Facebook Twitter Google +1     Admin

Se muestran los artículos pertenecientes al tema Temas gallegos.

EN LOS 80 AÑOS DE MARISA SANTIAGO

20190713203417-marisa.-descarga-3-.jpg

El pasado día ocho de julio, en su Galicia natal, por Cedeira, San Andrés de Teixido y Figueiroa, Marisa Santiago, profesora de historia, celebró sus 80 años. Con motivo de tan significatico cumpleaños, ella y su marido Eloy Fernández se fueron de excursión a Santiago de Compostela y a A Coruña, donde vive su hija María. En Santiago, Marisa y Eloy pernoctaron en un hotel con encanto, Virxe da Cerca, y pasearon por la ciudad, por las rúas, vieron la catedral y disfrutaron de un sinfín de recuerdos y de la buena cocina santiaguesa. Compostela es el hechizo de la luz y la lluvia, de la piedra, de las campanas que rompen el aire y de la atmósfera medieval. Y en A Coruña, entre otras cosas, recorrieron el Monte de San Pedro, se asomaron a la Torre de Hércules, anduvieron por la Marina, como quien recupera el tiempo perdido y fabrica nuevos instantes felices que seguirán alimentando el porvenir.

Marisa Santiago se adaptó a las mil maravillas a la vida en Aragón, en Teruel y Zaragoza, y jamás ha renunciado a su mundo: el círculo de sus amistades, Marisol, Juana, Carmen, Pepita, y tantas otras, y jamás he perdido el entusiasmo por los buenos libros, las buenas películas de cine y el teatro. La cultura siempre ha alimentado su curiosidad y la ha mantenido en vilo, sensible, entusiasta, desde una manera suave y discreta de ser.

La foto se la tomó haceunos días en A Coruña su hija María. Felicidades. Marisa, como su familia, como su madre (que murió centenaria), es una mujer de larga vida, así que le quedan muchos años para seguir siendo hacendosa, soñadora, abuela, esposa, inquieta, refinada, y mantener la cabeza entre diversos mundos: Galicia y Aragón, y el universo ancho y ajeno...

 

13/07/2019 20:34 Antón Castro Enlace permanente. Temas gallegos No hay comentarios. Comentar.

CUENTO: EL TÍO DE AMÉRICA

20140709133206-mercedes-castro-barreiro.jpg

 

[Hace algunas horas me ha llamado mi prima Piluca Verdía Castro y me ha anunciado la muerte de Mercedes Castro Barreiro, mi madrina. Hacía algunos años que padecía la enfermedad de Alzheimer, ya no reconocía a nadie, quizá vagamente a su marido Antonio. Este texto, que aparece en mi libro ’El niño, el viento y el miedo’ (Nalvay), está inspirado en su travesía hacia Montevideo y en una historia familiar que era como un mito en mi niñez. En su entierro, en Larín, habrá música.]

 

4. El tío de América

 

Mi madre tuvo un tío, Generoso Barreiro Viñán, que se marchó a la emigración. Dejó la casa solariega, tomó el barco en A Coruña con uno de aquellos baúles inmensos, a los que mi padre llamaba “mundos de marino”, y se fue al Uruguay en la primera posguerra. Así dicho, casi pomposamente: al Uruguay. No se supo demasiado de él al principio, pero al cabo de cinco o seis meses se recibió una extensa carta suya y una pequeña colección de fotografías. Confirmaba que vivía en Montevideo y que se había hecho panadero. Las fotos eran de la ciudad, de sus mejores edificios, de los muelles, y había tres o cuatro de la fachada de su panadería, que era muy famosa allí.

Aquel tío hizo fortuna, consiguió abrir una panadería propia y se dio a conocer en aquella ciudad fascinante, invadida por “la música, las mujeres bonitas con sombrero y el fútbol”. Sus cartas iban llegando cada seis meses, o de año en año. No regresó nunca más, y quizá esa ausencia definitiva lo convirtió en una leyenda familiar. Y en la esperanza de un definitivo golpe de suerte que pudiese favorecernos a todos. “Tiene tanto trabajo allá, depende tanta gente de él que no tiene ni tiempo de despedir a sus padres, que están a punto de morir”, se decía muy a menudo.

Murieron sus padres, murió algún que otro de sus hermanos, empezaron a emparejarse sus sobrinos, pero Generoso no retornaba. Y entonces fue cuando a mi tía Mercedes, que acababa de casarse con un tratante de caballos y de vacas, se le ocurrió marchar al Uruguay. “Por probar. A lo mejor hasta podría hacer una carrera de cantante. Allí adoran a Carlos Gardel”, le dijo a mi madre, su hermana mayor. Mercedes era la más bella de cinco hermanas, la más esbelta, la que tenía madera de actriz de cine con su cintura de avispa, sus ojos claros y una melena rubia. Y además se sentía la más artista: cantaba en los campos durante la siega, cuando cruzaba los bosques, en las largas sobremesas de los días de fiesta; cantaba en el río de lavar y en misa. Había un momento en que su voz se encendía en medio de todas las voces, las demás enmudecían y ella se quedaba sola, como una ráfaga de luz, un temblor de estrellas o el concierto inesperado de una caracola. Tenía muchos enamorados, y eligió al que parecía más taciturno o más sereno, según se mire: mi tío Antonio, que hablaba con los animales como si le entendieran y sabía una docena de recetas para cocer castañas.

Mercedes le mandó una carta a su tío de América, le recordó que de muy pequeña era su favorita, que aún recordaba los cuentos que le contaba, cuentos de tortugas gigantes y de gallinas silvestres que ponían huevos de oro, y le preguntaba que si no le podría buscar un trabajo a ella y a su marido. La respuesta tardó los dos o tres meses de rigor; en ella el tío Generoso daba todo tipo de indicaciones: les buscaría faena y casa a los dos, y les decía que cogieran el barco lo antes posible. Dicho y hecho. Mi madre ya estaba embarazada de mí, y Mercedes le dijo en el embarcadero: “Cuando nazca la criatura, nosotros seremos sus padrinos, aunque sea por poderes. Si es niña se llamará Mercedes; si es niño, Antonio, como mi marido. No lo olvides”.

Mi madre no lo olvidó, y fue así como a mí me bautizaron por poderes en Montevideo. Siempre me inquietó saber cómo había sido la ceremonia: mi madre y mi padre me llevaron a bautizar a mi pueblo con el cura don Avelino, el de la motoreta de muelles y los rosarios interminables, y siempre me decían que allá en Montevideo mis padrinos habían hecho lo mismo. Mis padres no estaban seguros de si el ritual en Montevideo habría sido el mismo día y a la misma hora, pero se hizo. Mi padre extraía un documento, firmado por un sacerdote de Montevideo, Lucrecio Tasende Varela, que lo probaba. Lo guardaba en una dorada caja de pañuelos, Aire de Camelia, que había comprado en su único viaje a Pontevedra.

Andando los años, cuando yo tenía cinco o seis, fui a casa de mi abuelo José y de mi abuela Pilar, hermana de Generoso. Mis abuelos eran campesinos, tenían alguna hacienda, con acequias y regatos, y habían tenido una docena de hijos, de los que les habían sobrevivido ocho. Me gustaba mucho aquella casa. Tenía establos con vacas y terneros, escaleras que subían a un hórreo elegante que contaba con una especie de porche o patín desde el que a mí me gustaba contemplar el paisaje del cielo, los cañaverales, el maíz y la fronda de los pinos. En la casa había un jardín minúsculo con rosas y un huerto que me encantaba: entraba en él y comía peras, manzanas, higos, nueces, cerezas de puro azúcar y ciruelas de todos los sabores y colores. Aquella huerta, romántica y sombría, era un auténtico paraíso para mí. La casa disponía de una espléndida chimenea; al lado estaba el vertedero y la ventana que daba al hórreo.

Hay cosas que no se pueden olvidar jamás. Algo así decía el tío de América en su correspondencia: él recordaba la música de los pinos, la verbena con la orquesta de Mesta Leis y su acordeón, la comida de las fiestas, los días de caza con el perro Amancio... Hay cosas que no se pueden olvidar jamás, repito yo, Antón, niño cagón. Estábamos en la cocina, al calor del fuego; hablábamos de cualquier cosa. Más bien, hablaban los mayores, mis abuelos y mi padre, que estrenaba una bicicleta con transportín atrás para llevarme mejor. De repente mi abuela se levantó, abrió una alacena y sacó un envoltorio: un paquetito más bien plano, no muy grande. Me lo tendió y me dijo:

-Es para ti. Ha llegado esta semana de Montevideo. Te lo mandan tus padrinos Mercedes y Antonio.

No supe qué hacer. Mi abuela susurró:

-¿No quieres abrirlo?

Qué emoción. Rompí el papel exterior y descubrí una caja más bien plateada, con pocas letras: El Universal. Montevideo. La abrí y me encontré con un diminuto objeto alargado y brillante. Todo en él relucía: la madera barnizada, las letras de imprenta, el metal plateado de las bocas. Mi abuela dijo: “Es una filarmónica”. Mi padre corrigió suavemente: “Una armónica, Pilar”. La acerqué a los labios y empecé a soplar. Aquella me pareció la música de un hechizo. Mi madrina había escrito una pequeña dedicatoria: “Para mi único ahijado, que un día será músico”. Salí a las calles por si alguien quería oírme. Las notas se mezclaban con el viento y la lluvia. No sentía ni los pies. 

 

*Esta foto de la armónica la he tomado de aquí:

https://antoncastro.blogia.com/upload/externo-dfb731a4a5b948eb61cfea0accd0cdd9.jpg

07/07/2014 19:38 Antón Castro Enlace permanente. Temas gallegos No hay comentarios. Comentar.

UNOS DÍAS EN GALICIA

20140330202204-baldovino-barani.jpg

Lo primero que hago al llegar a Riazor, en La Coruña, es llamar a algunos amigos para que oigan el sonido del mar a través del móvil. Días atrás, el océano se puso tan bravo que rompió los malecones, cruzó la calle y dejó una especie de laguna salada en las grietas del asfalto. El poeta Xulio López Valcárcel, traducido en Zaragoza en Olifante y Lola Editorial, sostiene que quizá las playas del Atlántico hayan vivido un maremoto de baja intensidad que ha acercado incluso a pequeños tiburones al muelle. Xavier Seoane y Javier Pintor, magníficos anfitriones, me han invitado a conversar sobre la creación y la crítica en la UNED, por eso he vuelto a A Coruña. De ahí me voy al Kiosko Alfonso Molina y en la muestra colectiva ‘Rumores. Conversaciones’ hay una obra de Fernando Sinaga. Se titula ‘De los sentimientos’: es una barra de hierro, dividida por la mitada, con una parte plateada y otro pintada de rojo. Es una exposición conceptual y variada donde descubro tres piezas de madera, a modo de tótems, de Alberto Carneiro, un artista muy vinculado con Huesca.

Como lo está, también, el fotógrafo Bernard Plossu, que expone en una galería su colección de obra mexicana; Plossu es un enamorado de Aragón, en concreto de Albarracín y del Pirineo y de la calle Manifestación, en Zaragoza, donde vivió y amó el poeta cubano José Martí. Confiesa, en el suplemento ‘Fugas’ de ‘La Voz de Galicia’: “Hago fotografía, no poesía, sin trucos”. Los aragoneses Tachenko tocaban en A Coruña y en Ferrol y uno de sus componentes, Sebas Puente, anuncia que la banda apuesta por melodías y letras “bastante reconocibles”, apuesta por la musicalidad y afirma que los cuatro se sienten unos obreros del rock. Aragón me sorprende por todas las esquinas: una de las escritoras de máxima actualidad en Galicia es una turolense, Elena Gallego Abad, que escribe en gallego y que nació en 1969: su novela negra ‘Sete Caveiras’ (Siete calaveras) está protagonizada por la periodista Marta Vilas. Dice Elena Gallego que reivindica el papel de las hemerotecas y asevera que “donde hay un asesinato hay un periodista”.

