JOSÉ ANDRÉS ROJO: DEL AMOR Y DE KATE WINSLET
La épica doméstica
Por José Andrés ROJO
Las hermanas Grimes (Alfaguara, traducción de Rolando Costa Picazo), de Richard Yates, empieza con la frase “Ninguna de las hermanas Grimes estaba destinada a ser feliz…”, y enseguida nos conduce a la redacción del Sun de Nueva York, donde trabaja el padre de las chicas como copista. La frase ha quedado medio enterrada por el ritmo de la narración y lo que importa ya es cómo Sarah y Emily van descubriendo el mundo y a los que tienen más próximos. Revolutionary Road, la película de Sam Mendes basada en otra novela de Yates, arranca en un bar. Una joven atractiva y solitaria, al lado de una barra, y un muchacho, que no deja de mirarla: enseguida están conversando, y ríen, y el chico fanfarronea y la chica le habla de su afición al teatro. En la siguiente secuencia estamos ya metidos de lleno en la historia de su relación. En una relación cargada de tensión. Como si fuera a explotar.
No hay la menor mano izquierda en la que cuenta Revolutionary Road. No hay el menor cuidado por salvar a nadie, ni seguramente existe ningún afán de juzgar a esas criaturas que se enamoran, se casan, tienen hijos y se van a vivir a una enorme casona. Sam Mendes maneja con pulso firme una historia que produce fuertes temblores, los habituales cuando se trata de un asunto próximo, cotidiano, previsible. Es decir, que todo puede irse en una pareja a pique, y que se va a pique. Kate Winslet y Leonardo DiCaprio hacen un trabajo prodigioso. El asunto en el que se embarcan es un asunto épico. Una gran aventura: hacer realidad los sueños, sacar lo mejor de cada uno, crecer. El barco naufraga estrepitosamente.
Richard Yates, que nació en Nueva York en 1926, murió olvidado en Birmingham, Alabama, 1992. Saul Bellow dijo que la mejor novela que había leído en 1976 fue Las hermanas Grimes. Esas son palabras mayores. Cuando sirvió en el Ejército, Yates pasó por Francia y Alemania. El protagonista de Revolutionary Road considera que los mejores momentos de su vida los vivió en París. Por eso su mujer lo anima a dejar el rutinario trabajo que lo va consumiendo, y lanzarse al vacío de una nueva vida. Mendes ha conseguido llevar a la pantalla cada minúscula puntada con la que se va tejiendo un fracaso.
Empezar de nuevo. Sentirse especiales. Romper con las ataduras de una vida convencional. Poder hacerlo. Es 1955 y el mundo entero se encuentra felizmente embarcado en el desafío de salir a flote después de una guerra que, una década antes, había dejado el panorama hecho añicos. La mujer, cada mujer, está cambiando de manera abrupta. Ya no puede tolerar su tradicional papel secundario. Los sueños de la señora Wheeler, sin embargo, tienen que seguir pasando por los del señor Wheeler. Están en sus manos, y aunque sólo sea un loco el que consiga verlo (y decirlo), puede destrozarlos en un instante con los argumentos de siempre. Los que parecen más sólidos, los de la cordura.
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