JOSÉ LUIS MELERO INGRESA, CON DISCURSO, EN LA A. DE SAN LUIS
[Esta tarde, a las 18.30, José Luis Melero Rivas (Zaragoza, 1956; el pasado domingo cumplía 61 años) ingresa en la Real Academia de Bellas Artes de San Luis y pronunciará un discurso en el que ha estado trabajando en los últimos meses. Un centenar de páginas. Le responderá Ramón Acín Fanlo, escritor, profesor y animador cultural de los ciclos de la Diputación de Zaragoza. Recupero esta entrevista que le hice a Pepe con motivo de la reedición, en 2015, de ’Leer para contarlo’.]
De manera sencilla, ¿quién te contagió la pasión por los libros?
Nadie. Comencé a leer desde niño y hasta ahora. Una vez, una señora, amiga de mi madre, le dijo a la que iba a ser mi suegra, a modo de informe: “Es muy buen chico, pero un poco raro: está siempre leyendo”. Así debían de verme.
¿Desde cuándo te decides hacer bibliófilo, o en qué momento?
Desde que, poco después de cumplir los veinte años, descubrí el universo de los libros viejos. Observé que muchas veces las ediciones antiguas costaban menos que las modernas cuando las comprabas en los rastros y las almonedas, y que había montones de libros y de escritores sin reeditar y sin recuperar. Siempre he seguido leyendo las novedades editoriales que me interesan, pero la labor detectivesca de descubrir viejos libros y viejos escritores olvidados tiene un enorme atractivo.
¿Qué diferencia hay entre un lector feliz y un bibliófilo, qué serías tú?
Para mí son la misma cosa, pues solo entiendo la bibliofilia como una pasión por los libros y la lectura. Por lo tanto, el buen bibliófilo es un lector feliz. Pero es verdad que hay bibliófilos -sobre todo entre los amantes de los libros anteriores al siglo XVIII- que apenas leen los libros que compran. Esa bibliofilia, de marcado perfil coleccionista, a mí nunca me ha interesado, aunque, desde luego, si me regalaran un incunable zaragozano no le haría ascos. Aunque no lo fuera a leer nunca.
¿Qué quisiste decir en ‘Leer para contarlo’ y qué has añadido a esta nueva edición?
Quise contar buena parte de mi vida dedicada a buscar libros raros y curiosos, a leerlos y a comentarlos. Y hablar de muchos libreros y de muchos bibliófilos, de autores desconocidos u olvidados y de mi pasión por la letra pequeña de los manuales y por las literaturas periféricas y suburbiales. En esta edición he añadido nuevos datos y nuevas anécdotas, aunque en lo sustancial el libro es el mismo que se editó hace ya doce años.
¿Ser bibliófilo es sinónimo de buscador de tesoros, de rarezas, de encuadernaciones especiales, de olvidados?
Hay bibliófilos para todo. El librero catalán Josep Porter escribió en ‘Los libros’ sobre las especialidades bibliofílicas que conocía y superaban las dos mil quinientas. Hay compradores compulsivos que lo compran todo y hay compradores coleccionistas que solo compran una clase determinada de libros. Así los hay que solo compran Quijotes (Neruda compraba Quijotes), o libros de un determinado autor (Monterroso, por ejemplo, compró durante mucho tiempo primeras ediciones de Joyce, Vallejo o Eliot), o solo de una colección (crisolines, Aguilares en piel), o solo libros escolares, o solo góticos o elzevirianos. Los hay también que solo coleccionan Ibarras o incunables, o libros impresos por Benito Monfort. O solo sermones, como el padre de Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, que llegó a tener más de 20.000. Pedro Salinas coleccionaba tratados de urbanidad, y Walter Benjamin buscaba libros escritos por dementes y cuentos de hadas para niños. Están también los que solo compran libros antiguos y los que solo compran libros modernos, los fetichistas que buscan dedicatorias…
¿Ser bibliófilo es sinónimo de ser mitómano? Tú buscas las casas de escritores, tumbas en los cementerios, ediciones dedicadas...
Yo puedo hablar por mí, y en mi caso ese perfil es desde luego muy acusado. Me gustan las dedicatorias autógrafas, los libros que han pertenecido a escritores importantes y que llevan ex libris u otros signos de propiedad… Y, sí, también visito las casas de los escritores y los cementerios donde yacen. Cómo ir a La Habana y no visitar la casa de Lezama o de Hemingway, y cómo ir a París y no llevar flores a la tumba de Cortázar en Montparnasse.
¿Cuál es tu responsabilidad social como sabio de libros, por decirlo así?
De sabio, nada. Yo estoy todos los días aprendiendo y todos sabemos que cuanto más leemos más nos damos cuenta de lo poco que sabemos. En cualquier caso, hay dos condiciones para considerar relevante la función social del bibliófilo, además de la común a todos ellos de rescatar libros que de otro modo se perderían y proporcionales refugio contra peligros y adversidades: la primera es que sus libros sirvan para investigar y que de ellos salgan publicaciones que interesen o sirvan a la sociedad, razón por la que el bibliófilo no debe ser ágrafo; y la segunda es que sus libros estén a disposición de los estudiosos, es decir que sus bibliotecas puedan ser consultadas. Hay quienes los prestan o quienes los dejan consultar en casa. Si se prestan, hay que hacerlo con moderación.
