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Antón Castro

'PRIMERA MEMORIA' DE J. N. AZARA

'PRIMERA MEMORIA' DE J. N. AZARA

El embajador José Nicolás de Azara se cita

con Pio VI y con Napoleón Bonaporte

María Dolores Puyol publica la edición crítica de la ‘Primera memoria’ (IFC) del gran diplomático aragonés

 

FICHA

Primera memoria de José Nicolás de Azara. Edición crítica y notas de María Dolores Gimeno Puyol. Institución Fernando el Católico. Zaragoza, 2014. 245 páginas.

 

Antón CASTRO

María Dolores Gimeno Puyol es una de las grandes especialistas de José Nicolás Azara (Barbuñales, Huesca, 1730-París, 1804), el ilustrado oscense que fue embajador en Roma y París. Editora de su ‘Epistolario (1784-1804)’ (Castalia, 2010), ahora publica la edición crítica de la ‘Primera Memoria de José Nicolás de Azara’ (IFC. Zaragoza 2014). Afirma que su “compleja figura” contempla dos polos: “su formación y dedicación diplomática -muy inclinada a la acción política- y el humanista, hombre de letras y experto en artes, que siempre usaba una lengua elegante y clara, largos párrafos y una sintaxis impecable”.

Editor de Garcilaso, de los clásicos latinos en las prensas de Bodoni, entre ellos la biografía de Cicerón, y de los escritos del pintor Antonio Rafael Mengs, Azara escribió en ocasiones hasta ocho horas al día. Quizá así se explique que compusiera hasta tres volúmenes de memorias. Explica la profesora aragonesa de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona: “Esta primera refiere sus negociaciones con los generales y comisarios franceses que invadieron Italia en 1796 hasta firmar el armisticio de Bolonia (23 de junio de 1796), así como el incumplimiento del mismo hasta la Paz de Tolentino ( 19 de enero de 1797)”. Azara era conocido como ‘Il Cavalieri’, el Caballero, y se sentía a sus anchas en Roma: frecuentaba a artistas y eruditos y edificó una sólida reputación como coleccionista de arte.

Empezó a redactar sus recuerdos a finales de 1796 cuando se hallaba en Florencia, donde se encontraba, desterrado, en un “ostracismo pasajero” tras su fracaso como negociador del Papa Pío VI ante los franceses, y las concluyó antes de febrero de 1798, cuando ya estaba en París. Su texto participa de una doble visión: la memoria histórica y la memoria personal. O con palabras de Gimeno: es un híbrido que integra “las memorias de quienes querían dejar un testimonio excepcional a la posteridad y las justificativas de una acción política”. Azara incluye en su texto una preámbulo crítico sobe la historia de la Iglesia católica desde su fundación, cuenta la vida y el pontificado de Pio VI, que incluye su retrato personal y político, y por último desliza “la memoria propiamente dicha sobre su actuación como diplomático. El bloque principal –señala María Dolores Gimeno- lo configuran sus negociaciones con los franceses en 1796; la aproximación de Bonaparte hacia el sur, sus entrevistas con él y sus comisarios en Milán y Bolonia, y la firma del armisticio”. Azara se revela como un buen contador: tiene “un plus de eficacia narrativa: lo verdadero ha de ir con lo bello”. Agrega la profesora: “El estilo directo transmite sensación de realidad y, además, aporta color y vivacidad a la escueta memoria cronológica”.

Las memorias están llenas de grandes personajes. Uno de ellos es Pio VI, del que hace un retrato hipercrítico. Dice Azara: “Podría añadir millares de anécdotas picantes y curiosas de su persona y gobierno, porque nadie sabe cuanto yo de esas materias, habiéndole estado siempre tan cerca y tratado tan íntimamente”, dice. Y le atribuye un traspiés político grave por “haberse inmiscuido en cuestiones internacionales sin estar preparado”. A la par, Azara se acerca a algunos de sus colaboradores como el tesorero Ruffo, que es, con su amante la marquesa Lepri, uno de “los máximos exponentes de inmoralidad personal y de corrupción política”. Sin duda el otro gran personaje es Napoleón Bonaparte, “cuyo físico peculiar apuntaba las maneras del gran personaje”. El título del capítulo XVIII insiste en el varapalo al Sumo Pontífice, a quien le gustaba mucho acicalarse: ‘El ejército del Papa huye vergonzosamente sin pelear a la vista del francés mandado por Napoléon, que avanza hacia Roma’. Describirá así el diplomático oscense la paradoja en que se encontraba: “Roma electrizada por estos medios no respiraba sino guerra contra los franceses y odio contra los españoles”.

No aparece aquí su hermano Félix Azara, el militar, ingeniero y botánico que pintó Francisco de Goya. Los dos hermanos se habían visto por última vez en 1776 y volverían a reencontrarse en París en 1802. Compartieron muchas cosas en los dos últimos años. José Nicolás Azara, magnífico escritor de cartas y amigo del ministro Manuel de Roda, moriría en 1804.

 

 

LA CÓLERA DEL ACTOR

 

José Nicolás de Azara y Napoleón Bonaporte tuvieron varios encuentros. El segundo fue en Bolonia y así describe el aragonés, que ejercía de mediador, lo que ocurrió: “Al día siguiente conocí la importancia del aviso que se me había dado, pues habiéndome recibido Bonaparte al principio con muy buena manera, apenas le propuse que tratásemos de hacer un armisticio para el Papa, que se volvió como un león descomponiéndose más de lo que convenía a un jefe de su mérito y representación. Negó querer tratar conmigo porque yo no podía, según él pensaba, ser representante del rey de España y del Papa; que respetaba mucho el primero y con los diputados del segundo sabía cómo había de tratar”. Y aquí surge un emperador inesperado: “Se acaloró tanto contra Roma que le vi mascar y tragarse efectivamente un cuadernillo de papel blanco que casualmente tenía en la mano”. Al parecer, Napoleón lo trataba con esa dureza para ganar tiempo. La cólera era un registro de actor.

 

*Este texto se publicó ayer en Heraldo de Aragón. la foto de María Dolores es mía y el retrato de José Nicolás de Azara es de Rafael Antonio Mengs, cuyos escritos publicó el aragonés.

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