También anda por Galicia José-Carlos Mainer: es uno de los grandes expertos en la figura de Wenceslao Fernández Flórez; el profesor Mainer, que lo había estudiado en varias ocasiones, acude a la casa del autor de ‘El bosque animado’. Pasamos por la avenida de los Castros donde se inició el locutor Paco Ortiz, que visitaba los barcos fondeados, y donde vivía el narrador y actor de doblaje Manuel Riveiro Loureiro. Manolo, premiado por un cuento en Teruel, perdió a su mujer Encarna; no pudo resistir su ausencia y se arrojó al vacío desde un vigésimo piso o quizá desde la amplia terraza donde hemos estado muchas veces: con él, con Pepe Oca, con nuestras mujeres. Jamás me lo habría imaginado: era un vitalista que había luchado siempre, aquí y en la emigración. La noticia fue para mí otra forma insoportable de tsunami. 

 

*La foto es de Baldovino Barani.

 

 

MAN DE CAMELLE. XABIER MACEIRAS

20131117214624-man-camelle-1.jpg

HOMENAXE A MANFRED GNÄDINGER

 

Por Xabier MACEIRAS

 

     Era o 12 de maio de 1976. Faltábanme só oito días para cumprir seis anos. Daquela, pasaba case todo o día cos meus avós. Mentres eles traballaban as leiras que tiñan na Pedreira, eu facíalle a vida imposible aos grilos e aos escarabellos pataqueiros. Naquelas leiras, onde Milio e Carme -os meus avós- prantaban patacas e millo, hoxe ZARA fabrica camisas e pantalóns para todo o planeta.

     Tiña que pasar o día con eles porque, nesa época, miña nai traballaba na “Salgueiro S.L.”, a conserveira que había no Rañal, a carón da nosa casa. Aquel día, aquel 12 de maio do 76, nada máis entrar pola porta, despois da súa xornada laboral, miña nai díxome:

–                    “neno, imos a Coruña. Imos ver o petroleiro”.

     Para un cativo do rural coma mín, neses anos, o feito de ir a cidade era todo un acontecemento, era unha festa, pois sempre viña de volta con algún xoguete e algunha larpeirada. Mamá facía pouco tempo que tiña coche. Coa axuda dos seus pais, mercara un Seat-127 de cor amarelo do cal aínda me lembro da matrícula: C-9837-E. No “Panchiño”, como lle chamaba o meu avó ao Seat, pasei momentos moi doces da miña infancia ao son de Abba, Bonnie M e sobre todo de Camilo Sesto, o amor platónico de miña nai.

     Ao chegar ao Ventorrillo, quedara abraiado coa inmensa nube negra que se vía ao fondo da cidade. Lembro que mamá estivera a piques de dar volta para a casa. Agora que son pai, sei perfectamente o que se lle pasou pola cabeza naqueles intres. Mais seguro que pola miña insistencia, dirixímonos até a zona da Torre. Unha vez alí, ao baixar do coche, unha sensación de perplexidade, de abraio, de medo...empezou a percorrer polo meu corpo. Quedara pasmado co que estaba vendo, nunca vira nada semellante: o mar ardía no medio de aquela impresionante fumareda negra!. Logo, co paso dos anos, comprendín a magnitude da catástrofe que estaba a presenciar. Aquel petroleiro, era o Urquiola.

     A palabra petroleiro xa me resultaba familiar. Non era a primeira vez que a oíra. Escoitaraa en Camelle na casa de Celia, unha muller que sacara o permiso de conducir na mesma autoescola que mamá e Fina Sanjurjo, outra veciña do Rañal.

     Tras obter o carnet, as tres mulleres seguirían mantendo a amistade, polo que as viaxes a Camelle, naqueles anos setenta, eran moi frecuentes. Celia vivía cos seus pais, José Perez e Virtudes Devesa, nunha pequena casa do centro da vila, un lugar máxico para min, onde escoitei contos increibles e fascinantes, coma aquel duns veciños de Arou que recolleran nos areais uns botes que contiñan algo branco no seu interior, co que logo pintaron as portas e xanelas das súas vivendas. Aquela sustancia branca era leite condensada!, e ao chegar o sol de verán, según os pais de Celia, “as moscas a pouco máis comen á xente”. Ás historias mariñas que me contaba o meu avó Milio xuntábanselle agora ás de José. Nacía así, aos seis anos, a miña relación de amor co océano.

     Dúas ou tres semanas despois do sinistro do Urquiola, fixémoslle unha nova visita a Celia. Aquel día lembroo moi ben. Eu non xogaba, escoitaba a conversa dos maiores. Falaban do que pasara na Torre, e José dicíalles a mamá e a Fina que él xa vivira a praga do chapapote cando era un mozo. Lembraballes que no verán de 1934 vira como o “Boris Sheboldaeff”, un petroleiro ruso que se dirixía cara a Leningrado, embarrancara na costa de Camelle por mor da néboa e contaba tamén, como pouco despois rompía o casco do buque, provocando que as 11.000 toneladas de cru que levaba nas adegas logo se espallaran por toda a Costa da Morte. Según o pai de Celia, os 54 mariñeiros e tres oficiais que formaban a tripulación do buque ruso poidéranse salvar grazas aos veciños de Camelle, uns veciños -entre eles José- que sen sabelo estaban sendo testemuñas da primeira gran catástrofe medioambiental acontecida en Galiza.

     Tras pasar un anaco falando con José e Virtudes, estas tardes de domingo en Camelle sempre remataban do mesmo xeito: paseo pola vila, visita a unha curmán de Celia, unhas Fantas no bar “Miramar” e por suposto, a parada obrigada no porto para ver as marabillas de Manfred.

     A primeira vez que vin a este home, lembro que me causara unha gran impresión. Para un cativo de seis anos como era eu, ver a un individuo tan peculiar, case esquelético, co pelo e barba longa e sen arranxar, vestido únicamente cun taparrabos, descalzo e que tiña por vivenda unha chabola de pouco máis de trinta metros cuadrados, era o máis parecido a ver a Tarzán en persoa. Celia contaba que a historia deste persoaxe non estaba moi clara e seica había varias versións, mais o certo era que Man chegara a Camelle para non marchar nunca máis.

     Manfred Gnädinger nacera a finais de xaneiro de 1936 en Radofzell, preto da cidade de Friburgo (Alemaña) e era o menor de sete irmáns. O seu pai tiña unha panadería que, pese aos malos tempos da guerra para a sociedade alemana, funcionaba bastante ben. A familia era das máis adiñeiradas da vila. Mais todo cambiaría a raiz da morte da súa nai Bertha en 1951. Manfred era un neno tímido e solitario, e quedaría profundamente marcado pola súa ausencia, agravándose aínda máis a súa amargura cando volveu casar o pai, que o faría de contado. A madrastra, a parte do maltrato físico e sicolóxico que exercía sobre o menor dos fillos do seu home, conduciría a familia até a ruina por mor dos seus problemas co xogo. A economía familiar empeorara tanto que tiveran que vender propiedades e terras, unha situación que sería o condicionante para que Manfred decidira irse da casa en 1959 e principiar unha nova vida. Marcha a Suiza, onde empeza a traballar de reposteiro na chocolatería Keller. Alí, a filla do seu xefe namórase del, mais o alemán dalle cabazas, dille que é “espíritu libre”. Ao pouco, e seguramente pola incomodidade do asunto amoroso, fai unha viaxe por Italia que aproveita para ver arte e, a volta, opta por deixar Suiza. Corría o ano 1961. Un ano despois chega a Galiza, e aparece por Camelle o día antes das festas do Espíritu Santo. Chegara até aquí polo seu interés pola preservación do medio ambiente e a curiosidade por coñecer a Costa da Morte. Xa nunca máis marcharía.

     Ao chegar a vila, a Manfred  dalle hospedaxe a familia dunha veciña de orixe alemán que voltara de Arxentina casada cun galego. Nos primeiros tempos de estadía en Camelle, chamaba a atención pola súa imaxe, sempre aseado, ben peinado, elegante e ben traxeado. O porte do alemán recén chegado do corazón da Europa industrial, axiña destacou naquel pobo de mariñeiros, cunha economía de subsistencia e alexado de toda modernidade. Cando moitos habitantes da Costa da Morte emigraban a Alemaña na procura de traballo, Manfred facía o camiño inverso.

     Durante case dez anos viviría nesa casa, pintando, esculpindo, estudando as prantas e os animais e, acomodándose entre a xente cunha mestura de naturalidade e certa extrañeza. Nesta primeira etapa, Manfred Gnädinger non se diferenciaba moito doutros rapaces burgueses que nos anos anteriores ao hippismo, renunciaron a todo na súa terra para atopar aventuras e sosego lonxe da axitación das cidades. Mantíñase grazas á xenerosidade dos veciños e ás axudas que a súa familia lle enviaba periodicamente dende Alemaña, aínda que en calquera caso, Manfred necesitaba pouco para subsistir: un pouco de comida, un teito e pouco máis.

     Foi daquela cando se enamorou de María Teresa, a mestra do pobo coa que mantiña largas conversas...mais ela xa estaba comprometida, e cando esta casa co seu mozo de toda a vida, que era mariño mercante, a vida de Manfred cambiaría de xeito abrupto, empurrandoo este desengano amoroso a abandonar a súa primeira casa e a trasladarse a unha pequena parcela, unha punta rochosa no límite do pobo e xunto ao mar. Así remataba a vida de Manfred Gnädinger e principiaba, a comenzos dos anos setenta, a de Man, o noso Man.

     O primeiro que fai nesta nova etapa da súa vida e desfacerse do seu apelido, de parte do seu nome, dos seus elegantes traxes e do seu pasaporte, que até daquela renovaba convenientemente no cuartel da garda civil. Convírtese no cangrexo máis ermitán, coma un Robinsón. Refuxiase na soedade e nos seus soños. Asume, a partir de agora, a diferencia, a marxinalidade e a excentricidade respeto a norma -como a súa propia ubicación no mundo-, e convírteas en elementos esenciais da súa actividade vital e creativa.

     En 1972 construe, naquel lugar inhóspito aínda que de insólita beleza, un pequeno galpón cúbico e comenza a delimitar o seu territorio de pedra xunto ao mar. Instala daquela un “museo” arredor da súa nova casa, aproveitando as rochas do litoral, ás que lles incorpora todo co que o mar o agasallaba: golfe, madeira, ferros, raices secas...que mezclaba todo con formigón, e cunha vexetación autóctona que él mesmo se encargaba de plantar, iría creando unha pantasmagórica paisaxe, no que a súa propia imaxe de excéntrico ermitán formaba parte consustancial.

     Man non comía nin carne nin peixe. Era vexetariano. Comía plantas, froitas, verduras e fariña de millo. Verán e inverno andaba só con taparrabos e poucas veces con sandalias. Con estas cualidades persoais e o seu atípico museo, o “alemán de Camelle” iríase facendo famoso pouco a pouco, principiando a chegar visitantes de todos os lugares á vila. Prensa e radio estaban pendentes del, e até o famoso presentador José María Iñigo atrevérase a levalo a TVE 1. A popularidade ía en aumento ano tras ano, máis aínda cando aparece un día no Corte Inglés da Coruña, vestido unicamente co seu peculiar taparrabos, e escandaliza “a las señoritas coruñesas”. Nunca máis volvería a pisar xungla algunha do capitalismo. Metade El Bosco metade Gaudí, convertera o litoral de Camelle nun remanso de paz, integrando con maestría as súas figuras redondeadas e as combinacións de múltiples cores no entorno. Rochas, casas, montes e pinturas en pedras, eran o substrato da súa arte. Ás figuras redondas chamáballe “o punto”. “Todo empeza e remata nun punto”, dicía.

     Fun cumprindo anos, e as visitas á casa de Celia seguían sendo frecuentes. Cada vez que íamos a Camelle había que- probablemente pola miña insistencia- ir ver a Man. Lembro que cobraba entrada, como si dun auténtico museo se tratara, e había que facerlle uns debuxos ou escribirlle algunha frase nunhas libretas pequenas. Nestes cadernos, dicía que quedaba o alma de cada visitante e pretendía construir con elas un rascaceos.

     O resultado de todas e cada unha das accións que levaba a cabo, estaban marcadas por un claro compromiso artístico e medioambiental. Man estaba apoderándose simbolicamente de todo un pobo, ao mesmo tempo que tiña conciencia de estar construindo unha obra trascendente.

