JAVIER AGUIRRE: DE 'MUSGO CALIENTE'
[El miércoles 22, a las 20.00, en el Teatro Principal, Javier Aguirre presenta su nuevo libro: 'Musgo caliente', una colección de relatos de asunto sensual o explícitamente erótico.]
FRAGMENTO DE 'MUSGO CALIENTE'
Jorgelina trabajaba sola. Rara vez aparecía el jefe. Aquella mañana vendría, porque habíamos quedado. No me podía asegurar la hora. Ella se lo había recordado por teléfono cuando llegó a la oficina. Le dijo que no tardaría. Tampoco el jefe era del pueblo. Como ella. Los rasgos angulosos de su rostro delataban sangre india. También su tez oscura. Y su mirada negra de horizontes luminosos. Y su acento inconfundible.
–Soy argentina, de Jujuy –confesó al fin.
–Hermosa tierra aquella –comenté.
–¿La conocés vos? –preguntó sorprendida.
–He estado cerca, en Tucumán –aclaré.
–De allí era mi papá.
Jorgelina, ojos negros, tez oscura, largas piernas, melodiosa voz, un acento insinuante. Estalló su mirada cuando le dije que era un enamorado de los poetas argentinos. Sin más preámbulo, comenzó a declamar:
Una mujer desnuda y en lo oscuro
tiene una claridad que nos alumbra,
de modo que si ocurre un desconsuelo,
un apagón o una noche sin luna,
es conveniente y hasta imprescindible
tener a mano una mujer desnuda.
Se me quedó mirando, retadora, la cabeza alta, los pechos en ristre, las manos crispadas, los ojos abrasivos. ¿Era una invitación a desnudarla, a llevarla a lo oscuro para que su claridad alumbrase el desconsuelo que recorre nuestras venas suplicantes? Me levanté hechizado por aquella voz que continuaba silabeando sinuosa a través del aire prieto en el pequeño local que servía de despacho. También ella se puso en pie. Ondeaba su falda larga y amplia, agitada por un vendaval interior.
El fragor del deseo afronta riesgos insensatos. Eran las diez y media de la mañana. Podía aparecer su jefe en cualquier momento. Pero aquel tiempo era nuestro, exclusivamente nuestro. Salvé los dos metros que nos separaban. Nos fundimos en un abrazo de besos y de acometidas pelvianas. Un abrazo deslumbrante, de los que expulsan momentáneamente el desconsuelo. Sus pequeños senos puntiagudos habían ganado dimensión y consistencia. Mi mano derecha acarició el izquierdo, mientras la izquierda iniciaba exploraciones vertiginosas sobre la sedosa falda. Un aliento afanoso ensambló nuestras bocas.
–Más no, ahora no –consiguió articular Jorgelina entre sofocos.
–Está bien, tranquila –tuve que responder apretándome el deseo.
–Toma esto, por lo menos –dijo invadiendo con su mano derecha mi bragueta tumultuosa.
Lo consiguió en diez segundos. Respondí del mismo modo entre lentos estremecimientos. También fue mi derecha la que se deslizó frenética bajo la falda por su muslo desnudo hasta alcanzar el pubis y agitarlo en pálpitos circulares.
Un rumor de pasos nos impuso la distancia. Pasaron de largo, pero el incendio había quedado atajado. Volvieron a dominarnos la prudencia y la razón. Podía aparecer el jefe. Solo se nos quedó encendida la mirada, una cálida humareda.
*Ady Fidelin, retratada por Man Ray.
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Jason -