HOY, CON 'SEDUCCIÓN', EN CALACEITE
DOS POEMAS DE 'SEDUCCIÓN' DEDICADOS AL MATARRAÑA
Esta tarde, viernes 8, a las 20.00, en el Museo Juan Cabré se presenta mi libro ‘Seducción’ (Olifante, 2014), un poemario de amor, dividido en cuatro tiempos. Me acompañará el profesor de inglés, melómano y amigo desde hace 27 años Juan José Blasco Adé, más conocido como Juanjo Panamá, que es un gran enamorado desde hace años del Matarraña. Suele ir con su madre siempre a pasar unos días de vacaciones y suele pernoctar entre buenos amigos en La Alquería de Ráfales, que se distingue por el buen trato, una atmósfera ideal de tertulia y una estupenda gastronomía. Juanjo es así de sentimental.
Leeré algunos poemas del libro, entre ellos estos dos: uno dedicado a Ángel Crespo y a Pilar Gómez Bedate ( en las dos úlitmas fotos), a los que vi en su casa de Calaceite casi como se cuenta aquí, y otro dedicado a la pintora, decoradora y galerista Gema Noguera (en las dos primeras fotos).Agradezco desde aquí la amable invitación de Carmen Portolés y de Lola Pintado que dan vida al Museo y al Bajo Aragón con su entusiasmo y su pasión por la cultura.
UNA BRISA NOCTURNA
[A Ángel Crespo y Pilar Gómez Bedate]
Vivían con las palabras precisas.
Con las suyas y con las de los otros:
con las de Fernando Pessoa y Rilke,
con las de Juan Ramón Jiménez,
con las de Stéphane Mallarmé.
Y esas palabras, en forma de versos,
andaban por la casa como pájaros
inquietos, como las notas huidizas
de una ópera o de un río de sílabas.
Vivían entre las piedras y el cielo,
entre los búcaros y el aleteo
de las telas. Siempre había un olor
a madera y a intimidad cercada.
Los libros estaban cerca. Los discos,
los cuadernos y una cesta de frutas.
Al llegar la noche, él se retiraba
a un palomar que era su obrador,
su estudio y el oratorio de la poesía.
Hablaba con Ofelia, con Zenobia,
con Beatriz, el delirio de Dante.
Congregaba a los espectros del verbo.
Había un instante en que ella subía
a sentarse a su lado: temblaba la luna
y encendía la fronda de los olivos.
Una brisa retornaba del campo
y entraba por la ventana para ellos.
GEMA NOGUERA
[A Lola Pintado y Carmen Portolés]
Nada era como me lo había imaginado
y a la vez era idéntico a como quería que fuese.
Primero, el río: avanzaba ante tu taller y tu casa
con sus cascadas y sus espejos de agua verde,
se colaba afanoso bajo el gran puente
que parece temblar en el aire del tiempo.
Luego, la fábrica: antigua, llena de escorchones,
cosida por las cicatrices de la memoria.
Miré un instante la fronda voraginosa,
oí el violín adormecido de las hojas
y pensé que aquel era un paraíso en desorden,
el refugio ideal para los días de lluvia.
Entré. Me encontré con tu bicicleta.
Dime, ¿era más bien morada, granate,
podías pasear en su frágil armazón,
llevar las primeras frutas del verano?
Acudí a tu taller, casi sin querer. Y vi
tus cuadros, esos océanos de rojiza luz,
ese oleaje dormido de la noche en tierra.
Percibí tu mano en todo: en las paredes,
en los diseños, en la atmósfera de creación.
En la salobre humedad de las galerías.
Más tarde, impregnado de ti y de tus fuegos,
vi las demás salas: la cerámica, la obra en papel,
el círculo de amigos, el solanar de la invención.
Poco después conocí a tu madre. Y la biblioteca
donde solías refugiarte. Hojeé tus dibujos,
repasé algunas fotos de familia.
Habría llorado. Por ti y por los otros,
por el río que vierte sus lágrimas,
por la bicicleta ya abandonada.
Tu madre me llevó ante la noguera
donde yaces para siempre con tu padre,
hechos ceniza y limo fecundado.
Cerré los ojos y escuché tu silencio.
El olor de la lavanda se mezcló con tu sonrisa:
va y viene como un ave del jardín.
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