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Antón Castro

Temas gallegos

GUILLERMO LÓPEZ: UNA CARTA

GUILLERMO LÓPEZ: UNA CARTA

Desde hace dos o tres años, recibo de cuando en cuando llamadas y cartas de antiguos compañeros de estudios en la Universidad Laboral ‘Crucero Baleares’. Algunos me prueban a menudo que cambio los nombres y que los convierto en personajes literarios con pequeñas variaciones.

 

Hoy me ha escrito Guillermo López, que era futbolista y atleta, vive en Venta de Baños, trabaja de Químico en cementos Portland y tiene un hijo futbolista. Incluso me ha mandado una orla que yo no recordaba, donde he visto a muchos amigos de antaño: recuerdo, ahora, casi a vuela pluma, cuánto admiraba a Rioseras, el espeleólogo, y cuántas veces le decía que no podía acompañarlo nunca al fondo de una cueva por puro pánico y por temor a quedarme encerrado para siempre. No tengo ningún recuerdo gráfico de aquellos cinco años de Universidad. Ni una solo foto. Solo tengo algunos libros que compré en aquellos cinco años inolvidables donde lo descubrí casi todo: la música, la literatura, la amistad, casi todo salvo el amor. O, al menos, descubrí un desamor llevadero. Al menos, ahora, visto desde aquí, se me antoja llevadero…

 

*La foto es de Guillermo López. Reside en Venta de Baños.

 

Por cierto he visto en el blog que se recuerdan algunos conciertos en el salón de actos de la Universidad. Y a mí uno de los que más me impresionó, y creo que no es un recuerdo inventado (juraría que no: no fuese a ser un disco), fue cuando oímos el primer disco de Emilio Cao: ‘Fonte do Araño’. Es uno de los discos que más han marcado mi afición a la música y, de algún modo, mi infinito cariño a Galicia durante años.

EL MAESTRO, LEGRÁ Y EL BUEN CELERINO

EL MAESTRO, LEGRÁ Y EL BUEN CELERINO

EL MAESTRO, LEGRÁ Y EL BUEN CELERINO

 

Hace muchos años, allá en Arteixo (A Coruña), entre el bosque y el río Bolaños, cené una noche con mis padres en casa de Celerino, que se dedica a mil menesteres, entre ellos el campo, la agricultura y el transporte con una pequeña camioneta. Recuerdo que peleaba José Legra, ‘el puma de Baracoa’. Se comía lechón o lechazo y muchas patatas fritas con pimientos morrones. Y ensalada con cebolla, que era mi debilidad: lechuga fresca, rica en agua, mezclada con aceite y vinagre oscuro de vino. Entonces yo ya no comía carne, pero aquellas patatas me supieron a gloria: Legrá ganó el título y se coronaba campeón del mundo. O revalidaba el de Europa. Ahora no lo recuerdo con exactitud. En aquellos días, el boxeo era un vínculo secreto con mi padre, Benito. Por las noches, mientras llovía sobre el mundo y se mecían los abedules de la calzada y del paseo hacia el balneario, él y yo veíamos combates de madrugada, casi a oscuras en el salón, y nos hacíamos más amigos. Nunca he hablado tanto con mi padre como durante las peleas: de estrategia, de los calzones, del miedo, del golpe por sorpresa que nace desde el fondo de un odio antiguo. A veces, si se distraía un poco, incluso me contaba alguna historia de su vida, y en ese instante inefable lo percibía como un padre, como un amigo y como un instructor.

Regreso a la cena con Celerino: de repente, no sé a santo de qué, preguntó que si tuviéramos que quedarnos en el pueblo solo con una persona de conocimiento, instruida, ¿quién sería la más importante? Él apostó por el médico; asentí en un principio, pero luego pensé un poco más y dije: “El maestro. Él sabe de todo: de medicina, del cuerpo humano, de historia, de geografía, de cuentas y, además, es como un filósofo: te enseña a comportarte. Te enseña a vivir”. Celerino me miró y pareció rectificar en voz alta: “Pues a lo mejor tiene razón el chaval. El maestro serviría para todo, hasta para los primeros auxilios por lo menos”. Mi padre dijo, a media voz, más pendiente de los golpes y la esgrima de Legrá: “Tendrá razón, tendrá. ¿Quién lo iba a decir? El maestro. ¡Y yo que solo fui seis semanas a la escuela!”

