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Antón Castro

MARCOS ANA: UNA ENTREVISTA

MARCOS ANA: UNA ENTREVISTA

[LITERATURA / MARCOS ANA. Escritor y político nacido en Salamanca en 1920, que pasó 23 años en la cárcel y recogió su vida en ‘Decidme cómo es un árbol’, que Almodóvar llevará al cine. Lo entrevisté hace algunos años en el Parque José Antonio Labordeta. Acaba de fallecer.]

 

“No alimento ni el odio ni la venganza”

“Sigo siendo comunista y marxista”

 

 

 “Yo no tuve nunca una relación muy especial ni muy directa con Miguel Hernández –declara el poeta y político Marcos Ana (Salamanca, 1920), que permaneció 23 años en la cárcel, como narró en ‘Decidme cómo es un árbol’ (Umbriel)-. La primera vez que lo vi fue en el año 1937, vivía yo en el Alcalá de Henares, era responsable de la Juventud Socialista Unificada de la región y él era de la unidad del ‘Campesino’, era su agregado cultural, y paraba muchas veces allí. Luego lo fuimos  a buscar para que hiciera un recital y lo conocí. Me impresionó mucho, primero por su poesía, ha sido uno de los grandes, y luego le vi, ya de paso, en la cárcel de Conde de Toreno, donde Miguel estaba condenado a muerte. Me lo presentaron, le di un abrazo y le recordé que nos habíamos visto años atrás, cuando yo era un chaval en Alcalá de Henares. Fue un hombre que murió de franquismo cuando se abría a la juventud”. 

Usted fue el promotor de un homenaje especial a Miguel Hernández en la cárcel.

Sí, sí, en 1960 en la cárcel de Burgos pensamos en hacerle un homenaje a Miguel Hernández con motivo de su 50 aniversario. Era un montaje insólito, clandestino. Construimos un escenario con sábanas y con mantas, muy bien organizado, y unos compañeros, cuatro o cinco relatores, iban narrando su homenaje a Miguel: su vida y sus versos. No crea que era una cosa fugaz: tenía tres actos que tomaban el título de sus libros principales. El primero, ‘El rayo que no cesa’, era sobre el amor; el segundo, ‘Vientos del pueblo’, sobre la política, y el tercero, ‘Cancionero y romancero de ausencias’, sobre la cárcel y la muerte. La obra se llamaba ‘Homenaje a voz ahogada para Miguel Hernández. Sino sangriento’. Ahogada por dos razones: no podíamos levantar mucho la voz para no ser sorprendidos por los centinelas, que estaban algo alejados, y ahogada porque estábamos emocionados. Yo creo que nunca se hará un homenaje con tanta pasión y tanto riesgo.

¿Cuándo se hizo?

Era octubre. No recuerdo si era noche lunada o no, pero sí que los presos estaban sentados en el suelo con una pasión casi religiosa. Teníamos un pequeño coro, habíamos hecho unos instrumentos, a modo de flautas, con  los rabos de las escobas, y detrás del escenario estaba la banda. Cuando en el segundo acto llegaban las Brigadas Internacionales y los franceses sonaba ‘La marsellesa’; cuando aparecían los muralistas mexicanos, sonaba ‘la Cucaracha’; cuando venían los rusos sonaba ‘la Internacional’. En medio del silencio de la cárcel lo único que se oía era la alerta de nuestros centinelas. Yo era el director y redacté el guión. Ahora la función se ha vuelto a montar y da vueltas por España.

Cuando usted entró en la cárcel tenía 18 años. No sabía lo que era la vida, ni el amor…

Era hijo de campesinos muy pobres, analfabetos, y yo sabía leer y las cuatro reglas y poco más. La cárcel sería mi universidad. A los doce años mi familia me puso a trabajar en una tienda de cordelería e iba por los sitios con un carrito vendiendo cosas: hoces por los segadores, cuerdas. Me sorprendió la guerra y me marché al frente desde el primer momento como mascota al batallón Libertad.

