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Antón Castro

Entrevistas

UN DIÁLOGO CON MARIANO ANÓS

MARIANO ANÓS

 

«No creo que el arte esté para dar lecciones, sino para hacer alguna que otra pregunta»

«De lo que no se sabe es mejor opinar lo menos posible y confiar en quienes parecen saber»

 

«He escrito muy poco y no he pintado. La poesía siempre anda por ahí esperando salir»



Actor y dramaturgo, pintor y poeta, nacido en Zaragoza en 1945. En 2019 obtuvo el premio Especial del Jurado de 'Artes & Letras' a su trayectoria. No suele parar. A diario, como un antiguo rapsoda, ofrecía poemas con su característica voz. Así ha dialogado con su cautividad.

¿Tres meses de confinamiento es una realidad o una obra absurda de Ionesco o Samuel Beckett?

Más bien de Beckett: ‘Rumbo a peor’.

¿Qué han tenido de kafkiano?

La vida en general es bastante kafkiana. Algo de ‘La metamorfosis’ y algo de ‘El proceso’ pueden tener que ver con cómo esta pandemia ha extremado algunas situaciones ya existentes. Y también, cómo no, ‘En la colonia penitenciaria’.

Algunos autores como Camus, Sartre o el propio Javier Tomeo habían planteado casos paralelos. ¿Pensó en ellos?

No especialmente. Más bien, por no variar, me vienen a la cabeza clásicos como Shakespeare, Chéjov o Calderón. Sin necesidad de que el argumento remita directamente a una situación como esta, siempre hay en los grandes autores aspectos, apuntes, fragmentos que encuentran un eco, directo o indirecto pero siempre están ahí, esperando la ocasión de asaltar la memoria.

¿Cómo se enfrenta un actor a un hecho así? ¿Creía lo que estaba sucediendo?

«Y soñé que en otro estado más lisonjero me vi», claro. La vida de un actor no se diferencia especialmente de cualquier otra. Tal vez en una conciencia un poco más clara de que lo que llamamos «yo» es un personaje que imaginamos coherente. Y lo de «creerse el personaje» siempre me ha parecido una expresión poco afortunada.

¿Qué ha hecho de especial, cómo se ha mantenido en forma, cómo ha ensayado?

No soy precisamente hiperactivo, así que poca cosa, menos de lo habitual, que no es mucho. Algunos mínimos ejercicios de estiramiento y algunos paseos cuando ha sido posible. Por lo demás, algunas lecturas dispersas, series, películas… Ensayos propiamente dichos ninguno. No había empezado ningún montaje nuevo y los que se han aplazado requerirán algún reensayo cuando se concreten fechas.

¿Cómo se le ocurrió leer todos los días? ¿Cuál era el objetivo de recitar a Machado, Garcilaso, Blas de Otero y otros?

Empecé un poco casualmente, sin ningún plan. Me fui dando cuenta de que podía ser útil. Para otras personas, pero también para mí, desde luego. Un efecto de este encierro ha sido tener cierta dificultad para mantener la concentración en lecturas largas. La poesía sí que me ha permitido releer a muchos autores queridos e ir seleccionando algunos, sin ninguna pretensión de canon ni mucho menos. Solo decidí excluir traducciones de otros idiomas y excluir también a poetas actuales, más o menos amigos.

Mariano Anós es poeta y pintor, entre otras cosas. ¿Ha escrito, ha pintado?

He escrito muy poco y no he pintado nada. La pintura la había dejado aparcada ya hacía unos meses. En todo caso siempre he dejado períodos de abstinencia. La poesía anda por ahí esperando salir; quizá el tener un libro reciente le aconseja esperar, y ella es la que manda.

No ha parado… ¿Qué le han dado y qué les da a las redes sociales?

Me dan sobre todo la posibilidad de mantener un cierto contacto con personas que, sean o no propiamente amigas, me interesan y me aportan algo. También son una fuente de información que, con los filtros necesarios, permite conocer algunas cosas que quedan fuera de los medios tradicionales. ¿Lo que yo les doy? Procuro no dar mucho la tabarra, ser conciso, compartir lo que me parecen puntos de vista útiles para seguir pensando. También, naturalmente, difundir publicaciones o trabajos en los que participo. Y a veces algún chiste.

En períodos así, ¿es cuándo se ve la utilidad o la necesidad de la cultura, la importancia que tienen el arte y la creación? ¿Han dado alguna lección los artistas?

Es posible que quienes ya la valoraban la valoren más, aunque seguramente quienes vivían de espaldas seguirán haciéndolo igual. No creo que el arte esté para dar lecciones; más bien, para hacer alguna que otra pregunta.

¿En qué sentido la tuya es una profesión precaria o más precaria que las demás?

Es una profesión en la que solo un diez por ciento, como mucho, puede vivir de su trabajo. Y eso a saltos, con suerte. El mayor problema, en este país, no tanto en otros, es la falta de continuidad. No es solo un problema económico, sino también artístico, por la dificultad de trabajar en proyectos que no dependan de un resultado inmediato.

¿Qué pasa en el mundo y en las ciudades cuando se cierran los teatros, los cines, los museos?

Es una amputación dolorosa, sí. Es una vida triste.

Ha sido crítico con los críticos al Gobierno. ¿Por qué?

Sin duda hay críticas fundadas, pero el 90% al menos de las que se hacen se harían igual si las decisiones fueran totalmente diferentes. Se hacen por el hecho de quiénes están en el gobierno, no por lo que hagan o dejen de hacer. Y finalmente se trata de quién grita más.

¿Qué elogia y qué critica de la gestión de la pandemia?

Ni elogio ni critico, dado que todos mis conocimientos en materia de sanidad se reducen a ser hijo de farmacéutico. De lo que no se sabe creo que es mejor opinar lo menos posible y confiar en quienes parecen saber algo.

¿Saldremos de ésta más perturbados o con nuevos ánimos? ¿Cómo sale usted?

No tengo mucha fe en eso de la crisis como oportunidad. En cuanto a mí, por ahora diría que más perturbado, pero espero encontrar nuevos ánimos.

¿Qué le ha conmovido o qué le ha decepcionado de la reacción privada pública y política de estos 90 días?

Fueron especialmente conmovedores los primeros días de aplausos en los balcones. Creo que, además de ser los primeros, contribuían las condiciones: no había ruido de tráfico, se podía escuchar a los pájaros, a las ocho ya era de noche y la iluminación también tenía un papel. Decepciones políticas, las previsibles, aunque no tanto, no tan irresponsables.

Estaba a punto de estrenar el cortometraje ‘Solo’. ¿Qué nos puedes avanzar?

Es pura casualidad que se trate de un personaje solitario encerrado en casa. Fue un rodaje muy emotivo, en el que sin decir una palabra pasaban muchas cosas, y estoy muy agradecido a Lorenzo Montull. Lástima que haya habido que aplazar el estreno, como tantos otros.

Se ha hablado mucho de la falta de libertad. ¿Hemos redescubierto también la soledad? ¿Qué ha echado en falta?

Soy muy de abrazos y besos. Eso. La libertad nunca es total y siempre es insuficiente, pero es cuestión de aprovechar lo mejor posible la que nos toca. Con la soledad (sin abusar) nunca me he llevado demasiado mal.

 

«De lo que no se sabe es mejor opinar lo menos posible y confiar en quienes parecen saber»

 

«He escrito muy poco y no he pintado. La poesía siempre anda por ahí esperando salir»

 

 

MARA TORRES: DIÁLOGO SOBRE 'EL FARO'

Mara Torres, tras doce años en TVE al frente de las noticias, regresa a las madugradas de la Cadena Ser, de 1.30 a 4.00, en 'El faro'.

 

Mara. ¿Cómo se pueden resumir doce años en el ‘Telediario’ de La 2?

Se resumen en compromiso, rigor, imaginación, ganas de innovar y un equipo fabuloso.

¿Qué le da a uno la tele y qué le quita?

La televisión te permite jugar con todas las herramientas del audiovisual. Entre otras cosas, la televisión, por una parte, me enseñó a montar las noticias con todos los elementos posibles en ‘La 2 noticias’ y, por otra, a manejar el directo en un plató, sobre todo cuando hice ‘Torres y Reyes’, que era un programa a lo grande con público, actuaciones, entrevistas, debates y humor. No me planteo si me ha quitado algo, no creo.

¿Cómo se le ocurrió ‘El faro’ para las madrugadas de la SER?

Cuando me llamó Daniel Gavela yo ya sabía que iba a dejar ‘La 2 noticias’, y le dije: «Podría estudiar la posibilidad de volver, pero solo con una condición: que regrese a la noche. Solo quiero la noche». Pensé que la radio nocturna era un terreno por redescubrir y eso sí me apetecía. Quería hacer un programa en el que el mundo intelectual y el cotidiano compartieran un espacio común, en el que se pudiera aprender, aliviar la curiosidad y tener la oportunidad de aportar ideas e experiencias.

¿A qué alude ‘El faro’, qué rincón de felicidad, de nieblas o de espantos querría alumbrar?

El faro es una luz entre el mar y la tierra, entre lo líquido y lo sólido, la certeza y la incertidumbre. Me parece un título necesario para un programa de radio nocturna, y más con ese afán de convertir ‘El faro’ en un punto de encuentro entre los que saben de una materia por su experiencia profesional y quienes pueden aportar cosas extraordinarias que nos da el mero hecho de vivir.

¿Algún ejemplo?

Si el asunto va de la cama, un historiador nos contará cuándo el hombre pasó de dormir en el suelo a dormir en la cama; un filósofo disertará sobre obras de la filosofía escritas en la cama; un cinéfilo abordará las mejores escenas de cama y luego la gente aportará su experiencia en la cama: el lugar en el que sueñan, se relajan, tienen pesadillas, discuten con su pareja o hacen el amor con ella.

El faro también es el mar. ¿Cuál es su importancia en la emisión?

Todo el mundo tiene una relación con el mar y casi todas las tenemos contradictoria, nos atrae, nos relaja, nos calma, pero también nos asusta por su fuerza. Tanto el faro como el mar son dos conceptos enormemente poéticos.

¿Cuál es la magia de la radio en la noche?