 

No tengo un buen recuerdo de mis años de estudiante en Lañas (A Coruña). El maestro, don Antonio, nos rompía todos los días un palo (o cada dos días, y era excepcional que le durase tanto) de cañaveral en la espalda. En la de mi hermano Luis, que era su víctima más propicia, pero también en la de cualquier otro: le daba lo mismo que tuviera trece años como mi hermano o cinco como yo. No distinguía la fragilidad. El día que vi a su hija Rosarito, la criatura más bella que había visto nunca, no entendí cómo un hombre como aquel había tenido tanta suerte con su hermosa mujer, la profesora de chicas que coleccionaba poemarios diminutos que leía en el jardín, y con aquel ángel que a todos nos enamoraba, que todos queríamos ver a cualquier hora y en cualquier lugar (en la tienda, en la misa, en la verbena, en el columpio del atardecer) aunque no supiésemos que ese anhelo era la primera forma, purísima, del deseo.

Cuando llegué a Arteixo tuve otro profesor violento e irascible, pero probablemente mejor: nos enseñaba geografía a través de los campos de fútbol, nos hablaba de los ríos y nos contaba cuentos con ellos. Era capaz de vincular los problemas de álgebra con las casas que construían nuestros padres, con las vallas del estadio local y las dimensiones del río. Y además nos leía, o nos hacía leer, historias de príncipes y criados, cuentos de la historia de España, fragmentos de Bécquer y de Rosalía y de Espronceda. Y nos dictaba versos para perfeccionar nuestra caligrafía a velocidad media. Quería lograr que escribiésemos bien, con pulcritud y elegancia, en el menor tiempo posible.

Entonces los maestros parecían dioses. Para lo peor (sus grandes palizas, su ira de los sábados al comprobar el cochambroso estado de nuestras uñas, el desdén con que te trataban si no ibas a la pasantía pagada de cinco a seis, la influencia incuestionable que ejercían sobre nuestros padres y sobre nosotros mismos) y para lo mejor. Y lo mejor era que estaban provistos de una autoridad como espiritual, casi chamánica, y que sabían de casi todo: conocían el mundo, habían viajado, habían leído mucho, tenían un apetito totalizador de sabiduría y podían corregir de inmediato a un viajante de libros que nos presentaba una enciclopedia: “Se dice barroco, no bárroco”.

Más adelante, gracias a los profesores Mario Clavell y Xosé Toba Quintáns, empecé a amar la literatura. El primero, un tanto afectado y dulcemente histriónico, leía cartas de amor y los versos del ‘Poema de Mío Cid’, que a mí me parecían música de las esferas, poesía en estado gaseoso y líquido, épica de la voz y de la lengua estremecida. No lo sé bien. Y Toba, el joven de Muxía que acababa de licenciarse en Santiago y decía que Rosalía había escrito en su localidad su novela ‘La hija del mar’, nos introdujo en el ‘boom’ latinoamericano: nos explicó como nadie a Julio Cortázar y nos enseñó a escribir cuentos. Y no solo eso: aplaudió uno de un chico de Huesca, juraría que era de Huesca y que se llamaba Rafael Oliva Ballarín, que redactó una pieza donde contaba un accidente de automóvil que se producía en el momento mismo en que por la radio anunciaban que Perico Fernández acababa de perder el título ante Sansak Muangsurin. El árbol inesperado y “la puta calor”.

En 1978 vine a Zaragoza y me hice amigo de un profesor de latín: José Antonio Enríquez, moreno y seductor, pícaro, charlatán y empedernido jugador de bingo. A él le pasé un libro de poemas en gallego, el primero que escribía, y me dijo que era lo más grande que se había escrito en esa lengua después de Rosalía de Castro. Ese libro nunca se publicó, claro, ni siquiera sé que ha sido de él. Eso sí, espoleado por su juicio -aunque ya me di cuenta de inmediato de que era muy, muy exagerado, como ha probado el tiempo-, se me ocurrió llevárselo en Vigo a un hombre al que yo consideraba un maestro: Xesús Alonso Montero, editor de Akal. Con amabilidad, el autor de ‘Informe –dramático- sobre la lengua gallega’, me dijo una frase amable: “Yo no te lo puedo publicar, pero aquí hay poeta. De la estirpe de Amado Carballo, de Lorca y de Augusto Casas. Aquí hay poeta, meu homiño, te lo puedo asegurar”.

Yo siempre he tenido un afecto reverencial a los maestros. Mostrar, seducir y transmitir son de las experiencias más hermosas que existen: es como el loco empeño de enseñar a ver, a mirar, a tocar y a oler con los ojos de la inteligencia y del corazón. Es como la generosa utopía de enseñar a soñar. Eso sí, es indispensable que el alumno se desembarace de prejuicios y se entregue: solo así, a cuerpo descubierto y sin temor al desnudo, la enseñanza es más eficaz y, probablemente, como la alegría, para toda la vida.

 

*Le he mandado a Víctor Juan este texto para su nuevo blog ‘Más de cien razones’. Él lo ha publicado en dos tandas en la sección de comentarios.

