RETROSPECTIVA. DIÁLOGO CON MANUEL VILAS Y 'EL LUMINOSO REGALO'
--¿No habrías sentido celos del éxito de ‘Las sombras de Grey’?
No, en absoluto, aunque tanto “La sombras de Grey” como “El luminoso regalo” tratan el mismo tema: el erotismo. Creo que la gente quiere leer novelas sobre sexo, está en el ambiente.
--¿Qué es lo que te lleva a escribir un libro tan descaradamente sexual, incluso pornográfico si eso se puede sostener en estos tiempos?
El erotismo, en mi opinión, es un asunto todavía sin resolver, y de eso se habla en “El luminoso regalo”. El sexo sigue ocupando un lugar central en las relaciones humanas y en la búsqueda de la felicidad, he intentado poner el dedo en esa llaga. Hemos resuelto muchas cosas a lo largo de la Historia, pero el erotismo es una fuerza atávica y ancestral que nos devuelve al origen de la especie.
--Más allá de los términos del Apocalipsis o de tus habituales desafueros, que quizá sea tu modo de escribir en libertad, ¿qué reflexiones querías abordar? ¿Cuál es la importancia del sexo en nuestra vida y en nuestra imaginación?
Supongo que por desafueros tengo que entender imaginación y libertad radical en mi escritura; y efectivamente, en esta novela insisto en mi senda habitual de indagación sin prejuicios ni límites en aquellos aspectos que alienan la felicidad de los hombres y de las mujeres. En cuanto a la importancia del sexo, diré que no me invento nada que no esté en Sade, Freud, Jung, Bataille o Lacan, lo único que hago es narrar el misterio del erotismo. Es un libro muy influido por Lacan en el plano teórico. En mis anteriores novelas había tratado la alienación del capitalismo en los ámbitos sociales, económicos y culturales. Me faltaba el erotismo. Como dice Bataille, la civilización ha domesticado el sexo; pero su pulsión está allí y aparece inesperadamente. Es un monstruo dormido.
--Vayamos con los personajes. El libro se abre con un capítulo casi apabullante y febril protagonizado por Ester, una ninfómana... ¿Cómo ves a este personaje, cuál es su función en la novela?
Ester es una ninfómana sumamente hermosa. Es sexo en estado puro, pero también es amor. Ella representa la compleja relación entre el sexo y el amor. Es un personaje muy voluble. A veces es una mujer terriblemente enamorada y su abyección desaparece. Hay un capítulo muy complejo en donde Ester se transforma en una mujer bondadosa y humilde y conmovedoramente enamorada. He jugado con distintos planos de ficción. Ester es un enigma en “El luminoso regalo”, es una pregunta al lector.
--Entre las definiciones que le concedes, dices que es una Bruja y “una incandescencia carnívora que vuelve locos a los hombres”.Su primer antagonista, al que quizá haya que interpretar en clave irónica, es un psiquiatra o psicoanalista de vida sexual bastante disoluta, como iremos viendo. ¿Esto es broma o nadie, nadie, se escapa a poder del sexo?
Nadie se escapa del poder del sexo. La gente, simplemente, lo domestica o lo encauza o lo racionaliza o le da un sentido moral o lo convierte en amor o en matrimonio o en relaciones de pareja. El amor a veces parece una construcción cultural encaminada a dar al sexo un sentido civilizador. De todo eso se habla en la novela. El sexo sin ley es destrucción, pero Sade no estaría de acuerdo. El sexo normalizado es un pacto social necesario para que exista la civilización.
--El protagonista es Víctor Dilan. ¿Has querido que este hombre de 49 años, escritor de éxito, sea un ejemplo de Don Juan Tenorio o de Giaccomo Casanova?
He querido actualizar el mito de Don Juan, que es un mito importantísimo en la cultura europea. Víctor Dilan es un adicto al sexo. La adicción al sexo es la manera contemporánea de calificar al donjuanismo.
--Dilan está casado con Elena, pero tiene una obsesión: la mujer, no dormir solo, el deseo...¿Es posible que tantas y tantas y tantas mujeres pierdan la cabeza por un hombre como él? ¿Qué les atrae: saberse queridas, la seducción, la fama, el poder, cierta animalidad, saber que estado?
Allí es donde la novela tiene su toque de esoterismo. Víctor Dilan es un brujo, un donjuán con poderes. De hecho al final de la novela se revela su identidad. Se revela quién es en realidad. “El luminoso regalo” pasa entonces de ser una narración erótica a ser una narración sobre el enigma de la vida y el lector tiene suficientes elementos de juicio para deducir la verdadera identidad de Víctor.