Me parece que la radio durante el día se oye mientras haces otras cosas y de noche la escuchas. Cientos de miles de personas nos acostamos tarde porque nos gusta más la calma de la madrugada para escribir o componer o dibujar, pero además hay cientos de miles de personas que trabajamos de noche: médicos, enfermeros, farmacéuticos, bomberos, policías, guardia civil, periodistas, gente en fábricas, en hoteles, en peajes, en obras, en los servicios de limpieza, en las panaderías, en la hostelería… Gente que, como yo cuando estaba en ‘La2noticias’, regresa a casa más allá de las dos de la madrugada. A ellos va dedicado ‘El faro’.

Mara Torres: En El faro le damos el mismo tiempo a los entrevistados y a los oyentes

Mara Torres, en el Gran Hotel, en una de sus últimas visitas a Zaragoza. Oliver Duch.

 

¿Es muy exigente tener un tema central cada día? ¿Cuáles son los asuntos que mejor funcionan?

Es muy, muy exigente. Ese es el verdadero reto que afronta el programa, que seamos capaces de sacar un tema distinto cada día que atraiga a los oyentes y siga motivando al equipo. Todos funcionan bien porque forman parte de nuestra cotidianidad: la mesa, los bares, la nariz, el silencio, el baile, el color, los recuerdos, la inteligencia, los vecinos, el deseo, el árbol… Llevamos 45 temas y nos quedan otros 100 hasta final de temporada.

¿Qué es un ‘gatopardo’ y quién podría serlo para ir a ‘El faro’? ¿Qué desea saber de los ‘gatopardos’?

Cualquiera que tenga una buena conversación puede ser un excelente ‘gatopardo’.

¿Cómo es esa tribu nueva de fareros desvelados?

Me tienen del todo fascinada porque yo siempre he creído en los oyentes, a los que descubrí hace muchos años. Los fareros y fareras son todos aquellos amantes de la radio que tienen ganas de formar parte de un programa que cuenta con ellos desde la base, y considera que lo que pueden aportar es tan importante como lo que aportan los expertos; es más, ‘El faro’ es el único programa que da el mismo tiempo a la aportación de los entrevistados y a la de los oyentes, que han demostrado ser inteligentes, lúcidos, divertidos, ocurrentes, sensibles y muy ingeniosos. Me tienen enamorada.

¿Cuál es el embrujo de la voz?

Lo interesante es lo que se dice y cómo se dicen las cosas, lo demás viene solo.

¿Qué está pasando en su vida, cómo se siente? Se le ve feliz…

Estoy feliz por la respuesta que han dado los oyentes. Me emociona cuando los compañeros me dicen en la radio: «¿De qué va ‘El faro’ hoy?». Me imagino que hay un montón de personas haciéndose esa misma pregunta y pensando qué pueden aportar en el programa. Y van y lo cuentan.

¿Para qué sirven las canciones de noche, qué le dan a ‘El faro’?

Las canciones son como el sonido de las olas, ¿no? A veces delicadas, a veces abruptas, pero siempre nos transmiten algo.

 

*Esta entrevista se publicó en Heraldo de Aragón. En papel y en su versión digital.

'SEDUCCIÓN': UN DIÁLOGO

[El pasado viernes, en compañía de José Luis Melero Rivas, presenté el libro 'Seducción' (Olifante, 2014) en la Feria de Huesca. Myriam Martínez, jefa de cultura, me mandó esta entrevista que ha publicado hoy en el 'Diario del Altoaragón'.]

 

¿Qué es la seducción y qué es su poemario 'Seducción'?

Cautivar, hechizar, conquistar, deslumbrar, sojuzgar el ánimo de alguien con buenas artes y ponerlo de tu parte para lo que se tercie: conversar hasta el fin de noche, pasear, cantar, bailar y también lo otro, si los cuerpos se inclinan hacia la tentación más más hermosa. Seducir es enamorar un poco con la vista, con la palabra, con la alegría. Y para mí seducir también es embellecer el paso del tiempo y someterlo un poco a tu antojo. Seducir aquí es vivir con emoción lo que has soñado alguna vez. Pensar, por ejemplo, que Debra Winger te hace caso por un instante.

¿Es usted seductor, le gusta seducir?

A todos nos encanta seducir, pero no tengo conciencia de ser un seductor. En todo caso, quizá sea a veces un seductor a través del lenguaje y la cordialidad. Y quizá la búsqueda de la felicidad, en las pequeñas cosas.

Destaque tres aspectos de su libro

Es un libro donde hablo de historias de amor propias, historias de amor ajenas, donde rindo homenaje a algunos amigos y maestros inolvidables: Javier Tomeo, Félix Romeo, Julio Antonio Gómez, Ana María Matute, José Angel Valente. Es un libro sobre la huella insobornable de los afectos; entre ellos, mi madre tiene un protagonismo especial, aunque ella no lo sabe y sospecho que no se creería lo que digo. Es un libro de texturas, de olores, de mujeres hermosas a las que has esperado y sigues esperando en las regiones de mi imaginación.

 Indíqueme, por favor, si ha publicado algún otro libro este "curso" ...

Mi último libro publicado fue ‘El dibujante de relatos’ (Pregunta), un libro de amor a la ciudad, a los amigos, a los paisajes, a la memoria, a un dibujante como Juan Tudela y al cuento como género literario. Y también al poema en prosa.

 Qué es lo más curioso o bonito que te ha pasado en relación con este libro

Me han pasado algunas cosas realmente bonitas. Por ejemplo, José Luis Melero lo recibió y no pudo abandonarlo en toda la noche; dos días después volvió a leerlo. Luis Alegre me dijo que no me había leído nunca nada tan emotivo como el poema ‘Amor de madre’ y ayer el cantante y compositor David Angulo me escribió, vencida la medianoche, para decirme algo parecido.

Usted es poeta hasta en sus libros de narrativa, ya lo dice José Luis Melero, que además le prologa el libro. ¿Se reconoce así?

Probablemente. Pepe me conoce muy bien. No he escrito poemas hasta los 50 años, de manera específica, y creo que la poesía está en todos mis libros de narrativa. La poesía, el poder de la palabra, amasada con imágenes, atmósferas y sensaciones, está presente en todos mi libros, incluso los de periodismo. Un libro como ‘Veneno en la boca’, de entrevistas con escritores aragoneses, está lleno de poesía, sobre todo en el retrato de cada autor.

 También dice Melero que en este poemario nos abre su corazón y nos hace confidentes. ¿Qué no nos había contado aún?

Algunas cosas. El arsenal de la memoria y de los recuerdos inventados es casi infinito. Aquí cuento una de las historias de amor más bellas, por imposibles (es una historia que solo existió en mi cabeza), hacia una joven a la que nunca le dije nada. Solo la miraba y la perseguía por los pasillos de las aulas en los días de lluvia.

¿Puede ser éste uno de los libros en los que más se ha desnudado?

Probablemente. Hablo de los meandros del corazón y de los sentimientos a través de las vidas de otras personas, como sucede en la primera parte del libro, ‘Una historia de amor’, nueve poemas, o en algunos homenajes. A veces, a través de la ficción, creo que hago inequívocas declaraciones de amor, de deseo y de sueño. El amor, como casi todo, nace en el cerebro, esa esponja tan enigmática como la pasión.

 

Por cierto, usted ha prologado el libro de Luz Rodríguez, otro poemario que se presentó hace unos días en la feria. Dígame algo de él.

Me gustó mucho. Conozco a Luz Rodríguez desde hace años, aunque apenas había leído sus poemas o sus relatos, y cuando leí ‘El pez de la despedida’ me pareció conmovedor. Es una historia de amor que participa de sus ingredientes habituales: el embeleso, la complicidad, el erotismo, la amenaza de la ruptura. Es un libro con música del alma, compuesto con palabras cargadas de sentido. También he prologado ‘La mirada del esparvel’ de Ángela Abós: un libro que resume una vida y una forma de estar en el mundo a través de artículos –muchos se han publicado en el ‘Diario del Altoaragón’- cargados de memoria, de sensibilidad, de conocimiento, de evocación y de compromiso.

 

CHEMA RODRÍGUEZ MORAIS DIALOGA CON JULIO IGLESIAS

UN DIÁLOGO CON JULIO IGLESIAS

 

[Chema Rodríguez Morais, Chaco Morais, es un estupendo periodista. Hace a diario, salvo en verano, la entrevista de contraportada. Elige un personaje, lo estudia, se documenta, piensa la entrevista y conversa con él; luego la compone con ingenio, gracia, hondura, con amenidad. Como una auténtica pieza periodística. Ayer sábado publicaba en el suplemento que actualidad y moda y sociedad que coordina Ana Usieto esta entrevista con Julio Iglesias. Una muy buena entrevista. Julio fue bastante sincero con él y no eludió un personal sentido del humor.]

 

Es de aquellos que sueñan con la libertad. Quijote de un tiempo que no tiene edad. Igual que sus canciones, que no tienen horario ni fecha en el calendario. De ellas habla en una entrevista que el cantante español más internacional envía por correo electrónico, pocas horas después de haber sido enviada. Una charla sobre música, sí, pero también sobre familia, política o deporte. El artista contesta por escrito, pero es fácil adivinarlo respondiendo de viva voz, porque la conversación está jalonada de expresiones 100% Julio. En ella intercala sus opiniones con expresiones dedicadas al entrevistador, al que llama a menudo «flaco», le interpela por su nombre o le hace comentarios sobre las preguntas. O, directamente, escribe un «jaja» más sonoro que si el encuentro se hubiera producido frente a frente. Es Julio Iglesias. Y actúa mañana domingo en el Festival d’Estiu de Tarragona. Para los que vayan, hey, no vayan presumiendo por ahí...

 

Julio en agosto ¿es más Julio que nunca?

Normalmente me gusta regresar a mi país en verano. Aquí tengo casa y amigos y, cómo no, gira. Quizás por ello se me asocia más al verano.

Carlos Gardel decía que 20 años no es nada. ¿Cuántos son 45 sobre el escenario?

Nada. Y toda una vida. He vivido mucho en estos 45 años. He aprendido mucho también.

¿La vida sigue igual que en 1968, Julio?

