'LA PRUEBA' DE RAÚL ARIZA
[El pasado viernes, en Los Portadores de Sueños, Raúl Ariza presentó su tercer libro: 'Glóbulos versos' (Talentura) en compañía de Luisa Miñana y Alfredo Moreno. He aquí un cuento y en poema del conjunto.]
LA PRUEBA DEL LABERINTO
De Raúl ARIZA. De 'Glóbulos versos'
No eran círculos concéntricos. Eso es lo que pensé al inicio, antes de percatarme de que cuanto más andaba más me iba alejando del punto al que debía dirigirme. Sobre un fondo verde encontrarás una frase escrita en letras doradas. Pronúnciala en voz alta. Ese era el objetivo, según la nota que encontré en mi mano al despertar, algo mareado, en medio de aquel océano siniestro. Fue un amargo amanecer, pues todo me daba vueltas, olía a algo sintético y, para colmo, estaba aquel incesante e insoportable ruido que me volvía loco. Lo primero que hice fue subirme sobre el peralte del camino -afilado como cuchilla de afeitar- y alzar la vista para ver si me orientaba. No fue sencillo mantener el equilibrio porque además aquel asfalto oscilaba inestable. A pesar de ello, a no demasiada distancia atiné a ver una planicie del color que indicaba la nota -verde, verde esperanza- y hacia allí traté de dirigirme cuando me puse a caminar en busca de un resquicio, un pasillo que comunicara los anillos hasta ayudarme a alcanzar el centro. Caminé sin descanso, como digo, hasta que descubrí que a más distancia recorrida más me separaba de mi propósito. Así que me detuve y me senté un instante en aquel bordillo cortante que parapetaba por ambos lados la estrecha senda por la que caminaba. Me tapé los oídos tratando de aislar mis ideas y me puse a pensar. Si no son círculos concéntricos -me dije-, lo que ocurre es que ando dentro de una espiral. Eso es, resolví emocionado. Estoy metido en una espiral y lo que he de hacer para salir de esta tortura no es más que, o bien caminar en sentido inverso, o bien atajar campo a través saltando murete tras murete en la dirección interesada. Y esto segundo es lo que hice, tras volver a encaramarme ubicándome de nuevo en el espacio. Teniendo en cuenta tanto la altura de aquellas aristas como su infinito número, a pesar de mi ánimo renovado es fácil entender el esfuerzo que me supuso la empresa. Fueron horas, muchas, las que anduve sometido a la fatiga y al ensordecedor sonido que todo lo envolvía, con lo que acabé con el alma y el cuerpo magullados. Me dolían las articulaciones, me estallaba la cabeza, me torcí un tobillo y me hice multitud de cortes en las manos, los muslos y las espinillas. Pero aun con todas las penalidades lo conseguí. Alcancé mi Arcadia al borde de la extenuación, sí, pero al final lo conseguí. Fue justo al llegar, tras desplomarme sobre el manto verde y romper a llorar como un niño, cuando caí en la cuenta del repentino silencio. Aquel atronador sonido que durante tantas horas de camino me había atormentado, cesó de golpe dando paso a un ligero rumor -quizá mecánico y pautado- que de algún modo me recordó las olas del mar. Arrullado y ya más calmado me incorporé como pude, recobré el resuello y me decidí a buscar el mensaje cifrado para salir cuanto antes de aquel infierno. En caracteres dorados de un tamaño tan grande que tuve que ir descifrándolos de uno en uno, primero una T, después una h, la tercera una e y así hasta el final, compuse el misterioso mensaje y resolví con ello el acertijo que me exigían para devolverme la libertad. The End, The Doors, dije en voz alta.
La prueba del laberinto
Es una canción inacabada,
inacabable
un bucle espeso
y pringoso,
una espiral en embudo,
con piso de débil
cristal alquitranado
Es una palabra
ilegible
indescifrable
el escalón más
alto,
una salida súbita
sin señales y, quizá,
algunas veces,
indeseada
*Un retrato de Adolphe de Meyer.
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