 

PAULINO BIOTA: PASIÓN POR EL CINE

PAULINO VIOTA: “EL ARTE ES REVELACIÓN”

El cineasta cántabro imparte en A Coruña un curso sobre Jean-Luc Godard

 

Por Xoán ABELEIRA

No es frecuente que un cineasta –y ya no digamos un crítico– sienta una exaltación pareja contemplando Una mujer de París y El hombre de la cámara; Río Bravo y El eclipse; Vértigo y Pickpocket. Es decir: que ame con pálpito semejante el llamado cine clásico y/o comercial, y el llamado cine moderno y/o de autor. Pero es que Paulino Viota (Santander, 1948) no es un cineasta cualquiera sino un cinéfilo, en el sentido etimológico de la palabra, de los de antes. Un “analista” –como le gusta definirse a él– de cultura integral e integradora. Miembro de una generación que vivía por, para y en el cine, y para la que la vida era una suerte de extra. Gente que, en un mismo día, podía acudir, por la mañana, a una exposición de George de La Tour; por la tarde, asistir a una sesión doble tipo La edad de oro, de Luis Buñuel, y Amanecer, de F. W. Murnau; y, por la noche, meterse entre pecho y espalda, un tomo de las obras completas de Mijail Bakunin, Noam Chomsky o Carl Jung. Casi nada.

            La extraña pero consecuente deriva de este outsider nato es bien conocida dentro de su mundillo. Tras iniciarse de manera autodidacta con Las ferias (“un documental –que rodé, monté y sonoricé yo solo”, afirma), Viota, ligado al grupo de la revista Contracampo, realiza sus cuatro únicas películas hasta el momento: Duración (1970); Contactos (1970, un mediometraje que, en su día, llegaron a alabar dos figuras tan influyentes como Noël Burch y Henri Langlois, y que actualmente está en las buenas manos del Servicio de Restauración del Museo Reina Sofía); Con uñas y dientes (1978) y Cuerpo a cuerpo (1982). A partir de entonces, y pese a la insistencia de quienes admiraron entonces o descubrieron después aquellas prospecciones cada vez más revaloradas, Viota retomó su “orientación primera”: la de desentrañar las películas que ama y revelar a los demás sus maravillosos secretos. Pues para él, “el cine, el arte, en general, es ante todo producto de una revelación”.

            No es ésta la primera vez que Viota impresiona en A Coruña. Lleva varios lustros haciendo eso: impresionar a sus oyentes, aquí y allá por donde pasa, hasta el punto de que quizás pueda hablarse ya de una cierta “escuela de alumnos” suyos. Alumnos que alaban de él tanto sus amplísimos conocimientos como la humildad, la sencillez y la generosidad con que los transmite. Y, por encima de todo, su pasión. Eso que, precisamente, sólo saben contagiar los grandes maestros como él.

Hace apenas un año dio en el CGAI un curso inclasificable sobre los “Momentos estelares de los inicios de la historia del cine”. Esta semana, invitado por David Castro, coordinador del Aula de Cine e Imagen de la Universidad de A Coruña, estuvo en el Centro Cultural Riazor, hablando de su obsesión favorita: la obra de Jean-Luc Godard, a la que ya ha dedicado veinte años de su vida. “En realidad –nos comenta–, el curso está centrado en las dos primeras etapas de Godard: la inicial, digamos, cuando ejerció de crítico en los Cahiers du Cinéma, y la segunda, que abarca tantos sus cortometrajes y sketchs como los quince largometrajes que rodó en apenas siete años.” Desde la mítica À bout de soufflé (1960) hasta Week-End (1967), justo antes de comenzar su etapa maoísta. “Aunque –nos aclara– atendiendo más a las formas que a los contenidos, a los aspectos puramente visuales, estéticos.” Esos por los que Paulino Viota considera a Godard un artista “extremadamente inteligente, terriblemente audaz, inconcebiblemente creativo”. Un autor “verdaderamente irrepetible, pues no creo que haya ningún otro director cuya obra haya tenido un desarrollo formal tan variado y extenso como la suya”.

“No me extraña –concluye Viota con ese humor suyo también muy gordardiano– que Bernardo Bertolucci comentase una vez que habría matado por llegar a concebir algunos de los travellings de Godard, o que éste se saltase los créditos en sus primeras películas, porque, según él, aquellas obras suyas eran tan, tan personales que al firmarlas habría pecado de redundante”.

 

(Publicado en la Edición de Galicia de El País el 20/11/2009). Esta foto es del poeta y traductor Xoán Abeleira. Repito aquí el texto –el sistema no me deja corregir ni cambiar nada: lleva algunos meses estropeado y no puedo repararlo; mil disculpas- porque algunos lectores me han escrito y me han dicho que no se puede leer.