     Nos lustros seguintes o atractivo turístico da vila vai en aumento. A Camelle seguen indo centos de persoas a ver os esculpidos artísticos das rochas da praia, o museo -no que tamén aproveitara o cambio de moeda para redondear a tarifa, pasando das cen pesetas ao euro- e tamén a ver a un home distinto, un xeito de vida diferente. As súas pequenas libretas seguían enchéndose de debuxos, de frases e de impresións dos visitantes.

     Mais todo cambiaría aquel fatídico 19 de novembro de 2002, cando o petroleiro con bandeira de Liberia “Prestige” afunde fronte ao litoral galego, logo da incompetencia das administracións autonómica e estatal, e provoca o maior desastre ecolóxico do país. Só dous días despois, o chapapote invadía a obra de Man...”o petroleo matoume a vida. Fóronseme as gañas de vivir. Tirei a toalla”, dicíalles a uns xornalistas.

     Cando vín as imaxes nos informativos das televisións, aquela estampa do manto negro púxome a pel de galiña. Inundeime nun sentimento de pena e dor cara a persoa que creara aquela maravilla, cara aquel arquitecto do mar, cara a Man, o noso Man. Xurdiron os recordos daquelas tardes de domingo escoitando a José Perez e a Virtudes Devesa, que xa facía tempo que morreran, dos paseos con Celia polas rochas que agora tiñan unha cor ben distinta e por suposto das lembranzas de Man traballando nese lugar, que cambiaría de aspecto para sempre.

     O ermitán alemán non quería que ninguén limpara o chapapote das súas rochas. Tiña moi claro que había que deixalas manchadas de petróleo para convertelas “nun símbolo da morte que destrozou a costa”, para as xeracións vindeiras. O 28 de decembro, Manfred Gnädinger, Man “o alemán” de Camelle, Man, o noso Man, morría no seu habitáculo de 6x6 m onde pasara os últimos trinta anos da súa vida. O parte médico sinalaba que fora unha insuficiencia respiratoria e a tromboflebitis que padecía quenes acabaron con él, mais moitos compartimos a opinión que o “Prestige” acabou de matalo. Morreu de pena vendo como a súa costa de cores quedaba sepultada baixo un manto negro. Estaba enfermo da alma. Morreu de melancolía. Probablemente foi a única víctima mortal da catástrofe ecolóxica, sen embargo, é case seguro que ningunha estadística relacione xamais a morte de Man co acontecido aqueles días na Galiza... mais eu aos meus fillos, xa lles estou contando a verdade.

 

*A foto é de Generoso Díaz.

RETRATO DE PEPE, PEPIÑO, DON JOSÉ

 

Pepiño y don José

 

Pepiño. Elena Valenciano ha pedido que no le llamen Pepiño a José Blanco, ese discípulo de Guerra que ha aprendido a contenerse y que se ha mostrado como un hombre de Estado: con determinación, airado con los controladores y a la vez cargado de razones, dispuesto a morderse la lengua como quien se vuelve juicioso de golpe. José Blanco siempre ha caído mal; siempre parecía inoportuno, ventajista, sin sentido del humor. Un acusicas con voz de pito y el desmesurado acento del país. Metepatas e irascible. En la boda del alcalde Belloch, alguien le susurró que le emocionaría una noche tan especial, culminada con jota. Y él, sin sentido de la oportunidad, dijo: “Me habría emocionado si hubiese sido una muiñeira”. El Ebro pensó, a su espalda, “tierra trágame”. Pepiño, como personaje que se ha hecho a sí mismo, es receloso, vulnerable y no soporta las medias verdades. Si alguien le lanza una frase de doble intención, o con segundas, ahí sale él con el sable y el caballo de Santiago, y en esa batida no respeta a ningún enemigo: furioso, ataca a diestro y siniestro por tierra, mar y aire. Incluso a sus paisanos: a Mariano Rajoy, que rara vez ha sido Marianiño (lástima: qué bien le habría sentado a él el diminutivo), a pesar de sus orígenes y de su pasado gallegos. Pero José Blanco es Pepiño. Que es una forma dulce de llamarlo, irónica, un Pepiño tiene algo de entrañable. Y a la vez es una forma satírica y de menosprecio: un Pepiño es casi por igual un mafiosillo, mandón y a la par de poca monta, y un Pepiño también es un don nadie, el hombre fiel, el sabueso, y el amigo de confianza. José Blanco es un Pepiño en toda su complejidad. Y a veces, cuando se pone tieso y usa la corbata de la moderación estudiada, también puede ser don José. Y el lugarteniente del nuevo ‘one’: Rubalcaba.

Esta caricatura de don José Blanco es del diario 'El Público'.

HISTORIA DE BENITA EN VIGO

20100821144250-abuela-20benita-20vieja.jpg

Beatriz Rodríguez, una gallega en Chile, me vuelve a escribir y me manda esta nota sobre su abuela Benita [Mi padre se llamaba Benito. Benito do Touciñeiro]:

 

“Ella nació en Teis en 1888, vivía en el barrio de Lavadores y se casó con un músico que murió de pulmonía a los pocos años de casada, dejándola con un hijo de 2 años... mi padre.
Debió buscar el sustento y emigró a Montevideo para trabajar, dejando a su hijo con los abuelos. Al poco andar regresó a Vigo y a los 20 años fue mi padre quien huyendo del servicio militar en el norte de Africa, emigró a Tierra del Fuego, volvería a verla 30 años después, no quiso acompañarlo a este otro finis terre donde mi padre ya había formado su familia.
Benita falleció en Vigo en 1978”.

VALENTÍN, EL JOVEN FILÓSOFO

20100313101359-valentin-escudero-mateo-67-.jpg

Uno de los compañeros que más admiraba yo en la Universidad, especialmente en el último curso, fue un estudiante de BUP, Valentín Escudero, vasco, sensible, con alma de filósofo. Nunca he vuelto a saber de él, pero a menudo me acuerdo de su lucidez, de su melancolía, de su energía y de su liderazgo. Creamos un pequeño grupo de amigos e íbamos a dar clases a Visantoña y a Filgueira, donde el cura nos dejó una casa. Entre otros amigos, andaban por allí Pepe García Fariña, Anxo Penabad, Antonio Roca (ahora un gran artista conceptual con parada y fonda en Italia: trabaja mucho en distintos lugares de Europa y de cuando en cuando retorna a su Cataluña natal), Ezquerra, el ovetense Antonio Fernández Fernández…

El amigo Mateo, 'el guitarrista incansable del sur', que es una mina de recuerdos (como Guillermo López, como tantos otros de aquellos imborrables días de la Laboral; acabo de ver por ahí a Pena Ventoso, que tenía alma de narrador y de poeta), ha colgado una foto suya. Una foto de Valentín Escudero, que vivía por aquellos días una hermosa e intensa historia de amor con una compañera de Caión, que era una de las primeras mujeres modernas que yo conocí. Era muy fácil enamorarse de ella por su misterio, por su pasmosa seguridad, por su independencia. A ellos, de algún modo, les dediqué un cuento lleno de recuerdos inventados y de ficciones: ‘Dos tardes con Beatriz de Sousa’…

1978, ZARAGOZA: FOTO DE VERANO

20100307201316-zaragoza-ibiza78.jpg

Recibí otra carta de Guillermo López Pérez, de Venta de Baños (Palencia):

 

Cuando acabé en La Coruña fui un año a la Universidad de Alcalá de Henares para hacer Telecomunicaciones. Solo aguanté ese año. Después fui a la mili, donde hice el CIR en Zaragoza (que contradicción, yo fui a la mili y tú huyendo de ella…) y después a Jaca. Acabada la mili, me vine a mi pueblo, Venta de Baños, trabajé en varios sitios y finalmente entré en mi empresa actual, donde llevo 24 años.

 

*Guillermo ha colgado en el blog de la Universidad Laboral de 1973-1978 una foto que yo no recordaba y en la que me ha costado reconocerme. Lo más gracioso es que esa foto está tomada en junio o julio de 1978 en Zaragoza. Meses más tarde, me trasladaría yo a orillas del Ebro. Y no solo eso, Guillermo ha colgado una grabación, con un montaje fotográfico, de uno de mis temas preferidos: ‘Fonte do Araño’ de Emilio Cao.

GUILLERMO LÓPEZ: UNA CARTA

20100305221411-guiller-6.jpg

Desde hace dos o tres años, recibo de cuando en cuando llamadas y cartas de antiguos compañeros de estudios en la Universidad Laboral ‘Crucero Baleares’. Algunos me prueban a menudo que cambio los nombres y que los convierto en personajes literarios con pequeñas variaciones.

 

Hoy me ha escrito Guillermo López, que era futbolista y atleta, vive en Venta de Baños, trabaja de Químico en cementos Portland y tiene un hijo futbolista. Incluso me ha mandado una orla que yo no recordaba, donde he visto a muchos amigos de antaño: recuerdo, ahora, casi a vuela pluma, cuánto admiraba a Rioseras, el espeleólogo, y cuántas veces le decía que no podía acompañarlo nunca al fondo de una cueva por puro pánico y por temor a quedarme encerrado para siempre. No tengo ningún recuerdo gráfico de aquellos cinco años de Universidad. Ni una solo foto. Solo tengo algunos libros que compré en aquellos cinco años inolvidables donde lo descubrí casi todo: la música, la literatura, la amistad, casi todo salvo el amor. O, al menos, descubrí un desamor llevadero. Al menos, ahora, visto desde aquí, se me antoja llevadero…

 

*La foto es de Guillermo López. Reside en Venta de Baños.

 

Por cierto he visto en el blog que se recuerdan algunos conciertos en el salón de actos de la Universidad. Y a mí uno de los que más me impresionó, y creo que no es un recuerdo inventado (juraría que no: no fuese a ser un disco), fue cuando oímos el primer disco de Emilio Cao: ‘Fonte do Araño’. Es uno de los discos que más han marcado mi afición a la música y, de algún modo, mi infinito cariño a Galicia durante años.

EL MAESTRO, LEGRÁ Y EL BUEN CELERINO

20100106001036-3347825458-0f6f94bcf1.jpg

EL MAESTRO, LEGRÁ Y EL BUEN CELERINO

 

Hace muchos años, allá en Arteixo (A Coruña), entre el bosque y el río Bolaños, cené una noche con mis padres en casa de Celerino, que se dedica a mil menesteres, entre ellos el campo, la agricultura y el transporte con una pequeña camioneta. Recuerdo que peleaba José Legra, ‘el puma de Baracoa’. Se comía lechón o lechazo y muchas patatas fritas con pimientos morrones. Y ensalada con cebolla, que era mi debilidad: lechuga fresca, rica en agua, mezclada con aceite y vinagre oscuro de vino. Entonces yo ya no comía carne, pero aquellas patatas me supieron a gloria: Legrá ganó el título y se coronaba campeón del mundo. O revalidaba el de Europa. Ahora no lo recuerdo con exactitud. En aquellos días, el boxeo era un vínculo secreto con mi padre, Benito. Por las noches, mientras llovía sobre el mundo y se mecían los abedules de la calzada y del paseo hacia el balneario, él y yo veíamos combates de madrugada, casi a oscuras en el salón, y nos hacíamos más amigos. Nunca he hablado tanto con mi padre como durante las peleas: de estrategia, de los calzones, del miedo, del golpe por sorpresa que nace desde el fondo de un odio antiguo. A veces, si se distraía un poco, incluso me contaba alguna historia de su vida, y en ese instante inefable lo percibía como un padre, como un amigo y como un instructor.

Regreso a la cena con Celerino: de repente, no sé a santo de qué, preguntó que si tuviéramos que quedarnos en el pueblo solo con una persona de conocimiento, instruida, ¿quién sería la más importante? Él apostó por el médico; asentí en un principio, pero luego pensé un poco más y dije: “El maestro. Él sabe de todo: de medicina, del cuerpo humano, de historia, de geografía, de cuentas y, además, es como un filósofo: te enseña a comportarte. Te enseña a vivir”. Celerino me miró y pareció rectificar en voz alta: “Pues a lo mejor tiene razón el chaval. El maestro serviría para todo, hasta para los primeros auxilios por lo menos”. Mi padre dijo, a media voz, más pendiente de los golpes y la esgrima de Legrá: “Tendrá razón, tendrá. ¿Quién lo iba a decir? El maestro. ¡Y yo que solo fui seis semanas a la escuela!”

