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Antón Castro

UNA VOZ EN PLENITUD

UNA VOZ EN PLENITUD

María José Hernández, una voz en plenitud

 

 

Antón CASTRO

Esta ha sido una semana especialmente intensa. Una semana llena de cultura, de pequeños y grandes acontecimientos: José Manuel Broto inauguró en el IAACC su apuesta por el color en grandes formatos; Fernando Navarro ha trasladado a la Lonja una síntesis de 40 años de trabajo; Jesús Marchamalo y Antonio Santos han llevado de gira por Anónima, Los Portadores de Sueños y Antígona ‘Kafka con sombrero’ y ‘La metamorfosis’, ambos en el sello Nórdica; David Guirao y Pepe Serrano mostraban, en una librería París a rebosar, su ‘Libro de las narices’; Julián Casanova presentó el libro coral ‘40 años con Franco’ (Crítica); Ángel Gracia abrió en la FNAC su novela más rotunda y salvaje, ‘Campo rojo’ (Candaya). Raphael llenó el Audiorama. Y María José Hernández ofrecía dos conciertos en la sala CAI-Luzán. P:resentaba el disco ‘Las uvas dulces’, basado en canciones de José Antonio Labordeta, cuya Fundación se abrió al público el jueves.

Hablaremos aquí del concierto de ayer sábado. María José Hernández ha contado en varias ocasiones que, en una ocasión, su hermano apareció por casa con un disco de Labordeta: ‘Cantar i callar’. Al principio no le hizo mucho caso; ella se movía en otros ambientes. De golpe se fijó en una canción, ‘La vieja’, que le recordó a su propia abuela, atizando el fuego y zurciendo la ropa interior de su abuelo. Ahí empezó un idilio de cariño, complicidad y colaboración con el cantante que se materializó en discos como ‘Paisajes’ y ‘Con la voz a cuestas’. Más tarde, María José haría una versión particular de la que considera una de las mejores canciones de amor de Labordeta, y “una de las mejores canciones de todos los tiempos”: ‘Mar de amor’.

Hace algún tiempo, María José se zambulló en el universo del autor de ‘Las cuatro estaciones’ con un deseo: hacer un disco con sus temas más intimistas. Optó por canciones a veces poco conocidas, casi ocultas en el cancionero general labordetiano, marcadas por el amor, la nostalgia, las imágenes, el peso del pasado y la memoria. Así nació ‘Las uvas dulces’, que suele interpretar con un trío formidable de músicos: Sergio Marqueta al piano, Daniel Escolano al violoncello y contrabajo y Julio Calvo a las guitarras, eléctrica y española. Más segura de sus registros que nunca, poderosa en la suavidad, cálida en la melancolía, lumbre y seda de sensibilidad y dueña de un límpido y elegante fraseo (a veces hace pensar en María Dolores Pradera), María José Hernández encaró el recital con su habitual exquisitez. Hubo un instante en que comentó: “¿Estáis ahí? Os percibo muy callados”. La sala estaba llena y los aplausos sonaban con fuerza: se estaba produciendo uno de esos instantes inefables en los que el público es más que cómplice: está emocionado, se reconoce en el canto, en la vocalista, en los músicos y, en este caso, en el músico recordado y homenajeado. El aparente silencio era esencialmente respeto y atención máxima.

Fue un concierto muy especial. Emotivo. Sutil. Lleno de matices: tierno, confesional y a la vez con pinceladas de humor. Hasta la tercera o cuarta canción, María José Hernández cantó sin preámbulos. Y a partir de entonces ofreció leves comentarios: explicaba su actitud ante las canciones, las describía y además elaboraba pequeños fragmentos para una autobiografía, recordó la pasión por Silvio Rodríguez o Luis Eduardo Aute, comentaba un disco específico. Tras recorrer ‘Abrí las puertas’, ‘Devuélveme’, ‘Guárdate’, ‘Rosa rosae’, cantó ‘Nieve en abril’, un homenaje de Labordeta a su hija Ángela, y se oyeron los primeros ‘¡bravos!’.

En lo que parecía ser el ecuador del concierto, ofreció tres temas diferentes, ajenos a Labordeta: ‘La punta del iceberg’, que podría ser la canción de un despecho, tocada de ironía; un tema suyo vertido al aragonés, ‘Augua que amorta la set’, que ya ha dejado de cantar en castellano; la canción que más le piden, “aunque no es mía, y eso me da mucho que pensar”, observó con humor: ‘Mermelada de mora’ de La Ronda de Boltaña, una canción festiva y melancólica, bellamente cortada. Luego continuó con ‘Mar de amor’, ‘Eres como la aurora’, ‘Caminaremos’ (otro himno, por cierto), ‘Con tu voz’... Carlos Estella, el técnico de sonido y compañero en la vida y en la música de la cantante, estaba a los mandos: el concierto fluía con sonoridad impecable. Henchida de plasticidad, cómoda, María José recordaba Joni Mitchell, a Suzanne Vega, incluso en su canción en fabla a Loreena McKennitt, como observó un espectador tan cualificado como Miguel Ángel Tapia Jr. Anunció la despedida, pero regresó para ofrecer hasta varios bises: ‘Las uvas dulces’, ‘La vieja’...

Hay noches mágicas en la música donde todo encaja a la perfección. La banda se sentía especialmente cómoda: María José tocó con el trío, pero también tocó en solitario con el violoncellista Dani Escolano, con el guitarrista Julio Calvo, con el pianista Sergio Marqueta, que recordaría que “llevamos muchos conciertos juntos y todo se ajusta cada vez mejor”. Habían reservado para el final un clímax: el ‘Canto a la libertad’, que la cantante llevó a su terreno. Hay mensajes que se vuelven universales, como metáforas que se prolongan en el tiempo sin perder pálpito y vigencia. ‘Las uvas dulces’ es un disco de madurez. De equilibrio y afirmación. Está lleno de sugerencias, de ritmos, de aciertos, en ocasiones algunos arreglos poseen aromas jazzísticos. María José Hernández insiste en algo que han dicho diversos críticos: Labordeta era esencialmente poeta. Juana de Grandes, su viuda, estaba conmovida. No fue para menos.

 

LA FICHA

Las uvas dulces.  María José Hernández. Músicos: Daniel Escolano, Julio Calvo y Sergio Marqueta. Sala de la CAI-Luzán, viernes y sábado. A las 20.30

 

*La foto es de Juan Miguel Morales.

1 comentario

Angel Guinda -

¡Enhorabuennnnna, Mª José!