Antón, que acaba de editar un soberbio extra sobre Cervantes de su premiado suplemento literario del Heraldo, A&L, y de sacar un gran libro, Los Sitios, con fotografías de Andrés Ferrer (su densa lectura nos llevará a otra reseña, en breve), ha publicado en las Prensas Universitarias de Zaragoza un primoroso libro,El musgo del bosque, en que mezcla recuerdos y sueños, poemas y ensayos biográficos, rumores de viento y de personas. Muchas cosas nos llaman la atención en este libro de madurez, que recolecta escritos dispersos durante años:
“Un poeta se alimenta de recuerdos”, nos dice. También de alusiones musicales (he buscado de inmediato, mi incultura musical es enorme, y he escuchado a King Crimson y Eyes wide open…). Y he casi visto esa “loca del bosque” que muestra una Rosalía de Castro que perdió la cabeza; y a seguido, Amancio Prada, el trovador de las neblinas y las espigas.
Canta a su primera radio, “un arsenal de sonidos, de músicas del mundo, de voces envolventes”. A un amor inesperado, quizá soñado de tan hermoso. A los álbumes de fotos, el cine y la cercana y temblorosa prima en la penumbra, que “desordena y paraliza el deseo”. A esos fotógrafos, quizá Leopoldo Pomés, “que van más allá de la luz, alquimistas de la imagen, calígrafos del aire”.
Trata de muchas gentes que conoció, leyó, entrevistó, amistó: de García Pavón a Torrente Ballester, en unos deliciosos encuentros; José Hierro que, como Baudelaire, cree en la ebriedad de la poesía; Gabriel Celaya, “paladín de la metáfora” y su musa cotidiana, Amparitxu. Recuerda su viejo gusto por Mercè Rodoreda, devorada en cualquier sitio, a la que homenajearía llamando Aloma a la hija recién llegada, como uno de sus personajes. La “Razón de amor” de Salinas, evocada al encontrar el definitivo, de la compañera para siempre.
Se siente “el hombre más impertinente e inoportuno del mundo”. Y cree en “un mundo de mujeres bonitas y de obreros rebeldes donde todos seríamos irremediablemente libres”. Y hace también alusiones muy cercanas, como la del pintor aragonés Pascual Blanco, “rodeado de tórculos y planchas, entregado a la materia”, o los caminos paralelos de Eduardo Laborda e Iris Lázaro. En fin, comparecen el deslumbramiento ante Rembrandt en el Prado, un Moscú en un viaje inesperado, con toda su enorme carga cultural. O la fascinación de un último concierto en el Maestrazgo, emocionante recuerdo de José Antonio Labordeta.
Un libro para disfrutar, pensar, sentir. Un nuevo paso, en esta gran literatura por entregas que es la obra, ya ingente, de nuestro tan querido y admirado amigo.
*En la foto, la actriz Edwige Fenech que aparece en 'La isla del cine'. La tomo de aquí: http://images2.corriereobjects.it/methode_image/2013/12/24/Spettacoli/Foto%20Gallery/07spe10f1-068_MGzoom.jpg?v=20131226163925
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