En algunas cosas no… y en otras sí. En pasión y entusiasmo por las cosas sigo inalterable. En cuanto el cuerpo, ya no soy el flaco de 25 años que cantaba con las manos en los bolsillos.

Sigue en la carretera. ¿Porque le va el ‘Bamboleo’ o porque sigue siendo un ‘Quijote’?

Porque me va la gente de aquí y de allá. Soy un viajero del mundo. Un quijote al que le gustan las gentes de verdad.

¿Qué piensa cuando va a salir a escena? ¿Que no se rompa la noche, por favor, que no se rompa?

Cuando salgo al escenario, tengo muchos pensamientos que me invaden. Para mí, el escenario es un bálsamo que me alegra el alma. Me incrementa el flujo sanguíneo, me pone alerta… Los artistas somos pura emoción, y ese momento es mágico.

Con tanta gira y tanto disco, ¿se olvidó de vivir?

Supongo que a todos nos ha pasado un poco, al que más o al que menos. Durante muchos años, estuve totalmente entregado a la música.

Los años ¿le han hecho más truhán o más señor?

Sin duda alguna, mas señor… jaja.

Hoy, los temas de más éxito son la música para discoteca, el pop y el R&B.
¿Cuál es la competencia de Julio Iglesias en la actualidad?

La verdad, flaco, es que ya se me ha pasado el tiempo de esas competencias. Ya me he ganado un puesto en los clásicos, aunque suene un poco inmodesto, jaja. Chema, al llegar a los 50 años como yo, ya pasas de algunas cosas. La competencia eres tú mismo. El hecho de superarte cada día es una disciplina, un reto, un desafío estimulante.

Por contra, siguen apareciendo ‘crooners’ como Michael Bublé. ¿Hay sitio para la canción melódica?

Yo creo que los clásicos son siempre clásicos, y me gusta saber que gentes jóvenes se acercan a la música de siempre, y encima con talento, como lo hace Bublé.

¿Cuál es su perfecta banda sonora? ¿Qué escucha Julio?

Me gusta el repertorio iberoamericano, que es inmenso. Podría uno escuchar música latina durante toda una vida sin repetir canciones. Me gusta la copla y la canción española, el flamenco, me gusta el pop… pero me gusta escuchar a los clásicos: Sinatra, Nat King Cole, Elvis...

Usted tiene más éxitos que el Real Madrid, pero ¿por qué no graba ya nuevos temas? ¿Es porque cada día se venden menos discos?

Cada vez me cuesta más enamorarme de proyectos o canciones. Ya he grabado muchísimos discos en mi vida. No quiero grabar por grabar si no es un proyecto que me llame. Últimamente, he redescubierto México, que es un país al que quiero mucho. Pero también tengo propuestas para cantar artistas norteamericanos… Ya veremos.

Por cierto, que usted se preparó como portero en el Real Madrid. ¿Un consejo para Casillas?

Yo no puedo dar un consejo a Iker porque es un hombre centrado, humilde, perseverante… Casillas es un campeón, un porterazo.

Raphael grabó varios discos de dúos con estrellas actuales. ¿A quién elegiría usted? ¿Haría ‘duet’ con Enrique?

No lo sé… La verdad es que he cantado con tantísima gente a lo largo de mi carrera… Si hago memoria, por ejemplo de los franceses, ¡he cantado con todos! Desde Aznavour a Johnny Hallyday. De los americanos, desde Willie Nelson a Frank Sinatra, Dolly Parton o Diana Ross. He cantado con Stevie Wonder, Art Garfunkel, Beach Boys… En Asia, desde Wei Wei hasta Anggun… Madre mía, ¡he cantado con todo el mundo!

¿Por qué está hoy el panorama en España, como decía su padre, «raro, raro, raro»?

España es un país moderno, con unas infraestructuras impresionantes. Nos tiene que ir mejor. Tenemos que ser capaces de sacar lo mejor de nosotros mismos y, mira, ahí tenemos a Nadal, a Gasol, a Fernando Alonso… Campeones. Españoles de raza al más alto nivel. Yo confío en el potencial de mi país y siempre hablo en positivo de España.

Hoy las encuestas revelan que la gente no confía en los políticos. Usted, que apoyó a un candidato, ¿se fía?

La mayoría de los españoles hemos apoyado a unos y otros. Desde luego, la gente está muy desencantada. Y tenemos razón para estarlo. El 15-M tiene unos mensajes bien justos y contundentes. Aunque los países los hacen también los ciudadanos, no solo el gobierno de turno.

Según el Instituto Cervantes, los tres artistas españoles más buscados en internet son Dalí, Picasso y Julio Iglesias. ¿Qué pinta usted en esta terna?

Para mí, es un honor estar con semejantes monstruos. Y debería haber más. Hay muchísimos españoles de renombre, campeones en su área.

Usted ¿tiene mitos? ¿Cuáles son los mitos de un mito?

¡Muchos!_Tengo actores, cantantes, deportistas… Me encanta escuchar a Sinatra, ver jugar a Pelé… o a Rafa Nadal. Para mí, Rafa ya (escribe ‘ya’ con mayúsculas) es un mito.

¿Qué es lo que más le va, le va, le va, le va, le va?

Yo soy de la gente. Me gusta hablar con la gente. Tomarme un vino bueno con amigos es superior.

Hoy en internet se comparten miles de fotos suyas con mensajes jocosos. ¿Se ríe con las imitaciones o a veces son para soltar un ‘¡Hey!’?

Jaja, ¡vaya cachondeo con el WhatsApp este verano! ¡Que no se piense la gente, que no es para tanto! Jajaja.

¿Qué le hace exclamar uno de sus famosos «¡weah!»

Un gol de mi Real Madrid, un punto de partido de Rafa Nadal, una victoria de la selección, un buen vino, ver a un viejo amigo, estar con mi familia, ver cómo triunfan las gentes que lo merecen, una historia de sacrificio con buen final. En esta vida hay que celebrar las cosas, carajo.

Sus grandes éxitos ¿son musicales? ¿Qué es ‘Lo mejor de tu vida’?

Buena pregunta, flaco. Mi mayor éxito es poder volver, volver a actuar en mi país. Ver a mis paisanos, hablar contigo en esta entrevista después de 45 años. El mayor éxito y privilegio de un artista es siempre volver (y recalca el ‘volver’ también en mayúsculas).

¿Cómo se hace para que la prensa del corazón le trate a uno con corazón?

Yo, personalmente, he ido un poco a mi aire, y hago las cosas a mi manera. No me detengo mucho en esa área.

¿Es de los que llora en las bodas?

La verdad es que no, porque cuando uno se casa es la confirmación de algo ya sólido, algo que ya se sabe. Aunque sí que uno se enorgullece cuando un hijo se casa, por supuesto que sí. Es un motivo de alegría.

Y en la de Julio José, ¿se emocionó?

Siempre me emociono con mis hijos, como cualquier padre.

¿Por qué había tanto interés en ver juntos a Julio e Isabel Preysler?

Pues no sé por qué. Tenemos una buena relación a lo largo de los años.

Aún le quedan seis hijos por casar. Y tiene hijos, hermanos y nietos menores de 10 años....

Es verdad… ¡Tengo una familia extensa!

¿Qué hace Julio por el amor de una mujer?

«Por el amor de una mujer, jugué con fuego sin saber… que era yo quien me quemaba. Bebí en las fuentes del placer, hasta llegar a comprender… que no era a mí a quien amaba. Por el amor de una mujer, he dado todo cuanto fui… lo más hermoso de mi vida. Mas ese tiempo que perdí, ha de servirme alguna vez… cuando se cure bien mi herida». Flaco, esta canción es universal. Te puede golpear el corazón con 16… o con 61.

Y Miranda, ¿se lo pone fácil?

Miranda es la mujer que más amo en este mundo. Es mi apoyo, mi amor incondicional. Tengo una mujer maravillosa.

¿Qué quiere ser de mayor?

Me gustaría ser cantante.

 

 

TRECE AL SOL. AMPARO MARTÍNEZ / 7

TRECE AL SOL. AMPARO MARTÍNEZ / 7

 

Amparo Martínez Herranz es profesora e historiadora del cine y del arte, e investigadora de las salas de cine de Zaragoza. Actualmente trabaja en un proyecto sobre ‘Viridiana’ de Luis Buñuel.

 

“En verano me quito el reloj, es una especie de ritual”

“Todos los veranos vemos la trilogía ‘El Padrino’ de Coppola”

“La llegada al Pórtico de la Gloria fue una experiencia increíble”

 

Antón CASTRO

-1.¿Qué hace una historiadora del cine en verano?

-Aprovechar que han terminando las clases para acabar de escribir los textos que no es posible rematar durante el curso. Y también descansar viendo buenas películas y buenas series, por supuesto.

 

-2. ¿Dónde veranea? ¿Es de hábitos fijos, cambia de lugares?

-Una mezcla. Pasé mucho años veraneando en Broto, que recuerdo como un lugar idílico y que asocio como mis primeras salidas en pandillas y con las verbenas en las fiestas de Oto. Ahora combinamos unos días de escapada para conocer lugares nuevos con otros pocos días de reposo en la casa de mis suegros, en Hospitalet del Infant, en el Mediterráneo.

 

-3. ¿Es de playa, de montaña, de ciudad o de pueblo?

-Me gusta el sosiego de Hospitalet es un lugar tranquilo y familiar, pero soy de montaña. El fresco de la tarde cuando cae el sol, los olores y los paseos por el monte son lo mejor para cargar las pilas. También me quedan algunas reminiscencias de pueblo. Mi abuela era de Mallén y recuerdo que, cuando ella vivía, ir a pasar unos días allí era toda una fiesta. Disfrutaba de lindo en el corral o yendo a recoger patatas a la huerta de mi tío José Antonio. Aparte de esto, considero Uncastillo como mi pueblo adoptivo. Entre los 17 y los 25 años estuve yendo allí de campo de trabajo y aquellos veranos fueron sensacionales. Nos dábamos la paliza de día y continuábamos por la noche charrando y  cantando en la fresquera de la casa en la que estábamos alojados hasta las tantas de la madrugada. Creo que no he bebido tanto café en mi vida para aguantar despierta.

-4. ¿Qué hace que no suele hacer el resto del año?

