DIÁLOGOS EN CAUTIVIDAD/4. LA POETA Y PROFESORA ALMUDENA VIDORRETA
Almudena Vidorreta: “Estamos todos en el agujero”
La escritora y profesora, residente en Nueva York desde 2016, ha podido salir del pais y pasar la reclusión en Zaragoza
Almudena Vidorreta Torres (Zaragoza, 1986) es poeta y profesora y doctora en Filosofía Hispánica. Reside en Nueva York desde 2016 y da clases en Filadelfia. Por motivos familiares pudo regresar a Zaragoza cuando Estados Unidos empezó a sentir la pandemia, hace en torno a un mes. Es autora de los poemarios ‘Lengua de mapa’, ‘Días animales’ y ‘Nueva York sin querer’, entre otros. Estaba en Nueva York, donde vive, pero pudo venir a España, a Zaragoza. ¿Qué pasó, por qué ha vuelto?
En cuanto suspendieron las clases presenciales en varias universidades y colegios privados, se recomendó a las personas con riesgos de salud quedarse en casa, y así lo hice. Trabajo en Filadelfia, donde viajo dos veces por semana para dar clase en Haverford College, y en los trenes se veía cada vez más gente con mascarillas. Mientras, en Manhattan, como si nada: pocos practicaban distancia social…, era una tragedia anunciada. Desgraciadamente he visitado las urgencias de distintos hospitales varias veces por otras razones. Si un día cualquiera son caóticas, intuía que esto sería infernal.
-Sus padres estaban allí con usted. Creo que han vivido una odisea para poder volver. ¿Cómo la resumiría?
Mis padres estaban pasando una temporada con nosotros. Cuando la situación se puso peor, pensé que era una suerte que estuviéramos juntos. Pero su seguro allí no cubre pandemias (¿quién piensa en esa letra pequeña?) y la situación parecía ir para largo. Si sobrepasas los tres meses de turista allá, no puedes regresar al país durante años, y en la embajada me dijeron que no me molestara en pedir una prórroga de visados (que sirve un mes más) porque pronto iban a interrumpirse los vuelos indefinidamente. Que salieran cuanto antes. Así que el nuevo plan fue huir con ellos. Conseguí billetes diez horas antes de nuestro viaje a España. No sabía si mi esposo podría acompañarnos, no había autobuses, el tren se averió…, pero lo logramos.
-Estados Unidos ya tiene un buen puñado muertos. ¿Cuál era el estado de ánimo del país?
El país está muy dividido. Las diferencias sociales no hacen sino quedar más en evidencia debido a esta situación: hay gente muy pobre, desinformada, sin posibilidades de seguro médico. Por otra parte, mientras el resto del mundo alertaba de que era un virus muy contagioso y aparecían los primeros casos en Norteamérica, se estaban celebrando elecciones primarias en varios estados. Una locura. Al mismo tiempo, hay quienes aplauden la preocupación del presidente por los mercados y les parece que la economía sigue siendo lo más importante, cueste lo que cueste. A mí me duele Nueva York. Es mi casa.
-Estados Unidos no tiene una sanidad pública como la española o la europea… ¿Aumenta eso la psicosis general?
Absolutamente. Muchos no entrarán en las estadísticas porque no pueden permitirse poner un pie en urgencias o no quieren endeudarse de por vida. Nueva York es una excepción porque ofrece seguros a las personas de bajos recursos, pero normalmente es una pesadilla. Aunque es difícil explicarlo, incluso con una buena cobertura sanitaria, en caso de enfermedad, uno se convierte en supervisor y gestor de su propio tratamiento. Si no, las facturas te arruinan la vida. Es demencial.
- ¿Cómo vive estos días de confinamiento en Zaragoza?
Sufro, como todo el mundo. Es triste ver lo que está pasando, perder gente querida, temer la enfermedad. Mientras tanto, atiendo a mi hija y a mis estudiantes. Reprogramar el semestre a distancia de la noche a la mañana ha sido una tarea ímproba (sin contar con el desfase horario). Pero en ese esfuerzo, tengo el apoyo de mi familia, y me siento muy afortunada por su compañía.
-¿Qué piensa de la pandemia? ¿Es como un castigo apocalíptico?
