CULTURA REAL. ECOS DEL PARDO
Cultura Real
[Crónica de la reciente concesión de los Premios Nacionales de Cultura de 2013 en el Palacio Real del Pardo. Los Reyes se mezclan con los galardonados, acompañantes e invitados: desde Luz y Amaya Arzuaga a Pepa Bueno, Carmen Alborch o María Teresa Campos...]
Cuando tengo que ir a un acto importante, me visitan dos pesadillas: apenas puedo dormir por la noche por temor a no llegar a tiempo y nunca tengo la seguridad de elegir el traje adecuado. Desde hace algunos años tengo un deseo: me gustaría hacerme un traje en Mazaleón, como hacen algunos amigos, Eloy Fernández Clemente o Vicente Martínez Tejero. Dicen que allí los ejecutan con primor y bien ajustados a proporciones disparejas. Mi mujer Carmen repasó la historia del Palacio Real del Pardo y me dijo: “Ya no habrá ni fantasmas. Hace 40 años, los Franco salieron de allí en coche y no volvieron jamás”.
Nada más llegar al Pardo, me encontré con el periodista y escritor Sergio Vila-Sanjuán, que tiene ese encanto personal que le permite acceder a las confidencias del monarca. A él el traje le sienta bien. A su lado, estaba José María Merino, escritor y académico, con un impecable traje negro; me pareció que encarnaba la elegancia sin afectación. Brillante, bien dibujada, tan perfecta como uno de sus microrrelatos. Con ellos estaba el músico Benet Casablancas: parece un profesional de la timidez, un compositor que posee la enfermedad de la nostalgia, aunque pronto supe que era, además, un gran especialista en el humor en la música clásica.
Todo estaba lleno de cuadros, mobiliario de época, inmensas alfombras y esos sofás y sillones donde uno podría echar una siesta oceánica. Nos habían separado a los premiados y a los acompañantes, y sabría luego que mi mujer necesitó un baño. May, bloguera y autora de libros de moda, hogar y autoayuda, le indicó uno y hacia él se dirigió; una camarera con cofia y traje claro la detuvo con amabilidad y una amplia sonrisa: “Este váter es el de los Reyes. El suyo está un poco más allá”. Casi a la vez, tras besar a una bellísima, delgada y alta Luz Casal, intenté hacer lo propio con Amaya Arzuaga, morena, estilizada y moderna. Vive y trabaja en Lerma, Burgos, crea y sueña allí y tiene la sensación de que así puede disfrutar de los lunes, los martes, los miércoles... Me pareció una hermosa manera de defender la vida en el campo y de exaltar la singularidad de todos los días de la semana.
El cóctel fue el instante más democrático de la fiesta. El menos protocolario. Todo se mezcla. Incluso los Reyes con el vulgo: miré un instante por el rabillo del ojo a Sergio Vila-Sanjuán y ya estaba conversando con Letizia, que lucía un traje estilizado, en blanco y negro, que recordaba a los Mondrian o Malevich más contenidos. Letizia debe ser muy perfeccionista y exigente consigo misma: en esa batalla interior, a veces parece rígida o, como diría Julio Cortázar, lejana. Yo le habría querido contar la historia de la taxista que me había llevado a El Pardo y que les había hecho, a los soberanos, un retrato al pastel “que me ha quedado bastante bien”. Quizá se lo contase, al final, Vila-Sanjuán (a quien se lo había contado yo antes), porque ya estaba conversando con Felipe VI con su equipo de ‘Culturas’: Isabel Melenchón, Carina y Mercvedes Farreras, Suso, un marino gallego en Barcelona.
A mi mujer, las chicas les pidieron que les hicieran una foto con el monarca: “¿Créeis que sabré manejar este móvil?”. Felipe VI reía y posó. Casi tanto como Carmen Alborch, que también sedujo a las periodistas de ‘La Vanguardia’: esta mujer que encarna el arte moderno y la sofisticación tranquila, entre pop y desenvuelta, siempre lleva atavíos, collares, complementos... Isabel y Carina quisieron saber algo de sus secretos de vestuario: ¿le costaba mucho vestirse, adornarse...? Alborch les dijo que no, se sacó uno de sus collares o diademas, o lo que fuera, y lo puso en el cuello de una de ellas con una de sus exuberantes sonrisas.
También andaban por allí Pepa Bueno, de la SER, casada en Huesca, y María Teresa Campos. Pepa dijo: “Parece que María Teresa haya hecho un pacto de eterna juventud con el diablo. Está maravillosa”. Luego habló de sí, contó que su hija, de quince años, estudia en Estados Unidos y que “vivo el síndrome del nido vacío”. Reveló que se levanta todos los días a las tres de la mañana. María Teresa es una mujer angelical: trabajé un año entero con ella y se lo recordé. Era una jefa cariñosa y atenta, de las que te hacen sentir importante. Me habló de Bigote Arrocet, su amor, y de una canción y de un baile reciente en televisión. “Me provocó mi hija y soy muy fiel a los míos, aunque a veces corras el riesgo de hacer el ridículo”. Está feliz. Casi tanto como mi mujer al cruzarse con Luz Casal: le da un beso y le dice: “Has estado genial en tu discurso. Y lo has leído de maravilla”. Luz es un milagro: su voz al natural suena irregular, entre metálica y sin ecualizar, y es un portento y un hechizo encerrada en una canción.
Cuando nos íbamos a ir, se me acercó Carmen Calvo, Premio Nacional de Bellas Artes, y me abrazó y me besó muy efusivamente. “Qué alegría cuando vi que te habían dado el premio de Periodismo Cultural. Con lo bien que me has tratado siempre”. Cometí un error de sinceridad: le dije que no era yo a quien conocía, sino a mi doble Xosé Antón Castro, el profesor, crítico e historiador del arte de Muxía (La Coruña), villa muy cerca a mi pueblo, Arteixo. “Es igual. Me alegro mucho de tu premio. Seguro que también tú habrás escrito bien de mí”. Busqué en vano a José María Merino para regalarle mi nuevo microrrelato.
*Con levísimas diferencias, este texto apareció en Heraldo de Aragón, en el suplemento de sábado que coordina Ana Usieto.
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Angel Guinda -