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Antón Castro

4 POEMAS DE VÍCTOR ANGULO

4 POEMAS DE VÍCTOR ANGULO

VÍCTOR ANGULO: CUATRO POEMAS DEL VATE SORIANO
[El pasado martes estuve en Tudela. Participé en un encuentro con alumnos en el Instituto Benjamín de Tudela y por la tarde ofrecí un recital en la Fundación Castel Ruiz ante una treintena de personas, más o menos. En la estancia en el Instituto me encontré con bastantes amigos: Patxi Abadía, Ana, Francisco de Ejulve, el fotógrafo Mario Gómez, etc... Y entre ellos -y me dejo a muchos; no querría olvidarme de José Javier Alfaro, escritor y encantador presentador ni de Javier Briongos ni de Manuel Motilva que estaba enfermo y no pudo venir...-, y entre ellos estaba el poeta soriano y profesor Víctor Angulo Las Heras, con quien colaboré hace años en un cuadernillo de 'Poesía en el campus', Víctor me regaló uno de sus últimos poemarios (ahora está a punto de salir uno nuevo: 'Son airadas las cigüeñas') y hoy ha tenido la amabilidad de enviarme cuatro poemas de 'Cierra despacio al salir'. Aquí están. Todas las fotos son de Fritz Henle (Dortmund, Alemania 1909 - Saint Croix, Virgin Islands, USA 1993), que viajó por España.]

 

CUATRO POEMAS DE VÍCTOR ANGULO

 

LOS PASOS DEL CARTERO

Cuando al alejarme pienso en las pequeñas ciudades del norte,
pienso:
aquiescencia.
Pienso: espacio.
Pienso en la luz que atraviesa la noche y que alumbra el rostro ignorado de las cosas,
y a menudo en los pabellones terminados en punta en busca de cualquier intento de ternura.
Me enfrento así al domingo que termina por si después nadie me espera.
Pienso en ciudades con dependientas que imponen respeto; que constatan, con asombro, mi edad.
Mi talla de pantalón.
El silencio que hay en las cajas del almacén y que aventuran detalles de perfección.
Me enfrento así al escuadrón de los barrenderos por la mañana.
A la hipocresía, a las parejas que se besan por los pasillos,
a tantos pliegues perdidos en los ascensores,
a las caricias regaladas con entusiasmo y desgarramiento, con la mirada hecha de horizontes y lontananzas,
como un extraño para ciudades con guía y sin cuartel, sombrías,
como las frases que se dibujan en sus torres tan sólo a intervalos, a capricho del viento.
Cuando tan duras son por aquí las escarchas y vuela el avefría.

 

A CEPILLO
No puedo creer que de nuevo me encuentre en la peluquería, que hayan pasado tres meses desde la última vez y que la peluquera (una gorda amable que siempre me cuenta la misma historia y acaba hablándome de la nieve aunque sea agosto) esté a punto de meterme las tijeras. Me pregunto si con todos hace lo mismo, si a todos les cuenta la misma película, si siempre las mujeres que hay allí tienen que hablar del ¡Hola! También de sus cosas, de cómo se va a llevar el pelo este otoño y cuáles son los productos mejores para que no se reseque ni se caiga. Con una media de 60, año arriba, han empezado a rendirle culto excéntrico al cuerpo, ahora que pueden, ahora que una peluquería no es tanto un sitio de reunión como un supermercado. Tienen todo tipo de cremas para la piel, mil productos para el cabello y no sé cuantas cosas más que me pierden. Una vía descubierta por el mercado de las franquicias, al igual que las tiendas de ropa, los bares, aunque sean vascos y una contradicción, pues en todos cuecen las mismas habas y a veces, cuando no les quedan, ponen pochas. Por eso no me gustan estos sitios. Porque allí las manos de las peluqueras no irradian una ternura comprensiva ni dejan unos pelos más largos que otros. Cuando al fin ha acabado, no parezco el mismo; casi otro. A veces, según la postura, muy distinto, sin embargo.

 

AFIRMACIÓN DE CONFIANZA


Puedo y no quiero evitar los ojos de Imre Kertész,
su punto preciso de observación que se hiciera añoranza de matriz en otro tiempo,
aunque a veces no alcance a comprender el sentido último de su mirada,
su ademán,
o esa sonrisa contenida, oblicua, como de sospecha.
Como el cuerpo de esos niños que se ovillan con gestos felinos ante el sufrimiento o el frío.
Como si ya intuyeran,
por ejemplo,
que el dolor no les abandonará nunca,
ni siquiera un instante.
Que les habitará sin ensombrecerles,
incluso cuando en apariencia dé a la melancolía solamente un fundamento;
incluso cuando les parezca presentir que cada cual llora a su modo el tiempo que pasa,
que los ojos han de tener la melancólica contemplación de lo acostumbrado,
sabedores de su indiferencia hacia con la primavera y el verano,
aunque los retoños de los robles, lo quiera o no,
son una afirmación de confianza.
Rechazan el patetismo.

 

LA PRIMAVERA LO HACE TODO


Cuando no se te ocurra nada más que añadir, aíslate.
Camina por el monte.
Por las orillas de las pistas forestales.
Piensa en Adam Zagajewski, en Richard Ford.
Piensa en Nordbrandt cuando nieve sobre las copas de los árboles.
Dirán que perdiste el rumbo,
pero sabes que no has venido a vencer el hastío incurable que derrama la costumbre.
Piensa en Roberto Bolaño. Mira el retrato de Houellebecq.
El de Amis, más joven, elegantemente vestido.
Prolonga el paseo toda la tarde hasta que la noche se eche como tirada a cordel.
Piensa en Andrei Makine.
Observa los tejados llenos de melancolía.
Las tejas apretadas cual celdillas de colmena. La luz resbalando gris y adversativa.
Verás que hace tiempo que todo ha dejado de ser como al principio.
Hace tiempo que tu opacidad es tu silencio.
El silencio no es lo peor. Las palabras gratuitas son más terribles.
Hay que cruzarlas. Hay que acometer la tarea de cruzarlas. Hay que desengañarse.
Piensa si no en Juan Rulfo.
Observa si no el temprano cada día que te ofrece la primavera.
Las magarzas sobre los ribazos. El adusto cardo floreciendo malva.
Y finalmente, el ababol en supervivencia.

 

1 comentario

José María Bardavío -

No solo es maravilloso el artículo por sus contenidos sino por lo portentosamente ilustrativo, la sabia sencillez, con la que está dicho, y el recordatorio al hecho de esa Ruta Aragonesa del Quijote por hoy inexistente y con tantas rutas, aeropuertos y otras fechorías existentes -malas quijotadas- adornando nuestra existente, empobrecida e inculta España.