LA VIDA EN UNA ISLA. CUENTO
[Texto evocador de una de las pasiones que parecen que nacen con uno: el fútbol. Así le sucede a Juan, responsable de los archivos de periódicos en Heraldo. Qué decepción, qué disgusto se habrá llevado. Felicidades a la Unión Deportiva Las Palmas.]
La vida en una isla
Quizá tenga la misma edad que La Romareda, que se inauguró en septiembre de 1957. Con tres o cuatro años, Juan empezó a frecuentar el estadio y acaso, antes que el Catón o la tabla de multiplicar y dividir, aprendiese los primeros nombres de los ídolos: Torres, Alustiza, Yarza, Seminario, Murillo. El equipo se fue haciendo grande: un manantial de sueños y desvelos. Llegaron los primeros títulos y los artistas de casa rivalizaban con los foráneos, como Bobby Moore, o aquellos blanquillos atildados del Madrid ye-yé. La Romareda era un campo casi inexpugnable y un labrantío de gran juego; aquí se repartían las jugadas de fantasía, el más difícil todavía, la modernidad antes de la modernidad. Marcelino encarnaba el desparpajo y el remate insuperable; Lapetra era un visionario sin saberlo: pura inteligencia y técnica, el toque magistral o el fútbol como una de las bellas artes. Domingo a domingo, Juan veía al equipo, lo seguía por la radio, y luego por la televisión. No tardó en descubrir que muchos de sus compañeros eran catedráticos en el arte de analizar y sentir al Zaragoza. Todos elaboraban alineaciones y jugadas ideales: el estadio ensanchaba el mundo y se volvía un territorio de utopías. A los Magníficos los siguieron los Zaraguayos de Arrúa, Diarte, Violeta y García Castany, otro mago. Y luego aparecieron los héroes de los 80 –cuya columna vertebral formaban Señor, Güerri, Barbas, Amarilla y Valdano-; sus continuadores, con Sosa y Pardeza a la cabeza, lograron un nuevo título. Él, que mima y ordena el archivo del periódico en un subterráneo sin fondo, vivió día a día la trayectoria de un conjunto que conquistó nueve entornados. El mejor, sin duda, la Recopa de París en 1995 con uno de los goles del siglo XX. Ahora está que no duerme, hecho un manojo de nervios. El día de la remontada ante el Girona se fue desde su casa, anda que te desanda por el carrete de las sensaciones, hasta el Pilar. Allí esperó el milagro. Hoy, cuando la vida es una isla de abordaje, hará lo mismo con el afán de oír los gritos en las ventanas: ese deseo coral de felicidad absoluta al que tantas veces se sumó en La Romareda.
*Este texto apareció ayer en mi sección 'Cuentos de domingo'. No surtió efecto. Esta vez no pudo ser. El Real Zaragoza no logró superar a los isleños. Felicidades a Las Palmas.
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