 

No tengo un buen recuerdo de mis años de estudiante en Lañas (A Coruña). El maestro, don Antonio, nos rompía todos los días un palo (o cada dos días, y era excepcional que le durase tanto) de cañaveral en la espalda. En la de mi hermano Luis, que era su víctima más propicia, pero también en la de cualquier otro: le daba lo mismo que tuviera trece años como mi hermano o cinco como yo. No distinguía la fragilidad. El día que vi a su hija Rosarito, la criatura más bella que había visto nunca, no entendí cómo un hombre como aquel había tenido tanta suerte con su hermosa mujer, la profesora de chicas que coleccionaba poemarios diminutos que leía en el jardín, y con aquel ángel que a todos nos enamoraba, que todos queríamos ver a cualquier hora y en cualquier lugar (en la tienda, en la misa, en la verbena, en el columpio del atardecer) aunque no supiésemos que ese anhelo era la primera forma, purísima, del deseo.

Cuando llegué a Arteixo tuve otro profesor violento e irascible, pero probablemente mejor: nos enseñaba geografía a través de los campos de fútbol, nos hablaba de los ríos y nos contaba cuentos con ellos. Era capaz de vincular los problemas de álgebra con las casas que construían nuestros padres, con las vallas del estadio local y las dimensiones del río. Y además nos leía, o nos hacía leer, historias de príncipes y criados, cuentos de la historia de España, fragmentos de Bécquer y de Rosalía y de Espronceda. Y nos dictaba versos para perfeccionar nuestra caligrafía a velocidad media. Quería lograr que escribiésemos bien, con pulcritud y elegancia, en el menor tiempo posible.

Entonces los maestros parecían dioses. Para lo peor (sus grandes palizas, su ira de los sábados al comprobar el cochambroso estado de nuestras uñas, el desdén con que te trataban si no ibas a la pasantía pagada de cinco a seis, la influencia incuestionable que ejercían sobre nuestros padres y sobre nosotros mismos) y para lo mejor. Y lo mejor era que estaban provistos de una autoridad como espiritual, casi chamánica, y que sabían de casi todo: conocían el mundo, habían viajado, habían leído mucho, tenían un apetito totalizador de sabiduría y podían corregir de inmediato a un viajante de libros que nos presentaba una enciclopedia: “Se dice barroco, no bárroco”.

Más adelante, gracias a los profesores Mario Clavell y Xosé Toba Quintáns, empecé a amar la literatura. El primero, un tanto afectado y dulcemente histriónico, leía cartas de amor y los versos del ‘Poema de Mío Cid’, que a mí me parecían música de las esferas, poesía en estado gaseoso y líquido, épica de la voz y de la lengua estremecida. No lo sé bien. Y Toba, el joven de Muxía que acababa de licenciarse en Santiago y decía que Rosalía había escrito en su localidad su novela ‘La hija del mar’, nos introdujo en el ‘boom’ latinoamericano: nos explicó como nadie a Julio Cortázar y nos enseñó a escribir cuentos. Y no solo eso: aplaudió uno de un chico de Huesca, juraría que era de Huesca y que se llamaba Rafael Oliva Ballarín, que redactó una pieza donde contaba un accidente de automóvil que se producía en el momento mismo en que por la radio anunciaban que Perico Fernández acababa de perder el título ante Sansak Muangsurin. El árbol inesperado y “la puta calor”.

En 1978 vine a Zaragoza y me hice amigo de un profesor de latín: José Antonio Enríquez, moreno y seductor, pícaro, charlatán y empedernido jugador de bingo. A él le pasé un libro de poemas en gallego, el primero que escribía, y me dijo que era lo más grande que se había escrito en esa lengua después de Rosalía de Castro. Ese libro nunca se publicó, claro, ni siquiera sé que ha sido de él. Eso sí, espoleado por su juicio -aunque ya me di cuenta de inmediato de que era muy, muy exagerado, como ha probado el tiempo-, se me ocurrió llevárselo en Vigo a un hombre al que yo consideraba un maestro: Xesús Alonso Montero, editor de Akal. Con amabilidad, el autor de ‘Informe –dramático- sobre la lengua gallega’, me dijo una frase amable: “Yo no te lo puedo publicar, pero aquí hay poeta. De la estirpe de Amado Carballo, de Lorca y de Augusto Casas. Aquí hay poeta, meu homiño, te lo puedo asegurar”.

Yo siempre he tenido un afecto reverencial a los maestros. Mostrar, seducir y transmitir son de las experiencias más hermosas que existen: es como el loco empeño de enseñar a ver, a mirar, a tocar y a oler con los ojos de la inteligencia y del corazón. Es como la generosa utopía de enseñar a soñar. Eso sí, es indispensable que el alumno se desembarace de prejuicios y se entregue: solo así, a cuerpo descubierto y sin temor al desnudo, la enseñanza es más eficaz y, probablemente, como la alegría, para toda la vida.

 

*Le he mandado a Víctor Juan este texto para su nuevo blog ‘Más de cien razones’. Él lo ha publicado en dos tandas en la sección de comentarios.

 

PAULINO BIOTA: PASIÓN POR EL CINE

PAULINO VIOTA: “EL ARTE ES REVELACIÓN”

El cineasta cántabro imparte en A Coruña un curso sobre Jean-Luc Godard

 

Por Xoán ABELEIRA

No es frecuente que un cineasta –y ya no digamos un crítico– sienta una exaltación pareja contemplando Una mujer de París y El hombre de la cámara; Río Bravo y El eclipse; Vértigo y Pickpocket. Es decir: que ame con pálpito semejante el llamado cine clásico y/o comercial, y el llamado cine moderno y/o de autor. Pero es que Paulino Viota (Santander, 1948) no es un cineasta cualquiera sino un cinéfilo, en el sentido etimológico de la palabra, de los de antes. Un “analista” –como le gusta definirse a él– de cultura integral e integradora. Miembro de una generación que vivía por, para y en el cine, y para la que la vida era una suerte de extra. Gente que, en un mismo día, podía acudir, por la mañana, a una exposición de George de La Tour; por la tarde, asistir a una sesión doble tipo La edad de oro, de Luis Buñuel, y Amanecer, de F. W. Murnau; y, por la noche, meterse entre pecho y espalda, un tomo de las obras completas de Mijail Bakunin, Noam Chomsky o Carl Jung. Casi nada.

            La extraña pero consecuente deriva de este outsider nato es bien conocida dentro de su mundillo. Tras iniciarse de manera autodidacta con Las ferias (“un documental –que rodé, monté y sonoricé yo solo”, afirma), Viota, ligado al grupo de la revista Contracampo, realiza sus cuatro únicas películas hasta el momento: Duración (1970); Contactos (1970, un mediometraje que, en su día, llegaron a alabar dos figuras tan influyentes como Noël Burch y Henri Langlois, y que actualmente está en las buenas manos del Servicio de Restauración del Museo Reina Sofía); Con uñas y dientes (1978) y Cuerpo a cuerpo (1982). A partir de entonces, y pese a la insistencia de quienes admiraron entonces o descubrieron después aquellas prospecciones cada vez más revaloradas, Viota retomó su “orientación primera”: la de desentrañar las películas que ama y revelar a los demás sus maravillosos secretos. Pues para él, “el cine, el arte, en general, es ante todo producto de una revelación”.

            No es ésta la primera vez que Viota impresiona en A Coruña. Lleva varios lustros haciendo eso: impresionar a sus oyentes, aquí y allá por donde pasa, hasta el punto de que quizás pueda hablarse ya de una cierta “escuela de alumnos” suyos. Alumnos que alaban de él tanto sus amplísimos conocimientos como la humildad, la sencillez y la generosidad con que los transmite. Y, por encima de todo, su pasión. Eso que, precisamente, sólo saben contagiar los grandes maestros como él.

Hace apenas un año dio en el CGAI un curso inclasificable sobre los “Momentos estelares de los inicios de la historia del cine”. Esta semana, invitado por David Castro, coordinador del Aula de Cine e Imagen de la Universidad de A Coruña, estuvo en el Centro Cultural Riazor, hablando de su obsesión favorita: la obra de Jean-Luc Godard, a la que ya ha dedicado veinte años de su vida. “En realidad –nos comenta–, el curso está centrado en las dos primeras etapas de Godard: la inicial, digamos, cuando ejerció de crítico en los Cahiers du Cinéma, y la segunda, que abarca tantos sus cortometrajes y sketchs como los quince largometrajes que rodó en apenas siete años.” Desde la mítica À bout de soufflé (1960) hasta Week-End (1967), justo antes de comenzar su etapa maoísta. “Aunque –nos aclara– atendiendo más a las formas que a los contenidos, a los aspectos puramente visuales, estéticos.” Esos por los que Paulino Viota considera a Godard un artista “extremadamente inteligente, terriblemente audaz, inconcebiblemente creativo”. Un autor “verdaderamente irrepetible, pues no creo que haya ningún otro director cuya obra haya tenido un desarrollo formal tan variado y extenso como la suya”.

“No me extraña –concluye Viota con ese humor suyo también muy gordardiano– que Bernardo Bertolucci comentase una vez que habría matado por llegar a concebir algunos de los travellings de Godard, o que éste se saltase los créditos en sus primeras películas, porque, según él, aquellas obras suyas eran tan, tan personales que al firmarlas habría pecado de redundante”.

 

(Publicado en la Edición de Galicia de El País el 20/11/2009). Esta foto es del poeta y traductor Xoán Abeleira. Repito aquí el texto –el sistema no me deja corregir ni cambiar nada: lleva algunos meses estropeado y no puedo repararlo; mil disculpas- porque algunos lectores me han escrito y me han dicho que no se puede leer.

26/11/2009 08:01 Antón Castro Enlace permanente. Temas gallegos No hay comentarios. Comentar.

NUEVAS ENMIENDAS DE CARMEN DE CASTRO

20090825112059-dorothea-lange-migrant-daughter.jpg

Mi madre siempre me enmienda. Ha vuelto a hacerlo esta mañana. Andaba yo reunido para el desayuno con Carmen, Sara y ella. Y volvió a salir la historia de mi nacimiento. Me precisó varias cosas: nací en el establo, sí, la vaca estaba cerca, pero no en el mismo sitio. Era el día de San Roque, patrón de la fiesta de Larín, de donde era ella y su familia. Temprano fue a buscar un feixe de erba (un haz de hierba) para la vaca, “e cargueino ó lombo”, luego fue a recoger habas al campo y volvió a casa. Ya percibía intensos dolores. Cuando vio que mi padre se iba a ir a la feria y a la fiesta de San Roque en su bicicleta, le dijo: “Benito, non vaias hoxe a San Roque”. Ante la cara de perplejidad de mi padre, insistió: “Non me atopo ben”. No me encuentro bien. Mi padre se quedó. Haría cosas en las eras, en los campos, en el patatal: se aburría si no hacía algo. Mi madre arregló la casa, limpió aparadores y alacenas, fregó los suelos, y preparó las mantas y las sábanas. Me ha dicho: “En la cama non podía parar, por eso fun para a corte”. Y allí, en el establo, nací hacia las once de la noche cuando moría la fiesta de San Roque. Poco después vino mi abuelo, que vivía cerca, Jesús o do Touciñeiro, que era labrador, tratante de ganado (un ‘feirante’ de los de Cunqueiro, por decirlo así) y además albéitar. “Foi el o primeiro que te colleu nos brazos”, me ha recordado hoy mi madre.

 

Ese abuelo fue mi favorito siempre: lo seguía en el campo, lo seguía cuando iba al monte con el ganado, cuando lo veía trabajar con la sierra y el martillo. Buscaba su acercanza. Y lo vi con infinito cariño y pesar casi diez años después, cuando se despedía del mundo, mordido por un cáncer, comiendo plátanos y naranjas que mi padre le daba, entre las siete y las ocho de la tarde, después de venir de la cantera donde trabajaba. Él fue el primer muerto de mi familia.

*Esta foto es de Dorothea Lange.

25/08/2009 11:20 Antón Castro Enlace permanente. Temas gallegos No hay comentarios. Comentar.