NUEVAS ENMIENDAS DE CARMEN DE CASTRO

NUEVAS ENMIENDAS DE CARMEN DE CASTRO

Mi madre siempre me enmienda. Ha vuelto a hacerlo esta mañana. Andaba yo reunido para el desayuno con Carmen, Sara y ella. Y volvió a salir la historia de mi nacimiento. Me precisó varias cosas: nací en el establo, sí, la vaca estaba cerca, pero no en el mismo sitio. Era el día de San Roque, patrón de la fiesta de Larín, de donde era ella y su familia. Temprano fue a buscar un feixe de erba (un haz de hierba) para la vaca, “e cargueino ó lombo”, luego fue a recoger habas al campo y volvió a casa. Ya percibía intensos dolores. Cuando vio que mi padre se iba a ir a la feria y a la fiesta de San Roque en su bicicleta, le dijo: “Benito, non vaias hoxe a San Roque”. Ante la cara de perplejidad de mi padre, insistió: “Non me atopo ben”. No me encuentro bien. Mi padre se quedó. Haría cosas en las eras, en los campos, en el patatal: se aburría si no hacía algo. Mi madre arregló la casa, limpió aparadores y alacenas, fregó los suelos, y preparó las mantas y las sábanas. Me ha dicho: “En la cama non podía parar, por eso fun para a corte”. Y allí, en el establo, nací hacia las once de la noche cuando moría la fiesta de San Roque. Poco después vino mi abuelo, que vivía cerca, Jesús o do Touciñeiro, que era labrador, tratante de ganado (un ‘feirante’ de los de Cunqueiro, por decirlo así) y además albéitar. “Foi el o primeiro que te colleu nos brazos”, me ha recordado hoy mi madre.

 

Ese abuelo fue mi favorito siempre: lo seguía en el campo, lo seguía cuando iba al monte con el ganado, cuando lo veía trabajar con la sierra y el martillo. Buscaba su acercanza. Y lo vi con infinito cariño y pesar casi diez años después, cuando se despedía del mundo, mordido por un cáncer, comiendo plátanos y naranjas que mi padre le daba, entre las siete y las ocho de la tarde, después de venir de la cantera donde trabajaba. Él fue el primer muerto de mi familia.

*Esta foto es de Dorothea Lange.

DIÁLOGO CON ARSENIO IGLESIAS

DIÁLOGO CON ARSENIO IGLESIAS

LUNES AL SOL: ARSENIO IGLESIAS

EL HOMBRE QUE HIZO SOÑAR A MEDIA GALICIA

Xosé Manuel PEREIRO / El País Galicia

"Por mí casi no lo hacemos... Si yo no tengo nada que decir, hombre". Ya lo dijo por teléfono, y ahora lo repite nada más sentarse en una terraza, justo al pie de su casa. Arsenio Iglesias (Arteixo, 1930), el recordado entrenador del Superdepor, retirado profesionalmente desde que dejó el banquillo del Real Madrid en 1996, asegura además que no hace "nada". "Solo termar de los nietos, llevarlos al colegio, traerlos del colegio...". "Bueno, está también lo del Indoor", considera. Lo del Indoor es la Liga de veteranos. El pasado año, de nuevo a sus órdenes, Fran, José Ramón, Manjarín y Djalminha, entre otros, el Depor fue campeón de la Liga y la Copa, "pero esta temporada perdimos un poco de garra". Los demás espabilaron, claro. "Más bien es que llega una edad en la que los pasos para atrás son grandes".

"Arsenio, ¿vas a los toros?", le pregunta un chaval discapacitado psíquico que lo ronda desde que entró en el bar. "No, no. Yo ya soy un toro sin fuerzas, je, je". Arsenio Iglesias tiene los años que tiene, pero puede aparentar unos diez menos. Quizás, entre otras cosas, porque antes del pastoreo de nietos, por las mañanas, "pero no todos los días", corre una hora, y no precisamente por el cómodo Paseo Marítimo, sino por el monte de Santa Margarita, "aunque buscando las chanceiras". Lo mismo, salvar las pendientes y rodear los obstáculos, sigue haciendo en las entrevistas.

-¿El fútbol actual está un poco desmadrado, o siempre fue así?

-El fútbol siempre estuvo algo fuera de sitio, quizás se le dio una importancia que tenía, o no tenía, pero lo de ahora es una locura. Si me preguntas por lo del Madrid, está claro que hicieron un grandísimo equipo, compraron lo más florido. Ellos se defienden diciendo que va a ser rentable, con lo de vender camisetas [hace un gesto escéptico y cómplice], aunque si funcionará o no, ya se verá.

-Usted ya tuvo experiencia en tener que gobernar a un vestuario florido en el Bernabeu.

