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Antón Castro

FERNANDO SANMARTIN, UN DIÁLOGO EN TORNO A 'LA CONTARÉ LA VERDAD'

Hoy, en Heraldo, Fernando Sanmartín habla de ’Os contaré la verdad’.

https://www.heraldo.es/noticias/ocio-y-cultura/2020/06/22/fernando-sanmartin-el-amor-es-como-el-aceite-deja-manchas-1381730.html

 

Fernando Sanmartín (Zaragoza, 1959) es poeta, narrador, gestor cultural, columnista de HERALDO y, ante todo, un ‘flaneur’ a pie y en bicicleta, que ha ido consolidando una obra despaciosa y propia, repleta de elegancia y seguridad, que destaca por su mirada poética, por la originalidad de sus personajes, por el peso de la memoria, la huella de los viajes y la percepción del amor y de la mujer. Publica ‘Os contaré la verdad’ (Xordica), su segunda novela, y la presenta el martes 23 en Cálamo, en diálogo con Ismael Grasa y Eva Puyó por videoconferencia. Luego bajará a la librería a firmar ejemplares.

¿’Os contaré la verdad’ es la novela de un narrador o la novela de un poeta? No sé si ha tenido en cuenta eso…

-Hay narradores que cuando terminan una novela, sin mirarse al espejo puesto que no lo necesitan, alzan la voz y dicen: “¡soy la leche!” Nunca me ha sucedido eso, de verdad, qué pena. Los que venimos de la poesía somos, y parafraseo al crítico de cine Carlos Boyero, náufragos y soñadores. En definitiva, mi libro es la novela de un poeta. 

-¿Es Fernando Sanmartín un escritor escindido, poeta, articulista, narrador, cronista de viajes, o todo confluye en una formar de mirar y sentir?

- Lo importante es la escritura, conocer su origen, qué es lo que la empuja. Todos, sin excepción, necesitamos en algún momento protegernos del frío, de una llamada telefónica, de un matón o de un chiflado. Escribir es protegerse. Pero también es otra forma de mirar, un modo de comprender mejor lo que uno es y dónde estamos.

-¿Qué le da París, por qué otro texto que sucede en París que no solo es un escenario, sino probablemente el gran personaje?

-Las ciudades me gustan. Son, lo decía el pintor Max Beckmann, la gran orquesta de la humanidad. Beckmann murió en Central Park cuando caminaba hacia el museo Metropolitano de Nueva York, en el que exponía. París, en efecto, es escenario y personaje de mi novela. Es una ciudad donde he sido feliz. A los personajes de estas páginas también les gusta esa ciudad.

-¿Le había interesado alguna vez el triángulo amoroso, esa situación que suele desembocar en corazones rotos?

Lo que en el siglo XVII decía Pascal, aquello de que el corazón tiene razones que la razón ignora, es lo que le sucede a Thérèse, el personaje principal de este libro, una mujer que decide ser coherente con sus sentimientos, una mujer que se opone al hecho de que elegir signifique renunciar.

-La novela arranca con tres capítulos un poco independientes, casi de presentación…

-Los primeros capítulos contienen los retratos de sus personajes principales. Conocemos su presente, qué hacen, pero también lo que fue su ayer, su fortaleza y su fragilidad. Thérèse, por ejemplo, tiene treinta años. Pero tiene también un rotulador verde para colorear sus errores. Y dice que cada hombre tiene un sabor diferente. Dice que los hay que son como un sorbo de sidra. Pero que también los hay que parecen una copa de coñac dentro de un iglú. Busca la verdad y eso es difícil.

-Primero Jean, abogado, alejado de su padre, quiso ser astrónomo, más o menos enamorado del deporte. ¿Qué más e puede decir?

-Jean quería ser astrónomo. Ser físico le hubiera permitido conocer las órbitas que trazan los cometas en sus trayectos y saber qué son las estrellas de neutrones. Pero se hizo abogado, lo que hace posible conocer mejor al ser humano, aunque a veces el desconocimiento da tranquilidad. Su madre era una mujer de profundas convicciones religiosas. Le aconsejaba que al regresar de su despacho rezara unas oraciones. Su madre le decía que era necesario protegerse del sol, de las medusas, del agua estancada y de algunas mujeres.

-Luego Thérèse. ¿Qué nos puede avanzar de esta mujer, que acabará siendo la protagonista, la que sigue el lector?

    Thérèse tiene un padre que es un desastre, un actor muy conocido en Francia, rostro habitual en la entrega de los premios César, siempre con novias jóvenes. Y su madre es un gran apoyo, una mujer independiente. Sin quererlo, Thérèse se enamora de dos hombres. Descalza sus pensamientos y decide contarles a ambos lo que le sucede.

-Después Françoise, arquitecto. ¿Cómo lo retrataría?

