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Antón Castro

BEATRIZ PITARCH EN COREA DEL NORTE

 

[Beatriz Pitarch (Jaca, 1977) acaba de publicar 'Cerrado 24 horas. Viaje a Corea del Norte'. Editorial Laertes. Es el segundo título que publicó con el selló barcelonés, tras 'El chador azul'. Aquí responde a algunas cuestiones sobre el libro. Esta foto la he tomado de Aragón Musical.]

-Habías publicado ‘El chador azul’, sobre Irán. ¿Qué aprendiste de aquel viaje?

Aprendí mucho. Fue un viaje que marcó un antes y un después. Antes me limitaba a ver monumentos y llevarme algunas fotos de recuerdo, ahora  viajo siempre con la intención de conocer a las personas. Intentar comprender cómo viven, cómo piensan en sociedades distintas a la nuestra. Ahora prefiero dejar a un lado la parte turística de los países, para aprender de los habitantes.

-¿Qué llevó a Corea del Norte? Hay un instante en que dices que no te llevó la política, sino la curiosidad. ¿De qué tenías curiosidad?

 Quería descubrir la belleza en un lugar hostil. Todos los relatos que había leído sobre Corea del Norte lo pintaban como un lugar gris y robotizado. Me parecía el destino más horrible para unas vacaciones. Por eso fui. Quería saber si sería capaz de hallar en ese marco algo que pudiera emocionarme de forma positiva.


-¿Por qué has elegido ese título?

Corea del Norte es un lugar aislado. Ni los norcoreanos saben exactamente qué sucede fuera, ni nosotros sabemos con claridad qué ocurre dentro.  Para el norcoreano medio, la frontera está cerrada 24 horas. No hay posibilidad de salir del país. Y para el extranjero, entrar tampoco es una tarea sencilla. Tener algo cerrado las 24 horas es extraño. Es como si no existiera. Si un supermercado lo cierras 24 horas, nadie va a ir hasta allí. Eso es lo que quería reflejar.


-Hasta el último momento no te dan el visado. ¿En qué casos lo dan y en cuales no? Creo que tú disimulas tu condición de periodista y casi ruegas al destino que no pulsen tu nombre en Google...

Fue una recomendación de mis intermediarios. Algunos periodistas han tardado más de diez años en obtener un visado norcoreano. Escritores y fotógrafos tampoco lo tienen demasiado fácil, por lo que me contaban. Así que la vía más sencilla, y la más rápida, era solicitar un visado de turismo. Supe que me lo habían concedido un día antes de partir.

-Se prohíbe ir con cámara de fotos y sin embargo, en el aeropuerto te das cuenta de que el control no es tan feroz... ¿no?

 Fue de las primeras sorpresas en el viaje. Después de advertirme que no se permitía la entrada en el país de cámaras profesionales ni de teleobjetivos, al llegar al aeropuerto de Pyongyang, no pasé ningún control. El escáner estaba apagado y, aleatoriamente, paraban a alguien, pero no nos revisaron nada de forma exhaustiva.


Viajas en grupo, con tu compañero Pau, y con gente muy diferente. La rusa sexy y joven, Irina; el mexicano desastrado y gordo, Horacio; el norteamericano Jason; la argentina Marina... ¿Te diste cuenta en algún momento que parecían personajes de novela?

 Solo en el caso de Irina, la jovencita rusa. Siempre que la miraba me parecía estar viendo una película. El resto no sé si son personajes de novela o no, en todos los casos son personas reales. Lo que cuento en el libro es lo que viví junto a ellos.


-Qué es lo que más te impresionó al llegar ahí: la absoluta dependencia del Amado Líder, quizá...

 Entre otras muchas cosas. Corea del Norte es un destino paradójico en el que muchos aspectos impresionan, para bien o para mal. Por ejemplo, también me impactó el orgullo con el que se muestra el pueblo. Siempre con la cabeza alta, asegurando que ellos son felices por vivir en lo que consideran el paraíso. 

-¿Crees que para ellos es como la divinidad, el Dios?

Algún habitante nos lo dijo literalmente: “No creo en ningún dios, solo creo en el Líder. Él es mi dios”. El líder es considerado como un padre, un guía, alguien a quien venerar y honrar constantemente. Lo ven como un protector ante la maldad capitalista y alguien a quien amar por encima de todo. Así nos lo explicaban los norcoreanos, ya sea de forma voluntaria o por obligación, la versión siempre era la misma.