-No tiene nada que ver. Lo de ahora fue un escopetazo. No fue fichar a Zidane, sino a los mejores que estaban a tiro. Se habla del vestuario, y en ocasiones se habla más fuera que dentro de él, porque el rumor vende. Los jugadores no son tan tontos como a veces parece que son, y supongo que son profesionales que saben lo que hacen. Lo importante es que no haya muchos, de hecho ya están limpiando, porque 30 tipos se pueden convertir en un problema terrible, tanto como una plantilla retorcida.

-¿Hay plantillas retorcidas?

-El carácter de la gente no es todo igual, claro. Yo tuve bastante suerte, no tengo mucha queja. Lo importante es estar metido en el medio, sin estorbar, para que las cosas no se te vayan de las manos, porque si se van, luego tener que doblarlas es muy difícil.

-¿Y cómo se lleva eso de estar en el punto de mira?

-Que te persigan no es bueno, pero yo estuve en equipos tranquilos. En el Burgos, en el Hércules, en el Zaragoza... Yo siempre preferí estar tranquilo, o tranquilizar, y soportar lo que tenía que soportar en vez de decir nada.

-Pero el del Depor fue un momento excitante...

-Tranquilo no estás nunca, hombre. Hubo momentos difíciles, porque al equipo se le exigía como si fuese un grande, y si no era así, la gente protestaba. Y yo supongo que, a veces, ser de la casa aquí no ayuda.

No mucho, al menos en su caso. Salió del club por la puerta de atrás y ahora no tiene ninguna relación con él, igual que muchos de los jugadores que dirigió, hasta el punto de que el equipo de veteranos tuvo que conseguir las camisetas por su cuenta. En cierta forma, constituyen algo parecido a un grupo de exiliados, que se reúnen y juegan más de lo que parece. Hace pocos días en Betanzos, y antes en Ribeira. Arsenio se levanta para escenificar un penalti que tiró allí Djalminha. Se fue hacia el portero, amagó la patada y dio una vuelta completa sobre sí mismo antes de chutar, con el portero ya vencido. En la pequeña plaza donde el ex entrenador deportivista vive y ahora mismo imita al brasileño, está el restaurante que sirve de tradicional escenario de las interminables negociaciones del presidente del club, Augusto César Lendoiro. "Nunca me coincidió ver ninguna. Paso mucho por aquí, pero a horas normales".

-¿Cómo ve ahora al Deportivo?

-Éste fue siempre un club cumplidor, independientemente de cómo fuese en materia deportiva. Y ahora lees cosas, juicios... Hubo un momento en que las cosas se hicieron con talento, se ficharon jugadores que parecían de segundo pelo y que dieron un rendimiento excelente, y en función de eso se pudieron hacer fichajes en calidad y cantidad. Casi en demasiada cantidad, porque estaba claro que la mayoría no iban a jugar, y quizás ahora estemos pagando esos excesos. De todas formas, hace dos años hubo un momento malísimo, y sin embargo el pasado hizo una gran campaña. Creo que se irá manteniendo ahí, de manera más o menos coherente, pero no podemos andar con bromas, claro.

-¿Suele ir a Riazor?

-No voy mucho, no.

-¿Cuándo fue la última vez?

-La verdad es que hace bastante. Vas perdiendo el gusto de estar allí, me trae demasiados recuerdos, y a mí nunca me gustaron las aglomeraciones. Ya sabes: si es por la tarde, por la siesta y, si es por la noche, porque hace frío...

-Pero sigue el fútbol por televisión...

-Más o menos, no con mucha insistencia. Son tantos años que, aunque estés pendiente... Si echan una buena película de indios ya no sé qué veo mejor.

Sí ve el suficiente fútbol como para admirar el juego del Barcelona, "exquisito, de una precisión que da gusto", o el del Manchester, "con mucho toque y mucha velocidad, le acabo de ver un partido creo que contra el Valencia, aunque estaban de rebajas. Si un equipo no tiene jugadores de calidad, puedes juntarlos, ayudarlos más o menos, eso que se llama orden, pero si no hay quien tire..."

-Pues usted y Fernando Vázquez hicieron de la Selección Gallega un equipo bastante bien apañado, sin tener grandes figuras.

-Es que, según antes no había una unidad de criterio, ahora hay mucha comunicación, y los futbolistas conocen cómo hay que jugar. Lo de la Selección Gallega fue una alegría muy grande, y todos nos sentimos muy ilusionados.

-¿Le llamaron para otros partidos, o sabe si continuará la Selección?

-De momento no tengo constancia de nada [repite el gesto escéptico/cómplice]. Non che sei.

