MARCHAMALO: UN DIÁLOGO
ENTREVISTA. Jesús Marchamalo. Presentaba el pasado jueves en Antígona, ’Tocar los libros’ (Fórcola), en una nueva edición revisada y ampliada.
“¿Manías? Leo mucho al sol”
“Las bibliotecas son cotillas y acaban
cometiendo alguna indiscreción”
Jesús Marchamalo (Madrid, 1960) es periodista cultural y escritor aficionado a los secretos del libro y las bibliotecas. Esta tarde, a las 20.00, en la librería Antígona, acompañado por José Luis Melero, presentará una edición revisada y aumentada de uno de sus textos más elogiados: ’Tocar los los libros’ (Fórcola)
-¿Qué le dice la palabra libro?
La palabra libro me dice muchas cosas; me dice invierno, viaje, insomnio, manta, playa, isla remota, biblioteca, Tolstoi, poesía... No creo que haya otra palabra que tenga tantos significados.
-¿Recuerda cuáles fueron los dos o tres o cuatro primeros que compró o leyó?
No, y lo siento, porque me encantaría saber cuál fue el primer libro que leí o que me regalaron. Siempre he tenido mala memoria, pero sí recuerdo aquella colección de Bruguera, Clásicos selección, creo que se llamaba, que alternaba texto y dibujos y que nos regalaban por Reyes, en los cumpleaños, y cuando estábamos enfermos. Gran parte de mis lecturas infantiles -Verne, Salgari, Stevenson- me traen el recuerdo del sabor agrio de la aspirina y el olor penetrante, mentolado, del Vicks Vaporub.
-¿De qué modo te gustan los libros? ¿Qué le gusta de ellos?
Me gusta que sean bonitos, en el sentido más amplio de la palabra, amables. Me fijo -creo que todos lo hacemos, aunque no sea de una manera consciente- en el papel, el tipo de letra, los márgenes... Creo que la tecnología nos ha hecho cobrar conciencia de esa parte táctil, de relación física que también tiene la lectura y que la enriquece.
-¿Qué quiere decir en ’Tocar los libros’? ¿Cuál es su origen?
El origen es una conferencia que di, hace años, en un congreso de profesores. Y yo diría que es una reflexión, humorística, cómplice, sobre cómo convivimos con los libros. Hablo de cómo ocupan los estantes y cómo se extienden después por el resto de la casa, y sobre las mesillas y los sillones. Hablo de las manías que tenemos al leer. Hablo del orden y del desorden, y de la suerte incomparable de ser lector.
-¿Cuántas estanterías tiene ahora en su casa y cuántos metros lineales? ¿Cuántos exlibris le han hecho ya?
No tengo ni idea, pero las estanterías, como se sabe, son siempre un bien escaso. No sé cómo es posible porque es algo que contraviene las leyes de la física, pero es sabido que en una casa siempre falta un armario, y una estantería. Exlibris tengo seguramente una docena. Desde hace años lo cambio cada navidades. Siempre hay un amigo artista generoso que me lo dibuja, y tengo exlibris de Javier Zabala, Antonio Santos, Damián Flores, José María Merino, Emilio Urberuaga... El de este año me lo ha regalado el aragonés Isidro Ferrer.
-¿Cómo cuida o mima los libros: con amor de
coleccionista, de inversor o de enamorado?
De enamorado, por supuesto. Soy mal coleccionista y, desde luego, un fatal inversor.
-¿En qué medida es fetichista?
Mucho. Creo. Me encanta el mundo de los escritores, de la literatura. Guardo fotos de escritores, dedicatorias, manuscritos originales, cartas... Así que, sí. Sí diría que soy fetichista, modestamente.
-Díganos, con sus razones, cinco libros de su biblioteca que sean decisivos o especiales para usted.