--Por cierto, ¿es posible ser fiel o leal en este mundo, sexualmente hablando?
En mi novela la fidelidad es una construcción cultural más. Ahora bien, yo he escrito una novela; es decir, una obra de ficción. Creo que fidelidad y lealtad son dos cosas distintas. La fidelidad es una construcción cultural de la masculinidad. En “El luminoso regalo”, todos los personajes son promiscuos. La promiscuidad, históricamente, estaba reservada para la aristocracia. Porque como dice el psicoanálisis de inspiración marxista si se trabaja no se puede ser promiscuo. La promiscuidad solo era posible para quienes no trabajaban. En nuestra sociedad, la promiscuidad está reservada para la clase alta, para empresarios, políticos, artistas, etc. La monogamia procede del culto al trabajo. En la aristocracia no hay ni “cornudos” ni “cornudas”.
--Dilan hace el amor con casi todas sus amantes con la música de Bob Dylan de fondo. ¿Eso qué es: vicio, perversión, una excentricidad, una de tus pasiones ocultas?
Es una ironía cultural. Es un juego. Es también un homenaje inesperado a la figura más emblemática del Pop de todos los tiempos. Quería también resaltar la importancia que la cultura Pop tuvo a la hora de liberalizar el sexo.
--¿Qué relación existe entre coito y desesperación? muchas veces tus personajes parecen irremediablemente desesperados...
Bataille llamaba discontinuidad a la imposibilidad de dejar de ser “yo” y entrar en “el otro”. Víctor Dilan no soporta la discontinuidad, pero el sexo no alivia su discontinuidad, su soledad. De ahí su desesperación. El coito es el momento en que se produce la pérdida de la identidad y se alcanza la fusión con el otro. Ocurría algo parecido en la película “Shame”, estrenada hace poco.
--¿Qué tiene todo el libro de parodia, de gran broma?
Yo creo que por primera vez en mucho tiempo no he utilizado el humor. Creo que “El luminoso regalo” es una novela muy dura. Es un libro sobre la relación entre el Erotismo y el Mal. No es paródico ni hay humor; o en todo caso, muy poco humor. Esa ausencia se compensa con el morbo y la atracción que producen la lectura de las abundantes escenas eróticas que hay en “El luminoso regalo”.
--¿Qué le debe a Sade y a Bataille, sobre todo? ¿Y a ‘2001. Una odisea en el espacio’ o a las novelas románticas del siglo XIX y XX?
He leído mucho a Sade y más a Bataille. A este último la novela le debe mucho en los planos filosóficos o teóricos; en los literarios no le debe nada. A Kubrick le debo la búsqueda de lo absoluto. Y a Emily Brontë le debo la locura en el amor, el amor convertido en fantasma, en enfermedad. Todas esas cosas impulsan la acción en “El luminoso regalo”.
--¿Has querido llevar al lector a un territorio más bien desapacible: el territorio del mirón que contempla todas las guarrerías posibles y soñadas entre los amantes?
“Guarrería” es un término de jerga juvenil o masculina que banaliza el sexo. “El luminoso regalo” sitúa el sexo en el centro de la desesperación y la soledad humanas. El sexo es de una complejidad humana infinita, y eso quiere mostrar mi novela.
--¿Crees que falta aquí alguna práctica sexual, incluso alguna depravación?
No es para tanto. No hay orgías. No hay zoofilia. No hay nada que no sea normalito. Quizá lo anormal sea llamar a las cosas por su nombre, eso puede extrañar en un país como el nuestro, muy dado a no hablar de sexo o hablar de sexo de una forma codificada, artificial y roma.
¿Tiene Manuel Vilas una desolada visión del mundo? Parece que aquí no se salva nadie, ni siquiera el sexo…
Manuel Vilas aquí no pinta nada, es inexistente y carece de interés lo que piense. Desde que el lector entra en la novela, son los distintos narradores de “El luminoso regalo” quienes deciden lo que se cuenta y lo que no se cuenta; para eso se inventaron las novelas. La ficción nos hace más libres, no tiene sentido moralizar la ficción. Moralizar la ficción es tanto como quitarle la gracia y la fuerza a la literatura. Es verdad que ha habido lectores, a lo largo de la historia, que por juzgar y moralizar han sido capaces de condenar al infierno a la mismísima Madame Bovary. Imagino que Flaubert aún se debe reír desde su tumba.
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