DIÁLOGO CON ARSENIO IGLESIAS

20090817134423-arsenio..jpg

LUNES AL SOL: ARSENIO IGLESIAS

EL HOMBRE QUE HIZO SOÑAR A MEDIA GALICIA

Xosé Manuel PEREIRO / El País Galicia

"Por mí casi no lo hacemos... Si yo no tengo nada que decir, hombre". Ya lo dijo por teléfono, y ahora lo repite nada más sentarse en una terraza, justo al pie de su casa. Arsenio Iglesias (Arteixo, 1930), el recordado entrenador del Superdepor, retirado profesionalmente desde que dejó el banquillo del Real Madrid en 1996, asegura además que no hace "nada". "Solo termar de los nietos, llevarlos al colegio, traerlos del colegio...". "Bueno, está también lo del Indoor", considera. Lo del Indoor es la Liga de veteranos. El pasado año, de nuevo a sus órdenes, Fran, José Ramón, Manjarín y Djalminha, entre otros, el Depor fue campeón de la Liga y la Copa, "pero esta temporada perdimos un poco de garra". Los demás espabilaron, claro. "Más bien es que llega una edad en la que los pasos para atrás son grandes".

"Arsenio, ¿vas a los toros?", le pregunta un chaval discapacitado psíquico que lo ronda desde que entró en el bar. "No, no. Yo ya soy un toro sin fuerzas, je, je". Arsenio Iglesias tiene los años que tiene, pero puede aparentar unos diez menos. Quizás, entre otras cosas, porque antes del pastoreo de nietos, por las mañanas, "pero no todos los días", corre una hora, y no precisamente por el cómodo Paseo Marítimo, sino por el monte de Santa Margarita, "aunque buscando las chanceiras". Lo mismo, salvar las pendientes y rodear los obstáculos, sigue haciendo en las entrevistas.

-¿El fútbol actual está un poco desmadrado, o siempre fue así?

-El fútbol siempre estuvo algo fuera de sitio, quizás se le dio una importancia que tenía, o no tenía, pero lo de ahora es una locura. Si me preguntas por lo del Madrid, está claro que hicieron un grandísimo equipo, compraron lo más florido. Ellos se defienden diciendo que va a ser rentable, con lo de vender camisetas [hace un gesto escéptico y cómplice], aunque si funcionará o no, ya se verá.

-Usted ya tuvo experiencia en tener que gobernar a un vestuario florido en el Bernabeu.

-No tiene nada que ver. Lo de ahora fue un escopetazo. No fue fichar a Zidane, sino a los mejores que estaban a tiro. Se habla del vestuario, y en ocasiones se habla más fuera que dentro de él, porque el rumor vende. Los jugadores no son tan tontos como a veces parece que son, y supongo que son profesionales que saben lo que hacen. Lo importante es que no haya muchos, de hecho ya están limpiando, porque 30 tipos se pueden convertir en un problema terrible, tanto como una plantilla retorcida.

-¿Hay plantillas retorcidas?

-El carácter de la gente no es todo igual, claro. Yo tuve bastante suerte, no tengo mucha queja. Lo importante es estar metido en el medio, sin estorbar, para que las cosas no se te vayan de las manos, porque si se van, luego tener que doblarlas es muy difícil.

-¿Y cómo se lleva eso de estar en el punto de mira?

-Que te persigan no es bueno, pero yo estuve en equipos tranquilos. En el Burgos, en el Hércules, en el Zaragoza... Yo siempre preferí estar tranquilo, o tranquilizar, y soportar lo que tenía que soportar en vez de decir nada.

-Pero el del Depor fue un momento excitante...

-Tranquilo no estás nunca, hombre. Hubo momentos difíciles, porque al equipo se le exigía como si fuese un grande, y si no era así, la gente protestaba. Y yo supongo que, a veces, ser de la casa aquí no ayuda.

No mucho, al menos en su caso. Salió del club por la puerta de atrás y ahora no tiene ninguna relación con él, igual que muchos de los jugadores que dirigió, hasta el punto de que el equipo de veteranos tuvo que conseguir las camisetas por su cuenta. En cierta forma, constituyen algo parecido a un grupo de exiliados, que se reúnen y juegan más de lo que parece. Hace pocos días en Betanzos, y antes en Ribeira. Arsenio se levanta para escenificar un penalti que tiró allí Djalminha. Se fue hacia el portero, amagó la patada y dio una vuelta completa sobre sí mismo antes de chutar, con el portero ya vencido. En la pequeña plaza donde el ex entrenador deportivista vive y ahora mismo imita al brasileño, está el restaurante que sirve de tradicional escenario de las interminables negociaciones del presidente del club, Augusto César Lendoiro. "Nunca me coincidió ver ninguna. Paso mucho por aquí, pero a horas normales".

-¿Cómo ve ahora al Deportivo?

-Éste fue siempre un club cumplidor, independientemente de cómo fuese en materia deportiva. Y ahora lees cosas, juicios... Hubo un momento en que las cosas se hicieron con talento, se ficharon jugadores que parecían de segundo pelo y que dieron un rendimiento excelente, y en función de eso se pudieron hacer fichajes en calidad y cantidad. Casi en demasiada cantidad, porque estaba claro que la mayoría no iban a jugar, y quizás ahora estemos pagando esos excesos. De todas formas, hace dos años hubo un momento malísimo, y sin embargo el pasado hizo una gran campaña. Creo que se irá manteniendo ahí, de manera más o menos coherente, pero no podemos andar con bromas, claro.

-¿Suele ir a Riazor?

-No voy mucho, no.

-¿Cuándo fue la última vez?

-La verdad es que hace bastante. Vas perdiendo el gusto de estar allí, me trae demasiados recuerdos, y a mí nunca me gustaron las aglomeraciones. Ya sabes: si es por la tarde, por la siesta y, si es por la noche, porque hace frío...

-Pero sigue el fútbol por televisión...

-Más o menos, no con mucha insistencia. Son tantos años que, aunque estés pendiente... Si echan una buena película de indios ya no sé qué veo mejor.

Sí ve el suficiente fútbol como para admirar el juego del Barcelona, "exquisito, de una precisión que da gusto", o el del Manchester, "con mucho toque y mucha velocidad, le acabo de ver un partido creo que contra el Valencia, aunque estaban de rebajas. Si un equipo no tiene jugadores de calidad, puedes juntarlos, ayudarlos más o menos, eso que se llama orden, pero si no hay quien tire..."

-Pues usted y Fernando Vázquez hicieron de la Selección Gallega un equipo bastante bien apañado, sin tener grandes figuras.

-Es que, según antes no había una unidad de criterio, ahora hay mucha comunicación, y los futbolistas conocen cómo hay que jugar. Lo de la Selección Gallega fue una alegría muy grande, y todos nos sentimos muy ilusionados.

-¿Le llamaron para otros partidos, o sabe si continuará la Selección?

-De momento no tengo constancia de nada [repite el gesto escéptico/cómplice]. Non che sei.

 

NOTA MÍA:

*Cuando era niño, de diez, once y doce años, Arsenio Iglesias entrenaba, en el campo del Balneario de Arteixo, al Deportivo de Joanet, Seoane o Aguilar; Belló, Luis, Cholo; Manolete o Sertucha, Domínguez; Cortés o Juanito, Loureda o Vales, Chapela o Beci, Cervera y Martínez. También entrenaban en aquel conjunto otros jugadores como Landa, David Vidal, Pepe Vales, Gaona, Bordoy, José Luis… Arsenio era mi ídolo de la niñez: había estado a punto de ser internacional y lo queríamos como a un segundo padre, aunque era un padre escéptico y descreído, cotidiano y a la vez distante. Eso sí, de vez en cuando, me decía: “Neniño, vai buscar a pelota que se non a vai levar o río”. Esta mañana, en ‘El País de Galicia’, Xosé Manuel Pereiro le publica esta entrevista. Yo le dediqué un cuento a Arsenio, más o menos encubierto, ‘A radio e o ídolo’ en ‘Vida e morte das baleas’ (Espiral Maior, 1997), traducido al castellano en ‘Fotografías veladas’ (Xordica, 2008) con idéntico título. Es un cuento cruel, lo reconozco, donde se habla del forofo que cambia la admiración por la indiferencia o el odio ante un gesto que no aprueba de su ídolo. En una ocasión, cuando ya era periodista y trabajaba en ‘Heraldo’ le hice una entrevista a Arsenio al pie de la torre de Hércules, y con él, entre otros, estuvieron Miguel Anxo Fernán Vello, Antón Reixa, Manuel Rivas y Beatriz Pais. Aquel reportaje se tituló ‘Cuento de amor junto al faro’ y anda por aquí, por los archivos de este blog.

Arsenio, o bruxo de Arteixo, fue el creador del superDepor, aquel conjunto que los niños se aprendieron de memoria: Liaño; López Recarte, Ribera, Djukic, Albístegui, Nando; Aldana, Mauro Silva, Fran; Claudio y Bebeto. Con ellos empezó todo: una década maravillosa de felicidad que se coronó con dos Copas del Rey y una Liga. Arsenio ganó una Copa, Irureta otra Copa y la Liga.

 

Uno de mis periodistas favoritos de Galicia, desde hace años, con Xosé Hermida, Manolo Rivas, Xesús Fraga, Xan Carballa, Xulio Valcárcel y Luis Pousa, entre otros, es Xosé Manuel Pereiro. Tomo su texto y aquí lo traigo para quienes no frecuenten la edición de ‘El País de Galicia’.

'DER ROTE JOSEPH' DE GUSTAVO PEAGUDA

20090811190129-spitzweg1.jpg

'DER ROTE JOSEPH'

Conto de Gustavo PEAGUDA

A miña nai un día mandoume que dunha vez colocará nos andeis da  biblioteca familiar  os libros que había polo chan do meu cuarto.Como son un fillo cumpridor cos mandatos da miña nai, comecei a coller os volumes. Arte de ser portugués. Antoloxía dos sesenta anos. Os pobres de deus. As tres columnas, Cadernos. Psicopatoloxia do retorno. E moitos máis. Pero dos cadernos de Paul Valery saía unha folla dun xornal. Saqueina do libro. Era unha carta ao director do xornal La Region do día vintedous de xuño de mil novecentos setenta e catro (por certo, o día en que eu nacín) que dicía:

Se o hospital estivera aberto só polas mañas durante tres meses, que sucedería? Se a policía traballará só polas mañas durante tres meses, que sucedería? Se houbera  auga e luz só polas mañas durante tres meses que sucedería? Se os supermercados e bares estiveran abertos só polas mañas durante tres meses, que sucedería? Se as fabricas e os traballadores da construcción só traballaran polas mañas durante tres meses, qué sucedería? Se os curas  dirán misa só polas mañas durante tres meses, que sucedería?

Se as farmacias estiveran abertas só polas mañas durante tres meses que sucedería?

Se os bombeiros  apagaran só lumes polas mañas durante tres meses, que sucedería?

A biblioteca publica de Ourense nos meses de verán durante tres meses só abre polas mañás.

Que sucede? Nada a fin do cabo só son libros.

 

A carta  estaba asinada por un tal Der rote Joseph.

 

*O escritor ourensano, con parada e fonda en Santiago de Compostela, Gustago Peaguda envíame este conto e pídeme que o ilustre con este cadro tan famoso de Carl Spitzweg, ‘Der Bucherwurm’.

11/08/2009 19:01 Antón Castro Enlace permanente. Temas gallegos No hay comentarios. Comentar.