Procuro no pensar en esos términos, ni sucumbir a la tentación de las teorías conspirativas.
-¿Qué es lo que más le perturba?
Lo que venga después. Pensar en qué clase de futuro le espera a mi hija. El deseo de vivir lo más posible para verla crecer.
-¿En algún momento se le pasó por la cabeza que podía surgir un ente invisible y maléfico, como de película de ciencia ficción, que paralizase el mundo?
No. O, si se me pasó, al ver alguna película o leer algún libro, no quise creerlo, como la mayoría.
-Aunque parezca una pregunta frívola. Usted es poeta. ¿Qué lugar ocupa ahora la poesía, qué nos puede dar en un momento en que todo se viene abajo?
La poesía siempre ha sido un bálsamo para mí. No he tenido mucho tiempo estas semanas para buscar su consuelo, la verdad, con tanto ajetreo. Aun así, he compartido poesía en las redes sociales y he participado en las microlecturas de La Bella Varsovia, donde se publicó mi último libro, ‘Nueva york sin querer’. No caí en la cuenta de que volver a esos poemas en los que hablo de sus lugares y sus gentes iba a ser tan doloroso. Este es un punto de no retorno que nos hará leer y escribir de manera diferente, como decía Adorno.
-Por extensión, ¿qué respuesta da la literatura a una situación como esta?
El arte es importante para distraernos, entretenernos, hacernos sentir mejor. Los libros siempre han sido una vía de escape fácil, objeto cómplice del intimismo y la soledad. Este puede ser su mejor momento. Espero que cuando todo pase, la gente acuda a las librerías independientes a seguir comprando.
-¿Cómo podemos seguir manteniendo los valores de la educación?
Como profesora, estoy dando todo lo mejor de mí para dar respuesta a las necesidades de mis estudiantes en estas circunstancias, que son extrañas y limitadoras para todos. Hay que tener en cuenta que muchos regresaron a su país de origen, desde Chile hasta India, se enfrentan a escenarios completamente distintos en los que el virus se manifiesta con la misma crudeza, pero se conectan sin falta para nuestras reuniones semanales. Comparecer con buena cara, animarles y ofrecerles flexibilidad es lo único que está en mi mano para ayudar a hacer la situación más soportable a la gente con la que me relaciono en mi trabajo. El esfuerzo de educadores, investigadores y sanitarios es un pilar esencial de cualquier sociedad que adquiere protagonismo estos días, pero que debería ser siempre la prioridad de cualquier gobierno, de cualquier país. Desgraciadamente, esta es una oportunidad de oro para darnos cuenta.
-Emilio Lledó se preguntaba hace unos días, ¿quién nos dice la verdad? ¿Cuál sería su respuesta? ¿Alguien nos está diciendo la verdad?
Es difícil saberlo. Hay muchos periodistas haciendo un esfuerzo increíble por contarnos la verdad, trabajando sin descanso, y también merecen el aplauso. Pero las guerras económicas y tecnológicas se han organizado en bandos que los ciudadanos de a pie ni siquiera percibimos. A veces, ni los gobiernos: hemos estado haciendo cálculos y echando cuentas con modelos erróneos, con datos falsificados. La verdad y la mentira son armas de destrucción masiva, y hoy en día cualquiera puede jugar a la ruleta rusa con un teléfono en la mano.
-¿La consuelan algunos libros ahora, quién le ayuda, hay deseos de crear en esta cautividad forzadas?
Quiero crear, siento pulsiones a veces en estos días, pero no sé si seré capaz. Veremos si las ocupaciones familiares y académicas dejan espacio para la poesía. El mejor consuelo, ahora mismo, son los libros ilustrados que dejan a mi hija boquiabierta en medio de tanta incertidumbre.
-¿Ha rastreado, aunque sea por curiosidad profesional, la huella de la peste, la gripe y otras calamidades en la poesía?
Investigué el tratamiento burlesco de la sífilis en la literatura del siglo XVII, a partir del poeta aragonés José Navarro. Me pregunto si algún día, dentro de siglos, alguien estudiará de la misma forma nuestras ocurrencias sobre el coronavirus. Siempre vale la pena volver la vista atrás; ‘Historia, magistra vitae’, hoy más que nunca.
