RETRATO DE MIGUEL Á. MARÍN URIOL
RELATO DEL POETA PASTELERO
La vida está marcada por hilos de continuidad. A veces, en el fluir de una conversación de sábado al sol, piensas en alguien y media hora más tarde aparece por la calle paseando un perro. O está en una terraza, con una cerveza y un cuaderno milimetrado en el que escribe versos, los pule, pauta las sílabas y las rimas que, poco a poco, se vuelven música y canto. Ayer fue el Día Internacional del Libro Infantil: Miguel Ángel Marín Uriol (Zaragoza, 1945) no es un escritor de cuentos para niños aunque alguna vez escribió fábulas con encantamiento. Hablaba, como si fuera un repostero de ‘Las mil y una noches’, de los aromas y especias y de la pastelería universal con sus condimentos e ingredientes. La historia de Miguel Ángel es muy curiosa: siempre amó, y ama, la poesía y, a la par, mantuvo un negocio de tres locales con once trabajadores; servía pasteles a media Zaragoza. Era su esperanza, su pasión, su obra en marcha, y a ese universo de dulces le dedicó recetarios, artículos de prensa, algún que otro relato novelesco que contiene un viaje a los sentidos y una travesía en el tiempo. Hacía preciosas esculturas de chocolate en sus escparates. Un día las cosas se le torcieron: en el trabajo, en el amor y la familia, y en su ánimo. Todo se vino abajo y conoció el fracaso tan inesperado como fulminante. Con tesón, logró salir del abismo, animó tertulias y halló consuelo en otra mujer, Inma, apasionada de las palabras y cómplice de las ilusiones perdidas. Marín Uriol, que escribió versos a cuatro manos con la poeta y pedagoga Mari Carmen Gascón, empezó a hacer libros artesanales, poemarios, solo o con Inma, donde daba cuenta de sí: de sus sueños, de su cultura, de su vitalidad, de su pugna constante contra las derrotas del existir. Ha hecho textos ex profeso para sus hijas y para sus amigos: al poeta Ángel Guinda, cuando se casó por cuarta vez, le regaló un texto de mil versos. Ahora ultima otro libro para el escultor Florencio de Pedro. Ayer, en una terraza, culminaba la última pieza del volumen en su silla de ruedas eléctrica, casi de ciencia ficción, y la leyó de viva voz. Era el maravilloso relato de la supervivencia gracias a la palabra. El deseo de sobreponerse a la arrogancia de la enfermedad con el ímpetu de la primavera. O, dicho de otro modo, con el insobornable sortilegio de la amistad.
*Este texto ha aparecido hoy en mi sección 'Cuentos de domingo' y está dedicada a Miguel Ángel Marín Uriol y su compañera Inmaculada Marqueta. En la foto de Heraldo, el editor Joaquín Casanova, el profesor Mariano Ibeas, Miguel Ángel Marín Uriol e Inmaculada Marqueta.
1 comentario
Raquel Sánchez Arranz -
Muchas gracias.
Raquel