-Procuro aprovechar para hacer todo aquello que normalmente no puedo con el trajín del trabajo. Aunque creo que nos pasara a muchos, sólo consigo poner en práctica la mitad de lo que me propongo. Me gusta investigar platos nuevos en la cocina, coser, dibujar (voy comprándome cuadernos durante el año que luego no termino), montar en bici, jugar al parchís o las cartas con mis hijas. Y lo mejor de todo me quito el reloj, es una especie de ritual que disfruto cuando empiezan las vacaciones.

 

-5. ¿Cuál ha sido el viaje de verano de su vida?

-Recuerdo como algo especial el verano en que mis padres y los cuatro hermanos hicimos una ruta por el Norte de Castilla hasta Santiago de Compostela montados en un Renault 12. Yo, que soy la mayor, tenía 11 años y mi hermano pequeño 2. Vamos, que mis padres fueron unos valientes. Íbamos parando en todas las ciudades y pueblos que podíamos y mi padre nos explicaba con entusiasmo los monumentos más importantes. La llegada al Pórtico de la Gloria fue una experiencia increíble, todavía nos acordamos todos en casa. Creo que mi afición la arte viene de este viaje.

 

-6. El verano está asociado a la infancia y a la adolescencia. ¿Cómo ha sido esa época?

-En cada época de la vida el verano es diferente. Las vacaciones interminables de la infancia que parecían eternas y en la que se podían hacer montones de cosas; la pandilla adolescente en la piscina y, además de los primeros ligoteos, las primeras lecturas sosegadas al fresco, sobre la toalla. Recuerdo que así leí ‘Cien años de soledad’ de Gabriel García Márquez. Y ahora también tiene sus alicientes. Por un lado el cambio de ritmo con tres mis hijas; aunque yo no tenga vacaciones a la vez que ellas se transforma la actividad en casa y es todo algo más sosegado. Y también es la época en la que puedo disfrutar con más calma de los amigos, haciendo ‘investigaciones gastronómicas’ por Zaragoza, probado bares o restaurantes nuevos, conversando…

 

-7. ¿Cuál es su mejor recuerdo?

-En general las largas sobremesas que permite el verano. Con la familia, con los amigos… el poder estar hablando de lo divino y lo humano sin medir el tiempo.

 

-8. ¿Qué tipo de lecturas realiza en estos días?

-Simplemente procuro dedicar más tiempo a leer, el que no tengo durante el año, sobre todo novelas y también libros de historia o biografías que me divierten especialmente. Este año tengo como aliciente en la maleta ‘Libertad’ de Jonathan Franzen.

 

-9. ¿Qué libro, qué cuadro, qué museo, qué película o qué canción están asociados a un verano inolvidable?

Si tuviera que elegir un libro asociado con el verano sería ‘La Regenta’ de Clarín, la novela gracias a la que empecé a hablar con el que ahora es mi marido cuando empezamos a tontear. El cuadro es ‘El hijo pródigo’ de Rembrandt, que siempre me había interesado y que me impactó cuando pude verlo en el Hermitage hace unos años. El museo, sin duda, el Louvre, que mis hijas siempre están dispuestas a ver, porque lo de las momias de la sección egipcia las cautivó cuando fuimos por primera vez. Tratándose de películas en mi casa el verano está asociado con ‘El Padrino’ de Coppola, porque en esta época del año, siempre que podemos, nos vemos la trilogía completa en tres noches consecutivas. Y en cuanto las canciones resulta más difícil. Cada año elegimos por consenso familiar una que escuchamos durante los viajes más largos cada vez que nos montamos en el coche. El año pasado creo que fue ‘Voy de negro y me preguntas el porqué’ de Loquillo.

 

-10. ¿Cuál ha sido el gran personaje de sus veranos?

-No asocio los veranos con un gran personaje. Quizás si tuviese que nombrar a alguien sería a Luisa Javiera, una monja del colegio, excepcional, de las que se ponían vaqueros y nos hablaba de lo que nadie se atrevía a contarnos. Nos llevó durante muchos años de campamentos y esa experiencia fue para mis amigas y para mi todo un descubrimiento vital.

 

-11. ¿En qué han cambiado los veranos?

-En que tengo menos tiempo para descansar y en que cada vez me queda peor el bikini.

 

-12. ¿Cómo resumiría el espíritu del verano en un tuit?                                               

-Siempre que se puede el verano es tiempo para cambiar de ritmo, para pararse, posar las cosas y pensar. Y para disfrutar simplemente de estar. Sola o con más gente. Eso es todo un lujo.

 

-13. ¿Cuál es la mejor, la más extraña o sorprendente anécdota veraniega vinculada a su profesión?

-Acabé de redactar la tesis doctoral en la playa, el día de San Roque cuando empezaban las fiestas en Hospitalet del Infant. Me había llevado el ordenador, la impresora… todo. Terminé de escribir el último folio, me di un baño en el mar y disfruté de ese momento como nunca. Todavía me acuerdo todos los 16 de agosto y lo celebro con un buen vermut.

 

J. A. DUCE: UN DIÁLOGO

[Reproduzco aquí la entrevista que publiqué con José Antonio Duce en 'Vidas de Cine'. Le encontré ayer por casualidad, le tengo mucho cariño al fotógrafo y cineasta y amigo, y siempre es un hombre que está en el camino: a pie de obra, con la cámara al hombro. A solas, con José Luis Cintora o rodeado de amigos.] 

José Antonio Duce (Zaragoza, 1933)

Realizador de cine y fotógrafo

 

En Moncayo Films nos anticipamos en el tiempo”

 

 

-¿Qué fue primero, cineasta o fotógrafo?

-Fotógrafo. Aunque debido a mi poliomielitis en lugar de salir a jugar a pitos o al fútbol lo que hacía era irme al cine. Soy cinéfilo desde muy temprano. Aprendí a hacer cine desgastando las butacas de los cine.

-¿Dónde iba?

-Al Monumental pagando los setenta y cinco céntimos que valía la sesión especial de los días festivos de tres a cinco. Veía películas mudas del oeste y me quedaba escondido con algunos compañeros, de cinco a siete, con el afán de no volver a pagar para ver la película normal. O al Fuenclara que valía una con veinticinco.

-¿Qué películas normales veía por entonces? Estaremos hablando del año cuarenta.

-Recuerdo una que me gustó mucho que era Las trece sillas, que relataba la historia de una venta de trece sillas a un anticuario y en una de ellas había escondida una cantidad de dinero. En otra, Cuatro culpables, se cometía un crimen y había cuatro personas que se declaraban culpables. Por eso me entró la afición a la novela policíaca: Simenon o Agatha Christie. Con nueve años ya había leído La vuelta del Coyote de José Mallorquí. En la calle Cádiz, esquina la calle San Diego, estaba la librería Atalaya y por diez duros al mes leías todo lo que podías. Me suscribí a la Biblioteca Pública de la ciudad que estaba en la Escuela de Artes. Fue allí donde leí muchos de los libros de fotografía y donde me encontré con Carmelo Tartón, presidente de Sociedad Fotográfica de Zaragoza.

-¿Qué libros había allí de fotografía?

-Todos los de editorial Omega. Desde historias de la fotografía, monografías sobre el positivo, el negativo, las solarizaciones o química fotográfica. Mi primera foto la hice con una cámara de cartón, con una caja oscura, pintada de negro.

-¿Y cómo empezó a hacer cine?

-Después del Bachillerato estudié cine en Madrid, en la Escuela de Peritos Industriales, donde había una rama de cinematografía. Dependía del Ministerio de Industria. Luego se pasó a la Escuela de Cinematografía que dependía del Ministerio de Información y Turismo con Manuel Fraga. Y más tarde se pasó a la Facultad de Ciencias de la Información. Además de las experiencias infantiles que le he contado, resulta que conocí a Carlos Hidalgo, que era locutor de Radio Juventud de Zaragoza y tenía una cámara de 16 mm y hacía cine. Y a la vez yo era miembro del cineclub de Zaragoza porque lo habíamos fundado con mi compañero Pepe Grañena, el cineclub del SEU, y un año después se fusionó con el cineclub de la Delegación Nacional. Pasó a llamarse Cineclub SEU-DEN, cuyas sesiones se celebraban en Elíseos. Aquello fue la cuna de verdaderas promociones de cineastas de todo Aragón.

-¿Quién pasaba por allí y qué se proyectaba?

-Se pasaba de todo, incluso pasamos en secreto El acorazado Potemkin. Lo pasamos una noche y no acabamos en comisaría de milagro. Estaba de director del cineclub Casiano Sierra, que es médico. El presidente de los cineclubs españoles era Hernández Marcos. Traía no sé qué película. Y nos dijo cenando: “He traído uno de los cinco rollos de la película de Eisenstein. ¿Qué hacemos, lo pasamos o no lo pasamos?”. Decidimos pasarlo sin decir nada. Se puso ese rollo de unos quince minutos. Se hizo un silencio sepulcral en la sala. Se acabó el rollo, a la salida cogió la película Hernández Marcos y lo acompañamos a la estación. Nosotros, Casiano y yo, nos fuimos cada uno a nuestra casa. Si se enteró la censura nunca supimos nada.

-La gente se quedaría impresionada.

-No hubo comentarios. Hombre, en aquella época fue cuando empezó a hacer cine Antonio Artero. Realizó A vivir del cuento sobre una estafa de pisos a los que vienen del pueblo.

-¿Cómo le fue A José Antonio Duce en Madrid?

-Lo primero que hicimos fue en el verano de 1958 con Grañena. Se conmemoraba el 150 aniversario de la guerra de Independencia e hicimos Los sitiados. Ésa fue mi primera película profesional como director de fotografía, puesto que compartí con Francisco Sánchez. Duraba once minutos y trescientos metros de película. Fue muy bien. Era el clásico corto que se ponía en aquella época además del NO-DO. Como consecuencia de Los sitiados nos salió en Madrid una serie para Cuba. Hicimos tres películas, teníamos un contrato para hacer seis, pero no se pudieron hacer más porque entró Fidel Castro en La Habana y la productora de televisión era cubana, aunque en realidad debía ser americana, se fue al cielo y nos quedamos con un palmo de narices.