MÉNDEZ FERRÍN EN CASTELLANO

20090811183119-pascal-renoux1.jpg

Recibo uno de los correos colectivos o masivos del editor Enrique Redel de Impedimenta. Anuncia la publicación de varios libros, uno de Eudora Welty, prologado por Félix Romeo, ‘La hija del optimista’, entre otros, pero hay un título que me gusta especialmente: ‘Amor de Artur’ de Xosé Luis Méndez Ferrín. La edición de ese libro, publicada por Xerais, ha sido una compañía constante en los años 80 y 90. Probablemente sea uno de los libros que más veces he leído. Es un libro de cuentos excepcional, barroco, sutilísimo, de elevada poesía y de una narratividad especial. Me gustan todos los relatos, todos, en especial el que da título al conjunto y ‘Familia de agrimensores’; en mis libros ‘Vida e morte das baleas’ (Espiral Maior, 1987) y en ‘Golpes de mar’ (Destino, 2006) se habla mucho de él, hasta el punto que el cuento inicial, el que abre el texto se basa en la historia de Artur. El libro lo traducen dos de los mejores conocedores de Xosé Luis Méndez Ferrín: su compañera Moncha, profesora, y el poeta, traductor y profesor Xavier Rodríguez Baixeras, otro compañero de viaje de mis lecturas obsesivas durante muchos años. Tengo su poesía completa en gallego, pero hay un libro suyo que disfruté con especial cariño: ‘Fentos no mar’ (1981). En una ocasión, hace ya más de una década, Félix Romeo me trajo un bonito regalo: la edición de ‘Con pólvora y magnolias’ que había realizado Hiperión, dedicada por Méndez Ferrín, que es uno de mis escritores gallegos preferidos con Cunqueiro, Otero Pedrayo y Rafael Dieste. Me dejo a otros muchos, sin duda, pero ellos han sido decisivos en mi formación y en el placer de leer en gallego, la lengua de mis padres, la única lengua en la que habla mi madre esté en Arteixo, Zaragoza, Garrapinillos o en Cuba. La introducción es de un gran conocedor de las letras gallegas, gallego de Lugo él y un apasionado editor, como Constantino Bértolo.

 

Esta es la nota que manda Enrique Redel:

Xosé Luis Méndez Ferrín

Amor de Artur

Traducción del gallego de Moncha Fuentes y Xavier Rodríguez Baixeras

Introducción de Constantino Bértolo

Xosé Luis Méndez Ferrín es, sin duda, el más importante autor vivo en lengua gallega. Escritor totémico, maldito, referencia de todas las nuevas generaciones de narradores gallegos, fue propuesto al Premio Nobel de Literatura en 1999 por la Asociación de Escritores en Lengua Gallega. En el año 2008 consiguió el Premio Nacional de Literatura Gallega. Amor de Artur está considerado unánimemente uno de los textos más intensos y brillantes de la narrativa gallega contemporánea. En el relato que da título al volumen, Ferrín recrea el mundo artúrico abordando, a la vez, conflictos de la condición humana (el amor, la traición, la soledad, el poder, los celos) a través de los míticos personajes extraídos de la literatura bretona: Artur, Ginebra, Lanzarote, Galván, Merlín, Liliana, todo con el fondo del país de Tagen Ata, símbolo de la Galicia mítica. Historias de amor y de dudas, de celos y de enigmas, de deseo y de traiciones, recreadas magistralmente con la perfección del orfebre que talla una piedra exquisita.

*La foto es de Pascal Renoux. Quizá pudiera ser ella una nueva Liliana o la protagonista del misterioso relato 'Familia de agrimensores'.

11/08/2009 18:31 Antón Castro Enlace permanente. Temas gallegos No hay comentarios. Comentar.

QUIQUE BORDELL: O ARTISTA NO SEU OBRADOIRO*

20090529081225-quique-20bordell-20e-20paco-20pestana-20en-20lugo-20foto-20xo-c3-a1n-20abeleira.jpg

O CREADOR NO SEU OBRADOIRO

 

VISCERAL B.: O SATORI NO INFERNO

A Deputación de Lugo prepara un catálogo antolóxico sobre o pintor lucense

 

Xoán Abeleira

Visceral B. ou o Artista Coñecido Denantes Coma Quique Bordell, o Doutor Faustroll, o Bacabú Invisible, e o Demo sabe cántas cousas máis. Inútil, secasí, procurar en Internet calquera desas personaxes nas que el viu os seus reflexos. Moi pouca xente -en Galicia, en España, mesmo en Estados Unidos- coñece a este creador lucense, autodidacta que ós dezaoito anos abandonou o mundo do cómic e do rock para exorcizar as súas pantasmas por medio do pincel. Mais a que o coñece, a que ama a súa obra con delirante afección, teno por unha lenda. Un supervivente de si mesmo, na liña dos “xenios marxinais”. E con razón.

         Se nos atemos ós conceptos que, dende Prinzhorn a McGregor, pasando por Breton ou Dubuffet, continúan a barallar os estudosos do art brut ou outsider art… Mellor aínda: se nos atemos ó que el pensa de si e dos seus traballos/trebellos, non hai nada que nos impida irmandar a B. con Wölfli, Aloïse, Verbena ou Gnädinger. Sabendo, iso si, que todos eses visionarios compulsivos posúen cadanseu xacer intransferible.

Por exemplo, esta cita de Roger Cardinal (un crítico que defende o emprego do Weltinnenraum, o “espazo interior do mundo” rilkeano, para agrupar os inagrupables) semella escrita coidando en B. Por iso paga a pena transcribila íntegra: “A interioridade é, xaora, a clave da mentalidade do auténtico marxinal, cuxa obra xorde mormente de maxinar e matinar. Navegando a golpe de intuición, o creador espontáneo só atende ó seu rumbo particular, prescindindo ledamente de convencionalismos tales coma as regras da perspectiva, a técnica correcta ou os materiais tradicionais. Asumindo o pleno control do proxecto formativo, o suxeito creador orquestra os contidos psíquicos do mesmo consonte ós seus deseños persoais, desenvolvendo un repertorio característico de motivos e elementos que deveñen nos compoñentes dunha arquitectura pechada. Esa actividade autónoma e apaixonada implica tamén un esforzo sostido de autoconstitución e autoconsolidación que equivale a un esforzo de autoestabilización terapéutica. Ese é o senso no que a obra de arte afirma a súa existencia coma refuxio, cidadela defensiva, niño íntimo, pois a característica inequívoca dos mellores artistas marxinais estriba en artellar un mundo alternativo integral, unha cosmoloxía propia.”

         Non rematan aí as semellanzas de B. con eses solipsistas, por outra banda, tan, tan únicos. Se estes adoitan empregar os materiais máis dispares, impropios, mesmo desprezables, B. devece polo acrílico, a madeira, a pasta de papel, os refugos: calquera chintófano que o axude a articular os seus “xoguetes”. Se, como asevera Cardinal, os marxinais son “ferozmente independentes”, B. asegura non sentir “ningún interese por expoñer”, ata o punto de que, ás contadas mostras nas que participou, no canto de asistir el mandou unha foto ampliada en cartón! Así mesmo -insiste Cardinal- se “a arte marxinal non aspira de ningún xeito ó recoñecemento”, B. pensa que “o éxito é a peor desgraza que lle pode acontecer a un artista”. E dío en serio malia a contradición que isto entraña nunha figura case que de culto coma el.

No seu obradoiro (un acubillo no que se sentirían a gusto tanto Jarry coma Duchamp) a penas hai catro obras súas. O resto non está nin nas galerías nin nos museos senón nas casas dos seus coleccionistas. Eu tiven a sorte de coñecer un e, de socate, atopeime perante trescentos cadros abraiantes! “O compendio destes últimos seis anos sen alcohol”. Entre eles, facilmente atribuíbles á man do seu médium, o único óleo que B. recoñece coma tal; unha peza fermosísima que o depositario actual ten, xustamente, polo seu tesouro máis prezado. Nese eido psíquico, nese plasma do inconsciente, unha sorte de Saturno pastoso, coma debuxado por un neno inuk, devora a súa vítima…

         Se de mundos interiores falamos, o de B. ten unha forma ben definida, e o seu obradoiro é, a todas luces e sombras, a transposición exterior dese Weltinnenraum. “A produción teimuda de obras en series é un aspecto recorrente dos outsiders”, volvo citar a Cardinal. E a última serie de B. abrangue “pequenas variacións dentro dun marco repetitivo” dun simbolismo patente. O tema é sempre o mesmo: un cadradiño no centro dun cadrado maior, e, nel, a cabeza moldeada dunha figura tipo Dubuffet, tipo monicreque. O cadrado ten unha abertura á que o boneco accede por unha escada (coma as que empregan os xamáns para viaxaren a outra realidade). E pola banda esquerda dese tobo entra unha tremenda labarada: “A do satori zen”, segundo B. O conxunto expresa, para min, o momento actual do pintor, quen, após a súa dolorosa tempada no inferno, está a vivir un período de luminosa efervescencia. É posible que as luzadas de B. aínda teñen máis que ver coas “iluminacións” de Rimbaud que coa extinción do apego e da aversión que prometen as espiritualidades orientais, pois a iluminación real non vén de fóra senón de dentro, non é un don do ceo senón a recompensa dun labor ben arduo. Mais iso é algo que, abofé, tamén experimentará algún día a Persoa Recoñecida Nesta Vida Coma Quique Bordell. 

*Este artigo pertenece á serie 'O artista no seu obradoiro' que está a publicar, con grande éxito, Xoán Abeleira en 'El País-Galicia'. Na foto do propio Abeleira, Quique Bordell e Paco Pestana.

CAIÓN: UNHA INSTANTÁNEA DO PORTO

20090501173222-caion.jpg

Acabo de encontrar en la red, siguiendo los pasos de mi paisana Silvia Penide, la joven cantante que presentó en Zaragoza su primer disco, y me encuentro con esta foto de Caión, el lugar donde suceden muchas historias de ‘Golpes de mar’ (Destino, 2006). La foto pertenece a un paisano, cuyo nombre desconozco por ahora, que tiene los siguientes dominios en la red:

 

http://arteixou.blogspot.com

http://www.flickr.com/photos/perdidoenlared

 

*Hace unos días recibí dos llamadas: una de Fidel Tasende, dedica a las plantas y a las flores en Prendes (A Coruña), y otra de Jorge ‘El Chino’, que reside en Palencia. Ambos me invitaban a un encuentro de antiguos alumnos de la Universidad Laboral ‘Crucero Baleares’ de A Coruña de los cursos 1973-1978, que se están reuniendo en distintos lugares de España. Este fin de semana, se congregan en A Coruña y les han cedido las instalaciones de la Universidad Laboral. Han pasado más de treinta años. He comprobado qué poco sabíamos todos de todos.

 

Tienen un blog:

 

http://laboralcoruna.blogspot.com

MANOLO BRAGADO: TODOS CON XOSÉ LUIS MÉNDEZ FERRÍN

20090201203854-ferrir-por-j.-arcos.jpg

O meu admirado editor Manolo Bragado publica un artigo no Faro de Vigo, na sección de Opinión, que é un homenaxe a un dos escritores que sempre recoñecín coma un mestre: Xosé Luis Méndez Ferrín. A él, a Otero Pedrayo, a Fole, a Dieste e a Cunqueiro, sen dúbida ningunha: eles son os meus deuses galegos da narrativa máis veterana. Reproduzo aquí o artigo de Bragado, ao que atopei o pasado Nadal na Coruña. Bragado é un hiperactivo, un editor que está sempre perto dos autores, un apaixonado do seu oficio. Ademais, estudiou en Universidades Laborais. Xa contei moitas veces canto me marcaron libros como Percival e outras historias, Crónicas de nós (que publicou aquí en Aragón Xordica) e Amor de Artur. Hai años, Félix Romeo, sabedor da miña inmensa admiración (non esaxero no calificativo), tróuxome unha edición de Con pólvora de magnolias dedicada por Ferrín para min. Ese venres estarei no Museo Guggenheim de Bilbao, onde entrevisto a Cees Nooteboom ás oito da tarde.

 

TODOS CON FERRÍN

 

Manuel BRAGADO / Faro de Vigo

Co gallo do seu septuaxésimo aniversario, Xosé Luís Méndez Ferrín recibirá unha grande homenaxe nacional en Vigo, o vindeiro venres, 6 de febreiro, a partir das oito da tarde, no Auditorio do Centro Social Caixanova. Un acto cívico e literario no que, ademais, será presentado "A semente da nación soñada. Homenaxe a X.L. Méndez Ferrín", libro coeditado por Sotelo Blanco Edicións e Edicións Xerais de Galicia. Coa edición deste volume en forma de "libro dos amigos e amigas" e con este acto literario e cívico, que continuará nunha cea de homenaxe no Pazo Os Escudos de Alcabre, preténdese recoñecer en vida e publicamente o extraordinario labor de quen empeñou as últimas cinco décadas (as mesmas que cumpre agora "Percival e outras historias", o seu primeiro libro de relatos) na construción da nación dos galegos.
Unha homenaxe merecidísima e necesaria, mais aínda cando é indiscutible que Méndez Ferrín é unha das figuras cimeiras da cultura galega contemporánea: grande mestre do relato curto, renovador da novela, voz poética rupturista, rigoroso crítico e investigador literario, polémico e lúcido articulista, entregado profesor do instituto Santa Irene durante corenta e dous anos, infatigable militante da liberación política e social de Galicia. En todos eses eidos -sexa na narrativa, poesía ou xornalismo literario, fose no da docencia ou no da actividade política, sindical e cívica- Ferrín puíu a peza da esperanza, que esa é alfaia de ouro (coa forma dunha esfera, dunha trabe, dunha espada, dunha estrela?) na que coma ourive continúa e, agaradamos durante moito tempo, continuará miniando.

