'GOLES AL MARGEN': UN LIBRO DE FÚTBOL DE CHEMA GONZÁLEZ RODRÍGUEZ
Recibo esta nota del escritor y periodista Chema González Rodríguez, tan aficionado al fútbol como al cine. Dice: “El próximo miércoles 16 de diciembre a las 20:15 horas presento un libro en el centro social y cultural Las Armas (Plaza Mariano de Cavia 2). Se titula ‘Goles al margen’. Propongo un viaje por la historia del fútbol a través de cuarenta y cinco relatos de héroes y antihéroes; protagonistas de portadas en unos casos y personajes secundarios o casi olvidados en otros. Creo que puede gustar a los amantes del fútbol, pero no solo a ellos. Se pueden leer como una recopilación de biografías de futbolistas, como un libro de Historia, como una película del siglo XX e inicios del XXI.
Y nunca está de más saber qué jugador se quitó la vida de un disparo en el corazón en el círculo central de su estadio, quién nació en una patera en algún punto del Atlántico y ha acabado compartiendo camiseta e historia con Ribéry o qué dos futbolistas coincidieron en la cárcel Modelo de Madrid durante la Guerra Civil”. Tiene, por petición mía, la gentileza de enviarme dos textos. Uno está inspirado en la película ‘Evasión o victoria’ de John Huston (después de leer su texto apetece volver a verla de inmediato) y otro en Jimmy Johnstone, al que recordamos de un legendario partido en Glasgow ante el Atlético de Madrid.
LOS CHICOS DE LA PANADERÍA
Por Chema GONZÁLEZ RODRÍGUEZ
Ucrania es un país difícil de entender y de explicar. Durante la II Guerra Mundial, convivieron en su territorio tres ejércitos nacionales distintos con objetivos diferentes. La mayoría de los civiles simpatizaba con el Ejército rojo a pesar de que la colectivización agrícola forzosa de Stalin había matado de hambre unos años antes a millones de personas. Había también un ejército de liberación con más de doscientos mil soldados, que combatía junto a los alemanes. Y aún existía un tercer ejército, el insurgente ucraniano, que plantó cara a las fuerzas de ocupación nazis y al mismo tiempo se enfrentaba a las tropas soviéticas, una lucha que se prolongó una vez finalizada la guerra.
A John Huston le debió de parecer muy enrevesada esa situación cuando decidió contar, en 1981, la historia de un partido de fútbol en mitad de la guerra. Por eso, el director de La reina de África situó la acción lejos de Kiev, en París. Los malos eran los nazis, eso no cambiaba, que para algo la guerra la cuentan los vencedores. Y los buenos, en vez de ser famélicos ucranianos con una estrella roja en su gorra, eran prisioneros aliados occidentales. Ingleses, franceses, belgas e incluso un estadounidense, el aprendiz de portero Sylvester Stallone. Pelé, Ardiles, Moore contra un equipo de soldados alemanes en el Stade de Colombes. A Huston le salió una película entretenida para pasar un sábado por la tarde, Evasión o victoria, cuando tuvo entre manos una historia irrepetible, la posibilidad de que, por una vez, fútbol y cine mezclaran bien.
Hubiera bastado con que centrara el argumento en Alexei Klimenko, uno de los chicos que se quedó sin balón cuando el ejército alemán entró en Kiev en septiembre de 1941. Él, junto a otros jugadores del Dinamo y el Lokomotiv, acabó reclutado por un tipo de origen teutón, Iosif Kordik, que colaboraba con los ocupantes nazis a cambio de mantener abierto su negocio de pan. Allí trabajaban Trusevich, Timofeyev, Komarov, Kuzmenko, Goncharenko... los mejores futbolistas de Kiev reunidos por un panadero, que fundó el F. C. Start.
Kordik disfrutaba como patrón de los que habían sido sus ídolos, mientras los nazis buscaban normalizar la convivencia. Siempre que un ejército invasor se establece en una ciudad, el paso del tiempo termina barnizando de cotidianeidad la vida de los ocupados. Unos rabian en silencio, otros resisten y hay quienes abren sus tiendas y hasta sus corazones al enemigo. Estos últimos son los que peor lo pasan el día de la liberación, pero hasta que llega esa fecha sobrellevan las penas mejor que los señalados. Los componentes del F. C. Start estaban marcados por jugar al fútbol para mayor gloria del deporte soviético, para mayor gloria de Stalin.
Klimenko era uno más, un defensor de corta estatura, que dicen que hizo lo que muchos hubieran querido hacer en el partido de sus vidas. Antes de aquello, el Start disputó en el verano de 1942 varios encuentros organizados por las autoridades alemanas con la idea de que el fútbol tiñera de normalidad la ocupación. Y los chicos de la panadería ganaban aquellos partidos jugados a pocos kilómetros del barranco de Babi Yar, donde los nazis mataban sin cesar a los judíos de Ucrania. Solo en dos días de septiembre, al poco tiempo de ocupar la ciudad, las SS habían asesinado a treinta y tres mil personas en esa zona boscosa situada en los aledaños de Kiev.
Los nazis y sus amigos ganaban a todo menos al fútbol. El F. C. Start fue derrotando a todos sus rivales: húngaros pronazis, rumanos que combatían en el bando alemán, ucranianos colaboracionistas, soldados alemanes e incluso a un equipo profesional llegado de Hungría con la idea de acabar con la resistencia del Start, con el orgullo de Kiev. Klimenko no atacaba demasiado, su misión era evitar que Trusevich se agachara a recoger la pelota del fondo de su portería. Y lo hacía bien porque en todos esos partidos sus compañeros delanteros celebraban muchos goles y el guardameta recibía pocos.
