ARAGÓN, ZARAGOZA Y LOS PACTOS
Cuentos de domingo / Antón Castro
Emborráchense y entiéndanse o la izquierda ilegítima
La política es el arte de lo posible y de lo imposible. Y del ahora digo que luego me desdigo. Tras la gris gestión del PP, dirigido por el holograma mudo y plano de Mariano Rajoy, el país pensó que era el momento del cambio. Y Podemos, y algunas coaliciones ‘ad hoc’ creadas a su sombra o con su impulso, y en menor medida Ciudadanos, parecieron una solución y también el instrumento de las nuevas rebeldías. Se había tocado fondo, aunque día tras día descubrimos que la profundidad del abismo de las desigualdades es insondable. Tras las elecciones municipales las nuevas fuerzas ocuparon posiciones de privilegio y el país optó por moderadas aún formas de cambio. La política, ya se sabe, es una de las actividades humanas donde el que pierde siempre se siente ganador. O halla como mínimo un fastuoso premio de consolación. Ahí está el caso patético de Artur Mas, que lleva años perdiendo y sigue y sigue como si arrollase en las urnas. El político observa la realidad distorsionada y no se siente incómodo en la piel de su caricatura. Aragón, tan dado a la esquizofrenia histórica y a la indiferencia general hacia sí mismo, vive un momento rarísimo. Las Cortes y el Ayuntamiento de Zaragoza son un perfecto ejemplo de ello. En la Aljafería ganó el PP por 21, pero un acuerdo concreto ha permitido a Javier Lambán gobernar con sus 18 diputados. Y en el Ayuntamiento también ganó el PP con 10 concejales, pero Pedro Santisteve de Zaragoza en Común gobierna con 9 concejales merced a una alianza de progreso. Sin embargo, tanto Lambán como Santisteve gobiernan como si hubieran ganado las elecciones en solitario. No se entienden ni entre sí ni con la oposición, y Aragón y Zaragoza parecen enemigos irreconciliables. Los ciudadanos están perplejos porque pensaban que se había hecho un pacto de amplia izquierda: gente que quería gobernar porque tenía un proyecto más o menos global. Pues no: los aliados no se comunican y se revelan inmaduros, chulescos en sus comparecencias y con escaso humor, como una secta a la que, más que los problemas de la gente, le importan las elecciones generales y sus estrategias privadas. No se puede justificar la elección de un presidente al margen de la voluntad de colaboración de/con quienes lo votan. Nuestros representantes debieran presumir algo menos de sus diferencias, no teatralizar tanto su recelo hacia el otro y buscar el diálogo intenso, que urge como nunca. La transparencia no es lavar los trapos sucios en público todo el tiempo y para exigir coherencia hay que ofrecerla. Esta izquierda, que cree legítimo elegir presidente y alcalde, debe ajustarse a la lealtad a los ciudadanos. Como decía Fermín Galán (y recuerda Clara Usón en su novela Valor, Seix Barral, 2015): emborráchense de pueblo. Y entiéndanse.
*Este texto aparecía el domingo en mi sección 'Cuentos de domingo'.
**La foto es de Walde Huth.
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