-¿Para qué sirven’ el humor, la ironía, los chistes en este momento?
Conocer de qué forma nuestros predecesores hicieron humor sobre las epidemias me ha hecho poner en perspectiva algunos memes que circulan por las redes. Me parece esencial hacer sonreír al personal sanitario que sale llorando cada día del trabajo, que recicla materiales con ingenio, o a quienes se están jugando la vida incomunicados en residencias u hospitales. Y no deprimirse: hay que intentar sonreír, aunque sea a la fuerza.
-¿Cree que este es uno de los mayores períodos de fragilidad del ser humano?
Es uno de los momentos en los que más claramente percibimos nuestra fragilidad, que siempre ha estado ahí. Yo tuve mi episodio personal hace unos meses, un toque de atención que me hizo poner las cosas en perspectiva. No somos infalibles, aunque se nos olvide la mayor parte del tiempo.
-¿Se tenía que haber suspendido la manifestación del 8-M?
Se tendrían que haber suspendido todos los eventos multitudinarios desde mucho antes. La ciudadanía no tenía los datos, pero los gobiernos y los inversores, sí (miren las sesiones confidenciales en enero tras las que varios senadores estadounidenses vendieron sus acciones en Bolsa). Nadie quiso creer que las advertencias que desde diciembre llegaban de China y, pronto, de la OMS, les afectaban.
-¿Cuál es tu opinión acerca de la política sanitaria y de comunicación del Gobierno?
Sinceramente, no me gustaría estar en el pellejo de ningún gobernante ahora mismo. Es muy fácil opinar desde el sofá, a posteriori. Creo que no es momento de desacreditar a quienes, además, se están apoyando en expertos sobre la materia. Estamos todos en el agujero, y es fácil adivinar que la frontera entre la información y la alarma social puede ser finísima. Pero también le diré que, hace unas semanas, una amiga anestesista me decía que se sentía como si viera a cámara lenta dos trenes que van a chocarse, y no se pudiera evitarlo. Me pareció una metáfora exquisita de la precariedad laboral que llevan años denunciando. Ojalá que esto haga que nos preparemos mejor para la próxima, que la habrá.
-No se habla mucho del lugar de los niños. Usted es madre. ¿Eso la hace sentir más responsable, más solidaria?
Es durísimo explicarle a un niño que no puede ir al parque junto a su casa, aunque brille un sol espléndido. Tengo una niña de año y medio que habla por los codos y cada día suelta una retahíla de elementos de la calle y se prepara en la puerta para ir a pasear, a ver si alguien la saca. En Harlem conozco a muchas familias con hijos de su edad en situaciones muy desfavorecidas, y ahora no puedo quitármelos de la cabeza.
-En su vida cotidiana de confinada, ¿se ha reencontrado con hábitos u objetos?
Con el balcón de mi adolescencia en casa de mis padres. Salimos dos veces al día, a cantar y bailar con mis vecinos por la mañana, y a aplaudir por la tarde.
-¿Qué le dicen esas manifestaciones improvisadas de ventana a ventana, esas canciones, esos aplausos…?
Ese sentido de comunidad es muy de nuestra cultura, no existe en EEUU. Se siente una unidad que está por encima de doctrinas y credos.
-¿Seremos, somos, capaces en momentos como estos de olvidar nuestras diferencias políticas y aceptar que estamos todos en un único barco a la deriva?
Parece que no. Es curioso; si se piensa bien, la mayoría le echa la culpa a los mismos políticos a los que ya culpaba antes del virus, algo querrá decir. Pero, aunque aceptemos que esto está por encima de leyes e ideologías, somos seres sociales y nuestros cuerpos son materia política. Solamente deseo que esto provoque mayor empatía y solidaridad en el mundo.
-En un sentido puramente físico, ¿tiene miedo?
Sí. Muy físico. Real y patológico. Lamentablemente, la salud no me ha acompañado en los últimos meses, así que el miedo y las hormonas me paralizaban justo antes de montar en el avión que me trajo a Madrid. A pesar de la situación, aquí me siento más segura. Y, físicamente, también lo noto; estoy mucho mejor desde hace una semana.
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