 

NOTA MÍA:

*Cuando era niño, de diez, once y doce años, Arsenio Iglesias entrenaba, en el campo del Balneario de Arteixo, al Deportivo de Joanet, Seoane o Aguilar; Belló, Luis, Cholo; Manolete o Sertucha, Domínguez; Cortés o Juanito, Loureda o Vales, Chapela o Beci, Cervera y Martínez. También entrenaban en aquel conjunto otros jugadores como Landa, David Vidal, Pepe Vales, Gaona, Bordoy, José Luis… Arsenio era mi ídolo de la niñez: había estado a punto de ser internacional y lo queríamos como a un segundo padre, aunque era un padre escéptico y descreído, cotidiano y a la vez distante. Eso sí, de vez en cuando, me decía: “Neniño, vai buscar a pelota que se non a vai levar o río”. Esta mañana, en ‘El País de Galicia’, Xosé Manuel Pereiro le publica esta entrevista. Yo le dediqué un cuento a Arsenio, más o menos encubierto, ‘A radio e o ídolo’ en ‘Vida e morte das baleas’ (Espiral Maior, 1997), traducido al castellano en ‘Fotografías veladas’ (Xordica, 2008) con idéntico título. Es un cuento cruel, lo reconozco, donde se habla del forofo que cambia la admiración por la indiferencia o el odio ante un gesto que no aprueba de su ídolo. En una ocasión, cuando ya era periodista y trabajaba en ‘Heraldo’ le hice una entrevista a Arsenio al pie de la torre de Hércules, y con él, entre otros, estuvieron Miguel Anxo Fernán Vello, Antón Reixa, Manuel Rivas y Beatriz Pais. Aquel reportaje se tituló ‘Cuento de amor junto al faro’ y anda por aquí, por los archivos de este blog.

Arsenio, o bruxo de Arteixo, fue el creador del superDepor, aquel conjunto que los niños se aprendieron de memoria: Liaño; López Recarte, Ribera, Djukic, Albístegui, Nando; Aldana, Mauro Silva, Fran; Claudio y Bebeto. Con ellos empezó todo: una década maravillosa de felicidad que se coronó con dos Copas del Rey y una Liga. Arsenio ganó una Copa, Irureta otra Copa y la Liga.

 

Uno de mis periodistas favoritos de Galicia, desde hace años, con Xosé Hermida, Manolo Rivas, Xesús Fraga, Xan Carballa, Xulio Valcárcel y Luis Pousa, entre otros, es Xosé Manuel Pereiro. Tomo su texto y aquí lo traigo para quienes no frecuenten la edición de ‘El País de Galicia’.

'DER ROTE JOSEPH' DE GUSTAVO PEAGUDA

'DER ROTE JOSEPH' DE GUSTAVO PEAGUDA

'DER ROTE JOSEPH'

Conto de Gustavo PEAGUDA

A miña nai un día mandoume que dunha vez colocará nos andeis da  biblioteca familiar  os libros que había polo chan do meu cuarto.Como son un fillo cumpridor cos mandatos da miña nai, comecei a coller os volumes. Arte de ser portugués. Antoloxía dos sesenta anos. Os pobres de deus. As tres columnas, Cadernos. Psicopatoloxia do retorno. E moitos máis. Pero dos cadernos de Paul Valery saía unha folla dun xornal. Saqueina do libro. Era unha carta ao director do xornal La Region do día vintedous de xuño de mil novecentos setenta e catro (por certo, o día en que eu nacín) que dicía:

Se o hospital estivera aberto só polas mañas durante tres meses, que sucedería? Se a policía traballará só polas mañas durante tres meses, que sucedería? Se houbera  auga e luz só polas mañas durante tres meses que sucedería? Se os supermercados e bares estiveran abertos só polas mañas durante tres meses, que sucedería? Se as fabricas e os traballadores da construcción só traballaran polas mañas durante tres meses, qué sucedería? Se os curas  dirán misa só polas mañas durante tres meses, que sucedería?

Se as farmacias estiveran abertas só polas mañas durante tres meses que sucedería?

Se os bombeiros  apagaran só lumes polas mañas durante tres meses, que sucedería?

A biblioteca publica de Ourense nos meses de verán durante tres meses só abre polas mañás.

Que sucede? Nada a fin do cabo só son libros.

 

A carta  estaba asinada por un tal Der rote Joseph.

 

*O escritor ourensano, con parada e fonda en Santiago de Compostela, Gustago Peaguda envíame este conto e pídeme que o ilustre con este cadro tan famoso de Carl Spitzweg, ‘Der Bucherwurm’.

