TES NEHUÉN: POEMAS
[Tes Nehuén es una periodista y poeta argentina instalada en Málaga, pero viaja allá donde la poesía se pone por montera y por bandera de emoción, de conocimiento y de intercambio. Acudió a Cosmopoética y entrevistó a poetas como Pablo García Casado, acaba de publicar ’García’, a Juan Cruz, etc. Aquí ofrezco una pequeña selección de su poesía.]
REFLEJO
No la luna, sino esa aureola que ensucia la noche.
No el ataúd sino el pozo que hacen los enterradores en el suelo.
No mi madre, sino el perfume que se pegó a mi memoria.
No mi infancia, sino el auténtico pálpito de otro tiempo.
No las caléndulas, sino la tierra teñida de rojos y amarillos.
No la poesía, sino la sensación de haber vivido.
La huella que queda detrás de las cosas.
Las celdas abiertas.
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ARQUITECTURA DE LA MEMORIA
Construimos ciudades para dejar constancia
de quién fuimos alguna vez en esta parte.
Mi abuelo era arquitecto, construía castillos
con naipes de mentira.
Yo tenía 6 años y conocí la iglesia
que llevaba su nombre como un sello.
‘Esto lo hizo tu abuelo’ (el de la foto; busqué en mi cabeza)
Nos quedan los recuerdos que otros nos enseñan.
Como mártires chocamos contra el blanco
de la muerte invisible,
nuestro cuerpo se aferra con dientes
a miradas suspendidas en un tiempo inalcanzable.
¿Qué sería de la historia si nadie la escribiera,
qué recordaríamos de tantas y alguna guerra?
Construimos ciudades y puentes y escribimos
mientras el mundo gira y devora nuestro aire.
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HERENCIA
Soy lo que no he podido dejar atrás:
una madre con cáncer pálida y silenciosa,
un padre con asma que se asomaba
al abismo con ojos verdes de mar y deseo
y su cuerpo estallaba en la silla colorada,
unas llagas en un cajón de fruta.
Soy el pedazo de mí que ha quedado.
Mitad náufraga medio esqueleto
que resiste en un cuerpo que no le pertenece.
Miro las cosas sin verlas
araño el tiempo que me queda
y vuelvo siempre a sentarme
en un cajón volcado,
sacudida por el asma y por el cáncer.
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TERRONES DE AZÚCAR
Un pájaro se ha posado en el alféizar
de mi ventana rota
mastica sus plumas con rapidez
la insistencia del orden lo impulsa.
Al marcharse, un colchón de plumaje
se extiende ante mis ojos.
Las alas nuevas vuelan;
en mis pupilas se han posado
terrones de azúcar.
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QUE LOS VIVOS RECUERDEN
Escribir sobre lo que nos pasó,
como rompiendo cascotes en una tierra árida.
Las guerras se lo llevan todo,
y seguimos combatiendo;
el hambre nos impide pensar,
y nos estalla el cerebro;
las cosquillas no las sentimos,
se ahueca la comisura de nuestros labios.
Escribir de nosotros, de ellos;
de los muertos,
de los que no vuelven;
de los vivos,
de los que odiamos;
de los perdidos,
de los inolvidables.
Escribir para evitar que el mástil
de nuestro barco húmedo, se desplome
y nos obligue a callar lo que sabemos.
Escribir para que los vivos
recuerden
y los muertos descansen
finalmente.
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NAUFRAGAMOS
No quiero volver a decir
las palabras que ya no me merecen.
Huyen mis manos a tocar la tela
que yace inmóvil dentro del féretro.
Volvimos a un punto en que las orugas
jamás aprenden a volar, inmóviles
en un tiempo sin huida.
Y pienso que da igual si la casa se derrumba,
si las canas debo peinarlas
si mis hojas valen de algo para esta humanidad.
En mi mudo retrovisor una línea cada vez
más pronunciada separaba nuestros sueños:
la infancia nos prepara para este silencio,
a mirar con arrogancia toda esa vida rota
que ahora se derrama en nuestros límites.
Volvimos. Y toda esa distancia horadada por mis duendes
enmudecida en cada una de tus llagas
es todo lo que nos queda.
Te veo partir. Y en la distancia
tus manos blancas enmudecen la guitarra
mi piel no llora, no te añora
porque todo lo que acaba se diluye.
Ya no quiero decir esas palabras
que no nos visitan hace tiempo
porque no nacen las mañanas para que
las desperdiciemos como el reloj las campanadas,
para que las quebremos sin escrúpulos
con esa arrogancia ¿entendés lo que digo?
Eso de las cosas muertas, innecesariamente recordadas.
Y sin embargo, la rabia me ciega...
Y sin embargo, veo, veo, veo más que hace años,
más que en ese tiempo en que el camino nos traía
hacia la casa; con el dulce en el fuego,
y el frío en el techo de chapa.
Pero veo, veo, más que todos tus amantes.
¿Sabés? Da tanto miedo despertar
y ver que todo se desploma, que se acartona la sonrisa,
se apaga ese fuego y se pudre el dulce.
Da tanto miedo asumir que seguimos creyendo en espejismos.
Pero veo, veo. Porque abrir los ojos
siempre es despertar,
incluso en el naufragio.
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Daniel -