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Antón Castro

FERNANDO JIMÉNEZ OCAÑA: UN DIÁLOGO CON NAPOLEÓN DE FONDO

“‘Napoleón. El emperador que adoraba a España pero no a los españoles’ empecé a escribirla en 2007, pensando en el bicentenario de Los Sitios de Zaragoza, pero me resultaba muy dificultoso, de modo que abandoné la novela cuando llevaba 18 páginas y me dediqué a otros proyectos. Diez años más tarde, me sentí capaz de retomar y acabar esta narración. El libro cuenta cómo Napoleón se adueñó de España, las circunstancias de la Familia Real, los intrigantes palaciegos que sustentaron los hechos, y los movimientos populares y de defensa en distintos lugares de España que finalmente desembocaron en el 2 de Mayo de Madrid y en los dos Sitios de Zaragoza”, dice el editor y narrador Fernando Jiménez Ocaña (Baena, Córdoba, 1952), que lleva más de treinta años afincado en Zaragoza, al frente de sellos como Zócalo y ahora Onagro, que dirige con su mujer Victoria Picó.

¿Diría que es una novela coral o con protagonista específico?

Es una novela coral, donde van apareciendo y actuando muchos personajes ya conocidos de la historia, y algunos menos conocidos, con el telón de fondo del pueblo.

¿Qué ha descubierto? ¿Qué equívocos se mantienen sobre el período?

Ya se sabe que algunos historiadores apodaron a Fernando VII ‘el rey felón’, pero yo no sabía que lo era hasta el punto de intentar envenenar a sus padres para arrebatarles el trono. También su relación epistolar con Napoleón revela lo repugnantemente rastrero que fue, y lo que resultó para la Historia de España.

Díganos en qué casos concretos.

Entre otros equívocos he descubierto que la mentira y los bulos, como arma de propaganda, ya funcionaban estupendamente. Por ejemplo, José Bonaparte, a quien el pueblo llamaba Pepe Botella era abstemio. Se decía que los franceses traían la barbarie y el ateísmo, cuando en realidad hubieran aportado el espíritu de la revolución francesa, y de hecho lo primero que hicieron fue abolir la Inquisición; se entiende que hubiera “afrancesados” que defendían este espíritu de cierta apertura.

¿Redime entonces usted a Napoleón?

No. Desde luego que Napoleón era un dictador que ocupó el país valiéndose de engaños, y visto desde nuestro lado, efectuó una ocupación extranjera que fue rechazada por el pueblo, instigado y azuzado por la aristocracia y el clero, que no estaban dispuestos a perder sus privilegios.

¿Cómo fue la Guerra de la Independencia en Madrid, qué le debe su visión a Goya?

Aunque Francisco de Goya no aparece como personaje, sí le puedo decir que Madrid se alzó contra Murat, el general francés de la zona, y al principio el ejército español era reticente al alzamiento. Fueron los madrileños, no se sabe bien por quiénes estaban azuzados, los que se enfrentaron con lo que tenían a mano para usarlo como armas contra las tropas francesas. Si bien Daoiz y Velarde, los dos capitanes que murieron en los primeros combates, pasaron a la Historia como héroes, no fueron los primeros en luchar, sino que se unieron al alzamiento empujados por la masacre que vieron desarrollarse en las calles. Los libros de historiadores de la época, escritos entre 1830-1860, que toman sus fuentes de supervivientes y recortes yu notas de las batallas escritos por los participantes, así lo cuentan. Por tanto, y creo que esto responde a su pregunta, los famosos cuadros y grabados de Goya pueden considerarse reflejo fiel de lo que, efectivamente, son ‘Los desastres de la guerra’.

¿Qué le llamó la atención de la Guerra de los Sitios, en Zaragoza?