MÉNDEZ FERRÍN EN CASTELLANO

MÉNDEZ FERRÍN EN CASTELLANO

Recibo uno de los correos colectivos o masivos del editor Enrique Redel de Impedimenta. Anuncia la publicación de varios libros, uno de Eudora Welty, prologado por Félix Romeo, ‘La hija del optimista’, entre otros, pero hay un título que me gusta especialmente: ‘Amor de Artur’ de Xosé Luis Méndez Ferrín. La edición de ese libro, publicada por Xerais, ha sido una compañía constante en los años 80 y 90. Probablemente sea uno de los libros que más veces he leído. Es un libro de cuentos excepcional, barroco, sutilísimo, de elevada poesía y de una narratividad especial. Me gustan todos los relatos, todos, en especial el que da título al conjunto y ‘Familia de agrimensores’; en mis libros ‘Vida e morte das baleas’ (Espiral Maior, 1987) y en ‘Golpes de mar’ (Destino, 2006) se habla mucho de él, hasta el punto que el cuento inicial, el que abre el texto se basa en la historia de Artur. El libro lo traducen dos de los mejores conocedores de Xosé Luis Méndez Ferrín: su compañera Moncha, profesora, y el poeta, traductor y profesor Xavier Rodríguez Baixeras, otro compañero de viaje de mis lecturas obsesivas durante muchos años. Tengo su poesía completa en gallego, pero hay un libro suyo que disfruté con especial cariño: ‘Fentos no mar’ (1981). En una ocasión, hace ya más de una década, Félix Romeo me trajo un bonito regalo: la edición de ‘Con pólvora y magnolias’ que había realizado Hiperión, dedicada por Méndez Ferrín, que es uno de mis escritores gallegos preferidos con Cunqueiro, Otero Pedrayo y Rafael Dieste. Me dejo a otros muchos, sin duda, pero ellos han sido decisivos en mi formación y en el placer de leer en gallego, la lengua de mis padres, la única lengua en la que habla mi madre esté en Arteixo, Zaragoza, Garrapinillos o en Cuba. La introducción es de un gran conocedor de las letras gallegas, gallego de Lugo él y un apasionado editor, como Constantino Bértolo.

 

Esta es la nota que manda Enrique Redel:

Xosé Luis Méndez Ferrín

Amor de Artur

Traducción del gallego de Moncha Fuentes y Xavier Rodríguez Baixeras

Introducción de Constantino Bértolo

Xosé Luis Méndez Ferrín es, sin duda, el más importante autor vivo en lengua gallega. Escritor totémico, maldito, referencia de todas las nuevas generaciones de narradores gallegos, fue propuesto al Premio Nobel de Literatura en 1999 por la Asociación de Escritores en Lengua Gallega. En el año 2008 consiguió el Premio Nacional de Literatura Gallega. Amor de Artur está considerado unánimemente uno de los textos más intensos y brillantes de la narrativa gallega contemporánea. En el relato que da título al volumen, Ferrín recrea el mundo artúrico abordando, a la vez, conflictos de la condición humana (el amor, la traición, la soledad, el poder, los celos) a través de los míticos personajes extraídos de la literatura bretona: Artur, Ginebra, Lanzarote, Galván, Merlín, Liliana, todo con el fondo del país de Tagen Ata, símbolo de la Galicia mítica. Historias de amor y de dudas, de celos y de enigmas, de deseo y de traiciones, recreadas magistralmente con la perfección del orfebre que talla una piedra exquisita.

*La foto es de Pascal Renoux. Quizá pudiera ser ella una nueva Liliana o la protagonista del misterioso relato 'Familia de agrimensores'.

QUIQUE BORDELL: O ARTISTA NO SEU OBRADOIRO*

QUIQUE BORDELL: O ARTISTA NO SEU OBRADOIRO*

O CREADOR NO SEU OBRADOIRO

 

VISCERAL B.: O SATORI NO INFERNO

A Deputación de Lugo prepara un catálogo antolóxico sobre o pintor lucense

 

Xoán Abeleira

Visceral B. ou o Artista Coñecido Denantes Coma Quique Bordell, o Doutor Faustroll, o Bacabú Invisible, e o Demo sabe cántas cousas máis. Inútil, secasí, procurar en Internet calquera desas personaxes nas que el viu os seus reflexos. Moi pouca xente -en Galicia, en España, mesmo en Estados Unidos- coñece a este creador lucense, autodidacta que ós dezaoito anos abandonou o mundo do cómic e do rock para exorcizar as súas pantasmas por medio do pincel. Mais a que o coñece, a que ama a súa obra con delirante afección, teno por unha lenda. Un supervivente de si mesmo, na liña dos “xenios marxinais”. E con razón.

