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Antón Castro

RAMÓN ACÍN HABLA DE SUS VIAJES

RAMÓN ACÍN HABLA DE SUS VIAJES

Ramón Acín Fanlo (Piedrafita de Jaca, 1952) es escritor, profesor y viajero. Durante años fue el coordinador de los ciclos ‘Invitación a la lectura’, un proyecto inolvidable de difusión de la literatura en el aula. Ahora ha publicado en Fórcola algunos textos de sus viajes: ‘Un andar que no cesa’.

 

-¿Qué importancia tienen los textos de viajes en tu producción general?

 Desde mi primera adolescencia, siempre he reflexionado antes, durante y después de cada uno de mis viajes atendiendo a impresiones, emociones y asombros. Incluso podría decir que los viajes están al fondo de algunos textos narrativos que he publicado. Como ejemplo diáfano puede servir el primer capítulo de mi novela “Cinco mujeres en la vida de un hombre” que, al fondo, traduce un viaje a Huesca en compañía de mi abuelo. La diferencia en el caso de “Un nadar que no cesa” es que en esta ocasión me he lanzado a concretar la experiencia viajera libre de otros arrabios para que sea sólo un libro en esencia de viajes y no telón de fondo de un texto narrativo. El viaje, pues, no me es ajeno, pero sí  ahora cambia su importancia que es la de explorar otra vertiente de escritura hasta el momento no experimentada por mí. Es pues, un reto que, una vez cumplido, puedo decir que me satisface. 

 

-¿Los textos de viajes son formas de autobiografía o, más bien, formas de mirar, de enfrentarse al mundo y de contar?

 Son todo lo que apuntas y a la vez. Autobiografía, sin duda, por cuanto conllevan de experiencia de viaje personal y, por supuesto, de almacén de meditaciones ante todo cuanto me sale al encuentro en cada uno de los viajes que relato en el libro. Lógicamente, autobiografía matizada y pasada por cedazos varios para evitar  la simpleza plana de contar lo visto, traspasando fronteras y buscando alcanzar una buscada cota literaria. Y, para ello, lógicamente, el uso de una mirada especial, atenta al detalle físico del paisaje, del arte y de la gente que puebla ese paisaje y crea  con todo sus bagajes. Una mirada capaz de proporcionar (y, sobre todo, proporcionarme) una comprensión que permita entender lo que antes no conocía o no comprendía. Una mirada que permita también saber del “otro” y aquilatar las diferencias frente al mundo conocido y  asentado en la costumbre del existir cotidiano. El viaje, como la vida, es precisamente enfrentarse a lo desconocido, conocerlo y comprenderlo a la vez que ensanchas tu persona.A la postre, como reza el viejo precepto griego, es conocer y conocerte a ti mismo o comprender y comprenderte, circunstancias que resumen el verdadero existir. Por eso, al menos para mí, los viajes enseñas, curten y te hacen más persona engrandeciendo, en todas la dimensiones, los límites personales amén del análisis y conocimiento subsiguiente.

 

-Se insiste en la fragmentariedad de los textos. ¿Se refieren al libro, hecho de artículos y crónicas, o de las piezas en sí mismas, en su estructura interna?

 Lo fragmentario en “Un andar que no cesa” es normal y lógico. No sólo porque el mundo en sí y la vida misma sean un acumulo de espacios y tiempos, de sucesos y momentos vitales, sino porque cada viaje del libro es un fragmento más de los bastantes viajes que he realizado. El conjunto de “Un andar que no cesa” es también un viaje personal en busca de un logro literario. Y es, por supuesto, un conjunto pequeño de fragmentos que resume algo de mis andanzas que no cesan por Europa y África especialmente. Andanzas con impacto desde diferentes perspectivas y búsquedas que se abren al pensarlos y programarlos, primero, y al realizarlos y transcribirlos, después. Son, por tanto, válidos uno  a uno, individualmente, y también en su conjunto porque traducen momentos vitales y formas de entender o de buscar, tanto desde la esfera más íntima de lo personal, como desde la esfera de quien observa y reflexiona sobre lo colectivo y desde lo colectivo.

