Y se puede ser radicalmente moderno y a la vez lleno de humanidad.
Sí que he escrito libros en los últimos años muy testimoniales, con una mirada casi de periodismo poético como El cielo de Bagdad, Insomnio de Ramalah, La noche 351…Pero ¿qué vas a hacer si vienes de los límites de la vida, donde nadie sabe si al día siguiente tendrá techo, comida o seguirá vivo? ¿Callártelo o contarlo? Labordeta me decía en los días del No a la guerra, del Prestige y la amenaza del trasvase que no había que tener miedo al panfleto y a hablar bien claro con la que estaba cayendo. Vivimos el día de la marmota, todo eso se está volviendo a repetir.
¿Hay alguna diferencia entre un poema que se hace canción y un poema que solo aparece en los libros? ¿Cómo se relacionan el poeta y el músico?
La poesía y la canción son dos oficios artesanales y de riesgo, dos géneros y disciplinas tan distantes como la pintura y el cine. Ambas trabajan con imágenes pero tienen diferentes movimientos, técnicas y lenguajes. Una canción suele durar alrededor de 3 minutos por imposición de la difusión en radios, suele tener un lenguaje más sencillo y popular, van dirigidas a audiencias más masivas y una estructura repetitiva de estrofa, estribillo y puente. El poema contemporáneo suele ser en verso libre y con un ritmo más interno que formal, tiene más libertad de extensión y temas.
Hay poemas que no tienen una vocación oral, que fueron escritos para ser leídos en la intimidad y complicidad de un tú lector y un yo poeta. Hay otros sin embargo que se escriben con afán de trascender, de gritar, de buscar más eco y público. Puede haber vasos comunicantes entre ambos y hemos conocido a poetas como Machado, León Felipe, Quevedo, Neruda, Allan Poe, Dylan Thomas gracias a muchos autores cantantes. El poeta trabaja sólo con las palabras y más en soledad; a veces peligrosa porque te desconecta de la calle. Esto exige una disciplina y una concisión que la canción no te pide. El oficio de cantar es muy colectivo, intervienen músicos, técnicos, mánagers, discográfica, distribuidores hasta que llega a la gente. En música trabajas con el texto en un 50%, el otro es melodía, ritmo, armonía.
Por cierto, ¿para qué sirve una canción?
Me lo pones fácil. En La última canción el estribillo dice: “De qué sirve una canción si no te hace temblar, de qué sirve una caricia si no hay electricidad”. Las canciones son pequeñas lecciones de vida, bálsamos, pócimas mágicas para ver -cuando los antivirus no funcionan y te viene el bajón- los vasos medio llenos y seguir levantándote cada mañana con ilusión.
Miras el libro, más de 200 páginas, más de un centenar de canciones, diez álbumes... ¿Cómo ves tu carrera?
Si tuviese que juzgarla desde fuera, y sólo como cantante, diría que ha sido irregular. Aunque he trabajado mucho y hay más de 200 canciones inéditas que no he grabado y no aparecen en el libro. Pero yo soy más indulgente conmigo mismo porque quería mantener mi vocación de escritor y seguir publicando libros a la vez que discos, que no estaba dispuesto a sacrificar una de ellas y si tenía un gran éxito o me dejaba llevar, al final me sentiría frustrado. En todo caso, en los últimos años he invertido más tiempo y apostado por el poeta. Piensa que desde 2008 he publicado seis libros, he ganado algunos premios de prestigio, he vuelto a Hiperión y sólo dos discos.
En este momento del camino, has cumplido 50 años, ¿podrías decir quiénes son y quiénes han sido tus maestros...?
Maestros del cine, la literatura, la fotografía, la pintura: infinitos. En música sigo escuchando a diario a Elvis Costello, REM, Neil Young, Radio Futura, los Doors, Billy Bragg, Dylan, Caetano Veloso, Paolo Conte, Jacques Brel, Lucio Dalla, David Silvyan, Vinicio Capossela, Richard Hawley, Tom Waits, Dead can dance, Nick Cave… Y también descubro artistas nuevos como Matt Elliot, The Swell Season…
¿Cuál es tu propia canción favorita? ¿El tema dónde estás más tú, el que evoca un instante irrepetible, el que musicalmente te parece el más feliz?
Los nadadores, Golpes de mar, Los sueños se revelan, Necesito de tu magia. Me gustan mucho canciones nuevas que he compuesto hace poco como Un millón de tiritas o Una vela en la oscuridad que está dedicada a Félix Romeo. Esta última me puse a escribirla como un tema de amor pero a los cinco versos sentí que alguien me estaba dictando al oído, y era Félix con su vozarrón, que me llamaba Petismón cuando nos juntábamos en Madrid. Y fue muy hermoso, irrepetible, el momento en que la escribí. Félix me dictó esa canción para que nunca le olvidase y abandonase, una canción bálsamo para que yo pasase a otra fase del duelo, más serena y luminosa.
¿Qué canción o canciones te habría gustado componer, qué álbum?
¡Serían tantas! Ahora te digo unas y mañana serían otras. Who by fire de Leonard Cohen, My generation de los Who, By this river de Brian Eno, A Hard Rain’s a-Gonna Fall o Knocking on heaven doors de Dylan, La javanaise de Gainsbourg... Álbumes completos: Rain Dogs o Closing Time de Tom Waits, Coles Corner de Richard Hawley, todo el Ne Me Quitte Pas de Brel, cualquier disco de Daniel Lanois….
Rescátanos algunas anécdotas muy especiales: ¿qué es lo más bonito que te ha ocurrido en la música?
La música me ha permitido viajar y pisar Asia, África, América, conocer gente increíble, llenarme de la vida de otros en situaciones límite. Gente que te escribe y te dice que cuando murió su abuelo pusieron en el acto de incineración Golpes de mar, conoces a un niño que se llama Noé porque a sus padres les encantaba mi canción Hola Noé! Un fan me pidió si podía ir a su boda y cantar en misa Yo cuidaré de ti como regalo para su esposa. Hace unos días me escribieron desde la capital de Tajikistán unos fans de Vitoria que iban de cicloviajeros haciendo la antigua Ruta de la Seda, sin ningún trasto para escuchar música, canturreando canciones mías por el valle del Surjandarya en Uzbekistán. Creo que esos instantes de felicidad justifican tu paso por este mundo y hacen que todo haya valido la pena.
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