BARBASÁN: LUZ, PAISAJE Y EMOCIÓN
A PLENO SOL. Mariano Barbasán Lagueruela (Zaragoza, 1864-1924) es uno de los grandes pintores aragoneses. En 2014 se cumplen 150 años de su nacimiento. Residió más de tres décadas en Italia y siempre tuvo nostalgia de Aragón y sus tradiciones.
El pintor de la luz de los Apeninos
Antón Castro
Mariano Barbasán (Zaragoza, 1864-1924) vivió poco en Aragón pero nunca se olvidó de sus paisajes, de sus pintores, de sus tradiciones. Decían de él que era un hombre irónico y juguetón, al que le gustaba tocar la guitarra y alegrar la vida de los demás: lo hacía con la música, cantando jotas, hablando con las gentes o enviando cartas simpáticas a sus amigos, llenas de dibujos, de guiños, de ingenio y de poesía. Era un sentimental y un romántico: se reía de su sombra y tal vez de su melancolía. Y era un buen narrador de viajes como se percibe en las cartas que les envió a sus dos mejores amigos: Gaudencio Zoppetti, dueño del hotel Europa (sito en el actual edificio del Banco de España), y a su esposa Jesús (no Jesusa o María Jesús) Balaguer, que tal vez fuera una de sus fantasías amorosas o amatorias de su juventud.
Barbasán fue uno de los grandes pintores aragoneses del siglo XIX y buena parte del XX que se movió en dos campos: la pintura de historia, y a veces bíblica, narrativa, y la pintura de paisaje, en la que aspiró a recrear una aldea ideal, al pie de los Apeninos. Era la Arcadia de la realidad y los sueños, intemporal y luminosa, en la que casi siempre se le colaba el matiz aragonés en el traje, en el candor, en los instrumentos musicales o en el parentesco con los Pirineos. Esa Arcadia tenía nombres específicos: Anticoli Corrado, Subiano y Saracinesco, donde sedujo y se dejó enamorar por “una bellísima romana”, Rosa Luciferri. Bromista como era, dijo que él se había convertido un perfecto “marido cazado”. Esos lugares serían, con Cervara di Roma, los escenarios de sus cuadros, la armonía del mundo, la naturaleza idílica y estremecida. Mariano Barbasán era –como otros artistas anteriores: Mariano Fortuny, que le influyó, los aragoneses Pablo Gonzalvo, Bernardino Montañés...- un pintor del natural: salía al campo con su caballete y su pequeño cuadro o con sus cuadernos, y allí captaba lo que veía: hombres y mujeres, sobre todo mujeres, animales, edificios, montañas y vegas, bajo un cielo romántico, tocado de una luz mágica y envolvente. Ese solía ser su proceder como se ve en una pieza entrañable y sutil, de inefable belleza, casi un microlienzo: ‘El pintor’ (1895).
Aquellos cuadros, de diferentes formatos, tenían muchos adeptos y seguidores: Barbasán contó con marchantes en Berlín, Múnich o Londres, pero también tenía seguidores y representantes en Montevideo, por ejemplo. Expuso en la ciudad en 1912 y permaneció tres meses; aprovechó para pintar los suelos pantanosos.
En cierto modo, Mariano Barbasán fue un pintor de vida errante. Nació en Zaragoza en 1864 pero vivió poco tiempo. Su padre debía ser amigo de Marcelino de Unceta, que bautizó al niño como “pintamonas” por su pasión por el dibujo y el color. En 1877, la familia se trasladó a Segovia y allí se murió su progenitor, que tenía empleo como secretario del Gobierno Civil. Mariano era el menor de cuadro hermanos: Eduardo, Adelaida Petra y Casto; este será militar y se preocupará de él. Mariano lo seguirá a todas partes. En el curso 1879-1880 se matriculará en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, en Valencia, y permanecerá seis cursos. Realizará una pintura historicista, neorromántica y orientalista, en la estela de Fortuny y de Madrazo, y conocerá a los artistas Manuel Abril y Joaquín Sorolla, con quien coincidirá pronto en Roma. En 1887 se instaló con su hermano Casto en Madrid. No se conocen muchos detalles precisos de su aprendizaje ni de los lugares que frecuentaba (es inevitable no pensar en El Prado, dadas algunas tentativas neogoyistas; también hizo copias de Meissonier, viajó a Toledo), pero por entonces se anunciaron las becas del pensionado en Roma de la Diputación de Zaragoza. Y decidió presentarse, tras haber fracasado con un primer proyecto en los premios de Bellas Artes con ‘Noche de Walpurgis de Fausto’, inspirado en Goethe, un cuadro de 2 x 4 metros. Las cinco pruebas empezaron en marzo y concluyeron a principios de julio de 1887. Barbasán ganó con ‘José, hijo de Jacob, en la cárcel’, basada en una fotografía que les hizo a sus hermanos. La pensión suponía tres años en Roma con una renta de 2.500 pesetas anuales. Entre otros cuadros, pintó un boceto de ‘La ejecución de Juan de Lanuza’ y el lienzo histórico ‘Pedro III el Grande en el collado de Panizas’.
En Roma coincidió con muchos pintores españoles: con paisanos como Francisco Pradilla –a quien sustituiría en 1921 en la Real Academia de Bellas Artes de San Luis- y Agustín Salinas o con Sorolla. En 1892 estuvo en Zaragoza, pero regresó de inmediato con el afán de poner estudio en Roma, de salir al campo y de dejarse mecer o engatusar por ese “enjambre de mujeres hermosas” de la ciudad y de los pueblos donde pintaba, como dice su biógrafo Bernardino de Pantorba.
Residió en Italia hasta 1921. Pintó lo que le vino en gana: despacioso, perfeccionista, casi atisbando el impresionismo. Decía: “El mejor maestro es la Naturaleza”. Formalizó una técnica, una percepción de la beldad. Y acusó la crisis de ventas provocada por la I Guerra Mundial. Fijó su residencia definitivamente en Zaragoza en 1922, algo enfermo. Al año siguiente, en el Pilar, presentó una exposición de una cincuentena de obras en el Casino Mercantil. Fue una auténtica conmoción. Y dos años después, en 1925, muerto ya, fue objeto de una doble antológica en el Museo de Arte Moderno y de nuevo en el Casino. Poco antes, Hermenegildo Estevan le había escrito una carta abierta (puede rastrearse en los trabajos para Cajalón que le han dedicado García Guatas, Hernández Latas y Wifredo Rincón, entre otros) en HERALDO: “En Zaragoza eres y serás siempre un hijo legítimo de padre y madre, y en ella, si no fueres honrado como te mereces, serás siempre reconocido y respetado”.
el anecdotario
Método de un paisajista. Bernardino Pantorba, seudónimo del pintor José López Jiménez, sevillano, firmó en 1939 la primera biografía del pintor, que reeditó García Guatas para Ibercaja en 1984. Allí se explica el método de Barbasán: “Va hablando con todos, interesándose por los achaques y los recuerdos de los viejos, y los amores y las faenas de los mozos; compartiendo goces y pesares cotidianos; dando cariñosos coscorrones a los arrapiezos que se encaraman por sus piernas en solicitud de golosinas. Uno por uno, va escudriñando todos los rincones del pueblo, subiendo y bajando calles, trasponiendo puertas, contemplando árboles y piedras, y tejados y nubes, y tierras verdifloridas y azuladas lejanías”. El Gobierno de Aragón adquirió un importante legado del artista que ha depositado en el Museo de Zaragoza.
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