Qué difícil es siempre elegir un libro, una ciudad, una película, o cinco. Tengo un ejemplar de ’Nuevas Canciones’, de Machado, que me regalaron los libreros de Madrid, y que está firmado por él. Es uno de los libros que me gusta ver, y tocar, de vez en cuando y es maravilloso saber que es un libro que Machado tuvo también en sus manos siquiera esos segundos en que lo firmó. Tengo también una vieja edición de ’Cien años de soledad’, de Argos Vergara, ligeramente fea y cochambrosa, que leí con diecisiete años y que me dejó, entonces, deslumbrado. El año pasado mi amigo José Noriega, exquisito editor, me hizo una especie de caja de madera y cartón para que lo guardara. Elegiría también un ejemplar de las ’Poesías Completas’ de Pedro Salinas, en Aguilar, que compré en una librería de viejo, lleno de anotaciones y subrayados. Siempre me gusta encontrar en los libros rastros de otros lectores, otras lecturas. Y otro que he comprado recientemente, en la feria del libro de Recoletos, un ejemplar de ’Canciones’ de Lorca, publicado en ’Revista de Occidente’, donde lees, por ejemplo, estos versos: “¡Ay que trabajo me cuesta / quererte como te quiero! / Por tu amor me duele el aire, / el corazón y el sombrero”. Lorca siempre es una lectura deslumbrante. Este año se cumple el 80 aniversario de su asesinato, y te hace cobrar conciencia de lo que podría haber seguido viviendo, escribiendo, si no hubiera sido asesinado. No sé si he elegido los cinco o me falta alguno. Pero sí le contaré que la semana pasada estuve fuera, y me llevé el libro de Lorca sólo para tenerlo conmigo.
-Si tuviera que decir algunas manías suyas, ¿cuáles serían?
Tengo muchas, y cambiantes. Es lo que tiene visitar bibliotecas ajenas, que siempre hay alguna manía de los demás que te gusta, y que asumes. Y soy muy caprichoso con las manías. Últimamente, por ejemplo, leo mucho al sol. Tengo un banco en una plaza, aquí al lado de casa, que prácticamente he hecho mío, y que utilizo para leer.
-¿Qué manías ajenas, de escritores célebres, le han conmovido?
No sé si es una manía, pero me conmovió la historia de un libro que me contó García Montero. Una vieja edición encuadernada en tela roja, gastada, de ’Las mil mejores poesías’, de Bergua, que era de su padre y que fue donde aprendió a leer. Me contó que es un libro que no saca de casa, nunca, por miedo a que se le pueda perder.
-Me impresiona la foto del poeta cubano Gastón Baquero, exiliado en Madrid y rodeado de libros que casi lo amenazan. ¿Qué nos dice de ella? ¿Qué prefiere, el orden minucioso o el desorden tan vital?
Es una foto fantástica; los libros como un ejército invasor, amontonados en torres, muchas de ellas inestables, ocupando las mesas y los sofás, tapando las contraventanas... Es, desde luego, muy literaria. No sé si algo angustiosa también. Yo, puestos a elegir entre el orden minucioso y ese desorden un poco desnortado, no sé qué haría. Pero lo cierto es que mis libros son de esa segunda opción, del desorden vital.
-¿Qué novedades ha incorporado en esta nueva edición?
Alguna historia nueva que he ido recopilando estos años. Hablo, por ejemplo, de las cajas de libros dedicados que extravió Vila-Matas en una mudanza, de los libros, ordenados por orden cronológico de Azúa, y de aquella historia que me contaron de Guillermo Cabrera Infante: un día llegó a su casa su amigo Andy García, el actor, y viendo sus estantes atiborrados le preguntó ¿Y esto, lo has leído todo?, que es algo que nos preguntan de vez en cuando, a lo que Cabrera Infante, muy serio, fumando, le contestó: “Sí, pero tranquilo, sólo una vez”.
-Si repasara toda su biblioteca, ¿qué me diría de Jesús Marchamalo?
No tengo ni idea. Las bibliotecas, ya sabes, son muy cotillas, les encanta hablar de sus propietarios, y más tarde o más temprano acaban cometiendo alguna indiscreción.
-¿Cómo se lleva con los libros digitales?
No me llevo ni bien ni mal. Me gusta leer en papel, pero no creo que eso signifique nada. Tengo móvil (inteligente), soy de Facebook, tengo Twitter, Instagram, tablet... Y me gusta también montar en bicicleta, tirar con arco, escribir con pluma y leer libros. Creo que todo es compatible, afortunadamente, felizmente.