- Françoise dudaba, de joven, entre ser pintor o arquitecto. Estuvo en Katmandú una temporada, con un gurú, y regresó. El gurú vio lo que había en él. Todos deberíamos hablar con un gurú. Y escucharlo. Le gusta Benny Goodman y sabe que el paso del tiempo es lo más sincero. Lo sabe porque el paso del tiempo confirma o niega nuestros deseos.

-¿Le parece que en una novela el minimalismo, la contención, el sugerir más que contar, es también una poética, la tuya?

-Lo que siempre me obsesiona es no aburrir a una lectora o a un lector, no cansarlos, de ahí que mis libros nunca tengan páginas excesivas. Me interesa también la precisión de la palabra. Soy consciente, y aquí sigo al profesor y poeta Alfredo Saldaña, que toda palabra está “expuesta a las inclemencias del tiempo histórico y a los embates de otra contrapalabra”.

Dice: “La verdad es un folio en blanco”. En una situación como ésta ¿se puede, se debe ser sincero?

-La verdad puede causar miedo. Por eso tememos a la muerte, al desamor o a un diagnóstico clínico. Es necesaria. Y la mentira, por mucho que algunos se empeñen, nunca podrá ser una “verdad alternativa”.

Llaman la atención las pequeñas historias, de la madre de Jean, del padre de Thérèse, de su amigo galerista, de su propio padre, fascinado por las actrices jóvenes… ¿Cómo hilvana todo eso, qué modelos de novelista tienes en la cabeza?

- En una novela deben convivir la trama principal con una suma de pequeños relatos. Eso mismo es la vida. Lo que no me interesa es que el plástico aparezca en mi escritura. Y no tengo modelos de novelista, lo que sí hay en mi cabeza son narradores a los que aprecio, desde Flaubert a Ignacio Martínez de Pisón, desde Stendhal a José María Conget o Antonio Muñoz Molina.

-¿Son las familias una acumulación de depresiones y ausencias?

- En ocasiones, lo son. Porque el ser humano es muy simple y muy complejo a la vez. Pero las familias pueden ser el último reducto donde refugiarse cuando el resto de los refugios han sido destruidos.

-El libro está lleno de imágenes no sé si decir osadas o inesperadas. “La inocencia es una maleta con harina que solo mancha si se abre”. “El pasado tiene botes de azúcar y bolsas de basura”. “He conocido a personas buenas que abrazan la religión como se abraza a un chico extraviado en la nieve?

-No es una búsqueda, pero forma parte de mi escritura. A veces me digo a mí mismo: “¡no seas tan pesado con las imágenes!”. Procuro contenerme y ni aún así. Había una frase, una imagen, que la taché y la recuperé después: las fotos suelen mostrar, al cabo del tiempo, lo que no somos. La frase, creo, no va desencaminada.

-¿Qué relación tiene el amor con el desorden?

- El amor es como el aceite, deja manchas.

-¿Cuándo una mujer es un chica remanso o un precipicio?

-Pregúntale a la noche y ella te dará la respuesta.

-Sin desvelar el argumento. ¿Cómo salva uno, ante sí mismo y ante los demás, las contradicciones?

-Siempre hay contradicciones. Las tiene el señor Pedro Sánchez y el eremita que vive en una cueva. Yo conocí a un sabio y en sus ojos había turbulencias. Thérèse, que tiene un mirlo debajo de la piel, como diría Blas de Otero, nos cuenta sus dudas y sus contradicciones, pero busca ser coherente con ella misma.

-Es un escritor reflexivo. En un sentido simbólico o metafórico, ¿cuál ha sido su aventura, qué quería contar o diseccionar?

 

    Quiero, en esta novela, profundizar en un concepto que, con diversos equipajes, vive en nosotros: el secreto. La novela es un trayecto, un viaje que va desde ese concepto esencial que es el secreto hasta la complicidad de la confesión.

-¿Escribir para Fernando Sanmartín es crear un realismo mágico de lo cotidiano, la lentitud y la vida interior, suspensa en los objetos y en la memoria?

- Escribir, lo mantiene Lobo Antunes, es estar más cerca de las emociones. Y este libro se abre con una frase suya: quien escribe mejor es el que corrige más.

- ¿Por qué en cada una de sus páginas, hay siempre dos o tres imágenes chocantes, raras, entre absurdas y poéticas como una greguería?

- No lo sé. Yo mismo me sorprendo de que eso ocurra. Hay cosas que se nos escapan. Y merece la pena brindar por ello. Al hilo, Gómez de la Serna mantenía que la Y es la copa de champaña del alfabeto.

-¿Cuál es el libro de amor que le habría gustado escribir?

-El barón rampante, de Italo Calvino, ejemplo de amor por la coherencia con uno mismo.

 

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