BÉCQUER REGRESA A VERUELA
A PLENO SOL. El autor de ‘Rimas y leyendas’ o ‘Cartas desde mi celda’, siempre vuelve al monasterio de Veruela, donde se instaló en 1863 con su hermano Valeriano y sus familias. El Festival de Poesía Moncayo lo recuerda a partir de hoy junto a otros poetas como Pinillos, Parra o Paz. Se ha acaba de publicar la zarzuela perdida, ‘El talismán’ (Visor).
Bécquer siempre regresa a Veruela
Antón CASTRO
Gustavo Adolfo Bécquer (Sevilla, 1834-Madrid, 1870) siempre viaja a Veruela. Lo hizo de vivo en diciembre de 1863 y lo hace, una y otra vez, con su fantasma errante y con su lírica. En realidad, quizá nunca se haya ido del todo. Comienza hoy el XIII Festival Internacional de Poesía Moncayo dedicado a Bécquer, Antonio Machado, Nicanor Parra, Octavio Paz y Manuel Pinillos, entre otros, y el sevillano va a ser recordado de nuevo: quizá porque se cumplen 180 años de su nacimiento y porque Luigi Máraez publica tres cuentos: ‘Toda la culpa fue de Bécquer. Monasterio de Veruela, Soria, Sevilla’ (Olifante. La Casa del Poeta, 2014). O quizá porque siguen rescatándose manuscritos suyos y se amplía su amplia bibliografía; por ejemplo, el escritor y editor Manuel Martínez Forega coordina una nueva edición de ‘Los Borbones en pelotas’, que habrían dibujado y escrito los hermanos Bécquer, Valeriano y Gustavo Adolfo, que se reeditará con textos de autores aragoneses contemporáneos.
Ahora hay otras dos novedades muy particulares: ‘El talismán’ (Visor, 2014), una zarzuela inédita y recuperada de Bécquer y de su colaborador Luis García Luna (Madrid, 1834-1867), ambos formaban un tándem teatral y solían firmar con el seudónimo de Adolfo García, y a la vez se publica el libro ‘Joaquín Domínguez Bécquer. El guardián del Real Alcázar de Sevilla’ (Ayuntamiento de Sevilla, 2014), que firman el coleccionista e historiador Manuel Piñanes y el catedrático de Literatura de la Universidad de Zaragoza Jesús Rubio Jiménez. El volumen aborda la biografía y cataloga la obra de este pariente, en cuyo taller se formaron Gustavo Adolfo y Valeriano.
¿Qué es ‘El talismán’? De entrada, son papeles que el bibliófilo Manuel Marqués de la Plata adquirió en una librería de viejo y que durmieron el sueño de los justos en su biblioteca hasta que dos profesores confirmaron la autoría del autor del ‘Libro de los Gorriones’ y comprobaron que había una parte autógrafa que coincidía con la caligrafía del poemario citado, extremo que se verificó con un trabajo de peritaje a cargo de Juan José Jiménez Praderas. En un principio se pensó que sería el libreto de ‘Esmeralda’, la adaptación para la ópera que habían hecho a partir de las novela ‘Nuestra Señora de París’ de Víctor Hugo. Y en cierto modo podría ser la adaptación a la zarzuela de aquel proyecto, datada entre 1859 y 1860. No en vano, sobre el título ‘Esmeralda’ se ha escrito ‘El talismán’.
Jesús Rubio Jiménez, estudioso becqueriano, explica que ‘El talismán’, dividido en tres actos y lleno de enmiendas y tachaduras, consta de la partitura o transcripción musical de Joaquín Espín y Guillén, de textos que contienen indicaciones de reparto y acción, del texto de la transcripción y reconstrucción de la parte autógrafa de Bécquer y de varios estudios de aproximación de Víctor Infantes (coordinador de la edición), de Miguel Rama, dos de Rubio y otros dos de la norteamericana Amy Liakopoulos, centrados en las relaciones entre la música y el texto teatral. Recuerda Jesús Rubio que la inacabada zarzuela, «que no hemos podido rehacer del todo», narraría una historia de amores cruzados y galantes que transcurren entre París y los jardines de Versailles, donde se perciben con nitidez los ecos líricos de Bécquer. Escribe: «Agita blando el céfiro / sus alas perfumadas, / las fuentes melancólicas / suspiran desatadas». O, más adelante: «Misteriosa, lejanía armonía, / que repite fugaz en su giro / de la noche que nace el suspiro / y del día que muere el rumor». Resume Rubio: « Ahí estamos en el límite del lenguaje becqueriano».
Siempre se ha dicho que uno de los amores de juventud de Gustavo Adolfo Bécquer fue Julia Espín, hija del compositor de la música de ‘El talismán’, Joaquín Espín y Guillén (1812-1882), todo un personaje. Dice Jesús Rubio: «Joaquín Espín se había casado con Josefina Pérez de Colbrand, sobrina de la gran cantante madrileña Isabel Colbrand, primera esposa de Rossini. Había estado en Italia donde conoció a Verdi y era director de los coros del Teatro Real, organista de la Real capilla, director de la Universidad Central, profesor de solfeo y crítico musical». En las leyendas becquerianas se dice que el escritor se habría enamorado de ella cuando la vio asomada al balón con su hermana Josefina. La convertiría en «la amada ideal», bella entre las bellas, bella entre las flores. Ana Rioja dedicó una novela a esta relación: ‘Julia, rayo de luna’ (Huerga & Fierro, 1996).
«Lo que sí está claro es que Bécquer, en aquellos años en que intentaba abrirse camino en el teatro y en la música, frecuentó el salón de los Espín, donde se celebraban tertulias y conciertos. Existió una relación al menos profesional. Y quizá algo más: en los álbumes que le dedicó hay transcritas dos rimas apasionadas, pero yo creo que no se puede decir que sea la inspiradora de las ‘Rimas’».
¿Qué pasó con Julia, luego? El suyo y el de Bécquer fue un amor imposible –el escritor aragonés Eusebio Blasco toma partido por el poeta y escribe de la joven: «Muy hermosa criatura pero sin seso»-; ella fue soprano, hizo carrera en Rusia, Francia y Milán, perdió la voz hacia 1868, dos años antes de la muerte de Bécquer. En 1873 se casó con el político Benigno Quiroga López Ballesteros, diputado, secretario del Congreso y ministro.
Julia Espín falleció en 1906 y para entonces ya tenía un sitio en la mejor poesía de amor del romanticismo español.
el anecdotario
Maestro y protector. Jesús Rubio dice, a propósito del libro de Joaquín Domínguez Bécquer (1816-1879), que se formó en el taller de José Bécquer, padre del poeta Gustavo Adolfo y el pintor Valeriano, y que fue determinante en su educación: los acogió cuando se quedaron huérfanos, en 1841, y crecieron viéndolo pintar. «De José Domínguez hay que decir que fue uno de los pintores costumbristas de Sevilla y pintor de cámara del Duque de Montpensier, que era su protector. Vivió en los Reales Alcázares, ahora tan de moda porque se rueda allí ‘Juega de tronos’, que fue un espacio casi mágico para los hermanos Bécquer. Este libro también es una propuesta de catálogo: entre cuadros y dibujos hemos recuperado 167 obras».
Historia. «Joaquín Domínguez Bécquer pintó numerosos retratos históricos, entre ellos los de Isabel la Católica y Fernando de Aragón. A ambos los pintó en 1859 y los cuadros se conservan en el ayuntamiento de Sevilla. Es un pintor muy representativo del siglo XIX».
*Retrato de Gustavo Adolfo Bécquer, realizado por su hermano Valeriano en 1862.
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