“¿Manías? Leo mucho al sol”
“Las bibliotecas son cotillas y acaban
cometiendo alguna indiscreción”
Jesús Marchamalo (Madrid, 1960) es periodista cultural y escritor aficionado a los secretos del libro y las bibliotecas. Esta tarde, a las 20.00, en la librería Antígona, acompañado por José Luis Melero, presentará una edición revisada y aumentada de uno de sus textos más elogiados: ’Tocar los los libros’ (Fórcola)
-¿Qué le dice la palabra libro?
La palabra libro me dice muchas cosas; me dice invierno, viaje, insomnio, manta, playa, isla remota, biblioteca, Tolstoi, poesía... No creo que haya otra palabra que tenga tantos significados.
-¿Recuerda cuáles fueron los dos o tres o cuatro primeros que compró o leyó?
No, y lo siento, porque me encantaría saber cuál fue el primer libro que leí o que me regalaron. Siempre he tenido mala memoria, pero sí recuerdo aquella colección de Bruguera, Clásicos selección, creo que se llamaba, que alternaba texto y dibujos y que nos regalaban por Reyes, en los cumpleaños, y cuando estábamos enfermos. Gran parte de mis lecturas infantiles -Verne, Salgari, Stevenson- me traen el recuerdo del sabor agrio de la aspirina y el olor penetrante, mentolado, del Vicks Vaporub.
-¿De qué modo te gustan los libros? ¿Qué le gusta de ellos?
Me gusta que sean bonitos, en el sentido más amplio de la palabra, amables. Me fijo -creo que todos lo hacemos, aunque no sea de una manera consciente- en el papel, el tipo de letra, los márgenes... Creo que la tecnología nos ha hecho cobrar conciencia de esa parte táctil, de relación física que también tiene la lectura y que la enriquece.
-¿Qué quiere decir en ’Tocar los libros’? ¿Cuál es su origen?
El origen es una conferencia que di, hace años, en un congreso de profesores. Y yo diría que es una reflexión, humorística, cómplice, sobre cómo convivimos con los libros. Hablo de cómo ocupan los estantes y cómo se extienden después por el resto de la casa, y sobre las mesillas y los sillones. Hablo de las manías que tenemos al leer. Hablo del orden y del desorden, y de la suerte incomparable de ser lector.
-¿Cuántas estanterías tiene ahora en su casa y cuántos metros lineales? ¿Cuántos exlibris le han hecho ya?
No tengo ni idea, pero las estanterías, como se sabe, son siempre un bien escaso. No sé cómo es posible porque es algo que contraviene las leyes de la física, pero es sabido que en una casa siempre falta un armario, y una estantería. Exlibris tengo seguramente una docena. Desde hace años lo cambio cada navidades. Siempre hay un amigo artista generoso que me lo dibuja, y tengo exlibris de Javier Zabala, Antonio Santos, Damián Flores, José María Merino, Emilio Urberuaga... El de este año me lo ha regalado el aragonés Isidro Ferrer.
-¿Cómo cuida o mima los libros: con amor de
coleccionista, de inversor o de enamorado?
De enamorado, por supuesto. Soy mal coleccionista y, desde luego, un fatal inversor.
-¿En qué medida es fetichista?
Mucho. Creo. Me encanta el mundo de los escritores, de la literatura. Guardo fotos de escritores, dedicatorias, manuscritos originales, cartas... Así que, sí. Sí diría que soy fetichista, modestamente.
-Díganos, con sus razones, cinco libros de su biblioteca que sean decisivos o especiales para usted.