-¿No eran policíacas aquellas películas?

-Sí. Eran en blanco y negro y de corte policíaco las dos primeras Prohibido fumar y Estupefacientes. La tercera, La huida, era algo más compleja. Era la historia de un matrimonio; de golpe ella huye con un hombre joven que también la engañará tras haberle sacado todo el dinero. Combinaban el argumento y un parte musical folclórica. En Estupefacientes hacía de inspector de policía Guillermo Fatás Ojuel. Grañena estaba de director y yo de fotógrafo. ¿Continúo con mi trayectoria?

-Desde luego.

-En esos veranos, aparte de que el cineclub empezó a decaer un poco, estaba también el Club Cine Mundo que se nutría de los bailes de los sábados y los domingos. Con el dinero se podía hacer otro tipo de actividades culturales. Fue en el Cineclub SEU-DEN donde conocí a José Luis Pomarón, Emilio Alfaro y Joaquín Mateo Blanco. Alfaro y Mateo Blanco y yo nos conocíamos porque los tres tenemos polio del mismo día, del dieciséis de julio de 1936, que hubo una epidemia en Zaragoza. Aquél era un vivero de afición al cine. Manuel Labordeta hizo Comandos. Era una película divertidísima de 1955 que no sé cómo no los metieron en la cárcel. Es una película al puro estilo mudo en la que se ve a un individuo vestido en un burro con boina calada. La imagen típica de Franco con su boina pegada, tripudico, con guerrera, con sombrero de paja. Iba por los sitios reclutando gente y aquello parecía La batalla del Ebro. Está rodada en los olivares de Belchite. Y concluye que ven una paridera, empiezan a rodearla, salen todos y se van escondiendo detrás del mismo árbol y luego salen todos del mismo árbol, veintisiete por ejemplo, muy típico del cine mudo, hasta que por fin llegan y toman la paridera a la orden de ataque. Y allí lo que hacen es la matanza del tocino. ¿La ha visto?

-Perdone mi ignorancia: no.

-Debe hacerlo. Era divertidísima.

-¿Cómo fue su estancia en la Escuela de Peritos Industriales, rama de cine?

-Era una cosa muy anárquica en aquellos tiempos. Y sobrevivíamos haciendo algunos cortos publicitarios. El primero que hice yo fue para la bebida Seven Up. Los pasaban en los descansos. Iba mucho al cine en Madrid y también venía a Zaragoza. Entonces había un operador que se llamaba Antonio Torres que se empeñaba en decirnos que había que ir a gimnasia para poder estar en forma y llevar bien la cámara. Felizmente yo estaba exento de esa práctica.

-Pero, ¿no se hizo usted inseparable del fotógrafo Víctor Monreal?

-Sí. A partir del año cincuenta y ocho y cincuenta y nueve. Víctor entró ya en la Escuela Oficial de Cinematografía de Cine en 1960. Perteneció a la primera promoción. Su director José Luis Sáenz de Heredia se vanagloriaba mucho y llamó al primer grupo La promoción de la buena esperanza.

-¿Cuál fue el grado de colaboración que mantuvo con Víctor Monreal?

-Mucho. Enorme. Empezamos con Zaragoza, ciudad inmortal que fue la primera película que dirigí yo. La fotografió él. Me apetecía dirigir y a Víctor no le apetecía más que fotografíar; no nos íbamos a hacer la competencia. Luis Gómez Laguna, el alcalde, era amigo de mi familia. Dijimos: “Podíamos hacer un cortometraje sobre Zaragoza”. Se acababa de inaugurar el Paseo de Independencia como avenida. Un corto costaba unas 120.000 pesetas si cobraba todo el mundo. Fui a verlo, le di el guión y le planteé la situación. El ayuntamiento nos dio unas 50.000 ptas. Y con ese oficio del alcalde nos fuimos a una productora de Madrid, Leda Films. Duraba diez minutos y se estrenó en toda España, pero en Zaragoza en particular se hizo junto a El tesoro de Pancho Villa. Gómez Laguna la vio y se quedó entusiasmado. Dijo que eran los mejores dineros que se habían gastado porque el Paseo de la Independencia parecía Nueva York. Se rodó en octubre, nos encendieron las luces a las cinco de la tarde, nos pusieron los semáforos en intermitente y nos prestaron a tres motoristas con la sirena delante de nuestro coche que iban abriendo paso. Con un coche descapotable y las ruedas ligeramente deshinchadas montamos la cámara, la atamos en la plaza de Aragón apuntando al Justicia y arrancamos todos. Era la primera vez que conseguíamos un objetivo de 20 mm para rodar.

-Hay mucha gente que habla muy bien de Víctor Monreal, dicen que era un fotógrafo excepcional.

-Había nacido en 1940 y murió en 1968 de un accidente de automóvil. Era un profesional magnífico; lo que le gustaba de veras no era tanto la calidad del argumento o el concepto global de la película como fotografiarla. En el largometraje Muere una mujer (1964) yo fui de director de producción pero como Víctor Monreal estaba haciendo la mili, a mitad de rodaje se le acabó el permiso y tuvo que volver a la Academia General Militar, y la terminé yo. Todo lo que se rodó en Madrid y Barcelona lo hice yo. Lo dirigió Mario Camus con guión de Carlos Saura.

-Ya nos ha avanzado sin nombrarla la fundación de Moncayo Films. Explíquenos cómo nació la productora zaragozana.

-Existía el antecedente de Los sitiados. En aquella época a Julián Muro le gustaba mucho el cine, como le ha gustado siempre y tenía en la radio a Miguel Astrain, que es el autor del guión de Los sitiados, que es muy bonito porque es la historia de Los Sitios de Zaragoza contadas por el cierzo. La voz en off es la voz del cierzo. Y Astrain era amigo de Grañena. Julián Muro dijo: “Como estos chicos están en Madrid y están aprendiendo a hacer cine, les damos una oportunidad”. Así rodamos Los sitiados. En segundo lugar, ocurrió una cosa: Pepe Grañena se quedó más por Madrid y yo también, Víctor venía a menudo, y en Zaragoza el mundo del cine se quedó muy parado. Emilio Alfaro volvió de Canarias y se metió en Radio Zaragoza para hacer sus crónicas y seguir hablando de cine. ¿Qué ocurrió entonces? Rodamos Zaragoza, ciudad inmortal Monreal y yo con el consiguiente éxito. Emilio Alfaro debió hablar con Muro y además era muy amigo de Pomarón, y nos citaron a Monreal y a mí al despacho de Julián Muro. En esa reunión se habló de hacer una productora. Víctor y yo aceptamos, porque si no hubiéramos aceptado ninguno de los dos la cosa tenía más problemas porque en realidad los dos únicos profesionales éramos nosotros. Pomarón hacía cine amateur que solía estrenar en el cineclub que no tiene nada que ver con el cine profesional, Emilio tenía una modesta experiencia como guionista y el que ponía el dinero era Julián Muro. Eso fue en las Navidades de 1961.

-¿Qué se acordó, cómo iba a funcionar Moncayo Films?

-A mí me supo malo que le encomendaran dirigir a Pomarón en lugar de a mí puesto que yo sí tenía experiencia cinematográfica. Pomarón era un amateur. Y nos pareció muy raro que Astrain, que había sido un guionista que había demostrado saber hacer las cosas muy bien, se quedase completamente excluido. Alfaro dijo: “Si entra Astrain me hace la competencia a mí o por lo menos mi puesto lo tenemos que alternar”. Digamos que puso el derecho a veto a Astrain y quedó marginado. Esto lo he dicho cuando Emilio vivía. Yo me conformé y se decidió rodar el primer corto que fue en la Semana Santa de 1962 aprovechando las vacaciones: Teruel, la ciudad de los Amantes, cuyo protagonista era un cantante griego que tenía mucha fama que se llamaba Aleco Pandas.

-Esta película la dirigió José Luis Pomarón.

-Sí. El problema de Pomarón fue que era muy buena persona, nada amigo de las discusiones, pero el salto del cine amateur al profesional es otra guerra.

-Insiste mucho en ello. Explíquenos las diferencias.

-El cine amateur que hacía José Luis, como el que hacían todos los amateurs, es un cine que lo hace totalmente una persona. Yo me lo guiso y yo me lo como, como Juan Palomo. Es un cine con pocos medios mientras que el cine profesional tiene que ser labor de un equipo; después, en las películas amateurs lo más que se hacía en aquellos tiempos era emplear un magnetófono y grabar una banda sonora pero no se sincronizaban o si se ponía algún comentario rara vez coincidían lo que decía el actor... El cine profesional es distinto: ruedas la imagen por un lado, luego se dobla en unos estudios de sonido, se hacen los “tate”, se empalman, se sincronizan, no hay ningún parecido. Aunque todo es cine, desde luego.

-¿Por qué se fue de Moncayo Films José Luis Pomarón?

-Ocurrió una cosa. Se rodaron los cortos: van saliendo, los fotografiamos Monreal o yo, Pomarón los dirige. Y se decidió por fin rodar un largometraje. Había funcionado bastante bien la productora y obtenemos el guión de Muere una mujer, cuyo título completo era Cuando muere una mujer pero se le suprimió el “cuando” porque sonaba a tango. Era de Carlos Saura y se determinó que lo dirigiera Mario Camus, amigo de Víctor Monreal, porque había rodado para él en Barcelona para Iquino Young Sánchez. Emilio Alfaro lo encajó mejor porque era un hombre muy inteligente y dijo: “Si hacemos esta película y veo yo un guión profesional aprenderé”. Y aprendió. Pero Pomarón en vez de decir “yo me voy a pegar a Camus y a ver qué aprendo”, no le sentó bien; y además a Mario Camus tampoco le cayó bien Pomarón. Con lo cual Camus le puso un poco la proa. Digamos que lo ignoró, ésa es la realidad. La película se rodó en Madrid y Barcelona. También había otro inconveniente: Pomarón tenía que comer y no podía cerrar su estudio. Venía dos días a Madrid, estaba tres en Zaragoza, iba un día a Barcelona. Se encontró con un problema, que es el mismo que me encontré yo en 1967 cuando se planteó la desaparición de Moncayo Films.

-¿A qué problema se refiere?