 

-¿Cuál es el espíritu con que emprendes un viaje, tienes claro lo que vas a contar o te dejas arrastrar por la intuición?

En todos los viajes que conforman el libro, sin importar si hay o no desplazamiento físico (pues, leyendo, se puede viajar desde el sillón) hay fases concretas, todas ellas necesarias. Por supuesto, la intuición juega su partido, pues, para que algo se lleve a cabo, previamente tiene que haber una conmoción, una atracción, una sorpresa...que, al final, accione la mente y la perentoriedad de ejecutar el viaje. Y, cuando sucede, la preparación es obligada. Viajar conlleva perder el suelo firme de lo que se conoce, de la costumbre y, en consecuencia, uno debe armarse como protección mínima  ante las inclemencias venideras. La preparación da confianza antes y durante el viaje. Javier Reverte acertó cuando dijo aquello de que  hay “un buen viaje, si antes hay un buen libro”. Después de la fase preparatoria llega la degustación (paisaje y geografías, paisanaje y su cultura e historia, etc.) y, por supuesto, el impacto  tanto emocional como meditativo, lo que es propio del “durante” del viaje ejercitando la mirada a fondo. Una mirada que cambia y ensancha la percepción como ya dijo Proust: “Viajar no es cambiar de sitio, es cambiar de mirada”. Mirada que acompaña al placer cuando se degusta durante el viaje y, sobre todo, en el “después” al rememorarlo que, a la definitiva, es otro gran viaje por la recuperación meditada de lo visto y sentido. Es decir, la vivencia más glamurosa del viaje de la que habla Paul Theroux.

 

-¿Qué te interesa de los sitios: el paisaje, el espíritu, la cultura, los personajes, el propio azar?

 Me interesa casi todo, pero lo que me pone en funcionamiento “durante” el viaje es el asombro, aspecto que, sin duda, se acompaña del azar. Ese azar que puede estar donde menos se espera, y que, además, manifiesta al viajero atento los detalles que mueven su necesidad de ahondar en lo desconocido. Sitios, personas, sucesos, paisajes, historia...capaces todos ellos  de mostrarte al “otro” y sus circunstancias. Es decir, detalles que chocan ante lo conocido o la costumbre. Por eso, al viajar hay que estar en estado de alerta, asombrado e interesado, además de acompañado (lecturas precedentes). Sólo así, inmerso en ese conglomerado, se paladea y se vive a fondo el trayecto con emoción, sentimiento, placer ...y hasta con dolor como ocurre en los dos recorridos bélicos de “Un andar que no cesa”.

 

-¿Tienes a veces la sensación de que desandas, sobre todo en Venecia, las huellas de otros viajeros?

Sí, en la mayoría de los viajes, al tiempo que los llevo a cabo, “desando” caminos hechos por otros que han recorrido los mismos caminos. Y aciertas en el caso de Venecia, pues las principales fuentes de documentación previa fueron, entre otros, “Los esbozos de Venecia” (1906) y “Los cuentos de Venecia” (1927) de Henri de Régnier.  Son textos que dirigieron mi quimera. Y digo quimera porque Venecia, como otros viajes míos (Niágara, Titicaca, Machu Pichu, Alma Ata, San Petersburgo. La selva mexicana de Lacandona...) vienen de lejos, casi desde la infancia. Por cierto, ese “desandar” los viajes de otros da algunos momentos excelentes, especialmente cuando la memoria del pasado relatada por otros entra en colisión con el presente del viaje que uno lleva a cabo. El contraste de cómo fue un espacio, un paisaje, un pueblo frente a cómo es en la actualidad ofrece un contraste que levanta enormes olas para el análisis, y no digamos para la meditación.  


 -¿Qué te dio un país como Egipto, qué te conmovió?

