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Antón Castro

CARMEN DE LIRIO: PICARDÍA Y FUEGO

CARMEN DE LIRIO: PICARDÍA Y FUEGO

 

 

[A PLENO SOL. El pasado martes, en Barcelona y los 90 años, fallecía Carmen Forns Aznar, más conocida como Carmen de Lirio: una exuberante mujer de revista, de cine y de teatro que enamoró con su anatomía perfecta a varias generaciones de españoles en los 50 y 60.

 

 

Carmen de Lirio:

Picardía y fuego de unos ojos verdes

 

 

Antón CASTRO

Enrique Vázquez tenía doce años cuando vio por primera vez a Carmen de Lirio (Zaragoza, 1923-Barcelona, 2014): entró en el despacho de su tío Celestino Moreno, dueño del Oasis, y él se quedó estupefacto. « La palabra exacta es acojonado –dice-. Era el sábado de Gloria de 1948. Nunca había visto una belleza tan impresionante: empezaba por sus ojos verdes y se extendía por todo el cuerpo. Era espectacular». Enrique, que aún sigue siendo a su modo el guardián del santuario del Oasis, no pudo ver la función, aunque de cuando en cuando se iba al tejado, a hurtadillas, pero se quedó perturbado. La vio, más tarde, en el Paralelo y en algunas funciones en el Argensola donde hacía de vedette en la compañía de Joaquín Gasca, con los cómicos Alany y Mari Santpere, y los cantantes Antonio Amaya y Lorenzo González. Recuerda Vázquez: «Apenas hablé con ella». No era necesario. Carmen no debía ser la reina de la elocuencia, como se percibe en una entrevista de casi media hora con su paisano Manuel del Arco para la Cadena Ser: le dice, por ejemplo, que tiene la sensación de que quedará «como una cantante bastante airosa, nada más», y le explica que una vedette «debe ser elegante, fina, saber hablar, cantar un mínimo, bailar un poquito, sin descomponerse, y ser graciosa, sin pasarse a lo cómico, y saber vestirse bien». Carmen de Lirio tampoco necesitaba un verbo brillante: tenía poderes infalibles que no pasaban inadvertidos. Poseía una anatomía perfecta y prodigiosa, manejaba como nadie la picardía y sus tres pecas visibles (tenía  cuatro más invisibles) y se sabía un mito erótico de ojos verdes. Fue designada «la mujer más guapa de España»

 y era un constante objeto de deseo de la burguesía catalana y de los chavales y padres de media España. No pasaba inadvertida y lo sabía. Era tan bella que dolía mirarla, exuberante, de una carnalidad que producía incendios o volcanes en un país «donde todo era gris, incluso la policía» y donde cualquier atisbo de libertad era una conquista inadvertida. Ella lo resumió con agudeza e ingenio: «Los censores eran todos unos obsesos». Estaban enfermos de hipocresía: prohibían exactamente lo que les estimulaba y lo que querían ver con pura pasión. A los censores y los representantes de la curia, que se quitaban los alzacuellos en sus espectáculos para disfrutar sin ataduras en una oscuridad ideal, Carmen los intentaba burlar de formas distintas: con sus gotas de lujuria y sensualidad, y con pequeños favores domésticos. Les ayudada en algún obstáculo social o les compraba enciclopedias o fascículos si era esa el modo en que ingresaban un segundo sueldo. Y, además, era consciente de su posición: decían que era la enamorada secreta (o no tan secreta) del gobernador civil Eduardo Baeza Alegría, extremo que negó en el libro de recuerdos: ‘Memorias de la mítica vedette que burló la censura’ (ACV, 2009). En cualquier caso, verdad o mentira, a Carmen le cantaron diversas canciones que la vinculaban con el político, como ha recordado Arcadi Espada: «Es belleza con delirio / es guapa con lozanía / se alimenta de Alegría / y es tan pura como el Lirio»; esa fue una de las canciones alusivas que le cantaron cuando un lío entre el gobernador y la Falange fue aprovechado para tirar del hilo, generar una huelga de tranvías y de paso impulsar la dimisión del aragonés.

