JUAN CASAMAYOR, UN DIÁLOGO
ENTREVISTA. JUAN CASAMAYOR (Madrid, 1968), editor de Páginas de Espuma
“Aragón es esa tierra de la
que no me fui del todo”
PIE DE FOTO. DANIEL MORDZINSKI
Juan Casamayor, en un retrato con ecos cortazarianos, de Daniel Mordzinski.
Antón CASTRO
Juan Casamayor es un madrileño accidental. Nació en 1968 pero es, y así se siente, aragonés por los cuatro costados. Vivió y se formó en Zaragoza, con una profesora entusiasta y exigente como Ana María Navales. En 1999, con Encarnación Molina, fundó Páginas de Espuma, dedicada esencialmente al relato y al microrrelato y afincada al Madrid. El miércoles, a las 20.00, celebraba sus tres primeros lustros en Los Portadores de Sueños, con una de sus autoras, Patricia Esteban Erlés, y el fotógrafo Daniel Mordzinski, “el retratista de los escritores”, que además ofrece una pequeña muestra.
¿Qué celebra Páginas de Espuma en estos primeros quince años?
Más que celebrar que hemos alcanzado los quince años de vida editorial, celebramos cómo los hemos cumplido. Y lo hemos hecho con buena salud y con ganas de festejar rodeados de todos los amigos que desde la librería, la escritura y la lectura están cerca de la editorial. Cuando uno revisita el pasado, puede fijar su mirada en lo bueno que le rodea a uno. Eso hemos pretendido con actos como el de hoy en Zaragoza, mi ciudad.
¿Cuál sería el balance de este período?
El balance es tan sencillo que cabe dentro de una sola palabra: catálogo. Ese es el mayor balance y logro de un editor. La coherencia, el fondo y la política de autor que lo revisten hacen de él una carta de presentación y certificado de garantía de un pasado con vistas al futuro. La lectura de sus títulos es un balance. El balance deben hacerlo, sobre todo, los lectores.
¿Qué ha sido lo mejor y lo peor?
Lo mejor es haber asistido a la ceremonia de escritura y reescritura de los autores. Me apasiona ese momento preciso en el que editor y escritor asumen conjuntamente, con diálogo y generosidad mutua, la conversión del manuscrito al libro, con todo lo que lleva implícito. Lo peor es asistir al gran desconcierto y a la poca reacción que tenemos como sector hacia la transformación de los hábitos de ocio y la contracción del consumo que inciden directamente en la lectura y los lectores. Es preocupante. No puedo terminar esta contestación sin recordar a autores que se fueron, como Javier Tomeo. Su obra, de lo mejor; su partida, de lo peor.
Ha publicado a muchos clásicos. ¿De qué proyectos y libros se siente especialmente orgulloso?
La editorial posee dos orillas, la geográfica y real y la simbólica. Editamos autores clásicos y autores contemporáneos. Autores contemporáneos que empiezan y autores contemporáneos que llevan ya un camino a sus espaldas. Me siento orgulloso de ediciones de autores clásicos como los cuentos completos de Edgar Allan Poe o Guy de Maupassant, o esa catedral en construcción que es la primera recopilación completa de la narrativa breve del maestro Antón Chéjov. No obstante, la apuesta define al editor y no entiendo este oficio sin ese riesgo y compromiso. Una vez al año editamos a un autor novel y en nuestro catálogo hay algunas decenas de escritores poco conocidos, sin embargo algunos de ellos serán los clásicos del mañana en nuestro idioma.
¿Por qué han optado por el cuento?
Si publicara novela no se me haría esta pregunta. De eso estoy seguro. El cuento viene dado por una afinidad lectora, por una militancia necesaria, por una labor que acompaña a un excelente momento creativo de la narrativa breve española y latinoamericana. Además, en un periodo de concentración la especialización, la personalización y la alianza son buenos instrumentos para mantenerse en pie.
¿Qué hechos, revelaciones, instantes o deslumbramientos le vienen a la cabeza?
Muchos. He visto salir a una escritora, Patricia Esteban Erlés, de un atáud; he fumado un puro con Andrés Neuman haciendo un ‘perfomance’ de un cuento suyo incluido en ‘Alumbramiento’ (con la mirada atónita de Félix Romeo en Librería Cálamo); me han dedicado una versión de una canción de The Beatles; me han confundido en México con Fernando Iwasaki. ¿Qué más se puede pedir?
No está mal: un peruano de Zaragoza. ¿Cómo se ha vivido la crisis del sector, cómo la vive?
Con la evidente preocupación de estar en una transición donde los viejos moldes no funcionan y las fórmulas renovadas no han demostrado su validez. El cambio profundo del paradigma del libro, la llamada crisis, va más allá de una contracción brutal del consumo. Es como si el planeta del libro hubiera sufrido un cambio de inclinación en su eje y todos (autores, editores, libreros, distribuidores, medios y lectores) debiéramos buscar un acomodo y punto de arranque que permita rotar a nuestro mundo con inercia solvente.
¿Qué vínculo ha tenido con Aragón?
El primero de la editorial y que supuso un paso decisivo: ‘Escritos de Luis Buñuel’. Ese libro, gestado en Aragón gracias a Pedro Christian García Buñuel, sobrino del cineasta porque era hijo de su hermana Conchita, nos puso en medio del panorama del libro, entre lectores. No se puede ser más aragonés en su origen. Aragón es esa tierra de la que no me fui del todo y que quizá, cuando vuelvo, no regrese del todo. Tal vez por ello mi empeño en que gran parte de mis autores recalen aquí. Una forma de establecer un puente continuo. Un vínculo, sin duda.
¿Cuál es su estado de ánimo hacia el futuro?
Tiendo a ser un optimista informado. Procuro conocer los problemas de un sector, comprender la situación de sus profesionales, en especial los libreros, apuesto por los escritores con los que comparto tiempo y lugar, hablo siempre que puedo con los lectores; sigo disfrutando muchísimo con mi labor, desde la pasión y la convicción por lo que llevo a cabo, por lo que pueda “futurear” durante los próximos años.
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