-Yo no podía estar trabajando en Zaragoza para alimentar a mi familia y a la vez jugar a hacer cine. En 1967 (cambió la Ley de Cine y hacer películas se había puesto muy difícil en España) lo había dejado todo ya: había abierto la tienda, me había establecido en Zaragoza, estaba estabilizado. La razón decisiva para Pomarón fue la misma: hacer una película larga suponía abandonar Zaragoza durante dos meses y tenía que cerrar el estudio. ¿De qué comía su familia? En Moncayo no cobrábamos ninguno ni una perra gorda. Víctor y yo a la vez que existía Moncayo hacíamos otras películas, trabajamos con Iquino, con Europea de Cinematografía, y sí cobrábamos.

-¿En qué otros proyectos trabajaba usted entonces?

-Con Europea de Cinematografía que la dirigió José Antonio Páramo. Ése fue otro de los fallos de Moncayo: le pusieron la proa Alfaro y Pomarón. Páramo tenía un guión muy interesante basado en un cuento de Dino Buzzatti, Algo había sucedido. Yo presenté a Páramo a todo el equipo, era muy amigo mío, pero dijeron que no, que de ninguna manera. Y en Madrid fuimos brujuleando Páramo y yo, presentamos el guión a Europea de Cinematografía, les pareció magnífico y nos dijeron que sí, que se hacía, pero nos limitaron el presupuesto. Lo hicimos y fue un negocio redondo porque además fue la película seleccionada por el Sindicato del Espectáculo para representar a España en el Festival de Cannes de 1963. Páramo cambió el título por Hacia el silencio. Es la historia de cinco pasajeros en un vagón de tren. Lo rodamos en el correo Madrid-Barcelona. Agarramos el tren a las siete de la mañana, sacamos un departamento de tercera con ocho personas dentro y llegamos a Barcelona a las cinco. Rodamos todas las escenas con los personajes en el tren; los personajes volvieron a Zaragoza en el expreso de las ocho para no tener que pagar dietas, y nos quedamos exclusivamente uno de producción, Páramo, que era el director, y yo de cámara. Y cogimos al día siguiente el rápido, con lo cual rodábamos desde las ventanillas los contraplanos que nos hacían falta. Luego en la estación del Norte, el padre de la novia de Páramo nos dejó un coche parecido para que siguiéramos rodando alguna otra cosa allí, donde también se rodó la escena final. Era un mediometraje de media hora. Como largometraje fue a Cannes Del rosa al amarillo de Summers.

-¿Y no estuvo también con Iquino haciendo películas del oeste?

-Sí, spaghetti western. Hice Un dólar de fuego, cuyos exteriores están rodados en Fraga, y Cinco pistolas de Texas. Después de hacer El rostro del asesino que dirigió Pedro Lazaga en el monasterio de Piedra, Pomarón se había ido, se puso algo de dinero en Cinco pistolas de Texas, que era una coproducción con Italia, Iquino y con Moncayo Films. Emilio Alfaro era quien cortaba un poco el bacalao y vio como estaba la circunstancia: la única posibilidad de seguir haciendo cine era que yo dirigiera un argumento suyo y que lo fotografiara Víctor Monreal...

 -¿Está hablando de Culpable para un delito?

-Sí. Preparamos el guión él y yo en su chalet de Maleján en el verano de 1965. El primer título que manejamos fue Balada para un hombre solo.

 -¿Dirigió usted toda la película? Se lo digo porque alguien da a entender que la dirigieron usted y Alfaro...

-El propio Manuel Rotellar dijo eso pero la dirigí por completo. Va faltando gente, Jesús Casamián y Pepe Otal han fallecido hace poco, pero Julián Muro sigue viviendo. Tiene otra persona que sale en Culpable para un delito que es Pedro Avellaned. El argumento era de Emilio Alfaro totalmente, el guión lo escribimos entre los dos y la dirigí yo. En la Filmoteca tiene la versión original y la que se rodó con todas las modificaciones que se hicieron.

 -¿Tuvo éxito?

-Fue con la única película que ganó dinero Moncayo Films. Se pasó en las salas y la compró la filial de Columbia para televisión y se estuvo pasando en la pequeña pantalla.

-Había cosas muy curiosas: convertían a Zaragoza en una ciudad con mar...

-Convertíamos a Zaragoza en una ciudad internacional que no se reconociera. No se reconocía. Necesitábamos un mar, una playa, y empleé yo lo que se llamaba entonces la playa de los americanos, un meandro del río Gállego junto a la Cartuja de Aula Dei que era a donde iban los americanos a bañarse. Y como hacía falta un metro, empleé para metro el paso subterráneo de las Delicias, las escaleras que bajaban, había un túnel y luego se salía por el otro lado.

-¿Y el protagonista Hans Meyer?

-Lo descubrió Emilio Alfaro y le pareció “un rostro muy interesante”. Hans Meyer era muy popular en ese momento en España porque estaba haciendo un anuncio de coñac que decía “Este me va”. Era sudafricano, con la cara picada de viruelas. Le acompañaban Yelena Samarina y Perla Cristal. El primer candidato a protagonista fue Fernando Sancho, pero resulta que tenía un compromiso de tres películas con una productora de Roma para hacer los personajes de Carrancho, que era muy popular en Italia. Víctor fotografió la mitad de la película y yo la otra mitad. Ocurrió una cosa muy curiosa: la película se rodó en cinco semanas, en la cuarta semana le saló un contrato con José Antonio de la Loma para rodar Misión en la Ginebra, y me dijo: “¿Te importa que me vaya?”. Y a mi ayudante de dirección Federico Canudas le salió otra película en el extranjero y se fue. Así que en las últimas semanas fui director, fotógrafo y ayudante de dirección.

-Esta película ya marcó casi el final.

-Sí. Estábamos en Barcelona porque Jorge Feliu, al que yo conocía de los cineclubs, me dijo que le habían encargado los de Matesa hacer una película para la Feria Textil de Basilea. Había que rodar en España, en Europa y en América. Me invitó a que fuese rodar yo a América con Víctor Monreal, y nos fuimos juntos a Canadá, Estados Unidos, y desde allí Víctor regresó a Barcelona porque lo llamó De la Loma para rodar otra película en Holanda. Al Perú me fui yo solo, pero asistido por profesionales de Matesa. Teníamos avioneta, equipo eléctrico, cámara, todo. Yo iba de señorito: a dirigir y fotografiar.

-¿Cómo se produjo el fin de Moncayo Films?

-Cuando volví de Perú aún se había metido dinero en coproducir una película De la Loma que fotografiaba Víctor Monreal en Ámsterdam: El magnífico Tony Carrera. Se había puesto un 20 %. Moncayo estaba ya alicaído porque el problema gordo que se presentó, más allá de errores de un tipo y de otro y de la desgracia (falleció Víctor y lo sentimos mucho, claro), fue que hasta el año 1967 hacías una película y la presentaban a clasificación y censura; decías que había costado ocho millones de pesetas (que es lo que dijimos que había costado Muere una mujer, en realidad costó cinco y medio. Alberto Closas, su protagonista, cobró 750.000 pesetas), si la película era de “interés nacional”, si era del régimen, te daban el 50 %, si estaba bien era primera A y te daban el 40% e iban bajando. Nos dieron primera B, con lo cual nos dieron el 35 %. Con un capital inicial de cinco millones con este procedimiento podías hacer de dos a tres películas al año. ¿Qué ocurrió en el año 1967? La ley de Fraga en vez de darte cualquiera de esos porcentajes, te da el 15 % de lo que recaude la película en taquilla, que es mucho más dinero, pero si una película está en explotación tres años, tardabas un año y medio en empezar a ver dinero. Ese fue el motivo principal y la prueba es que si en 1966 se habían hecho más de doscientas películas, en 1967 se hicieron sólo treinta y tantas.

-¿Fue traumática la disolución de Moncayo Films?

-No. Fue una cosa que se fue apagando. Emilio escribió otro guión, Las dos caras de la muerte, que no se llegó a rodar. Alfaro seguía con su consulta médica; Julián Muro era registrador de la propiedad y lo trasladaron a Santa Cruz de Tenerife. Él era el socio capitalista y los demás los socios industriales. Ni pusimos ni cobramos una perra gorda, insisto. Hacíamos los pases de las primeras copias de las películas en el cine Roxy y asistió a todas o a casi todas Manuel Rotellar.

-Y usted dejó el cine definitivamente.

-Sí. Por no mentir hice un videodrama pagado por la Diputación de Zaragoza sobre Miguel Labordeta. Eso se rodó ya con unos medios tan precarios que vergüenza me da decirlo.

-¿Qué tipo de cine le ha gustado y le gusta?

-El policíaco, el clásico de los cuarenta y cincuenta, Hitchcock y las películas basadas en la obra de George Simenon, no sólo las del comisario Maigret.

-¿Cree que Moncayo Films fue una oportunidad perdida o no?

-El problema de Moncayo Films fue que nos anticipamos en el tiempo. Las ilusiones de Emilio Alfaro y nuestras de haber montado en Cuarte unos estudios con laboratorios eran una pura utopía, pero en aquel momento todavía más porque no había ningún apoyo. Creo que si hubiera nacido en los tiempos de las autonomías, como ha ocurrido en Euskadi o Cataluña, a lo mejor habría habido algo más de fortuna. Aunque la verdad es que los tiempos que corren En Aragón tampoco están ahora para echar cohetes. Fue una época muy bonita. Todo esto lo he contado, en colaboración con mi sobrino Juan Duce Reblet, en La década de Moncayo Films (Ayuntamiento de Zaragoza, 1997).

-Gracias por sus recuerdos.

-¿Ya hemos acabado? Déjeme decirle dos cosas. Aprendí mucho de la técnica de dirección de Pedro Lazaga. ¡Cuánto sabía de cine! Era una maravilla en todos los aspectos, en planificación, en dirección de actores o en los movimientos de cámara. Y la segunda es que yo con una cámara de fotos en las manos soy feliz. Plenamente feliz.

