CEMENTERIOS
CUENTOS DE DOMINGO: HOY, 'CEMENTERIOS' / FOTOS: J. M. LARRAZ
Los cementerios conectan el aquí, la memoria inmediata de los que se han ido, con el más allá o el vacío del tiempo. Los cementerios son casas de reposo perenne, lugares de paz, hospitales del tiempo insondable, recintos contra el olvido llenos de detalles, de recuerdos, de cosas inesperadas e incluso de humor. Hay cementerios famosos por sus moradores casi incontables como Père Lachaise (70.000 tumbas) o Montparnasse (35.000), poblados de grandes personajes: Wilde, Proust, Balzac, Jim Morrison, Maria Callas, en el primero; Cortázar, Sartre o Duras, en el segundo. Hay cementerios sonados por un único habitante, como Paul Valéry en Séte, Machado en Collioure, por su orografía increíble como San Michele, Murano o Niembro (Asturias), por su extraño contenido como el de Morille (Salamanca), de objetos de arte o de epitafios ocurrentes como el de Arrabal: “Fernando Arrabal estuvo aquí y pasó lo que tenía que pasar”. Hay cementerios imponentes e íntimos como el de Comillas, con su poderoso ángel que extiende los brazos, y cementerios que, en realidad, son los nuestros: los de Santa Eufemia de Arteixo y Santa Mariña de Lañas (los de mi antepasados en La Coruña), el de Cantavieja, donde Basilio, el sepulturero, parecía un personaje de Shakespeare con su plano de bancales de cada difunto. O el de Torrero, el más visitado porque aquí reposan amigos, familiares, mitos de la ciudad. La literatura de cementerios es muy vasta: Edgar Lee Masters es el autor de un libro excepcional, ‘Antología de Spoon River’, el relato poético de cuando los muertos hablan, y nuestro Luis Ram de Viu firmó sus olvidadas ‘Flores de muerto’. Uno de los poetas que tuvo siempre en la cabeza estos espacios, puertas de acceso a la eternidad, fue Luis Cernuda. Le decía a un niño muerto: “Yo quiero estar contigo; no estás solo”, que en el fondo es lo que les decimos todo el tiempo a los amigos o allegados que se han ido. Félix Romeo Pescador, que reposa en Torrero, soñó hace algunos años un cementerio para poetas en el Moncayo. No deja de ser una idea original, en consonancia con la tradición del lugar –brujería, ecos del Medievo, aquelarres, los desafueros de la tía Casca, el fervor por el misterio de Manuel Jalón, el romanticismo de luna grande y paseos de los hermanos Bécquer- al que ahora se suma un cómic y una parodia desternillante: la película ‘Bendita calamidad’.
*Este artículo puede leerse en las páginas de opinión de Heraldo de Aragón, en mi sección semanal, 'Cuentos de domingo'. Las fotos son de José Miguel Larraz, que ha hecho una serie muy trabajada y personal sobre el cementerio de Torrero.
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