NGUYEN DU, POR RAFAEL LOBARTE
‘La historia de Kieu’ de Nguyen Du, es la obra maestra de la literatura vietnamita. Novela en verso de principios del siglo XIX, con una gran historia de amor como hilo conductor y numerosas aventuras, esta obra, hace tiempo traducida a otros idiomas, ha sido vertida por primera vez al español por el zaragozano, poeta y traductor, Rafael Lobarte. El libro, publicado por Hiperión, incluye el texto original. Rafael, traductor de Keats y Shelley, entre otros, tiene la amabilidad de enviarme este fragmento.
LA HISTORIA DE KIỀU
CAPÍTULO V
…….
Húmedas las cortinas hasta la mitad de nieve, la luna iluminaba por completo la casa.
¿Pero qué paisaje, qué paisaje no aporta tristeza en tales casos?
Si la persona está triste, ¿cómo o cuándo puede producir un paisaje alegría?
Muchas veces hubo de recurrir a los trazos del dibujo, a las frases poéticas,
a las notas del laúd bajo la luna, a partidas de ajedrez junto a las flores.
Pero su alegría era una alegría forzada, tan sólo una pose,
pues ¿quién podía comprenderla como para hacerle sentir?
Indiferente a los vientos que mueven los bambúes o a los albaricoqueros bajo la lluvia,
se sentía melancólica ante los cientos de circunstancias, absorta en sí misma.
Innumerables pensamientos, próximos o remotos, ocupaban los pliegues de su corazón,
que sin haber sido removidos, se enredaban, que sin haber sido golpeado, estaba herido.
Recordaba las nueve cuitas, de caracteres gruesos y altos, que debía a sus padres.
Para ellos, cada nuevo día se inclinaba un poco más hacia la sombra de las moreras.
Separados de ella por un dificultoso camino, hondos ríos y distantes montañas,
¿cómo hubieran podido imaginar que la suerte de su hija iba a ser esa?
En el patio de las sóforas, sus dos hermanos eran pequeños y carecían de experiencia,
¿quién iba pues a ayudarlos, a reemplazarla en la tarea de servir dulces a sus padres?
Recordaba también las palabras, los juramentos que unen durante tres existencias:
“¿Conocerá él, encontrándose tan lejos, mi situación?
A su regreso habrá tenido que preguntar por el sauce de Chương,
si sus primaverales ramas que otros han roto, han pasado de mano en mano.
A cambio de su profundo amor espero devolverle mi gratitud con creces.
La otra flor, ¿habrá sido ya injertada en mi lugar en el árbol de mi amado?”
Los nudos de seda de sus sentimientos se enredaban en los pliegues de sus entrañas.
Y mucho tiempo, al acostarse, soñó con su tierra en las largas guardias nocturnas.
Tras las cortinas de seda transparente, se sentía sola en ese rincón del cielo.
Al atardecer dorado de hoy, le sucedía el atardecer dorado del día siguiente,
y a la luna de plata, un sol de oro.
Kiều sentía también piedad por sus compañeras de entrañas rotas y se quejaba:
“Pues se os ha otorgado el que toméis el título de muchachas de mejillas color rosa,
a cambio se os concede la ruina y la destrucción,
porque una vez exiliadas en este mundo de vientos y polvo,
sólo os queda la deshonra hasta el final”.
CAPÍTULO VI
Entre los clientes que buscaban placer había uno
cuyo nombre era Kỳ Tâm y su apellido Thúc, linaje de letrados.
Procedente de la subprefectura de Tích, en la provincia de Thường,
había acompañado a su padre cuando este abrió un puesto comercial en Lâm Truy,
donde se sintió atraído por la reputación de Kiều, elegida Reina de las Flores.
Y envió una carta color rosa que pudo adentrarse en la habitación perfumada.
Tras la cortina de listas conoció a esa flor de melocotonero
y, tras sentir pasión por sus maneras, enamorose de sus rasgos:
la sonrosada y lozana camelia surgía de un tallo vigoroso.
Y durante esos días primaverales, cuanto más viento, más lluvia, más se embriagaban.
Y un fuerte afecto brotó entre esa luna y esas flores, entre esas flores y esa luna,
pues en las noches de primavera no es fácil contener al corazón, es imposible.
Por lo demás, nada hay de asombroso en esta simpatía mutua, es algo corriente;
un lazo tan bien atado que nadie puede tirar de él y romperlo.
Por la mañana se ofrece un melocotón, por la tarde una ciruela y la relación surge.
Al principio era un amor de luna y viento, pero después fue de piedra y oro.
Y de improviso se produjo una ocasión feliz y extraordinaria,
pues precisamente entonces, el padre hubo de regresar a su país de origen
y el muchacho sintió cómo, ya despierta, se decuplicaba su pasión.
En esos días de primavera incrementó el número de sus visitas a esa otra primavera.
Unas veces subían a tomar el aire, otras salían a contemplar la luna al patio
o vertían en una copa el vino de los Inmortales o encadenaban líricos versos;
aspiraban el perfume del incienso por la mañana y compartían el té por la tarde.
También jugaban al go apuntando las partidas o tocaban las cuerdas del laúd,
ambos totalmente absortos en los juegos del placer.
Y cuanto más se fueron conociendo los caracteres, tanto más se fortalecía su pasión.
Extraordinaria es la ola que la seducción produce.
Derriba los palacios e inclina las casas como si se tratase de un simple juego.
El joven Thúc tenía la costumbre de gastar a puñados las monedas,
despilfarraba cientos y miles sin darle importancia en cada arrebato de alegría.
La vieja entonces adornaba aún más el verdor de Kiều, se cuidaba más del rosa,
pues, de carácter codicioso, enloquecía como husmease dinero.
Bajo la luna, la gallina de agua ya llamaba al estío
y en las esquinas de los muros florecía el flamígero granado.
En su habitación de seda, Kiều solazándose una parte del día,
1.310.- tras las cortinas rosas, bañaba en agua de orquídeas las flores de su cuerpo:
de un color tan transparente como el jade y tan blanco como el marfil,
era, en verdad, un monumento palpable y presto erigido por la Naturaleza.
Respecto al muchacho, cuanto más descubría sus cualidades, más la admiraba.
Tales sentimientos le llevaron a escribir en cursiva un poema con la métrica Tang.
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Angel Guinda -