MARÍA DOLORES GIMENO HABLA DEL EMBAJADOR JOSÉ NICOLÁS DE AZARA

MARÍA DOLORES GIMENO HABLA DEL EMBAJADOR JOSÉ NICOLÁS DE AZARA

LITERATURA E HISTORIA. María Dolores Gimeno Puyol // Esta Doctora en Filología Hispánica en la Universidad Rovira y Virgili, natural de Maella, experta en la literatura de la Ilustración y apasionada por las cartas, es la responsable de la edición del ‘Epistolario (1784-1804’ (Castalia / IFC / IEA) del oscense José Nicolás de Azara (Barbuñales, Huesca, 1730- París, 1804), que fue embajador en Roma y París y amigo de Napoleón.

 

 

Eres filóloga y profesora de literatura, ¿qué te atrajo de José Nicolás de Azara?

A Azara nos los “presentó” Rafael Olaechea en clase de Filología Hispánica, invitado por la Dra. Albiac; su figura y su epistolario parecían un material precioso para una tesis sobre una época crucial, contada por un testigo directo de hechos muy relevantes. Era miembro de la minoría ilustrada que ayudó a Carlos III a modernizar la España del Antiguo Régimen, pero respiró más aires de libertad al residir en Roma y París.

Haznos un breve retrato de su figura. 

Su compleja figura se puede resumir dos ejes: su formación y dedicación diplomática —muy inclinado a la acción política— y el humanista, hombre de letras y experto en artes.

¿Cómo le marcó su familia, los Azara de Barbuñales? 

Eran de la baja nobleza no titulada y creían en la educación como vía de progreso; los hijos mayores cursaron estudios encaminados a la Iglesia, empleos civiles o el ejército, con lo que el patrimonio familiar quedó para el menor. Mantuvieron el vínculo afectivo con la correspondencia.

En 1765, se marcha a Roma como Agente de Preces del Rey. ¿En qué consistía y cuáles fueron sus misiones?

Era el encargado de gestionar las peticiones de particulares a la Iglesia como bulas, dispensas..., negocios que movían mucho dinero. Al ser nombrado ministro plenipotenciario, Azara retuvo el cargo pero delegó en un director.

Permaneció en la ciudad más de treinta años. ¿Cuál sería el balance de esa estancia?

Cabe distinguir la etapa de la Agencia de Preces (1765-1784) y la de ministro plenipotenciario (1784-1798). La correspondencia con el aragonés Manuel de Roda, entre 1768 y 1780, retrataría al primer Azara, mordaz, volteriano, antijesuita y ansioso por ocupar la Embajada; las posteriores editadas por mí muestran a alguien maduro, con más responsabilidad, muy informado y con buenos contactos.

 

Pronto se reveló como un hombre curioso e ilustrado: era mecenas y editor de clásicos, apasionado de las antigüedades, coleccionista de libros, organizaba tertulias en el palacio de la Embajada...

Fue un asiduo a las principales conversazioni o tertulias. Participó en excavaciones y reunió una buena colección de esculturas antiguas. Su biblioteca alcanzó los 20.000 volúmenes. Editó a Garcilaso de la Vega en España; a los clásicos latinos Horacio, Virgilio... con el famoso tipógrafo Bodoni; y los escritos de su amigo del pintor Mengs. Fue mecenas de los pensionados de la Academia de San Fernando; y reunió una colección pictórica, visitada por los ilustres viajeros que iban a Roma.

¿Cómo cambió su trayectoria cuando fue nombrado embajador? ¿Cuál fue su colaboración con Roma para que no fuera invadida por las tropas francesas?

Pasó a residir en el Palacio de España, en la famosa plaza homónima. Pero el verdadero cambio se produce en 1796, cuando su amigo Pío VI le envía a detener a los franceses que iban apoderándose de los Estados italianos. Azara firma con el general Bonaparte el armisticio de Bolonia, que evita la invasión a cambio de contrapartidas. Y si los romanos reciben en triunfo al diplomático, cambian de opinión al empezar las requisas artísticas y salir carros con dinero.

Más tarde lo nombraron embajador de París. ¿Cómo definirías esa experiencia?

En 1798, en la agitada época del Directorio, París era la embajada más complicada, y Azara el más preparado por su experiencia y contactos; de hecho, contribuyó a serenar la situación interna francesa y negoció varios tratados internacionales, aunque fue cesado al año de llegar. En 1801 obtuvo su segunda embajada parisina, ya con el Consulado, pero es depuesto de nuevo en 1803 al distanciarse de Godoy, su antiguo protector.

Entremos con detenimiento en el ‘Epistolario’. ¿Dónde estaban las cartas? Háblanos un poco de ese turismo cultural que has tenido que hacer.

Estaban dispersas en diversos archivos europeos: Archivo Histórico Nacional, Biblioteca Nacional de Madrid, Toledo, la British Library, el Quai d’Orsay, Parma, Bolonia... Localizar manuscritos tiene bastante de incertidumbre y también puede deparar agradables sorpresas. Y como se trabaja con el material producido por el mismo autor, es un viaje al origen; además permite descubrir edificios singulares. Pero sin la ayuda de la IFC, sobre todo, y del IEA, no hubieran visto la luz esos textos editados por Castalia.

Parece que José Nicolás de Azara tenía una pulsión constante de escritor. Escribió mucho…

Por un lado está su comentada faceta de editor —y traductor—, y por otro, el escritor de cartas y de unas Memorias. Las cartas eran el vehículo casi exclusivo de comunicación en la época, tanto entre familiares y amistades ilustradas como en los negocios diplomáticos. Azara, que dictaba y supervisaba la correspondencia oficial, en los momentos de mayor agitación política llega a escribir más de ocho horas diarias.  

¿Quiénes fueron sus corresponsales? [Y valóranos un poco las cartas: Talleyrand, Godoy, Iriarte…]

Hubo diplomáticos, como el Aranda embajador en París, con quienes trata de política o anécdotas del gran mundo. Mantuvo con sus secretarios de Estado —Floridablanca, Godoy...—­ un carteo confidencial paralelo a los oficios. Se escribió con amigos como Bernardo de Iriarte y con Eusebio Bardají, su sobrino preferido. Otros le planteaban cuestiones eruditas y artísticas, como el cardenal Lorenzana, con quien también comenta la Revolución Francesa y la guerra europea. Entre los extranjeros resultan de gran interés las cartas a los comisarios y generales franceses invasores de Italia y las de sus embajadas parisinas a políticos como el hábil Talleyrand para mejorar las relaciones entre España y Francia.  

¿Qué cartas son especialmente reveladoras, especiales? Cuenta alguna que te guste particularmente.

Es muy bella la correspondencia de amistad con Iriarte, un universo compartido de referencias culturales y sentido del humor; de ella destacaría las cartas escritas desde su casa de Barbuñales en 1800, en las que late la emoción de los afectos familiares y de la tierra con la que se reencuentra, una Arcadia de olivos y viñedos.

¿Se puede hablar de características esenciales de su escritura? ¿En qué medida está reflejada su vida, su intimidad en las epístolas?

La extensión y tono dependen del destinatario. Pero siempre usa una lengua elegante y clara, fiel al “buen gusto” del castellano del siglo XVI; como distintivo, largos párrafos y una sintaxis impecable. Aparecen interesantes elementos de la sociabilidad de su mundo, entre negocios y el ocio privado, así como sus gustos individuales, desde la gastronomía o el mobiliario a la vestimenta, que analizo en mi Estudio Preliminar.

¿Qué relación real tuvo con Napoleón Bonaparte?

Se conocieron negociando en Italia en 1796, cuando Azara definió al general como “uno de aquellos ingenios privilegiados que la naturaleza produce muy de tarde en tarde”. Bonaparte le dispensó un afecto constante: apenas llegado de Egipto en 1799, le pidió consejo antes del golpe de Brumario; le sostuvo luego en su difíciles relaciones con Godoy; y al fallecer, le tributó un solemne funeral.

¿Qué pasó con sus colecciones, con sus numerosas pertenencias?

Sus bustos de filósofos griegos, regalados a Carlos IV, se encuentran en Aranjuez en la Real Casa del Labrador; el de Alejandro Magno del Louvre lo ofreció a Bonaparte. La biblioteca fue subastada a su muerte en Roma. Los cuadros los heredó su familia. Sus camafeos y piedras talladas, ambicionados por Josefina y María Luisa de Parma, los adquirió ésta a su hermano Félix pero nunca los pagó. Y sus muebles los intentó vender en vano a sus sucesores en las Embajadas.

Resulta singular su condición de soltero. Sin embargo, se le atribuyeron amoríos…

Entre su generación ilustrada abundaron los solteros o los que se casaron en una edad tardía, poco preocupados en formar una familia. Azara mismo participaba de los chismes que circulaban entre el grand monde; y a él, aunque lo negó, se le relacionó con la princesa Santacroce, dama casada de quien era acompañante y de cuya hija Anna se le atribuyó la paternidad.   

Cuéntanos la relación con su hermano el naturalista, explorador e ingeniero Félix de Azara.

Entonces José Nicolás era el hermano conocido. Promovió las edición de las obras de Félix; con quien se relacionó por cartas, ahora perdidas, pues se habían visto una sola vez en Barcelona en 1776. Se reencontraron en París en 1802 y convivieron hasta la muerte del diplomático en enero de 1804.  

Para cerrar: ¿qué significa Maella en tu vida, qué te sugiere, que te evoca…?

Maella es la tierra, los padres y el anclaje en el mundo, yo que he vivido en el extranjero y ahora en Tarragona. Es también es el catalán materno, que tanto cuesta defender en Aragón, aun con argumentos filológicos o invocando la necesaria dignidad e igualdad cultural de cualquier lengua por pequeña que sea.

 

Epistolario (1784-1804). José Nicolás de Azara. Edición de María Dolores Gimeno Puyol. Editorial Castalia, Instituto de Estudios Altoaragoneses e Institución Fernando el Católico. Madrid, 2010. CCXXII + 1442 páginas.