Hay mucho ya sabido por los que vivimos en esta ciudad, y más después de la conmemoración del Bicentenario en el año 2008. Sin embargo, a mí me gustaría resaltar la participación de las mujeres en los dos Sitios. Mucho se sabe de Agustina de Aragón, claro, pero a mí me ha impresionado la actuación de la labradora Casta Álvarez, en su actitud de verdadera guerrera, que con su pica (una bayoneta unida a un palo de escoba) se enfrentaba en combate cuerpo a cuerpo contra el enemigo. También es conmovedora la historia de María Agustín, que se quedó inválida del brazo izquierdo a consecuencia de un balazo luchando en Puerta del Carmen (una de las ocho puertas de entrada a Zaragoza).

O sea que la defensa de Zaragoza fue descarnada y cuerpo a cuerpo...

Mucho se ha escrito de la defensa de Zaragoza en la ‘superficie’ de la ciudad, defendiendo casa a casa y habitación por habitación, pero también había una guerra subterránea. En el subsuelo de la ciudad, tanto franceses como españoles, dirigidos por los ‘ingenieros’ de la época, desarrollaron una labor de zapa, es decir, abrían minas y túneles para llevar explosivos con que reventar las zonas ocupadas por el contrario. A veces, ambas fuerzas llegaron a encontrarse en los subterráneos que iban picando y se enfrentaban cuerpo a cuerpo bajo tierra.



Impresiona cómo cuenta la destrucción del Monasterio de Santa Engracia.

Parte de la gran destrucción de la ciudad, por ejemplo el convento de San Francisco cuyo espacio ocupa ahora la Diputación de Zaragoza en la Plaza de España, se debió a estos ‘reventones’. Junto con la destrucción del Monasterio de Santa Engracia (del que se perdió todo el monasterio y claustro gótico-plateresco quedando solo la fachada de la iglesia), así como otros muchos edificios, supusieron la pérdida de un patrimonio artístico irrepetible, pues no en vano a Zaragoza algunos textos de la época la consideraban como la ‘Florencia de España’.

¿Quiénes serían los grandes personajes de Aragón para usted?

Sobre los grandes personajes, está claro que Palafox, como capitán general, y Boggiero como su mentor, fueron las cabezas visibles. Todos sabemos que el Tío Jorge, con sus trescientos escopeteros, tuvo un papel importantísimo en la defensa, pero hay un personaje, Mariano Renovales, que para mí merece que se escriba un libro dedicado a su vida y sus aventuras (ya fuera de la guerra de Independencia). Para mí, un hombre de acción digno de figurar como protagonista de alguna novela de Pio Baroja.

¿Cómo se explica el título, qué no le gustaba a Napoleón de los españoles?

No le gustaba la ‘clericalla’ y el poder que tenía sobre la gente, sobre sus vidas, sus conciencias y sus bienes. No le gustaba nuestra forma de ser, especialmente la indisciplina, y particularmente, nos consideraba serviles y embusteros, en franca contradicción con nuestro fanatismo en la defensa de ideas que él consideraba equivocadas. Le fascinaba el país, su naturaleza y su paisaje, pero no su paisanaje.

¿Pensaba que España era una pura contradicción?

Sí. En cambio, a sus generales les sorprendió y admiraron la entrega, el valor y el coraje de los españoles, hasta el punto de que el general Lefevre dijo: “¡Qué lástima que tenga que morir tanto valiente!”. Desde luego, no se imaginaban ni esperaban la resistencia y las dificultades que encontraron.

¿Les gustaba a los españoles algo de él?

Sólo a los afrancesados. A los ilustrados de la época les gustaba el ideario de “libertad, igualdad y fraternidad”. Y la Constitución de 1812 reflejó este espíritu. Pero para el pueblo, como ya he dicho, Napoleón era un invasor que venía a echar a los reyes españoles para quedarse él mismo y su familia con todo “lo nuestro”, convirtiéndonos en provincia francesa, como en los tiempos del Imperio Romano.

¿Hubiera salido ganando España?

En realidad, lo que propugnaban Napoleón y los suyos era el despotismo ilustrado, pero claro que con un avance en la libertad de ideas respecto al absolutismo reinante en España. Yo me pregunto si quizá no nos habría ido mejor, como país, al convertirnos en “provincia” de su imperio…

¿Se lo pregunta? ¿Qué se responde?

No lo sé.

 

 

 

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