A Carmen Amaya nunca le faltaron ni aventuras ni pretendientes. Empezó como modistilla en Zaragoza («donde pasamos todo el hambre del mundo», diría) y luego en Barcelona, a donde llegó tras la Guerra Civil. Pronto fue modelo de artistas, de publicidad y quizá de moda; años después luciría muy bien alguna que otra túnica de Manuel Pertegaz. Alternó estos empleos con imitaciones musicales y con los primeros escarceos teatrales: después de las sesiones de cine, animaba un rato más al público con diversos números. Trabajó en el circo con Gaby, Fofó y Milito, y formaría un dúo circense y cómico con Miguel Gila. Tras una actuación musical, en la que había imitado a Concha Piquer, la coplera valenciana la recibió en su camerino y la conminó a cambiarse el apellido Forns (demasiadas consonantes” fue, al parecer, su veredicto) por el artístico ‘De Lirio’. Poco a poco, con su imponente físico y sus cualidades artísticas, marcadas por la versatilidad, se fue convirtiendo en una emperatriz de la revista. En la reina del Paralelo en los 50 y 60. Hizo teatro, music-hall y cine, y actuó en casi sesenta películas: ahí están títulos como ‘La ronda del dinero’ (1955) de Edgar Neville, ‘La pecadora’ (1954) de Ignacio F. Iquino, ‘La vida alrededor’ (1959) de Fernando Fernán Gómez; entre otros directores, trabajaría con José Luis Cuerda, Vicente Aranda, Claudio Guerín, Javier Aguirre o Isabel Coixet. No se sentía especialmente orgullosa de sus películas, «ni salvaría cuatro de las 60 que hice», dijo. Se batió contra la censura con astucia y jamás reveló con quien había engendrado a su hija Carmen Forns Aznar, que se llamaba como ella. Ava Gardner le arrojó un zapato para recordarle que le estaba birlando admiradores: un peculiar modo de elogiar su hermosura animal. Fue amiga, y no se sabe bien qué más, de Walter Chiari, de Jack Palance, de Lex Parker, de Ángel Peralta o de Juan Antonio Samaranch. El que fue ‘el soltero de oro’ de Barcelona la pretendió, como se recuerda en el documental ‘La Casita Blanca’ (La ciudad oculta)’ de Carlos Balaguer y en sus memorias, pero no hubo romance. Era «soso, bajito y cabezón» para una mujer ardiente como ella que era «una pura escultura de fuego», como escribió el periodista teatral y taurino Javier Villán, con motivo de su muerte el pasado martes.

 

 

El amor de su vida. Carmen de Lirio fue una mujer deseada. Rafael Castillejo, dueño de una asombrosa colección de fotos y carteles de revista y teatro, dice: «Era un bellezón de joven y lo siguió siendo muchos años después». En sus memorias, en  el breve capítulo que titula ‘Mi gran amor’ cuenta la historia de su gran pasión: el cónsul de Islandia en España y marqués de Croce Giacomo Croce, quien, además, tenía conserveras en Santoña. Se conocieron en una gira por Italia; ella se cruzó en el ascensor con este hombre, «brillante y respetado», y surgió el amor. Carmen de Lirio, hermana del jotero Mariano Forns y asidua a la sala Pigalle de Zaragoza de Antonio Amaya, resume: «a lo largo de los años mantuvimos un profundo amor, tan intenso, que puedo llamarlo, sin duda, mi gran amor». Ni convivieron juntos ni se casaron. Al parecer, según Carmen, las artistas no eran el mejor partido para casarse, aunque ella había tenido mucho éxito con una canción: ‘La noche de bodas’. Toda una promesa de felicidad.

 

*La foto es por cortesía de Rafael Castillejo. Este artículo se publica hoy en Heraldo.es y en papel. La foto es de Amaralico Román Martínez.

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