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Antón Castro

DIÁLOGO CON FERNANDO SANMARTÍN

[Fernando Sanmartín (Zaragoza, 1959) acaba de publicar un nuevo libro, de viajes: 'Ciudades que se posan como pájaros' (Xordica), donde cuenta sus estancias en Lisboa, varias ciudades de Bélgica, Tánger y Tetuán (donde persigue la sombra y el rastro de su padre) y varios lugares de Irlanda, esencialmente Galway. Aquí ofrezco la entrevista completa sobre este texto, de 69 páginas, de gran intensidad y sentido poético, que presentará el día 15 de diciembre en Los Portadores de Sueños. David Mayor, profesor y poeta, hablará del libro con el autor.

¿Qué significa para ti viajar?

Lo dice Xuan Bello, un escritor asturiano que me parece estupendo: Viajar es reencontrarse con uno mismo. Hago mía esas palabras y añado, eso sí, que el viaje nos concede una dimensión de libertad que no es frecuente en la vida cotidiana.

¿Por qué curan los viajes el desamparo? ¿Qué le hace a uno sentirse desamparado en su propia ciudad, en Zaragoza, por ejemplo?

Los viajes curan muchas cosas, incluso la ceguera mental, peligrosa enfermedad en tiempos embusteros como los nuestros. El viaje nos hace mejores y nos permite conocer más a los otros, sin olvidar que el yo y el otro, en términos de Lacan, no deben ser  nociones fijas sino intercambiables. Y no me siento desamparado en Zaragoza, al revés, soy un fan de mi ciudad,  forma parte de mí, conozco sus aciertos y  errores, la quiero.

¿Qué te interesa de una ciudad: lo que ves, la atmósfera, o lo que escribes: el rastro que deja en ti, impresiones, olores?

Me interesan sus latidos, su colesterol, su silencio y sus ruidos. Me interesan sus transportes públicos, sus mercadillos, sus locales espesos o elegantes. La escritura debe mostrar todo eso. La escritura tiene que ser un espejo de la vida, un reflejo de la realidad, y si no es así estamos ante lo artificial.

¿Qué tiene Lisboa de especial que atrapa tanto? ¿Es una ciudad con fantasmas?

Lisboa es una ciudad luminosa, vital, con tranvías y elevadores, en la que se deben comer "pastéis" de Belém, espolvoreados con canela. Es una ciudad donde hay un transbordador para cruzar el río Tajo que lleva el nombre del escritor Miguel Torga, alguien que dijo una frase contundente: Envejecer no es para cobardes.

¿Qué hay de cierto en que compras relojes en Lisboa, vas siempre a las sombrererías y te fascinan las barberías?

Los relojes, eso que aún llevamos en la muñeca, me los compro siempre en Lisboa. Es una manía como cualquier otra. El último lo adquirí en la joyería Ferreira Marques, ubicada en la plaza del Rossio. Y más de una vez entro a una sombrerería, pero con sombrero se me pone aspecto de gánster, como si hubiera ido a una ciudad lejana para cerrar un asunto turbio, y descarto siempre la compra de sombreros por ese motivo. Y las barberías portuguesas me gustan porque algunas me trasladan a la infancia. 

¿Cuáles son los mejores rastros que has visitado? ¿Busca el poeta o el narrador los ecos del tiempo ido en otras ciudades?

Los rastros londinenses me atraen: Petticoat Lane o Portobello. Pero me gustan otros rastros pequeños, mercadillos, como los de Toulouse o Gante. El rastro es una fotografía del paso del tiempo sobre los objetos. Y el tiempo es un dueño al que todos pertenecemos. El escritor debe observar el pasado, pero más todavía lo que sucede a su alrededor. Y si ahora, por ejemplo, no llueve, lo grave es que eso se sitúa dentro del cambio climático, pero sin olvidar que  también es una pérdida la desaparición del arcoiris.