Ferrín desenvolveu durante estas cinco décadas unha actividade política nacionalista teimosa e consecuente, que o levou a confundar o grupo Brais Pinto, a Unión do Pobo Galego, a UPG-Liña Proletaria, Galicia Ceibe-OLN e a participar actualmente na Frente Popular Galega, da que é candidato á presidencia da Xunta de Galicia nas vindeiras eleccións. Unha actividade política sempre rebelde e decisiva, que pasará a historia contemporánea de Galicia, xa que contribuíu a fundar o nacionalismo galego e a enlazalo cos movementos da revolución planetaria.
No eido literario, Ferrín asumiu, dende "Voce na néboa" (1957), o seu primeiro poemario, a necesidade de que como escritor en galego tiña que manter unha conversa permanente cos seus contemporáneos, sen fronteiras nin limitacións ningunhas, sen que isto lle impedise apoiarse sobre a trabe da nosa tradición. Con esta intención elaborou unha das obras máis diversas, orixinais e rabiosamente modernas da literatura galega, asumindo en cada momento todos os riscos posibles na abordaxe de xéneros e formas. Ferrín é o primeiro e o maior renovador da literatura galega contemporánea. Cada seu novo libro foi sempre novidoso e diferente ao anterior, fendendo fronteiras (a noveleta "Retorno a Tagen Ata", publicada na colección O Moucho en 1971, e o poemario "Con pólvora e magnolias", publicado por Rompente en 1977, son dous bos exemplos) ou abrindo vieiros ("Bretaña Esmeraldina", novela esencial, publicada en Xerais en 1987 polo seu amigo, o editor Luís Mariño) que anchearon o horizonte para a literatura de noso.
Outrosí, sucede no eido do xornalismo literario onde a figura de Ferrín é a doutro xigante. Sabemos que esta é unha das tarefas para el máis queridas e ás que dedicou maior atención. As súas colaboracións en "La Noche" (1955), "Triunfo" e "El Pueblo Gallego", os artigos de 1981 en "Hoja del lunes de Vigo", baixo o heterónimo de Dosinda Areses, contribuíron a crear o actual xornalismo literario en galego. Mais é, dende hai vinte e cinco anos, cando comezou a aparecer a súa sinatura en "Faro del lunes" e xa a partir de 1988 en "Faro de Vigo" (onde xa publicara en 1954 un artigo de viaxes, "Por tierras lusitanas. Impresiones de una excursión"), cando os seus artigos dos luns (agora, tamén, na sexta feira) se converten en referentes indiscutibles no devir dos lectores do decano e da propia sociedade viguesa. Artigos os de Ferrín no Faro sempre sorprendentes, áxiles, ben documentados, escritos nun galego fetén no que expresa as súa defensa do patrimonio e da natureza ou a súa mirada anticipatoria sobre a actualidade política de todo o que nos atinxe. Colaboracións que ampliou nos últimos anos a seccións de fin de semana, primeiro no popularísimo "Consultorio dos nomes e apelidos galegos" (recollido en libro en 2007) e, actualmente, na sección "No fondo dos espellos", onde vén ofrecendo algunhas das máis fermosas mostras de erudición cultural de noso.
Sei que esta homenaxe a Ferrín é apenas unha pequena mostra da admiración, agarimo e agradecemento dos seus amigos, camaradas, colegas, lectores, alumnos e concidadáns por este seu labor tan fulcral para Galicia. O venres, todos con Ferrín! (A foto, que está no blog de Manolo Bragado, es de J. Arcos).


bretemas@gmail.com

 

01/02/2009 20:38 Antón Castro Enlace permanente. Temas gallegos No hay comentarios. Comentar.

HISTORIA DE MAN. Por XOÁN ABELEIRA

20081211173716-man.jpg

ÉL PAÍS. A Coruña.

El cinco de abril del 2002 el escultor Manfred Gnädinger escribía su última carta familiar. La primera, en realidad, que enviaba a su hermano y a su cuñada en décadas. "Queridos Waldtraud y Roland: os escribo con gran preocupación. Me siento mal por haber tardado más de cuarenta calendarios en dar noticias mías (...) La verdad es que cada vez tengo menos ganas de escribir, el silencio se acerca (...) Los seres humanos precisamos toda una vida para ponernos de acuerdo con nosotros mismos, y la mía toca a su fin. La mía, que yo siento perdida, como si nunca, nunca hubiese sido escrita (...) Lo importante es que cada uno viva como desee: los tipos raros como tipos raros, y vosotros tal y como sois, para mi dicha (...) En realidad escribo más de lo que parece por mis cartas, pero ello me lleva una eternidad, y además no es para vosotros sino para la posteridad". "Si realmente queréis entenderme", parece decirles, "mirad una foto vuestra, en familia, y comparadla con la de mi museo y yo juntos".

Ocho meses después, al alba del Día de los Inocentes, Man Fred moría en su islote de libertad asolado por el chapapote. Bajo su cadáver, entre los negros despojos de su museo, dejó una infinidad de obras y de documentos que, tabla tras tabla, escondrijo tras escondrijo, ha ido emergiendo. Gracias a la labor del cineasta Bernardo Cequera, autor del primer documental real sobre el alemán, y, sobre todo, de algunas trabajadoras del Ayuntamiento de Camariñas, como Mercedes Martín y Ana Martínez, se puede consultar ya este increíble material.

De todos esos misterios que, según él mismo auguró, empezarían a desvelarse el día en que muriese, hay cuatro realmente pasmosos. Un aluvión de dibujos y de una suerte de grabados que... ¿cómo diablos haría el raposo? Un arrecife de medio millar de piezas que, para colmo, el propio Gnädinger, armado con una camarucha de aficionado pero también con el sentido de la luz, el encuadre y la composición de un envidiable profesional, fotografió. Ese arenal de instantáneas en sí que Man, adelantándose a todos nosotros y mejor que todos nosotros, realizó y/o retocó a modo de collages (algunos en alusión al desastre del Prestige de aquel año). Y, por último, un almeiro de anotaciones y aforismos igual de asombrosos.

Sparen (título de un folleto publicado recientemente por el Consistorio Municipal) es el verbo alemán que mejor explica la filosofía que encierran las bellísimas intuiciones de este "místico del círculo" anticapitalista: ahorrar sí, mas no en el sentido de amasar fortuna, sino apenas en el de economizar. Guardar por y para el porvenir, pues "¿qué es digno de vivir para quien no es digno de conservar nada ni halla nada digno de conservar? ¿Su infidelidad?".

El documentalista Bernardo Cequera ha sido el primero en internarse en ese laberinto de visiones fugaces, transcritas con una parquedad franciscana que, según él, "a veces le llevaba incluso a eludir nexos sintácticos; de ahí su sencillez pero también su hermetismo". Pensamientos de una lucidez tal que difícilmente podrían ser fruto de una mente enferma. Rayos tan fulminantes como este: "Donde callan los corazones, gritan las piedras", que bien podría ser la definición exacta de la Galicia aloulada. O como éste: "La fantasía surge tras cada conmoción; en cada escombro vibra algo de fantasía", ligado sin duda a la propia ars poética de su autor. O como éste otro: "La paz es la nada; tan sólo quien se iguala con ella consigue liberarse", en el que la nada es sinónimo de lo absoluto.

Algo, pues, se ha ido avanzando en este tiempo de incomprensión hacia un artista literalmente radical que consagró su vida a su obra y, más importante aún, transformó su vida en su mejor obra. Pero todavía queda casi todo por rehacer. La fundación que en estos momentos está a punto de crearse deberá afrontar, ante todo, la limpieza y la restauración de un museo cada día más acechado por el silencio y, a la vez, terminar de catalogar y traducir todo este legado sin parangón.

Dos labores muy arduas, ciertamente, y para las que debería contar con los auténticos especialistas en la materia: esa marea de amigos de Man que en su día comprendió lo que éste y sus "hijos" simbolizaban.

*El escritor Xoán Abeleira, traductor de Sylvia Plath, entre otros muchos autores, publicaba recientemente este reportaje en las páginas de 'El País. Galicia'. Abeleira es autor de un estupendo libro sobre el pintor y bohemio alemán en Galicia: 'A pegada de Man' (Xerais). Antonio Pérez Morte, siempre tan amable, me ha mandado esta foto casi final de Mannfred.

 

MENSAJE DESDE GALICIA DE LUIS POUSA

20081018101843-caion2-b.jpg

He amado Galicia durante años con una fuerza creciente, con esa enfermedad del alma emparentada con la saudade y la sensación de pérdida. En los últimos tiempos, no sé muy bien la razón, Galicia ha pasado a ocupar otro lugar en mi vida: me interesa, la quiero pero no me obsesiona. A veces me pregunto si tendrá algo que  ver con un resentimiento que no cifro a precisar, o con el hecho de haber dejado de escribir en gallego, o con el vacío tan inmenso que me ha dejado la muerte de mi padre.

 

Por eso, cuando he recibido la nota de Luis Pousa –al cual le mando un abrazo desde aquí-, me ha hecho mucha ilusión. Muchísima. Algún día volveré a Caión a escribir y a envejecer soñando con las ballenas y los marineros. El pasado septiembre, o fue a finales de agosto, no recuerdo, tuve una experiencia que no había tenido jamás: Carmen y yo alquilamos una habitación en Caión, una habitación con vistas, y apenas podíamos dormir: el mar como un lobo insomne no dejaba de aullar, no dejaba de lanzar su clamor que lo invadía todo, tanto que parecía que en los alrededores, y más en el abovedado silencio de la noche, no exista ni otro estremecimiento ni otra música.

*Estampa apacible de a Praia das Salseiras de Caión.

ESCUELA DE NOCHE (¿QUE FUE DE CANO CORCERELLOS?)

20080916083644-mucha2.jpg

ESCUELA DE NOCHE

 

Meruca tenía un genio de perro rabioso dentro de un cuerpo minúsculo, un cuerpo de alfiler con joroba. Sus chispeantes ojos se encendían de ira cuando era necesario, cuando alguien gastaba una broma pesada a los hijos de sus señores --Jano, Pitusa y José Manuel-- o exageraba en la convención de las ironías. Sus señores eran César Fontenla, el dueño de la ferretería, más tarde banquero. Y Leonor das Airas, que en otro tiempo o en otra vida debía llamarse Ángeles de Amor, al menos eso era lo que ponía en el cartel de la farmacia que regentaba: "Ángeles de Amor. Licenciada en Farmacia". Si él era severo, poco dado a las chanzas, lo cual no le impedía ser frecuentador de bares y de mujeres, si reía lo hacía con displicencia y con aires de superioridad, ella también era un misterio: apenas salía de casa. Meruca, en las pocas veces que revelaba detalles de su intimidad, decía que era remilgada y que la farmacia era su mundo. La farmacia, los sótanos donde se almacenaban los medicamentos y las dietas. Jamás había cogido a sus hijos en brazos --una fragilidad congénita la caracterizaba; incluso su modo de andar, a saltitos suaves de canguro sobre un terreno sembrado de huevos, llamaba la atención-- y los destetó de inmediato, antes del mes, pero cuidaba hasta límites desproporcionados su alimentación. Confeccionaba unas minuciosas tablas y allí lo apuntaba todo: Jano, Pitusa, José Manuel, las verduras, los frutos secos molidos, la incorporación paulatina de danones, los zumos, la frecuencia de las heces, la pesadez o levedad de las digestiones, las horas ininterrumpidas de sueño, el número de veces que sonreían, era importante que llegasen a las 300 al día. La risa es el mejor indicio de buena salud. Y también le gustaba la novela de la televisión en blanco y negro: seguía tarde tras tarde los capítulos de El conde de Montecristo, Crimen y castigo y Papá Goriot, una serie que le impresionó por la sentida interpretación de Carlos Lemos. "Y porque --le confesó Meruca a mi madre-- hace años que no sabe nada de su padre: se fue a Barcelona con una camarera joven y desde entonces su nombre ha sido borrado de la memoria familiar". En un insólito rasgo de humanidad, le explicaba luego a la asistenta quién era el autor, Alejandro Dumas, un ruso de nombre imposible, Honorato de Balzac; en qué hechos básicos debía reparar y en qué partes y personajes se había escapado la adaptación del original, que poseía en su biblioteca de clásicos francesces y autores de folletín.