MARIVÍ NICOLÁS: UN DIÁLOGO

MARIVÍ NICOLÁS: UN DIÁLOGO

María Victoria Nicolás (Zaragoza, 1939), una de las principales autoras en lengua aragonesa, reconstruye su vida, su memoria de madre y maestra, y su pasión por el valle de Hecho y la obra del poeta cheso Veremundo Méndez

 

 

 

 “LA POESÍA ME HA DEJADO SOÑANDO

Y AÚN NO HE DESPERTADO”

 

A María Victoria Nicolás (Zaragoza, 1939) la vida la ha dejado, perpleja y herida, en medio de un sinfín de encrucijadas: la pérdida de una hija, un divorcio, la muerte de amigas entrañables, una tumultuosa maternidad... Sin embargo, ella sigue adelante con una tremenda energía, con una vitalidad que también exhibe alegría, inocencia y fragilidad. La fotógrafa Esther Casas la mira, le hace fotos y la define así: “Esta mujer es impresionante. Lo da todo”. El editor Chusé Raúl Usón buscó todos sus textos, redactados en cheso, los recuperó de libros, revistas y programas de fiestas, y ha publicado ‘Plevias. Obra poética en aragonés-cheso’ (Xordica), un volumen que es, ante todo, una declaración de amor a la poesía, a una lengua, a un paisaje, a una forma de existir.

Me han dicho que usted se crió en la avenida de Goya, ante las vías del tren.

Sí, en una casa que hacía chaflán con la actual calle del Carmen. Viví una infancia maravillosa. Mi padre había venido de Velilla de Ebro y tenía un negocio de coches, con naves industriales y con un concesionario de Chevrolet. Enamoró a mi madre, Manuela Minué, en el Casino Mercantil un día en que ella llevaba un traje de lunares, azul marino y blanco. Ella tenía una voz acariciante y usaba un sombrero que apenas dejaba ver su pelo rubio.

¿Qué hacía en esa infancia maravillosa?

Jugábamos todo el día en la calle con mi amigo Matamala, un crío del barrio, y con mis hermanos, José Manuel y Manuela, y con mis primas. Nos asomábamos al pretil de las vías del tren. Estudiaba en el colegio próximo de Jesús y María. Recuerdo que una vez le cogí un trozo de una goma de borrar a una compañera, un trozo diminuto, casi invisible, y estuve confesándome todo el año. ¡Te hacían sentir unos remordimientos! Eso sí, nos divertíamos con todo y también le hacíamos judiadas a la abuela…

¿Judiadas a la abuela? ¿Qué quiere decir?

Mis abuelos maternos tenían un comercio de electricidad y de aparatos de radio en Independencia. Era famoso. A ella le encantaba escuchar la radio: las telenovelas, las canciones dedicadas, el rosario. Aún la veo, sentada, con su chal y su pelo blanco en ondas. Mi hermano era un ‘sarguta’, mañoso, hábil. Cuando ella venía a casa, cogía su radio galena, su pick-up, le ponía un micrófono y conectaba al aparato de radio de la abuela. En el cuarto de al lado, desde nuestra emisora particular, poníamos voces, hacíamos anuncios publicitarios en forma de verso. Lo que se nos ocurría. “Es la casa de Minué / la mejor que usted ve”. Había un instante en que la mujer llamaba a mi madre y le decía: “Manuela, que me están dedicando canciones en la radio”. A mí siempre me ha gustado la radio, la poesía, los juegos de palabras.

Pronto entraría en contacto con el Altoaragón, en concreto con Jaca.

Sí, en la posguerra se edificaron en Jaca unos chalés de protección oficial para los obreros de Sabiñánigo, pero a ellos les pareció que les quedaban demasiado lejos y no los quisieron. Entonces el constructor se los ofreció a distintas a familias, entre ellos a los Nicolás. Allí, en un baile de disfraces en La Pajarera, conocí a Emilio Gastón, con quien me casé.

Usted había estudiado Magisterio, ¿no?

Estudié Magisterio y lo terminé, pero no hice oposiciones porque mi padre no me dejaba ir a dar clases a un pueblo. Decía que de ahí se volvía con un embarazo, con una violación, o que una se consumía en soledades. También hice ATS y me matriculé en Filosofía y Letras donde coincidí con el historiador y cofundador de ‘Andalán’ Eloy Fernández Clemente. Nos daba clases mi futuro suegro Rafael Gastón Burillo, catedrático de lenguas clásicas, abogado y filólogo. Yo ya festejaba con su hijo; cuando pasaba lista decía: María Victoria Nicolás Minuera.

Su suegro iba mucho a Hecho.

Sí. Él era un enamorado del cheso y de aquellos valles. Mantenía una correspondencia constante con Veremundo Méndez. Los dos hacían fichas de palabras y hablaban con la gente, alemanes, franceses o ingleses, que venían a estudiar la lengua. Mi suegro era un personaje increíble: aragonesista, apasionando, culto, filólogo y, además, era el mejor esperantista del mundo. Finalmente, Emilio y yo, compramos una casa allí y yo hice de todo: fui fontanera, carpintera. Todo. Fue una época maravillosa de nuestra vida.

¿Qué relación tuvo con Veremundo Méndez?

Muy buena. Fue un maestro maravilloso para mí. Ya nos habíamos visto alguna vez anterior, pero una vez fuimos a Hecho con los profesores de la Universidad de Jaca. Estaba sentado en una barandilla, lo saludé y le dije que iba a aprender cheso. Me dijo: “Cuando sepas estos versos, ‘Cuando la paxariqueta / canta en lo soto, /u pleba u nieva / u fa un tiempo u otro’, estarás en condiciones de aprender cheso”. Ahí empezó otra vida para mí. De aquel fichero hemos partido Rosario Ustáriz, Rosa Coarasa y yo para hacer un ‘Diccionario de voces chesas’, y ahí seguimos. Rosa murió hace poco y ahora Rosa está enferma.

¿Cómo fue esa inmersión suya en la literatura?

Fue absoluta. Yo no puedo hablar mal de Emilio Gastón. Con él he podido viajar, he conocido el mundo político del PSA, donde estuve totalmente integrada, asistí a aquel período de utopía e ilusión en que desterramos la violencia. Él me ha enseñado literatura. Y yo me formé con tranquilidad durante años: hablaba con los ancianos del lugar, hice tres entrevistas a tres nonagenarios y cuando aparecieron en una revista ‘La Jacetania’ los tres se habían muerto. Desde entonces me llamaban ‘La mataviellos’ y otros ‘Lo pobre de la Solaneta’, porque me veían con mi mochila cargada de grabadoras, de cuadernos, etc. Cuando fui a grabar a la cuarta persona, me vio desde la ventana y me dijo: “Vés ten, nirna que no me quiero d’ir enta la fuesa” (Vete, niña, que no me quiero morir).

¿Cómo definiríamos su obra?

Es una obra musical, relacionada con la naturaleza, con el amor, con mis recuerdos. Me gustan los juegos de palabras. Me encantan. Me gusta hablar de las gentes, de las casas y sus escaleras, de las chamineras, de las veladas de verano a la fresca mientras se cuentan historias, las tertulias en el carasol, de las mujeres. Cada vez que oía una palabra la anotaba; tengo muchas servilletas con anotaciones tomadas en el bar. Todo ese universo me producía un desborde maravilloso. Y luego está esa otra emoción esencial: el lenguaje, la belleza del lenguaje, el sonido de las distintas palabras.

Por cierto, en su poesía habla mucho de la noche y mucho de la luna.

Tengo tres hijos. Rafael, Elena y Diana. A ella le decíamos que la luna se llamaba Diana. Un día dijo: “Cuando yo me muera iré a la luna”. Quizá venga de ahí. Ella falleció en 1978 con once años. Jamás he podido olvidarla: mi hija Diana sigue estando en mí y yo sigo estando en ella, no sé bien de qué forma pero la percibo. Se murió de peritonitis en Londres. Fue un fallo médico: recuerdo que los médicos ingleses y las enfermeras vinieron a pedirnos disculpas al avión. Diana escribía. Recuerdo cómo la trajimos a Zaragoza en el avión: Emilio y yo a cada lado y el ataúd en medio. Esa imagen no la podré olvidar nunca.

¡No me extraña!

Lo más gordo que te puede pasar en la vida es perder a un hijo. Es demasiado doloroso hablar de ello. Desde entonces me gusta más la luna, y me gustan los ponientes, las montañas nevadas, el rocío, el agua azul en las plantas, el ambiente del color, las calles vacías y mojadas, el silencio, el fuego que nace y crepita en torno al hogar y que luego se apaga.

Me sorprende su determinación en la construcción de su biografía. 

Soy débil e inocente y a la vez fuerte. No soy rencorosa, el rencor me parece una pérdida de tiempo y una forma de maltratarse a uno mismo. Además, me ha pasado algo muy bonito: con la publicación del libro he descubierto que en Hecho me quiere el pueblo entero, que no faltó nadie. Percibí cariño y comprensión. En las presentaciones en Hecho y en la del Colegio Hilarión Gimeno fue como estar en el cielo. Algo muy entrañable. Han sido dos actos que me han dejado soñando y aún no me he despertado.

 

Mariví Nicolás mira con una ternura especial a su editor Chusé Raúl Usón: “No sabe cuánto le debo. ¡Si no es por él! Ha salido en mi rescate. Después de lo que le he hecho esperar, no sé cómo me quiere y como ha querido ser mi editor”. Los dos, una y otra vez, se han intercambiado un copioso anecdotario. La música, los años iniciales de la Transición, la enseñanza, los traumas de una familia rota, la poesía en castellano y en aragonés, los poemas que adaptaron para ser cantados… Todo asoma con naturalidad. Uno de los mejores períodos de la vida de Mariví Nicolás es el de sus años el colegio La Quer Majari Cali, algo así como la Casa de la Virgen gitana. “A los estudiantes gitanos les enseñaba de todo, les enseñaba a abrir los ojos, a escribir, jugaba al fútbol con ellos si era necesario en una especie de vertedero, y les enseñaba a no pelearse –señala-. Y ellos a mí me enseñaron mucho, conocí al gitano y su mentalidad, su picardía, su ternura, y en ocasiones tenía que ir por las casas a buscar a los niños para que vinieran a clase. Algunos tenían mucho interés por aprender, a leer especialmente, para poder sacarse el carné. Recuerdo que alguna vez escribí un artículo ‘Andalán’ acerca de esta experiencia”.

*La foto de Mariví Nicolás pertenece al fotógrafo y diseñador Manuel Arribas.