Ha dicho usted que un día un día oyó a alguien que daba un mitin y pensó: “Este hombre habla para mí”.

En mi juventud yo era muy católico, mi padre también lo era. Un día fui a un acto a repartir la revista católica ‘Hosanna’, y mientras repartía me quedé a escuchar a un joven socialista que estaba hablando: era Federico Melchor. Me di cuenta de que estaba hablando de mí, de mi familia, de las condiciones de pobreza que rodeaban nuestra. Y me quedé enganchado, e iba a los mítines de los partidos socialistas hasta que ya di el paso al comunismo. Fue un paso difícil porque durante el día cumplía con las obligaciones de militante, y por la noche rezaba a solas.

¿Sigue siendo comunista?

Sí, no un comunista de cuartel o de secta, sino un comunista abierto, que quiere vivir su tiempo y escuchar a los demás, porque desgraciadamente a veces veo compañeros honorables que siguen utilizando hasta el mismo lenguaje que teníamos hace años. No te puedes dirigir a los jóvenes como lo hacías antaño, con una especie de catecismo político. Hay que oír a la juventud y hablarle. Ahí nace todo. Si no somos capaces de entender y de escuchar a la juventud no seremos capaces de cifrar los signos del futuro. Sigo siendo comunista y marxista.

Cuenta usted que le estaban torturando y alguien le tiró el retrato de Lenin…

Eso fue así. Yo estaba en los calabozos la dirección General de Seguridad en Madrid, soportando una paliza terrible y alguien arrojó un papel con el rostro de Lenin. Me pareció una señal. Eso es que hay una mística revolucionaria también.

¿Quién le tiró el retrato?

No lo sé. No fue un sueño. Tras recibir las palizas y hacerme con aquel papel doblado con el rostro de Lenin, me sentí fortalecido y comprometido con aquel retrato. Como por la mañana nos sacaban a hacer nuestras necesidades, al pasar ante otro calabozo lo tiré por la ventanilla a otro compañero para que siguiera luchando. Yo sé que existe una mística revolucionaria, y la he vivido cuando he sido torturado –con máscaras antigás, con corrientes eléctricas, con palizas brutales-: de repente te haces fuerte, lo resistes casi todo hasta perder la conciencia. No querías volverte indigno o delator de tus compañeros.

¿Cómo pudo resistir tanto dolor?

Teníamos nuestros trucos. Pero, después, nunca he cultivado el odio ni la venganza. A mí no se me ocurrió buscar a quien me torturó para romperle la cabeza. Una vez me preguntó uno de mis agresores: “Vosotros, ¿por qué cojones lucháis?”. Yo les dije: “Yo lucho por una sociedad donde, entre otras cosas, no le puedan hacer a usted lo que usted me está haciendo a mí”. En la cárcel también escribí poesía sobre el dolor y la esperanza de mis compañeros, para despertar la conciencia a los compañeros.

Publicó usted ‘Decidme cómo es un árbol’ (Umbriel) y ese libro cautivó a Almodóvar, especialmente la historia de la prostituta Isabel de Peñalva. ¿Cómo está el proyecto?

Va adelante. Tenemos un contrato firmado por tres años. A Pedro le gustó mucho la historia: salí de la cárcel después de 23 años de reclusión y dos condenas a muerto. Un amigo me dio mil pesetas para que conociera el amor y me lo gastase con una prostituta. Fui, ella se quedó fascinada con mi historia, salimos a cenar y me estrené con ella. A la mañana siguiente me dejó las mil pesetas y me decía que le gustaría volverme a ver esa noche. Salí a la calle y le compré mil pesetas en flores. Esta escena va a ser el hilo rojo del libro: todo va a suceder en una noche. Pedro y yo somos amigos, nos vemos con frecuencia, y yo creo que se hará la película.

 

*Marcos Ana por Danilo di Marco.

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