         Meruca era uno de esos personajes que imponía pese a la chepa. Durante algún tiempo creímos que tenía dos corazones y un nido de alacranes en la espalda. Todos sabíamos que ocupaba un lugar que no le correspondía y que tantos años de sirvienta con derecho a habitación propia le habían conferido una gran seguridad en sí misma. Aparentaba no tener complejos y ser capaz de cualquier cosa. De ahí sus malas pulgas. Vivía en el cruce del Balneario, justo al lado del río y del lavadero, la ventana de su alcoba comunicaba con el gran puente de las anguilas, y durante años nos resultó antipática y violenta. A Anide lo persiguió hasta los jardines del Balneario con el furor de un jabalí malherido; una vez que se resignó a no alcanzarlo, desde las escaleras que dan acceso a la pista de baile hexagonal del recinto, lo insultó a sus anchas: de su boca salieron profecías nefastas, excomuniones y recuerdos para todos sus muertos. Doña Alicia, la dama benefactora del lugar y de Baladouro en general, una santera sin hábito pero sí con modales de monja, se quedó estupefacta: "Nunca había oído tantas maldiciones de ateo", dijo. Los gemelos Dubra eran su debilidad: los atendía en la farmacia, les daba prospectos a todo color y cuadernillos de propaganda para que dibujasen aquellos lagartos que tanto le gustaban a su padre: el lagarto común, el lagarto de San Antonio, la iguana, etc. Pero un día, Ovidio le pegó a Jano, el benjamín de la familia. Meruca lo acorraló detrás del cuartelillo y le cruzó la cara varias veces con insania, con un encono bestial. Esa misma noche fue a la vivienda del joven y pidió disculpas en el gran dormitorio que hacía a la vez de comedor de los domingos y de salita de estar, ante la abuela centenaria, el padre carpintero, la madre y los tres hijos. La Nena manifestó --entre lágrimas porque veneraba a su hermano gordo, al cual se parecía como una gota de agua a otra-- que sólo le concedería su perdón tras haberle estampado idéntico número de bofetadas. En medio de una gran tensión, Meruca le regaló a Ovidio una caja de galletas de nata.

         Su sobrino Cano Corcerellos había heredado demasiadas cosas de ella: la inteligencia, la ira, la determinación y la joroba. La historia reciente de Baladouro Alto no se explicaría sin su presencia. Sin su magisterio. No se sabe cómo empezó a convertirse en alguien tan importante en nuestras vidas. O en las de Juanín, Santiago Verde, Paco el Pecas, el mismo Anide, Perillón, etc. Oí por primera vez su nombre en la hora de pasantía por boca de don José. Lo criticó con toda severidad y dijo que un hombre sin título, un hombre incompleto como él, un enano sin ilustración, no podía impartir clases en la trastienda de un bar de carretera, un bar de mala muerte. O algo así.

         Nunca había sido un buen estudiante, pero ese epíteto no debía hacer referencia a su sabiduría y a su rendimiento sino a su actitud. Muy pronto abandonó los estudios y pasó por talleres de mecánica, clases particulares, cursillos de formación acelerada, fábricas y andamios. De la noche a la mañana, se convirtió en un experto en casi todo: lo mismo arreglaba un futbolín rebelde que desmontaba una moto, él llevaba una derby trucada y ruidosa de 49 centímetros cúbicos. Lo mismo confeccionaba los planos de una casa --con las zapatas para las columnas, el alzado, la planta y el perfil, y el correspondiente cálculo de sección para las vigas y viguetas-- que daba clases de Matemáticas con una eficacia asombrosa.

El acontecimiento principal de los sábados por la mañana en Baladouro alto eran sus lecciones. Esa sensación teníamos cada vez que nuestros amigos hablaban de ello; sentíamos una punción de nostalgia. Muchas veces me he ido a la cama y me he despertado a medianoche pensando en él. Sólo lo había visto fugazmente en su motocicleta: menudo, soturno, de rostro encanallado, pero me imaginaba su destreza con las bielas y las bujías, su caligrafía en el encerado, el modo en que les enseñaba a mejorar la resolución de las cuentas, a comprobar que todo estaba bien, y luego a aplicar esa práctica fluida en problemas de sentido común. Era duro y no le importaba reclamar la atención del ocioso y del desatento con un golpe de nudillos a traición o con el envío envenenado de un prisma de madera. Su método lo perfeccionaba en las numerosas visitas que hacía con sus alumnos a las serrerías, la fábrica de bloques de La Revuelta del Lobo, las conserveras de O Rañal, los montes desde los cuales se veía la perspectiva de los tejados de Baladouro y el trazado de las callejas, los campos infinitos cuarteados de surcos. Iban siempre en bicicleta y él dirigía al pelotón a lomos de su estruendosa moto. Inicialmente, a los padres les resultaba una extravagancia difícil de justificar, pero a Cano Corcerellos le daba lo mismo. Afirmaba: "Yo no he ido a buscar a su hijo. Que no venga si no quiere".

         Se convirtió en un mito. Y en un enemigo para nuestro maestro, especialmente cuando a Juanín o a Santiago Verde se les escapaba un nuevo sistema para la resolución de ecuaciones de primer y segundo grado que habían desarrollado con el intruso. Por eso tanto don José como Gaspar decidieron que en la Semana de conocimientos con derecho a premios --una botella de jerez, enciclopedias Álvarez y fotos de Franco durante su visita en los años 50 a Baladouro y Caión, que se conservaban repetidas en los archivos de la escuela--, que se celebraba en mayo, se suprimirían los ejercicios de Matemáticas porque estaba claro que iban a ganar los alumnos del tenaz Cano Corcerellos.

         El paso siguiente fue fundar la Escuela de Noche. El profesor realizó una criba y admitió tan sólo a alumnos cuyos padres le hubiesen testimoniado previamente su confianza. En su nueva orientación académica, Cano Corcerellos transformó la trastienda de su bar casi en un gabinete de alquimia. Sus alumnos aprendieron mecánica, electrónica, fontanería y todo un sinfín de asuntos, que a menudo rozaban con las técnicas del robo y del crimen. Durante dos semanas impartió una materia titulada El homicidio en la vida diaria, y rescató para los perplejos y voraces oídos de sus alumnos relatos acerca de Billy El Niño, Luis Candelas, El Jarabo, el mafioso Scarface y nuestro delincuente más afamado, el carterista gitano de Santa Mariña de Lañas Adolfo Boiro, que solía atracar las oficinas de bancos y estafetas con una pistola de agua.

         Juanín, el hijo de Restituta, la encargada de una de las fábricas de salazón, se quedó con la mosca detrás de la oreja cuando leyó en el periódico O ideal galego que un hombre había dejado a su mujer y a su hijo en el interior de un coche, sin el freno de mano, y que se habían despeñado en el embarcadero de Malpica de Bergantiños, sobre un barco de pesca. Curiosamente, tres días antes, Cano Corcerellos les había explicado que ése era un gran método criminal. Poco después supimos una nueva faceta del insólito profesor: Juanín y Santiago Verde nos dijeron que toda aquella casuística de delitos y muertes aparecía transcrita al cabo de unas semanas, con hechos y protagonistas concretos, en las cuartillas de color rojo y verde que se vendían al precio de una peseta en el autobús de Transportes Finisterre bajo el título de Crímenes famosos.

         Cuando salimos de la vieja escuela de A Baiuca --unos nos fuimos a la Universidad Laboral Crucero Baleares, otros a las empresas de Sabón de salazones, textiles y construcción, otros al nuevo Centro Escolar--, perdimos la pista de Cano Corcerellos. Pareció apagarse su figura durante algunos meses e incluso se contó que había pasado algún tiempo en la cárcel. Al cabo de un año, más o menos, reabrió su bar Pase y quédese. Lo tenía casi todo: futbolines, máquinas recreativas, dos mesas de ping pong y un cuarto reservado que empezó a hacerse famoso. Durante el día el local acogía a todo el mundo: camioneros, albañiles, muchachos que deseaban divertirse, pandillas que iban a ver las series de televisión al arrimo de los refrescos y los cacahuetes y de aquel ambiente tan particular de carteles, tabaco y perdición.

         Cano Corcerellos ya no se dejaba ver como antes. En realidad, comenzaba a vivir a partir de las nueve de la noche, justo en el momento en que la clientela del local se renovaba. Por allí lo mismo aparecían César Fontenla que el constructor Filgueira o el secretario y alcalde en la sombra Morón Sagredo. O jóvenes como nosotros que empezábamos a despertar a la vida y a la noche junto a Saturnino, el dependiente de Ferretería Baladouro, los gemelos Balay o el salvaje lateral Cendón. Y junto a Flora Candonga, una mujer inesperada que empezó a beber de café en café con su cabello corto y su mirada de señora frágil y abandonada que solicita amantes. O compañía para una mala noche.

         Fue durante mucho tiempo la moderna, la ninfa imperturbable entre hombres solos: se cortó el pelo a lo chico y fumaba en los bares con la naturalidad de un varón. Siempre cigarrillos rubios Craven--A. Decía tacos y resistía el acoso sin perder la compostura, tenía andares de potranca, cadera alzada y armoniosa, y avanzaba un instante pegada a un pretendiente obstinado. Si luego quería desaparecer con un galán ocasional lo hacía como si nada, y al cabo de una hora volvía al Bar Batán o a Cafetería Sanchís con altivez, con su media sonrisa de complicidad y satisfacción, con la melancolía de quien ha gozado mucho. Flora era una asidua de nuestro barrio, la conocíamos de sobra y despertaba en nosotros --en Santiago Verde, en Anide, en el mismo Fausto, que nunca quiso decirnos que se había estrenado con ella, en Sanjurjo Sietecabezas, el experto en navegación y álgebra-- una atracción irrresistible: iba con hombres y no despreciaba a los adolescentes. De hecho, una de sus frases favoritas ante los novatos era: "Tranquilo, tranquilo, que pronto se te enderazará".

         A veces no daba abasto. Algunos querían apartarla de aquella disoluta vida, le ofrecían un piso y unos cuantos encuentros clandestinos por semana a cambio de lealtad. Eso se dijo de Morón Sagredo o del pirotécnico Taboada. Y del propio Fontenla, del cual se sabía que no tenía bastante con su enfermiza esposa Leonor das Airas, también llamada Ángeles de Amor. Flora se negó. Cano Corcerellos nos lo explicó: "Le gusta el dinero, pero mucho más lo otro: que la deseen". Y nos sugirió que ambos, a su manera, también se entendían. Fue la única vez que estuve en Pase y quédese. Santiago Verde entró hacia las tres de la madrugada y se quedó hasta casi las cuatro. Anide fue más breve; regresó con la cara colorada como un tomate y temblando a los quince minutos. Cuando me llegó a mí el turno no me atreví a pasar. Me acerqué a la cortina, vi el camastro no demasiado grande y a Flora entre las sábanas, con su pelo de chico, los pechos algo caídos y una espalda larga y muy blanca. Vi sus ojos que brillaban como soles apagados en penumbra y una inmensa mano con las uñas pintadas que sujetaba un cigarrillo y una espesa nube de humo.

         Dos o tres años después, se quedó embarazada. Nunca supimos de quién era el crío, Diego Jesús, aunque se parecía al propio Cano Corcerellos.

 

 

*Este texto pertenece mi libro El álbum del solitario (Destino, 1999). La obra es de Alphonse Mucha.

16/09/2008 08:36 Antón Castro Enlace permanente. Temas gallegos No hay comentarios. Comentar.

Blog creado con Blogia. Esta web utiliza cookies para adaptarse a tus preferencias y analítica web.
Blogia apoya a la Fundación Josep Carreras.

Contrato Coloriuris