¿Qué pasó en el Palacio de Amistad, en su mausoleo, en su chabola de nacimiento, hasta en una galería de arte, donde todo el arte contemporáneo, a la témpera, idealiza al líder?

Es que todo idealiza al líder. No solo el arte contemporáneo. La vida del norcoreano se centra en engrandecer la imagen del líder. Le llevan flores, colocan sus fotos en las casas, le cantan canciones en su honor. El arte, como el resto de disciplinas, colabora al ensalzamiento del líder con dibujos explícitos donde, de forma muy simplificada,  los americanos son muy malos y los norcoreanos son muy buenos.

-¿Te sorprendió el odio a los norteamericanos? Todo lo malo que les pasa es por su culpa.

Ya nos habían advertido. Nuestros intermediarios insistieron en que escuchásemos lo que escuchásemos, debíamos mantener la seriedad, puesto que no hacerlo se consideraría una deshonra con consecuencias para el viajero. También nos dijeron que en la versión de Corea del Norte, los norteamericanos se sitúan en la cúspide de la maldad. Así que una vez allí, solo confirmé lo que me habían explicado previamente.


-¿Qué te pareció lo más inquietante, lo más perturbador? Lo digo porque todo el libro parece como una inmensa impostura, da la sensación de que a todos los habitantes, 22 millones, les hubieran hecho una lobotomía... El país es un decorado de megalomanía...

Tanto que a veces me parecía estar en un videojuego. Todo era exactamente igual. Filas ordenadas para esperar el autobús, sonrisas milimétricamente idénticas para dar la bienvenida, desfiles masivos con una sincronización exacta. Es todo tan perfecto que parece irreal. Eso era inquietante.


-Hay un momento en que uno de los guías te dice que son un país democrático, que hay tres partidos, pero que siempre gana el mismo porque es el mejor... ¿Intuiste que existía descontento, masa crítica?

No, al menos no de forma evidente. Los norcoreanos nos explicaban con orgullo su sistema de gobierno. Tanto si lo piensan realmente como si no lo hacen, lo único que pueden hacer es venerarlo. Hacer lo contrario supondría un delito. 


-Hay un momento en el que se habla de centro de ‘reeducación’ donde se practica la tortura... ¿Qué hay de ello?

Esos centros, evidentemente, no son mostrados al turista. Aparecen en las denuncias de organizaciones humanitarias, en documentales y en las palabras de los poquísimos que han conseguido escapar, pero en Corea del Norte se niega su existencia sistemáticamente.  Su versión es que no existen, que son aulas de enseñanza de valores.


-¿Tuviste la sensación de que siempre estabais vigilados? Cuentas la anécdota de alguien que se masturba en su cuarto y al día siguiente se lo reprochan...

Más que una sensación, es un hecho. Hay dos personas durante toda la jornada que se preocupan de seguir tus pasos, ver lo que dices, comprobar lo que escribes y revisar lo que fotografías. Todo el rato. La anécdota de la masturbación me la explicaron allí. Podría ser una leyenda urbana, pero podría ser real. Me creo todo y, a la vez, no me creo nada.

-¿Crees que se unificarán algún día las dos Coreas, que se derribará ese muro de más de 200 kilómetros?

Los norcoreanos con los que hablábamos nos decían que lo estaban deseando. Que se trata del mismo pueblo y que los líderes en realidad luchan por volver a unir las dos Coreas. Desde fuera no me parece tan sencillo.

Se habla mucho de Cuba y de Corea. ¿Cómo definirías el vínculo?

Hay un vínculo político, aunque son dos sociedades muy distintas. En Cuba hay vida, sexo, música, risa y espontaneidad. Esa parte no la encontré en Corea del Norte. No digo que no exista, pero lo que se mostraba al turista era mucho más robotizado.

Te habías preparado muy bien el viaje. ¿Cuál es el balance, qué quieres decirle al mundo? ¿En qué medida te confirmó lo que habías leído o te lo ha desmentido?

Hubo de todo. Confirmé mucho de lo que había leído pero también hubo aspectos que me sorprendieron, como perderme sola, sin guías, en un parque de atracciones. El balance fue positivo. No repetiría, pero me alegra haber aprendido de este viaje. Aprender que casi todo, también en Occidente, es mentira.

1 comentario

MERCEDES S. -

Excelente comentario del libro. gracias.-
Aclara muchos aspectos.