         Se nos atemos ós conceptos que, dende Prinzhorn a McGregor, pasando por Breton ou Dubuffet, continúan a barallar os estudosos do art brut ou outsider art… Mellor aínda: se nos atemos ó que el pensa de si e dos seus traballos/trebellos, non hai nada que nos impida irmandar a B. con Wölfli, Aloïse, Verbena ou Gnädinger. Sabendo, iso si, que todos eses visionarios compulsivos posúen cadanseu xacer intransferible.

Por exemplo, esta cita de Roger Cardinal (un crítico que defende o emprego do Weltinnenraum, o “espazo interior do mundo” rilkeano, para agrupar os inagrupables) semella escrita coidando en B. Por iso paga a pena transcribila íntegra: “A interioridade é, xaora, a clave da mentalidade do auténtico marxinal, cuxa obra xorde mormente de maxinar e matinar. Navegando a golpe de intuición, o creador espontáneo só atende ó seu rumbo particular, prescindindo ledamente de convencionalismos tales coma as regras da perspectiva, a técnica correcta ou os materiais tradicionais. Asumindo o pleno control do proxecto formativo, o suxeito creador orquestra os contidos psíquicos do mesmo consonte ós seus deseños persoais, desenvolvendo un repertorio característico de motivos e elementos que deveñen nos compoñentes dunha arquitectura pechada. Esa actividade autónoma e apaixonada implica tamén un esforzo sostido de autoconstitución e autoconsolidación que equivale a un esforzo de autoestabilización terapéutica. Ese é o senso no que a obra de arte afirma a súa existencia coma refuxio, cidadela defensiva, niño íntimo, pois a característica inequívoca dos mellores artistas marxinais estriba en artellar un mundo alternativo integral, unha cosmoloxía propia.”

         Non rematan aí as semellanzas de B. con eses solipsistas, por outra banda, tan, tan únicos. Se estes adoitan empregar os materiais máis dispares, impropios, mesmo desprezables, B. devece polo acrílico, a madeira, a pasta de papel, os refugos: calquera chintófano que o axude a articular os seus “xoguetes”. Se, como asevera Cardinal, os marxinais son “ferozmente independentes”, B. asegura non sentir “ningún interese por expoñer”, ata o punto de que, ás contadas mostras nas que participou, no canto de asistir el mandou unha foto ampliada en cartón! Así mesmo -insiste Cardinal- se “a arte marxinal non aspira de ningún xeito ó recoñecemento”, B. pensa que “o éxito é a peor desgraza que lle pode acontecer a un artista”. E dío en serio malia a contradición que isto entraña nunha figura case que de culto coma el.

No seu obradoiro (un acubillo no que se sentirían a gusto tanto Jarry coma Duchamp) a penas hai catro obras súas. O resto non está nin nas galerías nin nos museos senón nas casas dos seus coleccionistas. Eu tiven a sorte de coñecer un e, de socate, atopeime perante trescentos cadros abraiantes! “O compendio destes últimos seis anos sen alcohol”. Entre eles, facilmente atribuíbles á man do seu médium, o único óleo que B. recoñece coma tal; unha peza fermosísima que o depositario actual ten, xustamente, polo seu tesouro máis prezado. Nese eido psíquico, nese plasma do inconsciente, unha sorte de Saturno pastoso, coma debuxado por un neno inuk, devora a súa vítima…

         Se de mundos interiores falamos, o de B. ten unha forma ben definida, e o seu obradoiro é, a todas luces e sombras, a transposición exterior dese Weltinnenraum. “A produción teimuda de obras en series é un aspecto recorrente dos outsiders”, volvo citar a Cardinal. E a última serie de B. abrangue “pequenas variacións dentro dun marco repetitivo” dun simbolismo patente. O tema é sempre o mesmo: un cadradiño no centro dun cadrado maior, e, nel, a cabeza moldeada dunha figura tipo Dubuffet, tipo monicreque. O cadrado ten unha abertura á que o boneco accede por unha escada (coma as que empregan os xamáns para viaxaren a outra realidade). E pola banda esquerda dese tobo entra unha tremenda labarada: “A do satori zen”, segundo B. O conxunto expresa, para min, o momento actual do pintor, quen, após a súa dolorosa tempada no inferno, está a vivir un período de luminosa efervescencia. É posible que as luzadas de B. aínda teñen máis que ver coas “iluminacións” de Rimbaud que coa extinción do apego e da aversión que prometen as espiritualidades orientais, pois a iluminación real non vén de fóra senón de dentro, non é un don do ceo senón a recompensa dun labor ben arduo. Mais iso é algo que, abofé, tamén experimentará algún día a Persoa Recoñecida Nesta Vida Coma Quique Bordell. 

*Este artigo pertenece á serie 'O artista no seu obradoiro' que está a publicar, con grande éxito, Xoán Abeleira en 'El País-Galicia'. Na foto do propio Abeleira, Quique Bordell e Paco Pestana.