ÁNGELES PRIETO BARBA: UN CUENTO
DISCRIMINADAS
A Ángel Olgoso
Kampa descendió majestuosa extendiendo sus torneadas extremidades, perfectas tras muchos siglos de genética aplicada. Recuerdo que mientras los rayos polares del sol lustraban su piel de circulares manchas oscuras, y los ojos purpurinos nos miraban con la seguridad de su raza salvaje, nuestra exclamación colectiva logró que se dibujara en su boca una especie de sonrisa, puerta temible de unos pequeños y afilados colmillos que se saciarían no más llegara al camerino lujoso que le habíamos preparado. Allí le aguardaban, conforme a lo solicitado, cuatro hombres de altura superior a los dos metros que nos había exigido para algún divertimento desconocido. Aunque dada la inmensidad de su belleza sólo tuvimos que seleccionarlos entre los cientos de varones voluntarios, agolpados en el hall, nada más enterarse de su petición extraña. Creo que nunca olvidaré aquel largo paseo suyo por la alfombra roja, con ese vestido de argentíneo tafetán plegado, hombros al aire y ahíta de suficiencia, con la afilada barbilla dividida en dos mirando a un lado y al otro, deteniendo tiempo y espacio para nosotras, pobres espectadoras asombradas y llorosas ante la primera de las reinas de la belleza que nos había deparado el destino.
A los diez minutos bajó Delenn, suma sacerdotisa de los Mensai, con ese brillo especial que le otorgaban los azules ojos achinados. Su hermosura era distinta, o al menos así me pareció porque mostraban esa modestia propia de los seres inteligentes, capaces de entrever lo que nos depara el futuro. Destacaba también por su vestimenta oriental con sedoso kimono rojo, como gesto de aprecio a nuestra cultura vetusta y por las joyas, con ese collar de amatistas que rodeaba el transparente cuello, combinación excelsa de buen gusto. Por ello, cuando alzó aquella cabeza suya sin cabellos, adornada con una diadema propia en forma de pez y nos saludó, supimos verdadero aquel viejo proverbio que afirmaba que el encanto, la clase y la belleza surgen de dentro, de algún lugar indeterminado entre el corazón y el cerebro. Además, no nos había pedido nada extraordinario para acudir, tan sólo unos cuantos tomos sobre aquellas viejas tácticas bélicas que necesitábamos en el pasado. Qué hermosa la vi aquel día. Era mi favorita.
Más tarde, la más original de todas no se hizo de rogar, sólo alargó su paseo triunfal con dos enormes y largos tentáculos que salieron de su vestido níveo terminados en pinzas rojas de cangrejo, crueles alicates que no dejaron de agarrar y destrozar a cada nuevo admirador que saltaba la valla. En su fiereza, con cada crujido de costillas humanas, sonreía ufana, segura de que ninguna de las otras podría igualarla en poder y fuerza. Su cuerpo artrópodo era inmenso, sus piernas peludas parecían kilométricas sin necesidad de zancos o tacones, Talao se sentía feliz e inmortal.
Y entonces yo, eufórica, no quise seguir contemplando más reinas excelsas para lanzar mi crónica al mundo. Qué poco me importó entonces el frío y las insistentes amenazas agoreras de mis compañeros periodistas, adustos varones humillados. Pues como remate ese día, tras siglos y siglos de marginación, tras repetidos intentos e incesantes luchas por alcanzar la belleza perfecta, las hermosas y valientes mujeres habíamos triunfado: por fin podríamos celebrar en la Tierra, aquí en el Polo Norte, un auténtico certamen de Miss Universo.
ANGELES PRIETO BARBA
*Lynn Turner fue elegida Mis Enero en Estados Unidos en 1956, y he elegido esta foto porque me parecía muy adecuada para este relato de la escritora gaditana Ángeles Prieto Barba, que es una lectora apasionada del cuentista Ángel Olgoso.
5 comentarios
miguel -
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Daniel Doblado Cortés -
Gracias Ángeles por tus cuentos.
Por todos. Por los que escribes y por los que recomiendas.