Qué difícil es siempre elegir un libro, una ciudad, una película, o cinco. Tengo un ejemplar de ’Nuevas Canciones’, de Machado, que me regalaron los libreros de Madrid, y que está firmado por él. Es uno de los libros que me gusta ver, y tocar, de vez en cuando y es maravilloso saber que es un libro que Machado tuvo también en sus manos siquiera esos segundos en que lo firmó. Tengo también una vieja edición de ’Cien años de soledad’, de Argos Vergara, ligeramente fea y cochambrosa, que leí con diecisiete años y que me dejó, entonces, deslumbrado. El año pasado mi amigo José Noriega, exquisito editor, me hizo una especie de caja de madera y cartón para que lo guardara. Elegiría también un ejemplar de las ’Poesías Completas’ de Pedro Salinas, en Aguilar, que compré en una librería de viejo, lleno de anotaciones y subrayados. Siempre me gusta encontrar en los libros rastros de otros lectores, otras lecturas. Y otro que he comprado recientemente, en la feria del libro de Recoletos, un ejemplar de ’Canciones’ de Lorca, publicado en ’Revista de Occidente’, donde lees, por ejemplo, estos versos: “¡Ay que trabajo me cuesta / quererte como te quiero! / Por tu amor me duele el aire, / el corazón y el sombrero”. Lorca siempre es una lectura deslumbrante. Este año se cumple el 80 aniversario de su asesinato, y te hace cobrar conciencia de lo que podría haber seguido viviendo, escribiendo, si no hubiera sido asesinado. No sé si he elegido los cinco o me falta alguno. Pero sí le contaré que la semana pasada estuve fuera, y me llevé el libro de Lorca sólo para tenerlo conmigo.
-Si tuviera que decir algunas manías suyas, ¿cuáles serían?
Tengo muchas, y cambiantes. Es lo que tiene visitar bibliotecas ajenas, que siempre hay alguna manía de los demás que te gusta, y que asumes. Y soy muy caprichoso con las manías. Últimamente, por ejemplo, leo mucho al sol. Tengo un banco en una plaza, aquí al lado de casa, que prácticamente he hecho mío, y que utilizo para leer.
-¿Qué manías ajenas, de escritores célebres, le han conmovido?
No sé si es una manía, pero me conmovió la historia de un libro que me contó García Montero. Una vieja edición encuadernada en tela roja, gastada, de ’Las mil mejores poesías’, de Bergua, que era de su padre y que fue donde aprendió a leer. Me contó que es un libro que no saca de casa, nunca, por miedo a que se le pueda perder.
-Me impresiona la foto del poeta cubano Gastón Baquero, exiliado en Madrid y rodeado de libros que casi lo amenazan. ¿Qué nos dice de ella? ¿Qué prefiere, el orden minucioso o el desorden tan vital?
Es una foto fantástica; los libros como un ejército invasor, amontonados en torres, muchas de ellas inestables, ocupando las mesas y los sofás, tapando las contraventanas... Es, desde luego, muy literaria. No sé si algo angustiosa también. Yo, puestos a elegir entre el orden minucioso y ese desorden un poco desnortado, no sé qué haría. Pero lo cierto es que mis libros son de esa segunda opción, del desorden vital.
-¿Qué novedades ha incorporado en esta nueva edición?
Alguna historia nueva que he ido recopilando estos años. Hablo, por ejemplo, de las cajas de libros dedicados que extravió Vila-Matas en una mudanza, de los libros, ordenados por orden cronológico de Azúa, y de aquella historia que me contaron de Guillermo Cabrera Infante: un día llegó a su casa su amigo Andy García, el actor, y viendo sus estantes atiborrados le preguntó ¿Y esto, lo has leído todo?, que es algo que nos preguntan de vez en cuando, a lo que Cabrera Infante, muy serio, fumando, le contestó: “Sí, pero tranquilo, sólo una vez”.
-Si repasara toda su biblioteca, ¿qué me diría de Jesús Marchamalo?
No tengo ni idea. Las bibliotecas, ya sabes, son muy cotillas, les encanta hablar de sus propietarios, y más tarde o más temprano acaban cometiendo alguna indiscreción.
-¿Cómo se lleva con los libros digitales?
No me llevo ni bien ni mal. Me gusta leer en papel, pero no creo que eso signifique nada. Tengo móvil (inteligente), soy de Facebook, tengo Twitter, Instagram, tablet... Y me gusta también montar en bicicleta, tirar con arco, escribir con pluma y leer libros. Creo que todo es compatible, afortunadamente, felizmente.
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