¿Cuál o cuáles son las dedicatorias que más valoras?
Tengo muchas que me gustan. Pero me quedaría con una de Neruda en el ‘Canto General’, con la de Dámaso Alonso en ‘Hijos de la ira’ y con las de Borges, Bioy Casares, Cirlot y Machado. De los aragoneses, una de Miguel Labordeta a Carlos Edmundo de Ory y las de Braulio Foz, Jarnés, Sender, Seral y Casas y Juan Ramón Masoliver.
¿Cuál es el libro que más has buscado y que al fin has encontrado?
‘Vida de Pedro Saputo’, de Braulio Foz. La primera edición, de 1844. Me costó más de treinta años encontrarlo.
¿Y el más raro?
El más raro, Fonds Perdu, un libro de poemas escrito en francés por el mequinenzano José Soler Casabón. Se lo compré a un bouquiniste de Albi. Solo se tiraron 34 ejemplares, que no fueron compuestos tipográficamente sino facsimilando un manuscrito del autor en color violeta. Se imprimió en Toulouse en diciembre de 1939, poco después de que Soler saliera del campo de concentración de Argelès. Soler Casabón no era en realidad poeta sino músico, un músico de vanguardia que vivió buena parte de su vida en París y que fue amigo de Apollinaire, Picasso, Reverdy, Juan Gris y sobre todo de Pablo Gargallo.
Hablas de muchas librerías de todo el país. Citas a Inocencio Ruiz, Pérez, Hesperia... ¿Qué pasaba en esas librerías?
Esas librerías de viejo y cualesquiera otras son lo más parecido al paraíso, pues cuando menos te lo esperas puedes encontrar ese libro que llevas años buscando, esa dedicatoria autógrafa de tu autor admirado, esa encuadernación admirable que salvó la vida a un libro que, de no ser por ella, tal vez no hubiera sobrevivido. En Zaragoza he conocido a tres grandes libreros de viejo: Inocencio Ruiz, maestro de libreros y gran bibliógrafo, hombre humilde y discreto que, como se dijo de un viejo director de ‘Heraldo de Aragón’: “Mereció brillar. Lo evitó obstinadamente”, Luis Marquina y Pachi Asín. Fuera de Zaragoza, mis preferidas han sido siempre la Librería del Prado, de Madrid, Antonio Mateos, de Málaga, y la de José Manuel Valdés en Oviedo. En ellas he pasado horas inolvidables.
Este es un libro de historias de amor... ¿Cuáles son las que más te han conmovido?
La mía. Mi historia de amor con mi mujer. Entre las mejores, ella es la mejor. No creo que ninguna otra mujer hubiera aceptado que le llenara la casa de libros y me hubiera consentido lo que ella me ha consentido. Es imposible encontrar un bibliófilo de mi perfil sin una gran mujer detrás.
Los escritores son raros y maniáticos, ¿No? Pienso en Gálvez, en Fernando Villegas, en Fernando Villalón, en Ana María Martínez Sagi...
Bueno, los hay raros, muy raros y rarísimos. A mí me han divertido siempre los rarísimos, esos que hicieron de sus vidas su gran obra literaria. Esos que citas son de los más raros desde luego, pero hay muchos más: Armando Buscarini, Rafael Lasso de la Vega, Pedro Boluda, Eliodoro Puche, Iván de Nogales, Dorio de Gádex… No suelen ser, en general, grandes escritores (Gálvez, Villalón y Lasso de la Vega sí fueron buenos poetas), pero tuvieron unas vidas tan apasionantes, disparatadas y pintorescas que acabas seducido por ellos, no tanto por su literatura como por el personaje.
¿Para quién escribes tus libros y tus artículos, en qué público piensas?
Pienso cuando escribo en lo que me gustaría que me contaran a mí. Y a ello me aplico. Yo creo que soy apto para todos los públicos, como las antiguas películas toleradas. Y, efectivamente, entre mis lectores hay desde gente muy joven hasta gente mayor. Procuro ser entretenido y poco solemne. Y reírme siempre que puedo de mí mismo y de mi absurda bibliomanía.
Mucha gente se ha desprendido de buenas bibliotecas. A Vicente Martínez Tejero el Gobierno de Aragón le rechazó una, excepcional, de más de 20.000 volúmenes. ¿Has pensado alguna vez qué pasará con tus libros?
Esa es una de las preguntas más desasosegantes que se le pueden hacer a un bibliófilo. Si lo de Martínez Tejero hubiera salido bien, tal vez otros habríamos poder seguir en el futuro por ese camino. El fracaso de esa donación cierra muchas puertas y nos causa una gran desazón. Pero como me dice mi mujer: “Tú has sido feliz con tus libros. Lo que pase después igual te va a dar”. Y tiene razón. Aunque a todos nos gustaría que nuestras bibliotecas de tantos años pudieran quedarse en Aragón y estar al servicio de los aragoneses.
*La foto de José Luis Melero es de Oliver Duch. Más abajo el retrato que le hizo Pepe Melero y que se colgó en la exposición de la Lonja.
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Juan Antonio Pérez Bello -