En cuanto a Egipto, otra de mis fijaciones infantiles, el asombro desencadenante ante las pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos casi quedó en nada al lado de la historia y el arte vistos por doquier, tan abundantes y jugosos, ante el desierto a veces de ensueño, ante sus mares transparentes del Índico, ante la mezcla de religión y costumbres, ante el padre Nilo y su grata navegación... pero, sobre todo, ante la estética de lo inacabado y ante la real plasmación  (al tiempo que funcional) del caos y de lo incomprensible. Egipto, lo digo en el texto, es un mundo repleto de otros muchos mundos que, a veces, conmueven y, otras, te dejan noquedado. Viajar por Egipto es como una lucha sin cuartel.

 

-Hay un viaje, o unos viajes, que parecen alimentar tu propia obra de ficción. ¿Fuiste a los lugares de la guerra civil para documentarte, para buscar huellas, rastros del horror, escenarios del espanto?

 Sí, hay viajes en “Un andar que no cesa” que derivan de la necesidad de cuadrar otros textos creativos míos. A ello responde el apartado de “Viajes bélicos”, por ejemplo. Cuando comencé a escribir mi novela “Siempre quedará parís” quise documentarme a conciencia (una documentación que duró 8 años) no sólo en los libros, sino en espacios físicos y reales, acompañado incluso de algunos protagonistas del incivil guerra del 1936 en España. Realicé un viaje lento por la “cicatriz” bélica de Aragón, partido en dos durante la contienda, de norte a sur y desde Biescas, en Huesca, a Sarrión el Teruel. De aquel viaje mana el que se recoge en el libro que comentamos. Un viaje lento y minucioso, a lomos de cambios de tiempo (frío, calor, lluvia, viento) y de estaciones (invierno, verano) para intentar comprender la actuación de los soldados, su obediencia, etc. en tan absurda situación. Y, además, con el calor próximo de algunos protagonistas que, al tiempo, que destilaba dolor, me propiciaba también miradas hacia el entorno y que yo non había previsto. Así me dí cuenta del viaje que no trata ya sólo de entender la historia, sus sucesos, ponerse en la piel de los protagonistas, sino también de “mirar” el entorno que acogió aquellos sucesos y a sus protagonistas. Por eso, es un viaje repleto de matices, perspectivas, documentación anécdotas, meditaciones, supercherías, toponimía...Algo semejante me empujo a realizar otro de los viaje bélicos: Por Normandia, a la caza y captura de aspectos, paisajes, sucesos, estampas, etc., que pudieran aclararme la extrema violencia que se desató en las costas normandas durante el desembarco aliado, principio del fin del nazismo.

Ambos son viajes duros y dolorosos que, sin embargo, con la “mirada” abierta, aunque el corazón supure dolor, permiten abrir horizontes con las instantáneas que proporciona el paisaje y quienes lo pueblan y poblaron.  Viajar así, a lomos de una cruda idea, para calmarla, posibilita la necesidad de endulzar el viaje, de atemperar el dolor dando rienda suelta al asombro, al azar, a la emoción que acalle un tanto el dolorido sentir de la herida inicial que promovió el viaje.. 

  

-¿Qué tiene de peculiar Fuendetodos? ¿Crees que el fantasma de Goya se reanima por allí y que es lo que buscan autores como Berger, Grass y algunos otros?

No sé si el fantasma de don Francisco de Goya está presente  en los posibles recorridos que relato en el libro, pero sí que creo que lo está su “mirada” sobre el paisaje en bastantes de sus creaciones pictóricas. Su mirada se cuela al fondo de los cuadros y en los temas. Pienso en la sequedad del paisaje, en las líneas de horizonte, en la vegetación sedienta... Al menos así lo pensé al recorrer  a pie y en coche los espacios por los que  Goya transitó para ver familia o para  cumplir encargos en determinadas geografías de Aragón. De John Berger y Gunter Grass, a los que invité a Zaragoza, no me atrevp a poner mi voz, a suplantar sus opiniones, pero supongo que sí, que buscaban el alma de Goya en el territorio. Ambos, admiradores confesos del pintor lo llevaban en el corazón. Berger escribió una obra de teatro con Goya como elemento central (por cierto, estrenada en Zaragoza por el teatro de la Estación cuando lo invitamos a visitar Fuendetodos) y disfrutó de lo lindo con aquel recorrido aragonés. Lo mismo que G. Grass también visitante de Fuendetodos y, por supuesto, del espacio aledaño de Belchite, preocupado como estaba por temas de la guerra civil española. De ellos aprendí y con ellos disfrute, incluyendo la temática de Goya y la visión que ellos tenían de sus pinturas.

