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Antón Castro

ALEJANDRO SIMÓN PARTAL HABLA DE 'LA PARCELA' (CABALLO DE TROYA)

Usted era poeta. ¿Qué he ha llevado a escribir una novela como ‘La parcela’ (Caballo de Troya)?  

La necesidad de contar esta historia que me habitaba desde hace tiempo y que solo podía ser contada desde la novela.

-Desde el punto de vista técnico y narrativo, ¿cómo se la planteó?  

No lo pensé demasiado. Simplemente necesitaba escribirla y me entregué a ese impulso. Me he dejado llevar por lo que aquí se cuenta, por lo que los personajes reclamaban. Sólo me planteé trabajar muchas horas, cada día, en un piso vació que me dejaron en el centro de Estepona.

-Ha elegido un personaje que conoce bien, y que quizá por aproximación podría parecerse a usted. ¿Nace la novela de una experiencia, del conocimiento de una zona del país, de la necesidad de crear una aventura posible?  

Cualquier ficción nace de la experiencia propia más profunda, y casi toda autobiografía tiene más ficción que verosimilitud. La novela nace de todo eso, pero sobre todo quería contar una historia de amor y adentrarme en las limitaciones y abundancias del ser humano. Mejor sentir que definir.

-¿Qué puede suceder en clase y por qué es tan importante Montaigne?  

El aula es un espacio sagrado. Si hay entendimiento, generosidad y consideración, puede ser el lugar más decisivo de la vida. El problema es que los profesores, ensimismados con nuestra carrera, solemos enseñar a competir y no tanto a mirar. En el aula ampliamos nuestra intimidad, tanto los alumnos como los docentes. Y las lecciones de Montaigne nos ayudan a recordarlo. En sus ‘Ensayos’ están las nociones más elementales de libertad e igualdad, que siguen siendo más modernas que muchos tratados de nuestros días.

-El libro es una historia de amor, una historia de amor desigual y en condiciones difíciles. ¿Por qué ha querido que ambos protagonistas estuvieran en dificultades, en pleno desgarro?  

Por honestidad con el amor en sí, que provoca tanto entusiasmo como desgarro o frustración, y eso lo veo en la gente que me rodea y en mí. El error más común es no entender el desamor como parte del amor, así como no entender la muerte como parte de la vida. Hace falta mucho trabajo para asimilar esa evidencia. El amor es nuestra mayor ocupación vital, a la que inevitablemente sigue la preocupación. Creo que esos extremos están reconciliados en la novela.

¿Es una novela social, política o, ante todo, una novela de personajes?  

No me parece que sea social, aunque lógicamente la historia gira en torno a un conflicto social como la crisis humanitaria que vivimos en Europa a finales del año 2015. Tampoco me gustaría que se entendiera como una novela política. La política es una etiqueta muy recurrente cuando no hay nada que decir. Defendería el libro como un libro de vida, que recorre casi todas las catarsis humanas y físicas, pero que aspira a una luz apaciguadora, lejos del fogonazo.

¿En qué medida también ha querido hacer una exaltación de la tolerancia y de la comunicación?

Esa exaltación no ha sido premeditada. Sí que creo que hay una denuncia velada de un modo de vida, de unas rigidices morales, que nos llevan a la insatisfacción perpetua.

La novela también es una indagación en la memoria familiar y en la enfermedad.

La familia es un tema inagotable y precioso. Quizá sea el gran tema de la literatura sin necesidad de estar escrito en ningún libro. Y la enfermedad es un asunto que me toca en mi mismo centro y del que no he podido dejar de escribir en los últimos años. Los enfermos son los elegidos de Dios, y todos queremos ocupar esa verdad, por mucho que duela o por mucho que descreamos.

¿Qué importancia, en estos tiempos difíciles, tiene el humor?  

Es fundamental pero no puede ser una decisión. Me suele caer mal la gente que reivindica el humor, también algunos humoristas que lo defienden como forma de comunicación cuando muchas veces solo linda con la estupidez y el desprecio. Me llena el humor que provoca amparo y alegría, y no el que supone oportunidad.

La parcela’, el mismo título, alude a la Jungla, el campo de refugiados, el lugar del origen y también a esa parcela de los afectos, de la intimidad. ¿Cómo y por qué se impuso ese título?  

Por su precisión y por lo que representa para mí. El título es de las primeras cosas que tuve claras. La parcela representa todo eso que usted apunta, además de ese espacio de nuestro centro más hondo donde acumulamos secretos, y el secreto nos humaniza, nos impone humildad. El escritor John Updike, que ha sido un referente, dijo en una entrevista que las buenas novelas tienen que tener secretos. Entiendo que la vida también debe tenerlos, secretos que no conozcan perversidad, sino que labren cobijo, porque ahí reside el misterio del ser humano, y lo que hacemos al escribir en rondar a ese misterio para al final crear más misterio.

Me ha parecido que el libro tiene diversas impugnaciones a los estados y a la enseñanza. ¿Es un libro contra alguien, es a favor de alguien?  

Es un libro a favor del amor radical y en contra de las demás estafas.

¿Qué le debe esta novela a tu condición de poeta, diría?

Mucho. Entiendo la poesía como una forma de estar en el mundo y no tanto como literatura. De hecho Juan Ramón Jiménez, nuestro poeta de una vez, no la consideraba literatura. La poesía está más cercana a la geografía o a la música, por ejemplo. Y esa manera de estar en el mundo me ha posibilitado contar esta historia.

¿Se escribió alguna parte de la narración en Etopia, donde ha investigado y ha vivido?

 

No, pero sí la dejé reposar, la pensé en los paseos por la Almozara, por ejemplo, que es tan importante como escribirla. Durante mis meses como residente en Etopia trabajé mucho y, a la vez, viví la ciudad con toda la intensidad que merece. Fue un tiempo decisivo para mí que no olvidaré. Allí continúan mis mejores amigos con los que sigo colaborando y aprendiendo. Allí asoma el futuro.

 

 

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