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Antón Castro

VINCENT VAN GOGH: 125 AÑOS

VINCENT VAN GOGH: 125 AÑOS

 

VINCENT VAN GOGH

125 años de inmortalidad de un genio

 

El pintor postimpresionista holandés, nacido en 1853 y muerto 1890, es unos de los casos más conmovedores de fracaso en vida y triunfo más allá de la muerte

 

Antón CASTRO

Para muchos Vincent Van Gogh (1853-1890) es uno de los más grandes pintores de todos los tiempos que se resarce de su infortunio en vida en el incierto terreno de la inmortalidad. En apenas diez años, según algunos inventarios, llegó a realizar alrededor de 2000 dibujos, unos 500 dibujos y redactó unos 700 documentos, entre ellos sus maravillosas cartas a su hermano Theo, que sería su protector y su mejor cómplice. En esa correspondencia, que se inició en 1872, había cariño, confesiones, lucidez, locura, formidables intuiciones plásticas, una honda tristeza e incluso hermosos cuentos.

Van Gogh, antes de dedicarse a la pintura (y cabría decir que el año decisivo de sus inicios fue 1881), intentó ser comerciante de arte, predicador como su propio padre e incluso dependiente de librería. Trabajó en la firma artística Groupil & Cie., que incluso lo mandó a Londres, donde experimentó una decepción amorosa con la joven Úrsula, hija de su casera, y luego fue destinado a la de París en 1875. Entonces, víctima tal vez de sus desarreglos nerviosos, desatendió sus obligaciones, dejó el empleo (en el que sí se consolidaría su hermano Theo), se volcó con La Biblia y se convirtió en adjunto del predicador británico Stokes.

Nunca encontró su sitio en el mundo: residió en Ámsterdam, en La Haya, en Bruselas (en Cuesmes fue contratado como evangelista laico), en el domicilio de sus padres en la casa parroquial de Etten varias veces, en París. En 1881 recibió clases de dibujo y pintura de su primo Anton Mauve y poco después vivió una confusa historia de amor con una prostituta, Cristina Maria Hoornik, alcohólica, embarazada y madre de un hijo. Le sirvió de modelo, pero acabó huyendo de ella. Se instaló en Brabante para dibujar y pintar a los campesinos. Ese proyecto le indicó el camino. Estaba entusiasmado. Un cuadro tan fascinante como el lóbrego ‘Los comedores de patatas’ (1885) coincidió con la muerte de su padre, algo que le perturbó mucho, aunque siempre habían tenido unas relaciones muy tensas. Admiraba a Corot, a Rembrandt, a Rubens (de hecho fue a ver una exposición suya a Amberes), y hacía copias de cuadros de Millet y de Delacroix para avanzar. Asistió a la Academia de Amberes, fue recibido en el estudio de Cormon en París, que le presentó a los grandes artistas del impresionismo como Toulouse-Lautrec, Monet, Sisley, Pissaro, Degas, Renoir y Paul Gauguin, con quien surgió una inmediata comunión espiritual.

Exponía a veces, sin éxito alguno. Nada le salía bien y decidió en febrero de 1888 partir a Arlés, donde alquiló la famosa ‘Casa Amarilla’. Allí convivió entre octubre y diciembre con Gauguin en medio de grandes tensiones. Un día, Van Gogh lo amenazó con un cuchillo, su amigo logró huir y pasó la noche en un hotel. Vicent se cortó la oreja y le regaló el trozo a una prostituta. Volvieron sus ataques de nervios y hubo de ser internando en el psiquiátrico de Saint-Paul-de-Mausole, en Saint Rémy, donde estaría en varias ocasiones, en una de ellas por exigencia del pueblo. Se le consideró un ciudadano perturbado y peligroso. Allí pintó algunos de sus mejores cuadros: los ‘Girasoles’ (hizo una serie de doce), ‘La noche estrellada’, su autorretrato con la oreja herida, ‘Plantas de lirios’, ‘La silla de Gauguin’ o ‘La habitación de Van Gogh’. Mediante el color expresaba una intimidad exacerbada, cósmica y sensual, una sensibilidad herida, la sinuosa senda de la locura y la beldad.

En busca de la calma se instaló en Auvers-sur-Oise. Pintar era una necesidad, una forma de posesión, su combate contra el extranjero de sí mismo. Solo logró vender un cuadro (por ello, Theo le mandaba dinero a menudo): ‘La vigne rouge’ a la pintora belga Anna Boch por 400 francos. Uno de sus géneros favoritos fue el autorretrato: hizo muchísimos. En los últimos 70 días que estuvo en Auvers-sur-Oise pintó 80 cuadros. Entre ellos, el célebre retrato del ‘Doctor Gachet’ (que se vendió en 1990 por 65 millones de euros), artista y médico de los pintores, que tanto lo mimó, y que hace pensar en el ‘Retrato del doctor Arrieta’ de Goya. También pintó ‘La iglesia de Auvers’ o ‘Campo de trigo con cuervos’, quizá el último: azul, llano en llamas y manchas de sombra.

La existencia de Vincent Van Gogh es una corriente continua de enigmas que alcanza a su propia muerte, de la que se cumplen 125 años: siempre se había dicho que se había suicidado; los nuevos estudios parecen indicar que le dispararon, por pura imprudencia o por hostigamiento, dos jóvenes del lugar y que murió a los pocos días, el 29 de julio de 1890. Llamó sigilosamente al más allá y abrió la puerta de la inmortalidad y del mito para quedarse. Su hermano Theo falleció un año después; su viuda Johanna Bonger quiso que reposasen juntos en el cementerio quienes tantas cosas –belleza, dolor, locura...- habían compartido en la vida.

 

 

LA ANÉCDOTA

Vincent Van Gogh es toda una industria cultural: en La Haya, en Ámsterdam, en París, en Arlés... Se le recordará de muchas formas, incluso se creará un carril bici en su tierra de origen con su nombre. En España, el sello Edelvives de Zaragoza ha publicado ‘El pájaro enjaulado’, que es un cuento alegórico que Vincent Van Gogh le escribió a su hermano Theo entre las 660 cartas que le envió. El cuento, ilustrado por Jabier Zabala, tiene algo de autorretrato alegórico de Van Gogh. Una frase define el espíritu del álbum: “Ansía la libertad. Lo único capaz de derribar esta cárcel será el amor”. 

 

*De mi entrega diaria en 'Heraldo de Aragón'.

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