 

-¿Sería Julio Llamazares el escritor de viajes que más te ha marcado?

 De Llamazares puedo decir que es como un hermano. Y los hermanos marcan a fuego cuabndo fluye el cariño de verad. Además de Llamazares citaría otros hermanos como Jesús Moncada, Alfons Cervera, Luis Mateo Diez, José Giménez Corbatón...con quienes tengo hilos en común: una infancia rural, un transtierro urbano y el crecimiento en ese espacio como persona, la melancolía de un espacio infantil perdido que, entre otros aspectos más, nos lleva a todos, creo, a explicar mediante la literatura cuanto dejamos atrás. Es decir, a explicar la vida en espacios dormidos, “amortados”(por citar la palabra aragonesa justa y que se decía en el Altoaragón) o deshabitados (tan lejos de los términos “vacío”y “vaciado” de moda) a los que escribiendo sobre ellos y convirtiendo en protagonistas se les da nueva vida o, cuando menos, se deja constancia de lo que fueron y cuanto fueron.

 

-Si escribir es llorar, como decía Larra, ¿qué es viajar? ¿Una forma de curar el alma, la cerrazón, los nacionalismos, como decía Baroja?

Lo habitual es viajar por placer y olvidar el agobio diario del faenar, para romper con la costumbre que nos ata y buscar una panacea momentánea y falsamente liberadora. No lo dudo: es bueno y aconsejable, pero viajar de verdad va mucho más allá. Viajar es entrar en relación con lo que se descubre, se ve, se observa, se analiza, se comprende, se asume. Viajar es dialogar con uno mismo ante espacios, personas, paisajes, sucesos o historia, por ejemplo. Y como dices, a la vez, es curar tu alma y conocerse uno mismo, superando barreras que van desde lo personal a lo social, y que curan del chauvinismo, de la costumbre, del nacionalismo... porque, viajando,  se ahonda en la observación de los demás y en lo desconocido. Es, en suma, el viaje hace cierto el adagio clásico de que “nada de lo humano nos es ajeno”.

 

-¿De qué siente melancolía un peregrino como tú en Bruselas, en Sicilia, etc.?

Ante Bruselas o Sicilia como me sucedió (y sucede) en otros territorios, más que melancolía, que si la puede haber, abundan otros sentimientos que creo son importantes. Al menos, para mi. Sentimientos que mueven el corazón y el pensamiento. No obstante, confieso que sí hay melancolía porque, en lontananza, por sus paisajes, costumbres e historia aflora el pasado español (Países bajos) bueno y malo. Y con el viaje a Sicilia también al aflorar el pasado de la Corona Aragonesa desovando a lo largo de todo el Mediterráneo.

Melancolía y mucho más al recorrer huellas muy visibles que hablan de arte e historia, de relaciones y convivencia, de guerras y paz, de costumbres... Melancolía que, sin duda, resume vida, la vida y el viaje mudable de la vida.

 

-¿Cómo quieres que sea el lenguaje de tus textos viajeros, cómo crees que debe ser?

Intento buscar el vocablo ajustado o preciso a cada emoción sentida. La retrospectiva del viaje permite, junto a la degustación, meditar con lentitud y desechar aquello que es o se piensa innecesario. Viajar no sólo es holganza, observación, mirada, comprensión, reflexión...es, también, como ya he dicho, emoción. Una emoción múltiple y de amplia gama  que exige cuidar el lenguaje y sus formas (metáforas, figuras literarias...) a lo largo de cuanto se relata para que, como disparos directos al corazón y al pensamiento den en la diana. Intento buscar un lenguaje que resuma la documentación, la emoción, la meditación, el placer, la sorpresa, el azar, el conocimiento...Difícil, pero lo intento siempre. Es el gran reto.

 

*Ramón Acín rodeado de amigos. Arrodillado, a la derecha del todo, con traje gris.

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