El texto más emociónate es el viaje exterior e interior hacia Tánger y Tetuán. ¿Qué atrapa aún en esas ciudades? Se te ve ir por aquí y por allá como un explorador sin miedo…

Muchas cosas me atrapan de allí. Tánger ha sido, y no por casualidad, el refugio de muchos nómadas. Y uno, es curioso, aún ve rótulos donde pone "garaje Velázquez" o Gran Teatro Cervantes. Pero el mundo árabe es muy distinto al nuestro y recorrer la Medina de Tetuán, por ejemplo, muestra esa diferencia. Nunca he tenido ningún percance en los viajes, salvo una vez en El Cairo que sí me vi en una situación de emboscada. 

¿Desde cuándo se te ha impuesto de manera tan intensa la memoria de tu padre? Aparecía, de algún modo, en ‘Te veo triste’, transformado en otro padre, y era fundamental en tu libro anterior…

De algunas cosas me cuesta hablar. Y esta es una de ellas. Yo era un niño cuando él murió. Su muerte me produjo una desolación infinita. Y me ocurre que cuando alguien muere, estos días atrás ha sucedido con los tripulantes de un submarino en Argentina, pienso primero en sus hijos pequeños y eso me produce una tristeza enorme. En un libro mío anterior, muere también el padre del personaje femenino, y se evidencia algo que ya sabemos: el dolor nos hace frágiles.

Explícanos quién era, a qué se dedicaba, cómo murió…

Mi padre fue militar, tuvo como primer destino Tetuán y murió por un infarto de corazón.

Buscas su huella en Tetuán. ¿Cómo son las fotos que llevas, cuántas, qué se ve?

Reconstruyo, mínimamente, su trayecto. Me pregunto, frente al antiguo cine Alcázar, si pudo ver allí las películas que entonces se estrenaban: Tarzán en peligro, Vacaciones en Roma, Los Diez mandamientos...Me pregunto si aprendió algo de árabe, si seguía de cerca los combates del púgil Fred Galiana, si echaba en falta su ciudad. Tengo fotografías suyas, fechadas en noviembre de 1954, que identifiqué con la ayuda de una persona que trabajó muchos años en el Consulado general de España. Me pregunto, en definitiva, por qué murió tan joven y cómo sé tan poco de él.

¿Por qué has sido tan escueto? ¿Podríamos decir que practicas el arte de la sugerencia y a la vez de la intensidad?

Cuando publico un libro tengo una preocupación: no cansar a las lectoras. Mi escritura tiene mucho de confidencia. Y en toda confidencia, para bien o para mal, lo que se dice no es tibio ni se enmascara.

A veces da la sensación de que con un frase breve quieres resumir días y noches, tránsitos y visitas… ¿Tal es para ti la capacidad de la literatura, o de la poesía?

Si yo digo que las personas, igual que el comercio, deberíamos tener unos horarios de apertura y cierre, para evitar las decepciones o las expectativas falsas, soy consciente de la fuerza de esas palabras.

¿Activa Irlanda tu mitomanía? Pienso en ese cuadro de John Yeats que vas buscando…

Irlanda pertenece a mi colección de lugares donde he sido feliz. Los irlandeses se parecen a nosotros. Les gusta el pub, la cerveza, son simpáticos. Recuerdo lo que me dijo en Galway un bebedor de Guinness: - extranjero, aquí la noche se acuesta siempre al amanecer. Y ese cuadro de Yeats me enloquece. He ido varias veces a la National Gallery de Dublín para verlo. Se titula The Liffey Swim. Y muestra una prueba de natación por el rio Liffey con las orillas repletas de espectadores.

¿Qué es Fernando Sanmartín: un cazador de instantes, un cronista de las estaciones del alma o alguien que anda por ahí, lejos de casa, en busca de una conversación para sentirse menos solo?

Sé lo que no soy. Y me muevo con algunas certezas. La escritura me abriga. También los viajes. Pero el afecto y la amistad, cuando uno ha vivido días difíciles, lo son todo.

 

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