Los nazis, cansados ya de que en las calles se hablara tanto de las victorias de los resistentes panaderos, mandaron a Kiev al mejor equipo de fútbol que tenían en el ejército alemán, el Flakelf. Once arios frente a once rojos o sospechosos de simpatizar con el ogro Stalin. Y ganó el Start por cinco a tres. Pudieron ser seis, pero cuentan que en el último minuto Alexei Klimenko, después de regatear al portero del Flakelf, dio me- dia vuelta y disparó en sentido contrario. ¿Venganza, escarnio, leyenda? La fotografía que se hicieron los jugadores de ambos equipos, mezclados al final del partido, invita a dudar. Quizá la propaganda soviética se inventó la jugada de Klimenko.
Lo cierto es que el F. C. Start solo jugó un partido más, que por supuesto ganó. El destino de aquellos jugadores estuvo marcado por las alambradas de los campos de concentración. Nikolai Korotkykh murió después de un largo interrogatorio. A Klimenko lo fusilaron meses más tarde en el campo de Syrets junto a sus compañeros Kuzmenko y Trusevich.
Nadie sabe qué piensa una persona antes de morir porque a nadie puede contárselo, pero si Klimenko hizo lo que dicen que hizo, lo imagino con una mueca en el rostro recordando aquel momento en el que, con el portero alemán tirado en el suelo como un pelele, él, Alexei Klimenko, decidió girar sobre sí mismo y cambiar un gol por un lugar en la historia.
EL PEQUEÑO LEÓN
Por Chema GONZÁLEZ RODRÍGUEZ
Todos habían nacido en treinta kilómetros a la redonda. Se conocían del barrio, del pub, del vestuario; y el 25 de mayo de 1967 hicieron historia juntos. En Glasgow no hay medias tintas. O eres del Celtic o eres del Rangers. La división no alcanza únicamente al terreno deportivo como en Madrid, Milán o Manchester. Hay una historia de identidad que trasciende el hecho de que seas del equipo de tu padre o del eterno rival solo para fastidiarle.
El Celtic lo fundó entre 1887 y 1888 un religioso católico, el hermano marista Walfrid, que se propuso ayudar a algunos de los miles de irlandeses que huían de la hambruna con destino a Glasgow, Liverpool o los Estados Unidos. El Rangers ya existía desde 1872 y en poco tiempo se convirtió en el bastión de los protestantes, de aquellos que quieren un reino unido. Hasta el punto de que una fotografía de la reina de Inglaterra preside el vestuario de los Teddy Bears en Ibrox.
Religión, origen, familia, nación. Empezó a haber mucho en juego cada vez que unos y otros se veían las caras. El Celtic tiene el trébol en su escudo y entiendes lo que significa cuando paseas por Falls Road, el barrio católico de Belfast en Irlanda del Norte. Lo comprendes el día que ves a los chicos con la camiseta del Celtic jugando al balón junto al mural que recuerda a Bobby Sands, un miembro del IRA fallecido tras una huelga de hambre en prisión. A ninguno de esos niños pecosos se le ocurre pisar Shankill Road, la zona de los unionistas probritánicos, también llena de paredes pintadas con los rostros de paramilitares que han llenado de sangre la historia del siglo xx de una tierra que unos llaman el “norte” de Irlanda y otros, Irlanda del Norte.
La camiseta del Celtic, con rayas horizontales verdes y blancas, es una de las más singulares e inconfundibles que hay. No había error posible aquella tarde de mayo en la que once chicos de Glasgow y sus alrededores se enfrentaban al Inter de Milán. Los guapos y morenos italianos vestidos de azul y negro frente a los rubicundos y blanquecinos escoceses.
La estrella medía un metro cincuenta y siete y todos sus compañeros lo querían y protegían. Puede que fuera porque en catorce temporadas los sacó de muchos atolladeros con sus increíbles regates con el balón cosido a su pie derecho. También es posible que tuviera que ver el hecho de que a Jimmy Johnstone los rivales le atizaban más que a ninguno.
Quizá por esto, y después de tantos años de tarascadas, a Johnstone le tiraron, en vez de patadas, miles de flores cuando el ataúd que llevaba sus restos recorrió las calles de Glasgow en marzo de 2006. Miles de personas apiñadas en las aceras aplaudían y lloraban al paso del coche en el que viajaba el más querido de los Lisbon Lions, los muchachos que le dieron a Celtic su primera y única Copa de Europa. Las lágrimas evocaban el momento en el que Billy McNeill levantaba la orejona para orgullo de la mitad de Glasgow.
“Jueguen como si no hubiera más partidos, como si no hubiera mañana”. Fueron algunas de las palabras de Jock Stein en el vestuario antes de salir a bombardear la portería italiana. Más de cuarenta lanzamientos a puerta frente al Inter de Helenio Herrera, que se puso por delante en el marcador hasta que los chicos de Glasgow le dieron la vuelta en la segunda mitad.
Stein también era de los alrededores de una ciudad en la que el Rangers no fichaba jugadores católicos y el Celtic no tenía problemas para tener en su plantilla a futbolistas del otro lado. Esa tolerancia permitió que el propio Stein jugara primero y después dirigiera al equipo de los católicos a pesar de que tuviera una opinión diferente del papa de Roma.
*La foto de ’Evasión o Victoria’ la tomo de aquí.
http://www.cineycine.com/images/stories/onev2/Cine/analisis/evasion_victoria/evasion-victoria-pele.JPG
** La foto de Johstone la tomo de aquí:
http://backpagefootball.com/wp-content/uploads/2014/09/Screen-Shot-2014-09-30-at-01.56.46.png
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